Sobre la conducta improcedente de Berni

Como bien lo usted lo sabe, estimado amigo lector, una columna como esta no es ni más ni menos que un espacio de opinión de quienes nos predisponemos a emitirla. Muchas veces, es cierto , mezclamos opinión con información.  La primera siempre es discutible; la segunda, si es profesional y fundada, no es ni buena ni mala, es simplemente eso,  información.

Así por ejemplo la columna de hoy está relacionada con el asesinato del fiscal Nisman.  ¿Como me atrevo a decir sin empacho “asesinato”? Pues… porque mi opinión es que al fiscal lo mataron.  Y muy difícilmente la llegue  a cambiar.

También tengo la plena convicción que el Teniente Coronel cuerpo profesional médico en uso de licencia antirreglamentaria Sergio Berni no ha parado de mentir en todo lo que ha contado a los medios en relación con su participación en los hechos de público conocimiento.

En este segundo caso, al margen de las informaciones que he podido recolectar, el propio relato del secretario de Estado deja más dudas que certezas.  Nos dice que llegó al lugar sin saber bien que pasaba. Bien, habría que preguntarle entonces si no sabía lo que ocurría, qué fue lo que lo motivó a desplazarse desde Zárate a Puerto Madero. Asimismo, asegura que una vez en el lugar nadie intentó entrar al baño donde estaba el cuerpo del fiscal, hasta que la funcionaria actuante lo dispusiera; parece entonces haber olvidado su condición de médico y su obligación de prestar asistencia a un ser humano en peligro.

Podríamos ahondar argumentando que si tal como el Teniente Coronel nos dice nadie sabía que pasaba, para qué se llama a un fiscal. Si el fallecido hubiera tenido un infarto o se hubiera caído en la bañera , lo más urgente era atenderlo con un médico, no abrirle un sumario. El relato de Berni lo deja tan expuesto que, si estuviéramos en un país con gobernantes serios, cuando usted lea esta columna el Teniente Coronel tendría que habar vaciado ya su escritorio.

Ilustrando al Secretario

El real propósito de la columna de hoy no es darle mi opinión sino brindar un poco de información, para dejar en claro que el señor Berni no tiene bien en claro para que está en el cargo que está.

Si hacemos un poco de memoria seguramente recordaremos que para el caso de las Fuerzas Armadas de la nación, durante muchos años sus máximos responsables se denominaban Comandante en Jefe de…. ( La Armada , El Ejército o la Fuerza Aérea). Luego la democracia generó un ligero cambio de denominación pero con trasfondo muy importante y se pasaron a denominar “Jefes de Estado Mayor”  Ya no son Jefes de las Fuerzas sino de los Estados Mayores de estas.

Este cambio dejó en claro que las FFAA tienen un solo jefe y comandante y este es el Presidente de la Nación. No es Milani el comandante del Ejército y no es Rossi el comandante de las tres fuerzas; es en esta caso la presidente Cristina Fernández. Tal es así que en el hipotético caso que el comandante de un buque debiera hacer uso de sus armas, le pedirá autorización a su comandante superior y este a la comandante en jefe a nadie más. Esto significa que el mando efectivo de las fuerzas armadas lo ejerce una persona. Obviamente en la práctica y en el día a día hay rutinas establecidas que son coordinadas con el ministro de Defensa, y que hacen al trabajo diario de las instituciones militares.

Para el caso de las FFSS, las Fuerzas de Seguridad, esto no funciona de la misma manera. La Policía Federal , La Gendarmería y la Prefectura Naval, sí tienen jefes.  Berni no es el jefe de las fuerzas policiales, Berni es el superior jerárquico de los jefes de estas, lo que no es lo mismo

Entre las muchas semejanzas que hay en la organización militar y policial se encuentra la verticalidad, el uso de armamento, el escalafón, etc. Pero hay sensibles diferencias de fondo y  de forma. Entre ellas se encuentra una muy importante: estas fuerzas policiales, si bien dependen administrativamente del Poder Ejecutivo, operacionalmente se encuentran al servicio mayoritariamente del Poder Judicial.  Excepto en la represión del delito in fraganti, por lo general el accionar de las fuerzas, máxime en casos como el que nos ocupa, se hace bajo control de un fiscal o un juez, no de un secretario de Estado.

