El infortunio árabe

Es tiempo de proponer, aportar elementos de juicio que ayuden a responder interrogantes sobre Medio Oriente y, al mismo tiempo, sugerir posibilidades y herramientas que puedan ayudar a superar la crisis para el bien de los pueblos árabes, sin pretender que esta nota sea un esquema programático en lo político o social. Ante todo es un punto de vista intelectual en búsqueda de herramientas superadoras a un presente sombrío y no buscado por millones de seres humanos.

Sin desconocer la realidad, pero también sin excluir responsabilidades dirigenciales y ciudadanas y, en toda instancia, este escrito es mi pensamiento y mi percepción como estudioso de la región, junto a una reflexión sobre el escenario como conocedor del terreno. En definitiva, es una voz e ideas sobre comportamiento humano y sociológico como las que se podrían escuchar en cualquier lugar del mundo, se trate de Buenos Aires, Nueva York, Damasco, Londres, Beirut, El Cairo, Casablanca o Bagdad.

Sin embargo, no por ello el lector y la crítica deben creer que busco cobijo en un pretendido consenso cuya uniformidad acuerde con mis ideas en la materia. Tal cosa no existe en lo relativo al pensamiento humano y no está en la órbita de las reflexiones e ideas que me han movido a escribir esta nota, aunque la identidad política de cada intelectual ciertamente influye en su propuesta y quien no reconoce este punto falta a la verdad o es un militante. Por lo que considero lo más justo y honesto dar a conocer la mía. Continuar leyendo

El islam político está venciendo al islam tradicional

Si bien la ausencia de democracia no es un mal inherente al mundo árabe, todos los países que lo integran la sufren por igual. La dictadura propiamente dicha —aunque limitada a dos o tres de ellos: Irak ayer, Siria hoy y Libia ayer y hoy— afecta al resto y reduce al mínimo el ámbito de las libertades, lo cual pone a las falsas democracias aún más en evidencia, en la medida en que la ciudadanía no ha adquirido en ninguna de ellas la inmunidad suficiente para impulsar una transformación democrática.

Sin embargo, sería engañoso atribuir la crisis de la ciudadanía a una predisposición cultural cuando en realidad es un problema que afecta a la organización del Estado.

El mundo árabe posee el dudoso honor de ser la única región del mundo donde el déficit democrático que padecen todos sus miembros se conjuga con la excusa de hegemonía extranjera —la mayoría de las veces indirecta, otras únicamente económica—, que, en los casos más extremos, como Siria e Irak, se asemeja a una nueva forma de colonialismo. Y si no, que lo digan Vladimir Putin y sus pilotos de la Fuerza Aérea rusa. Continuar leyendo

Los cambios reales en Oriente Medio

Confundir resultados aparentes con hechos reales produce mitos y confusión e inexorablemente lleva al error de comprensión. Esto ha sido especialmente evidente en lo que viene sucediendo con la mayor parte de las noticias que circulan últimamente sobre los cambios políticos en Oriente Medio.

En concordancia con los informes de la prensa, la situación en Siria está empezando a mejorar, Rusia finalmente ratificó su actitud de apoyo abierto hacia Irán y la administración de Bashar Al-Assad. También hemos oído que el retiro houthi en Yemen es el resultado de un acuerdo entre saudíes e iraníes.

Lo concreto es que Arabia Saudita abandonó a la oposición siria, pero también negó cualquier reconciliación con Assad. Y los libaneses ya pueden elegir a un presidente tras el acuerdo nuclear iraní. Algunos medios incluso afirmaron que las nuevas posturas tomadas por el primer ministro iraquí, Haider al-Abadi, son el resultado de un paquete de reconciliación entre Irán y los países del Golfo y que Arabia Saudita ha comenzado a favorecer a Hamas, dando la espalda a la autoridad palestina.

Hasta ahora no hay pruebas convincentes de que estos cambios han tenido lugar, de hecho, personalmente no creo que se produzca ningún cambio político o militar. Continuar leyendo

Irak y Siria, una misma guerra

Hace aproximadamente un año, el presidente  de los EE.UU., Barack Obama, intentó justificar las diferencias en el enfoque y las posiciones de Washington sobre la crisis en Irak y Siria. Nadie comprendió muy bien la conducta de Obama, puesto que mientras enviaba drones, asesores militares y armas a Irak, en el caso de Siria sólo ordeno el envió de agua mineral, mantas y medicinas. En aquel entonces, Obama dijo que su administración estaba comprometida con la seguridad de Irak porque el país tenía un valor estratégico para los EE.UU. Mientras que en dirección al conflicto sirio la posición de la administración estadounidense solo se centrada en el frente “político y humanitario” y que no había planes para otro tipo de participación norteamericana allí.

