La resurrección del partido militar: Ella lo hizo

Fernando Morales

Voy a proponer a los estimados lectores un divertido juego para hacer con la familia en alguna sobremesa dominguera. Consiste reunir si fuera posible, a los abuelos, la tía Porota, los chicos y a sus novias/os, papá, mamá y si la vecina de al lado está con onda, ¿por qué no sumarla también? Repartir papel y lápiz y… en treinta segundos sin repetir y sin soplar escribir nombre y apellido de generales, brigadieres o almirantes de la Nación con actuación destacada (buena o mala) durante su infancia, adolescencia, juventud o adultez.

Recoja los papeles y comience a contar los nombres anotados. Le puedo asegurar que la nona de ochenta y pico “afana por lejos”, seguida de cerca por la tía sesentona, seguramente usted y su pareja que pisan el medio siglo obtendrán un decoroso “bronce” mientras que la nena, el nene y la novia del nene serán cola lejos, habiendo apenas garabateado el papel con el apellido del capitán de la fragata Libertad (¿se acordarán de Salonio, el que aguantó estoico allá en Ghana?)

Aunque tal vez es más probable que si sólo han de recordar un nombre, éste sea… Milani. Tan nombrado hoy en radio, tele, internet, diarios de uno y otro signo, revistas de política, de chimentos, de modas y dentro de poco hasta en las del corazón…

A decir verdad, el creciente anonimato militar al que nos hemos acostumbrado en los últimos años no es malo, máxime si cualquier notoriedad castrense ha de ser obtenida a expensas de denuncias, escándalos, golpes de Estado o cosas por el estilo. Hay un noble modo de contar con uniformados, digamos, no famosos, pero sí conocidos; lo ponen en práctica los países civilizados y consiste en dejarlos interactuar con la sociedad en aquellos aspectos que les son de su competencia, permitiéndoles incluso la osadía de hablar con los medios de prensa.

Pero acá no resulta posible (hasta ahora al menos). Por estos días un micrófono es a un militar o policía lo que era el “hombre de la bolsa” o el “cuco” para nosotros cuando éramos chicos. Algo cuya sola mención es presagio de catastrófico final. El único militar con voz autorizada en Argentina es el todo terreno teniente coronel médico Berni, que sabe tanto de piquetes, como de nubes tóxicas o de crímenes de adolescentes o desaparición de empresarios, pasando claro está por la violencia en el fútbol. El resto está autorizado sólo a abrir la boca para entonar las estrofas del Himno Nacional Argentino; se los acostumbró tanto al disciplinario silencio que el propio ex ministro de defensa Puricelli (el que dejó a la base Marambio en su actual situación de riesgo por haber contratado un buque no apto para aprovisionar la Antártida) tuvo que retar a una formación naval completa por saludar en voz no acorde con su distinguida presencia (“La próxima vez saluden con más energía”, les espetó para sorpresa de cabos y almirantes presentes).

Es por lo expuesto que resulta difícil imaginar que en oportunidad de asumir su cargo el nuevo jefe del ejercito, se jugara sin el debido permiso (o tal vez mandato) a proclamar “su deseo” de poner al Ejército Argentino al servicio del proyecto nacional (y popular) actualmente tan de moda. Podríamos preguntarnos a qué Ejercito se refería: ¿sería al de San Martín y Belgrano?, ¿al de Perón?, ¿al de Aramburu, al de Onganía y Lanusse o al de Rico y Seneildín? Descarto obviamente que sea al de Videla y Galtieri.

Y creo poder afirmar sin temor a equivocarme que, dejando de lado a los dos primeros quienes por su rol histórico tienen más que justificada esa peligrosa mezcla de ideal político y uniforme militar, todos los demás con sus más y sus menos, sus glorias y miserias y su grandeza o mezquindad, transitaron con mayor o menos suerte el poco deseable camino de la política armada y con botas.

Y para quien a esta altura esté pensando que comparo a Videla con Perón, lo insto a repensar en el fondo de esta columna y desde ya que declaro bajo juramento que tengo bien en claro las diferencias y similitudes entre ambos.