En los escritos judiciales los magistrados siempre se dirigen al jefe de la fuerza, para ordenar algo y es este administrativamente quien lo deriva al área operativa correspondiente. Uno puede razonablemente suponer que el Jefe de la Policía federal no recibe cada mañana cientos de mandamientos judiciales en su despacho sino que estos ya tienen un recorrido aceitado que los lleva al lugar indicado.  Pero jamás un Juez llamará a un cabo para ordenarle hacer una escucha o una tarea de inteligencia criminal.

Berni repite hasta el cansancio que es el Jefe de las fuerzas policiales. Y que debe velar por el cumplimiento de “los protocolos”,  expresión puesta de moda para tratar de darle un contexto normativo a casi cualquier cosa.

Todos recordamos el siniestro de un avión privado frente a las costas de Carmelo. Un típico caso SAR (búsqueda y rescate marítimo). Nuestra ley pone este accionar en cabeza de la Armada Argentina y de la Prefectura Naval subsidiariamente.  A Berni poco le importó: no solo que invadió un área que no le compete sino que además se hizo retar por una jueza uruguaya que le recordó que la nave no estaba en aguas argentinas

Días pasados, la Prefectura Naval rescató exitosamente a una tripulante en riesgo de vida a bordo de un pesquero. Una tarea que exige un gran profesionalismo y que la gente de nuestra policía marítima tiene de sobra.  A la hora de difundir la información, la oficina de prensa de Berni obligó a colocar la leyenda “operativo realizado bajo supervisión del secretario de Seguridad”.

De la misma manera que Berni no puede supervisar ni ese operativo ya que no está capacitado, no tiene estado policial y no es auxiliar de la Justicia, tampoco puede entrar a un domicilio particular a su antojo, exista o no un muerto en su interior. No es esa su función y su mera presencia pone a los funcionarios policiales actuantes en la difícil disyuntiva de atender a sus directrices o ponerse a ordenes de las autoridades judiciales, que es lo que les marca la ley.

Un bochorno incompatible con la democracia

Imagine por un momento, amigo lector, que un incontrolable impulso renovador lo lleva a la redistribuir los espacios de su hogar. Puesto en la tarea, monta su escritorio en la cocina, ocupando las alacenas con libros y papeles; instala la impresora sobre las hornallas, mientras ocupa la bañera con platos, servilletas y víveres. Muda el dormitorio al garage y agranda un poquito el ventanal del living para poder entrar el auto. ¿Quien podría negarle su derecho? Es su casa y en su casa manda usted. Tal vez el sentido común podría indicar que su calidad de vida será peor. Pero el sentido común no es el más común de los sentidos por estos días…

La ley 19.349 sancionada el 25 de noviembre de 1971 dice que “Gendarmería Nacional es una fuerza de seguridad militarizada dependiente del Comando en Jefe del Ejército, estructurada para cumplir las misiones que precisa esta ley en la zona de seguridad de fronteras y demás lugares que se determine al efecto”. También agrega la norma que es misión de la GN satisfacer las necesidades inherentes al servicio de policía que le compete al Comando en Jefe del Ejército en la zona de seguridad de fronteras.

Por su parte, la ley 18.398 de octubre de 1969 determina: “La Prefectura Naval Argentina es la fuerza por el que comando en Jefe de la Armada ejerce el servicio de policía de seguridad de la navegación y el servicio de policía de seguridad y judicial”.

Mucha agua pasó por debajo de los puentes de la patria en estos más de cuarenta años. Estas fuerzas de seguridad ya no dependen de los comandos militares, por otra parte tampoco existen más los comandos en jefe de las fuerzas armadas. Y sus leyes orgánicas han sufrido retoques conforme fueron surgiendo diferentes necesidades.