La mayoría de los gobiernos de la comunidad internacional hablan de Irak y Siria por separado, igual que el presidente Obama. Sin embargo, esta división entre los dos países vecinos se basa en mapas antiguos, pero hoy día ya no es pertinente simplemente porque los hechos sobre el terreno muestran otra realidad ante el avance y las conquistas del Daesh (ISIS). Ya no hay más límites territoriales, guardias fronterizos, pasaportes, ni ejércitos que separan a Irak y Siria. Hoy, todos los puestos de control son de los hombres del Estado Islámico (ISIS), desde Anbar al oeste de Irak, hasta escasos kilómetros de Damasco la guerra y el terrorismo se han unido en ambos países. Así, se observa con claridad los planes y hasta el nombre que se dio a sí mismo el grupo terrorista: “Estado Islámico de Irak y Siria.”

La imagen presente es muy clara. Irak es una parte indispensable en la evolución de la crisis siria, y las fronteras de ambos países ya no existen más que en viejas líneas marcadas en el papel en las oficinas de varios ministerios de relaciones exteriores de países que alguna vez tuvieron relaciones con ambos estados.

Actualmente asistimos a una crisis que une a los dos países desde Bab Al-Hawa, paso de frontera de Siria al norte de Turquía hasta Trebil -Jordania- en la frontera con Irak, y hasta Arar, el cruce fronterizo con Arabia Saudita al sur de Irak. Al tiempo que los combatientes del ISIS se ciernen peligrosamente en los suburbios de la capital siria, Damasco, que no tardará en caer al igual que la capital iraquí, Bagdad, si es que no se toman medidas militares contundentes para frenar a los terroristas del ISIS.

Si la comunidad internacional ​​desea enfrentar esta crisis y detener la expansión del terrorismo yihadista, tiene que lidiar con Irak y Siria como si fueran un solo país, porque el éxito o el fracaso en uno está conectado al otro.

Ya no es relevante que el mundo, y en particular los Estados Unidos, clasifiquen a Irak como un país rico en petróleo y de alta importancia estratégica si al mismo tiempo comete el error de calificar a Siria como una simple granja de pepinillos. Lo que debe entenderse es que estamos ante un hermano siamés y frente a una guerra contra el mismo enemigo.

Todo esto significa, por supuesto, que en lo que dependa propiamente de Bagdad, Irak está perdido. También significa que el apoyo a las milicias chiitas a través de las fuerzas voluntarias populares iraquíes (dominadas por esa secta) profundizará heridas y aumentara el resentimiento colectivo sunita hacia Bagdad. Así, aumentara la hostilidad contra los EE.UU. de forma indefectible por la subordinación de dichas milicias populares con Teherán. Estas políticas de Obama no hicieron más que fortalecer -en extremo- las pretensiones del ISIS de ser el único representante de la mayoría de los suníes en Siria e Irak, y esta es una innegable realidad actual.

La opción razonable para combatir al ISIS es, en mi opinión,  apoyar y fortalecer a la oposición de las fuerzas suníes en Siria como a las fuerzas tribales sunitas en Irak para ayudar y dejar de usar las fuerzas de movilización popular de las milicias chiitas en Irak, sencillamente porque ellas están bajo el control de los iraníes y en realidad terminan sirviendo a los objetivos de ISIS.

También hay que tomar medidas concretas para resolver la tragedia que el pueblo sirio está sufriendo. Los sunitas sirios, que representan alrededor del 80 por ciento de la población del país, no pueden permanecer en silencio hacia el régimen de Assad después de que sus fuerzas han asesinado a más de un cuarto de millón de sirios.

Por otra parte, Irán es aliado de Assad y jamás aceptara una solución política si esa opción puede resultar en beneficio de la mayoría sunita.

En ausencia de una comprensión y resolución adecuada de la crisis y en los términos planteados por el presidente Obama, ISIS, sin duda, ampliará y captará más partidarios y combatientes, incluso más que los cien mil que dispone actualmente y que ya luchan en Irak y Siria

Democracia en modo virtual

Cuando en 2011, ante el estallido de lo que mayoritariamente colegas y medios de comunicación denominaron desde el más brutal desconocimiento del Oriente Medio “primavera árabe”,  Barack Obama dijo en Washington: “No hay que temerle al Islam político, él traerá cambios democráticos”.

Cuando ordenó modificar el lenguaje con que debía describirse el terrorismo desde su administración y pidió a los yihadistas cambiar sus espadas por el arado, Obama creyó estar llevando la antorcha de la libertad al mundo árabe. Sin embargo, lo que el presidente no entendió, fue que estaba dejando “al gato al cuidado del canario”. Así, Obama continuó sumido en el desconcierto, ayudó a los salafistas en Libia y a la hermanad musulmana en Egipto. Hoy, el inquilino de la Casa Blanca continúa sin entender la respuesta de los fundamentalistas “que no tienen ningún interés en cambiar la espada por el arado, sino que su objetivo es establecer un califato global”. De ese modo, Obama  continúa equivocándose en el abordaje del grave problema que encarna el ISIS en Siria e Irak, y ahora, en algunas regiones del Líbano y a la puertas mismas de la frontera sirio-turca.