Hecha esta necesaria aclaración, analicemos brevemente lo que esta declamada adscripción al partido gobernante acaba de producir en las entrañas mismas de las fuerzas armadas de la patria: De “movida “ y antes de que terminara la ceremonia de asunción del cargo, acababan de nacer como mínimo dos bandos. A favor y en contra del anuncio del nuevo jefe del Ejercito. Con el correr de estos pocos días las divisiones se han acrecentado con variantes intermedias a saber:

1) Lo hace para salvar al ejército;

2) Con esta gente es mejor estar aliado que ser enemigo;

3) Va a destruir el ejercito y al resto de las FFAA;

4) Es un nuevo líder, un nuevo Perón;

5) Es un mesiánico al que hay que temer;

6) Todas las variantes que el lector imagine.

Hemos dicho varias veces que quien sueñe que nuestras fuerzas armadas se alineen con este o cualquier gobierno es tan impensado como que se pongan en contra. Institucionalmente hablando claro. Al margen de que en un grupo humano de miles y miles de personas sea muy lógico encontrar a nivel personal simpatizantes peronistas, radicales, liberales, etcétera, etcétera.

Mucho le costó al país separar los uniformes de la política y lo que más costó es que los uniformados se convencieran interiormente de que están al servicio del Estado, si se quiere del gobierno, ya que un gobernante es su comandante en jefe, pero no es lo mismo en tal caso gobierno que partido gobernante.

Si alguien acaricia la peregrina idea de tener un ejército con formato similar al venezolano, habrá que mandar a ese “alguien” a cursar por lo menos el primer año de un liceo militar. Una cosa es un líder nacido del seno de la fuerza, el que una vez encumbrado en el poder formateó a la milicia a su medida, y otra muy distinta es un presidente o presidenta con relación fría y distante con los militares a los que parece redescubrir luego de diez años y en circunstancias muy particulares de debilidad política y apremiante necesidad de recuperar la iniciativa .

Y si bien es cierto, como ha dicho alguna vez la actual presidenta, que “el peronismo tiene a un general como líder”, no es menos cierto que el líder ya no está e incluso cuando estaba generó tal división en las fuerzas armadas que fueron sus propios camaradas militares los que lo derrocaron y esa división tardó décadas en cicatrizar (¿cicatrizó?).

Pero mal que nos pese, la revelada intención de poner al aparato militar al servicio de un proyecto político, ya ha sido dicha y publicada. Y las intenciones son como las ofensas, una vez proclamadas no es tan fácil desdecirlas, ya hay consecuencias y hemos agitado gratuitamente un peligroso avispero que hacía 30 años estaba perfectamente ubicado en la colmena.

Si un general dice sin temor a ser castigado que adhiere con fervor al proyecto político del gobierno, ¿puede un almirante o un brigadier decir todo lo contrario sin que sea tildado de golpista? O es acaso que acabamos de agregar un concepto más al tradicional compromiso militar “Subordinación y valor, para defender a la patria, a la Constitución Nacional… y al modelo”. ¿Somos conscientes del camino que vamos a transitar y de sus consecuencias?

Como decimos siempre, aviones con alas recortadas por el nulo presupuesto, buques que a poco de navegar se “roban” el agua de mar introduciéndola en sus vetustos y permeables cascos y tanques con “reuma” fruto del óxido acumulado en sus orugas no han de asustar a nadie. No viene por ahí la cosa. La “cosa” sí viene por reclamar enfáticamente un gesto de grandeza capaz de dotar a la república de un instrumento militar que sirva a un proyecto estratégico de Nación para 100 años o al menos para 20 o 30.

Mientras los esfuerzos de políticos, analistas militares y prensa en general se concentran en escudriñar el legajo de un general y en la cantidad de soles que finalmente llevará sobre sus hombros, el país nos pide a gritos que pensemos en grande. Los generales, almirantes y brigadieres deberían normalmente durar en sus altos cargos muchísimo menos que cualquier proyecto serio de país al que sirvan, ya que la vida de ese proyecto seguramente excedería no sólo la vida laboral sino la de sus propias existencias físicas. Por tal motivo resulta muy peligroso que algunos (militares o civiles) sientan que el “proyecto” en realidad son ellos mismos.

¿Cuánto más tendremos que esperar los argentinos y argentinas para que de una buena vez alguien comience a sentar las bases que -no sólo en materia de defensa- nos permitan ver el camino más allá de la próxima curva electoral? ¿Cuándo tendremos poderes ejecutivos y legislativos que antepongan planes a pliegos, que diferencien altura en la gestión de ascenso en el escalafón y obviamente que piensen en la grandeza de la patria antes que en la de sus propios despachos o mansiones?