Lo que nadie aún ha modificado es precisamente la razón de ser de estas prestigiosas fuerzas federales. Su lugar en esta gran casa que se llama República Argentina son las fronteras y las aguas, respectivamente. Se forman, entrenan y especializan en el monte espeso o en las aguas profundas, saben lidiar con el temporal de nieve o con el mar embravecido; sus uniformes, carácter y pensamiento se van moldeando para adaptarlos a las necesidades del medio que frecuentan. Pueden distinguir una “mula” cargada de sustancias ilegales en un paso fronterizo, pueden “olfatear” la tormenta que se avecina sobre la costa y recomendar a los navegantes que refuercen sus amarras. Son, eso sí, un poco torpes para pedir documentos a los automovilistas en la General Paz y ni que hablar a la hora de cumplir la orden de arrojarse de palomita sobre un auto manejado por un manifestante en la Panamericana.

La seguridad es una de las grandes deudas que el modelo saliente dejará sin pagar cuando abandone para siempre el poder en diciembre de 2015. No puedo afirmar que sea la más grande: pobreza, desempleo, mala calidad de salud, crispación social, tergiversación maliciosa de la historia, corrupción en grado superlativo, enriquecimiento exponencial de toda la cadena de mandos de la Nación son, sin lugar a dudas, parte importante de la herencia que el ahora desenmascarado modelo nacional y popular nos deja. Pero duele más que nos maten a un padre, hijo o vecino a ver que nuestro Vicepresidente declara vivir en la cima de un médano o que un juez federal se roba una causa para absolver a los allegados al poder

Coincidirá conmigo, querido amigo lector, a que somos proclives a adaptarnos con rapidez a los cambios, incluso si estos son para peor. Hasta hace muy poco tiempo, ante un la ocurrencia de un delito común o un conflicto de baja intensidad, no solíamos ver al ministro de Seguridad en persona comandando a las fuerzas del orden. Ni tampoco al jefe de la fuerza de seguridad involucrada, ni muchísimo menos. Obviamente la aparición de los mismos era proporcional a la magnitud de los hechos en cuestión.

Pero este modelo, que todo lo puede, le sacó la policía al ministerio del Interior y al tiempo que le dio el manejo de trenes, colectivos y aviones, y creo el ministerio de Seguridad. A cargo de una ministra desdibujada y recaído en manos del ya conocido Teniente Coronel Berni, quien se encuentra en uso antirreglamentario de licencia (el art. 38 inciso b de la ley 19101 prevé que el personal militar superior convocado por el PEN para cumplir funciones ajenas a la fuerza a la que pertenece podrá hacerlo por un tiempo máximo de seis meses). Como es razonable suponer, a la hora de elegir subordinados, colocó en varios puestos de relevancia dentro de su área de acción a militares retirados y de su confianza; hasta incluso a hijos de camaradas entre los que se encuentran los de un por estos días muy famoso teniente general de la Nación.

Nunca antes un Gobierno había declamado con tanta fuerza la prohibición de actuación a los militares en cuestiones de seguridad interior. Nunca antes esa norma ha sido violada tan reiteradamente como durante esta gestión. Cuando ponemos al ejército en las villas, aunque sea con funciones “sociales” (salvo ante una catástrofe o tragedia), estamos violando la ley orgánica de las fuerzas militares. No importa si el propósito es noble. Importa que no estamos cumpliendo la ley

Si quisiéramos desentrañar las funciones reglamentarias del omnipresente secretario Berni, tropezaríamos con varios interrogantes. Se autodenomina jefe de la seguridad a nivel nacional. Pero es el primero en declarar que la seguridad de las provincias es responsabilidad de los gobernadores de las mismas. Reitera -y con razón- que las fuerzas federales a su mando sirven a la prevención y represión de delitos federales, pero anda con gendarmes y prefectos corriendo rateros de provincia si esto conviene al relato.