Es cierto que el presidente estadounidense se marchara pronto, en poco tiempo acabará su mandato. Pero como su antecesor, George W. Bush, ha causado daños que llevara años reparar en las sociedades árabes. Y ello es porque Obama ha estado imbuido de “una realidad virtual” que le lleva a comparar la violencia yihadista con el desafío de los patriotas de Boston, quienes en su tiempo se negaron a pagar impuestos a un rey. O tal vez cree que los salafistas siguen los pasos de Martin Luther King o Sir Winston Churchill, cuando lo concreto es que estos sujetos leen Mein Kampf”.

Del mismo modo, el presidente Obama no entendió o no ha querido entender, que en la interpretación doctrinaria de “la yihad permanente”, las sociedades influenciadas por el fundamentalismo no aprueban leyes de igualdad. La única ley aceptada y aceptable para los islamistas es la sha’aria. Por lo que en su lugar, los valores que defenderán serán leyes que perpetúen la desigualdad en nombre de una moral religiosa cada día más cuestionable a la luz de los hechos que de su dogma emerge.

En consecuencia, si hay una conclusión que puede extraerse del compromiso del presidente Barack Hussein Obama con el mundo árabe, es que su debilidad ante el radicalismo islamista, del mismo modo que las concesiones europeas con el nazismo llevaron a la peor guerra del Siglo XX, podría llevar a una confrontación global mucho más grave, cruenta y larga de lo que Obama y sus adherentes piensan.

ISIS es el resultado de la negligencia occidental

Al evaluar el Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS) se pone de manifiesto que, de todos los grupos armados en la región, es por mucho el más importante, el mejor financiado, armado y organizado. Posee más miembros que cualquier otra. Ningún otro grupo lleva a cabo tantos actos de violencia y terror, no sólo contra el pueblo sirio e iraquí, sino también contra la región e incluso más allá. En resumen, el ISIS actualmente es el grupo terrorista más prominente y peligroso del mundo.

Esta evaluación no deja de resultar deprimente, pero plantea una realidad que es absoluta ante la amenaza que significa. Sin embargo, merece una atención especial, no sólo por su importancia, sino también porque el ISIS es increíblemente letal como grupo armado. A la luz de este hecho, es que pueden observarse los muchos errores cometidos en el tratamiento del problema del ISIS en la crisis de Siria e Irak, y también sobre su avance en el Líbano, sin descartar sus intentos de infiltrar Jordania y su presencia naciente en Gaza.

La información más importante que la comunidad internacional dispone respecto del ISIS, es que este grupo creció y desarrolló su presencia en Irak y a través de la expansión de sus acciones militares y políticas en Siria. Estos datos son más que fundados: fue sólo hace dos años, después de la escalada violenta del conflicto sirio y luego del inicio de la campaña represiva y brutal del régimen de Bachar Al-Assad contra su propio pueblo, que el grupo entró en el país y comenzó sus actividades criminales a gran escala.

Otro punto de reflexión es el papel desempeñado por el saliente primer ministro iraquí, Nuri Al-Maliki, que ayudó al grupo a poner un pie en Irak cuando en 2013, el ISIS llevo a cabo más de dos docenas de operaciones para liberar a cientos de ex yihadistas de Al-Qaeda de las prisiones iraquíes. Luego de lo cual, se le facilitó masivamente su paso a Siria durante julio y agosto de ese año junto con fondos, armas y municiones. Esta ayuda fortaleció al grupo y su presencia en la región. Hubo también una intensa actividad de inteligencia realizada por la seguridad iraquí y también por jugadores internacionales como Irán, Rusia y el propio Al-Qaeda, todo ello ayudó a miles de extremistas a operar en Siria y, junto a sus hermanos de Irak, les resultó en gran soporte para formar el núcleo duro del ISIS y su liderazgo.

Un informe dado a conocer en junio pasado por agencias de seguridad de países árabes sugiere que no menos de 12.000 combatientes extranjeros de 81 países llegaron a Siria e Irak para unirse al conflicto desde 2011. La mayoría de ellos se unió al ISIS. Un gran número de estos combatientes son de países árabes e islámicos. Sin embargo, se informó que unos 4.000 son ciudadanos europeos y 500 estadounidenses.