Su rol en la Ciudad de Buenos Aires es aún más confuso, ya que por momentos nos explica que al ser Buenos Aires la Capital Federal del país la seguridad es suya, pero al mismo tiempo pretende que la incipiente y aún inexperta Policía Metropolitana sea poco menos que una guardia pretoriana todo terreno. Si se cae un balcón en tribunales, aparece Berni. Si se incendia un buque en Zárate, aparece Berni. Pero si, como algunas semanas atrás, mueren dos tripulantes a bordo de un barco en medio del río y sin cámaras de TV cerca, no es tema de Berni. Sin embargo, si se cae un avión en aguas uruguayas y hay cobertura mediática, el hombre vuelve a aparecer.

Policías, gendarmes y prefectos han sido instruidos para ser reticentes a la hora de dar explicaciones profesionales relacionadas con un hecho determinado. Si lo hicieran previo permiso político, no deberán dejar transcurrir más de tres palabras sin dejar de mencionar que todo lo actuado fue por obra, gracia, inspiración y control del señor secretario. Es por ello que resulta difícil pensar que un oficial superior de la Gendarmería Nacional se proyecte contra un vehículo detenido por propia iniciativa. Tampoco será creíble que la presencia de un Coronel de inteligencia comandando el accionar de una fuerza de seguridad sea casualidad.

Es muy cierto que el modelo se equivocó de medio a medio cuando decretó la descriminalización de la protesta social en cualquiera de sus formas. Aun cuando algunas de estas formas colisionan contra elementales derechos de los demás ciudadanos. Pero pretender remediar el error infiltrando espías en las protestas, y utilizando una versión atenuada de “guerra sucia” obligando a los uniformados a delinquir en pos de los objetivos políticos de un funcionario, es algo que esta democracia no puede darse el lujo de tolerar.

La seguridad, como dijimos, es una de las tantas asignaturas pendientes de la década “ganada”. Es algo demasiado complejo para dejarlo librado a las manos de un funcionario al que nadie le negará su compromiso con la tarea, pero al que es hora de comenzar a pedirle explicaciones por los graves errores que a diario comete. No alcanza con colgarse de un helicóptero, manejar motos en contramano o disfrazarse de bombero. Por estas horas el teniente coronel todo terreno acaba de tener que despedir a uno de los muchos militares de los que supo rodearse; en los próximos días seguramente la gendarmería perderá a un oficial superior que cumplió una orden, sin percatarse de la ilegalidad del acto. Va llegando el momento de indicarle al coronel médico que su uniforme es el delantal blanco y su arma reglamentaria el estetoscopio. Mientras tanto, habrá que comenzar a ordenar todo el tremendo desbarajuste al que han sumido a las fuerzas de seguridad y pasará mucho tiempo hasta que -citando a Raúl Alfonsín- podamos decir: “La casa está en orden”.

Instrucciones para sobrevivir al relato

Desde muy chico uso anteojos, así que no me asombra si alguna vez confundo una cara o no saludo a alguien que pasa lejos, simplemente porque no lo reconocí. Como contrapartida, siempre me jacté de mi buen oído… hasta que escuché el discurso presidencial durante el acto de cierre de la jornada de trabajo del consejo del salario en la que se fijó el nuevo mínimo, vital y móvil.

Le pido perdón, amigo lector, si mi otrora impecable sistema auditivo comenzó a jugarme en contra, pero creo que la Presidente dijo algo así como que en el hipotético caso que tuviéramos una inflación del 100% mensual, en once meces tendríamos una inflación acumulada del 1100%.

Antes de ser oficial de la marina, fui perito mercantil. Pasaron muchos años, claro, pero creo que recordar que el cálculo de la inflación acumulada no era lineal sino geométrico: si algo que vale diez aumenta un 100% pasa a 20 y si luego aumenta otro 100% pasa a 40 y luego a 80, y así sigue la rueda (el mismo concepto del interés compuesto). Pero repito, pasaron muchos años y tal vez sea yo el que se equivoca. Por algo no llegué a Presidente de la Nación.

También escuché a la máxima líder del país pedirle a los empresarios automotrices que no “encanuten los autos”. Una vez más me sorprendí. Siempre creí que los autos, sin llegar a ser productos perecederos como la carne o la leche, tenían fecha de vencimiento. Al menos la tenían para ser exhibidos en un salón de ventas como “último modelo”. Cuando hablamos de “encanutar”, ¿de cuántos autos y de por cuánto tiempo estamos hablando?

Empresarios y gremialistas escuchaban atentamente, impertérritos o más bien conscientes que no existe la menor posibilidad de corrección, opinión o gesto antirreglamentario. No están allí para eso, están allí para dar marco a la clase magistral del día, sonreír (por amor o espanto pero sonreír) aplaudir y  -de ser elegidos y “ungidos”- estrechar la mano de la jefe de Estado. Cumplido este ritual, abandonarán rápidamente el recinto que los cobijó con más dudas que certezas y con la esperanza que la cámara no los enfocará justo en el momento del asentimiento incondicional al relato, porque luego hay que explicar cosas que son muy difíciles de explicar.

Va resultando complicado ser original al intentar emitir un “reporte semanal” de la hoja de ruta nacional. Los problemas son los mismos cada día, la única diferencia es que empeoran de manera preocupante. La reacción frente a esos problemas por parte de las autoridades también es siempre la misma: negarlos, ignorarlos ,o en el mejor de los casos, culpar a enemigos siempre ocultos que recuerdan a los quijotescos “molinos de viento”. Lo único que guarda relación entre el relato y la realidad es la proporción lineal entre acción y reacción. Cuanto más se agrava la situación, más se empeña el Gobierno por negar o desconocer el agravamiento. Fieles a este criterio, si la recaudación por percepción del IVA aumento 35% en un año, nada de ese aumento tiene que ver con esa palabra inventada por la corpo, los buitres y el establishment llamada inflación. Mucho menos se puede sugerir que no es mayor porque al fenomenal aumento de precios se agrega una drástica caída del consumo interno. Decirlo no puede significar otra cosa que trabajar de meritorio en el juzgado de Mr. Thomas Griesa

Habitualmente, esta columna carga las tintas apuntando a las fallas o falencias en la gestión. Con mayor o menor severidad suelen llegar las “replicas” a lo aquí escrito. Pero debo ser honesto a la hora de reconocer que, más allá de algún enojo ministerial, jamás los mismos constituyeron ni remotamente algo parecido a una amenaza o he visto restringida en modo alguno mi interacción con los distintos organismos del Estado con los que en virtud de mi condición de marino estoy relacionado. Ahora, claro, no podría esperar de este Gobierno una designación política, ni una comisión al exterior ni tan solo una vacante para la portería de la Casa Rosada.

Entonces tal vez corresponda comenzar a reflexionar sobre en cuánto estamos dispuestos a alterar a la ecuación “costo beneficio” de nuestras empresas, cámaras, gremios, o simplemente de simples aspiraciones personales, a la hora de “ilustrar al soberano” o a los “príncipes del reino” sobre la cruda realidad de la situación. Cuantos enfáticos “No” estamos dispuestos a decir ante cada planteo descabellado, ilógico o impracticable que desde el poder suelen realizarnos. A cuántos contratos con el Estado estaremos dispuestos a renunciar, cuántas prebendas sectoriales resignaremos por ponernos firmes en nuestras convicciones, declamándolas en público con el mismo énfasis con que lo hacemos en reuniones de “camaradería”.

Hemos conseguido a fuerza de repetir fracasos , hacerles entender a los militares que, mientras vistan el uniforme y empuñen las armas de la patria, no tienen oportunidad alguna en forma corporativa de cuestionar a la política oficial. También es cierto que tampoco deben apoyarla tan enfáticamente que terminen poniendo las armas de la Nación al servicio de una facción política. Para al resto de los actores del cuerpo social este principio no aplica, El todopoderoso Berni no deja que un Gendarme o Prefecto nos expliquen un accidente vial o acuático, so pena de pase a retiro inmediato. Pero ni los ministros Kicillof o Giorgi darán de “baja” a un empresario ni Tomada hará hacer “salto de rana” a un gremialista por alzar la voz. Eso sí tal vez dejen de gozar de algunos placeres propios de quienes acarician las suaves mieles del poder

Muerta definitivamente y a Dios gracias la “asonada militar”, tal vez ha llegado el momento de asumir que en el largo camino que va desde la conveniente mansedumbre al boicot empresario, del contubernio político sindical a la huelga salvaje y desde la apatía al estallido social, hay un punto intermedio. Podemos comenzar a transitarlo lentamente, ensayando no sonreír ante cualquier disparate que se nos diga desde un atril oficial. Cometer la osadía de no aplaudir al final de cada frase del relato, dejando que el silencio sea la más contundente muestra de desaprobación y -contrariando al recordado Roberto Galán- comenzar besarse y abrazarse menos con los funcionarios que además de retarnos y darnos cátedra, van llevando el país hacía la destrucción total. Tal vez no cambien el rumbo pero al menos aminoren la velocidad.

Dirigentes y “dirigentas”: la cadena nacional de la felicidad, ahora en HD, tiene para ustedes un pequeño inconveniente. Los vemos, miramos sus gestos, sus adorables sonrisas y su maravillosa agilidad para saltar de sus butacas cuando el guion marca “aplausos de pie”. Si no son capaces de hacerlo, hágannos al menos un favor, no sigan ensayando frente al espejo y en la retaguardia lo que no son capaces de hacer cuando se perfuman y afeitan para sacarse una foto en el frente.

De piratas y corsarios

La mañana del 2 de julio, si bien fría, exhibía un sol radiante; toda la comunidad marítima y naval de Argentina se dio cita puntualmente en el centro educativo que la Prefectura Naval posee en la ciudad de Zárate, para celebrar los 204 años que median desde la designación de Martín Jacobo Thompson como primer capitán de puertos de las Provincias Unidas del Río de la Plata hasta el presente.  Todo el lugar estaba impecablemente presentado para la ocasión. Un particular discurso pronunciado por el Prefecto Nacional (máxima autoridad de la fuerza), tradicionalmente extenso pues se acostumbra en este día pasar revista a un año de gestión, fue magistralmente amenizado con videos institucionales muy atractivos que ponían en imágenes las palabras del orador.

Para mi sorpresa, y la del resto de los presentes, el discurso de la ministra de Seguridad, María Cecilia Rodríguez, fue una gota de agua en medio del desierto de la política. ¿Creerán los lectores que la funcionaria no aprovechó el micrófono para atacar a los poderes ocultos, revindicar el nacimiento de la patria en 2003, ni a nombrarlo reiteradamente a “El”, y casi tampoco a “Ella”. La Ministra habló de lo que se estaba celebrando, honró diversos actos de servicio realizados por la fuerza a su cargo y describió con orgullo las últimas adquisiciones de equipamiento destinado a la lucha contra el narcotráfico y el contrabando; las que por otra parte estaban allí delante de nuestros ojos en una clara demostración que no hablaba de promesas incumplibles.

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Luz… cámara… ¡¡Berni!!

Deberíamos convenir que, a diferencia de otros funcionarios del actual gobierno nacional y popular, el inefable secretario de Seguridad Sergio Berni tiene algunos méritos a destacar. En primer lugar, es obvio que disfruta su trabajo y no le escapa al bulto, ya se trate de una tragedia aérea, un piquete rutero, el desbaratamiento de una banda narco o un gatito asustado en la copa de un árbol. El siempre estará ataviado para las circunstancias, sea con ropajes pseudo extraterrestres, casco de bombero, paracaídas o chaleco antibalas en posición invertida.

Con todo, el Teniente Coronel Médico Sergio Berni aquilata algunos activos que muchos de sus compañeros de gabinete le envidian. Por ejemplo, a diferencia de “Pinocho” Rossi (así bautizado por sus subordinados de uniforme), las cúpulas policiales lo respetan y hasta podría afirmar que lo aprecian. Tal vez su condición de militar (aunque no sea de comando) hace que su lenguaje y su mística del mando sean más o menos entendibles y aceptables para las fuerzas federales de seguridad. Por otra parte, y volviendo a la comparación con el área de Defensa, él no tomó como un castigo su salida del poder legislativo para ocupar funciones ejecutivas y, como ya dijimos, le encanta lo que hace a diferencia de lo que perciben los militares de su actual jefe. Por otra parte, a pesar de gozar de un excelente buen pasar económico, no pasea en Porsche, no toca la guitarra en bandas de rock ni sucumbió a las mieles de Puerto Madero -al menos no por ahora.

Tal vez el único vicio ostensible del subsecretario sea su desmedida adicción a la radio y televisión, no como espectador sino como protagonista exclusivo y excluyente. Este fenómeno comunicacional se está dando cada vez con mayor medida en funcionarios de segunda línea que tuvieron durante buena parte de la gestión K totalmente vedado el uso de la palabra. Y parece reafirmarse cada día que la constante denostación a los maléficos medios gráficos, televisivos y radiales es muy comparable a la reacción de la zorra de la famosa fábula de Esopo, aquella que al no poder tomar las uvas para sí por estar muy altas, se conforma convenciéndose que las mismas estaban verdes.

Ellos no odian a los medios y a quienes protagonizan la pantalla: ellos quieren ser los únicos protagonistas de la grilla (y si fuera posible, a toda hora, en todas las frecuencias y en cadena perpetua).  A veces, claro está, algún funcionario poco habituado a hacer uso de la palabra amenaza con ir a la guerra contra el Paraguay para defender nuestra soberanía fluvial, poniendo en un brete a un par de ministros. Pero, ya se sabe, cuando se enciende la luz roja de las cámaras puede pasar cualquier cosa

Ocurre también que, merced a la particular reasignación de funciones a distintos ministerios y secretarias, y así como juntamos al ministerio del Interior con los transportes y creamos un ministerio de Seguridad, casualmente por falta de la misma, le dimos al Teniente Coronel sanitario un rol tan particular que lo hace protagonizar con facultades de “comando” piquetes, protestas sociales varias, partidos de fútbol, choques de trenes, inundaciones, caída de aviones, incendios, derrumbes, toma de viviendas, y una larga lista de etcéteras. Negocia con “desacatados”, pelea con jueces y fiscales, conduce motos policiales, timonea lanchas de prefectura naval y hasta se le anima a los helicópteros de la Federal. Tiene también la costumbre de pedir explicaciones a los cuadros operativos de las fuerzas sobre la tarea que realizaron, para luego ser él quien con “solvencia profesional” se lo explique a los ávidos e inquisidores periodistas

Y es precisamente aquí – amigo lector- donde me quiero detener a reflexionar sobre un tema que es ya recurrente, al menos en las áreas de acción del gobierno nacional: la avidez de los funcionarios políticos de copar la palabra y de ponerla al servicio del modelo no reconoce límites de ningún tipo. Ni técnicos, ni profesionales, ni siquiera éticos.

Ver al responsable de la seguridad ciudadana dando directivas de abandonar los edificios céntricos frente a una posible nube tóxica en el puerto metropolitano resulta pintoresco, si no fuera porque cualquier entendido que hubiese podido tomar el micrófono hubiera indicado que era mejor encerrarse lo más herméticamente posible hasta que se determinara si había riesgo para la salud. Observarlo sentado como copiloto de un avión de la prefectura naval, explicando como se buscan posibles náufragos en el océano Índico, puede resultar un tanto hilarante porque, después de todo, no le hace mal a nadie.

Sin embargo, el montaje escénico del pasado martes en ocasión de producirse el accidente aéreo en aguas del Río de la Plata debería llamarnos a implorar un poco de respeto. No solo respeto a los familiares de las víctimas de la tragedia sino a la sociedad toda.

El carácter binacional de los sucesos permitió marcar un contrapunto clarísimo en la forma de abordar desde el punto de vista informativo la difusión de los mismos. Mientras que en la vecina orilla la palabra oficial era ejercida por el vocero de la autoridad marítima designado para ello, nuestro subsecretario pareció por momentos llegar al éxtasis enfrentando a los micrófonos para pronunciar célebres frases tales como “En mi experta opinión deben haber fallado los motores” o implorando con la mirada que alguien le arrime algún dato para poder retransmitir.

Curiosamente, apenas dos días antes, el mismo río fue testigo de otra tragedia que costó la vida a dos marinos argentinos y dejó secuelas de consideración en otros dos. Un buque fondeado en proximidades del puerto de Buenos Aires perdió a su capitán y a un tripulante en el interior de un tanque de cargamento. Una joven cadete y otro oficial resultaron heridos, y al parecer al no haber cámaras en medio del río, la noticia no pareció tener interés para el intrépido secretario.

Este avasallamiento a funcionarios públicos de carrera, sean estos civiles, militares, diplomáticos o policías, revela algo más que un afán de protagonismo. Creo, humildemente, que esconde un profundo desprecio por todo aquello o  -mejor dicho- por todos aquellos que no están en sus cargos por ser acreedores de favores políticos o por premios a la militancia, sino por haberse esforzado por abrazar una profesión para servir a la patria.

No voy a cometer el atrevimiento de cuestionar aquí la decisión presidencial de colocar a un Coronel médico a manejar la seguridad, ni a una aeromoza a encabezar la representación de Argentina justo frente a Inglaterra. Tampoco a la conveniencia de designar a un religioso para lidiar con la problemática de la droga. Pero parecería ser que esta gestión tiene un particular fastidio contra los escalafones.

Si seguimos por este camino, se podría llegar a la particular situación de encontrar en breve a un embajador de carrera alcanzándonos un refresco en pleno vuelo, a un rudo gendarme extendiéndonos una receta en su consultorio y a un narcotraficante recibiendo nuestra confesión en la catedral.

Una vez más, podemos recurrir al arte para redondear el concepto: “me dijeron que en el reino del revés cabe un oso en una nuez”; “que un ladrón es vigilante y que otro es Juez y que dos y dos son tres”. Qué quiere que le diga querido, amigo lector… Para entender lo que nos pasa no hay que saber de política, es más fácil tener cultura musical o al menos una buena discoteca.

¿Policía militar o militares policías?

Finalmente de la mano de la gran tragedia electoral originada en esa suerte de encuesta nacional que fueron las PASO (toda vez que sacando a la agrupación UNEN, nadie las utilizó para dirimir en una interna los candidatos que competirán en octubre), el relato nacional comienza a borronearse en buena parte de su guión y lo que hasta ayer no era factible y en algunos casos ni imaginable, ahora termina siendo algo que siempre había estado en la mente y el corazón de nuestro tan particular gobierno nacional y popular para todos y todas.

Es así que pasamos de condenar la existencia de paraísos fiscales, a convocar a grandes evasores nacionales e internacionales a traer sus divisas y blanquearlas en nuestro sistema bancario sin mayores trabas. De la misma manera, puertas cerradas con siete candados para “desdicha” de acreedores que no supieron aprovechar las ventajas de nuestros generosos canjes de deuda, se abren ahora como por arte de magia para que los avaros de ayer recapaciten y se tienten con esta nueva y generosa oferta que estamos a punto de realizar.

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La resurrección del partido militar: Ella lo hizo

Voy a proponer a los estimados lectores un divertido juego para hacer con la familia en alguna sobremesa dominguera. Consiste reunir si fuera posible, a los abuelos, la tía Porota, los chicos y a sus novias/os, papá, mamá y si la vecina de al lado está con onda, ¿por qué no sumarla también? Repartir papel y lápiz y… en treinta segundos sin repetir y sin soplar escribir nombre y apellido de generales, brigadieres o almirantes de la Nación con actuación destacada (buena o mala) durante su infancia, adolescencia, juventud o adultez.

Recoja los papeles y comience a contar los nombres anotados. Le puedo asegurar que la nona de ochenta y pico “afana por lejos”, seguida de cerca por la tía sesentona, seguramente usted y su pareja que pisan el medio siglo obtendrán un decoroso “bronce” mientras que la nena, el nene y la novia del nene serán cola lejos, habiendo apenas garabateado el papel con el apellido del capitán de la fragata Libertad (¿se acordarán de Salonio, el que aguantó estoico allá en Ghana?)

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