Esta evidencia contradice las afirmaciones brindadas el último año por la comunidad internacional, a la vez que fortalece la idea de que la violencia sobre el terreno claramente es responsabilidad de la presencia del ISIS en Siria e Irak, y de su satélite en Líbano, Al-Nusra.

En realidad, el factor principal de esta crisis es de naturaleza política, y se fundió con los objetivos erróneos de una comunidad internacional que también apoyó a ISIS en la caída de Khadaffi en Libia, desde donde intensificó su violencia luego de asesinar al Coronel con apoyo de las fuerzas aéreas estadounidense, francesa y británica. Esto explica la facilidad con la que el liderazgo del grupo y sus miembros se extendieron de país en país y su capacidad para configurar rápidamente una organización fuerte sin ser atacados por fuerzas occidentales durante su expansión.

La comunidad internacional fue negligente: no solo erró en su política de favorecer el derrocamiento de los dictadores laicos en el mundo árabe sino que fortaleció y armó al ISIS sin entender que estaba amamantando al bebe de Rosemary. Y así, lo convirtió en el monstruo que es hoy.

Esto explica el apuro actual del presidente Obama y de su colega Cameron por lanzar ataques aéreos sobre bases y combatientes del ISIS. Pero sería bueno que ellos sepan que las guerras no se ganan desde el aire en el mundo árabe, y que hay que poner pie en tierra para ello. Habrá que ver hasta dónde Obama y Cameron entiendan esto si quieren ir por el ISIS.

Un dato no menor es que el carácter extranjero del grupo no fue obstáculo en su ampliación territorial tanto en Siria como en Irak, infiltrándose en otros grupos islamistas armados como el Ahrar Al-Sham en zonas rurales pobres y descontentas entre Deir Ezzor, Alepo y hasta Raqqa, en Siria. El ISIS explotó la escasez de armamento y financiación que elementos del Ejército Libre de Siria estaban sufriendo y rompió estos grupos en una lucha de unos contra otros, al tiempo que creó una atmósfera de opresión y terror dondequiera que iba asesinando residentes y soldados con el fin de mantener todo bajo control. De esta manera, un nuevo y más sanguinario Al-Qaeda se creó en Siria e Irak.

Para concluir, podemos decir que el ISIS es claramente una organización “funcional”, no para llevar a cabo una agenda exterior compatible con la democracia en Siria e Irak. El papel del grupo en Siria es similar a Hezbollah en el Líbano o a las milicias armadas en Irak y sólo difieren en la naturaleza de sus lealtades y consignas. Occidente deberá comprender que esto significa que la lucha contra el ISIS corre paralelamente con la guerra contra Assad, contra Hezbollah y también contra las milicias radicales iraquíes. Es una guerra, una confrontación que en modo alguno puede ser dividida ni tomada como aislada o diferente. Es una guerra contra el terrorismo y el extremismo radical.

Si las políticas que pretende aplicar la comunidad internacional, la ONU y la OTAN no lo interpretan de tal forma, habrá malas noticias para lo que -todavía- conocemos como “mundo libre”.

La disyuntiva al interior del Islam

Cuando el 11 de septiembre de 2001 la organización Al-Qaeda secuestró aviones con el fin de atacar los EE.UU, intentó secuestrar también el mensaje del Islam. Al hacerlo, los fundamentalistas encendieron la gran batalla del nuevo milenio. El asesinato de más de tres mil personas inocentes en nombre de la yihad no significó solo la antítesis de los valores del mundo civilizado, sino también de los preceptos del propio Islam.

Cuando los terroristas liberaron su brutalidad y salvajismo, mostraron sus fines políticos más bajos, exactamente igual que los demagogos habían manipulado todas las religiones antes que ellos.

Al adoptar una filosofía dialéctica -según la cual, para efectuar un cambio hay que destrozar primero el orden establecido- el yihadismo intenta provocar el famoso choque de civilizaciones del que se viene hablando hace años. Mientras lo intentan, los terroristas rompen valores de una religión noble. El daño que ocasionaron no se limitó a Nueva York, Washington y Pensilvania. Los propios musulmanes también se convirtieron en sus víctimas, tal y como lo vemos hoy en Siria e Irak.

Los autores de estos crímenes contra la humanidad son aquellos a quienes el Corán describe como “extraviados del camino verdadero”, son aquellos que denigran los derechos humanos no solo de los que conceptualizan como sus enemigos, sino de los musulmanes en general y por tanto no son compatibles con el Islam. Estas personas son las que niegan la educación básica a las niñas, discriminan a la mujer y ridiculizan otras culturas y religiones desde la ignorancia con la que también niegan la tecnología y la ciencia en la brutalidad totalitaria con la que refuerzan sus opiniones del Medioevo.

Durante toda la historia, los muchos crímenes contra la humanidad han sido perpetrados en nombre de Dios, con base a la interpretación fanática de valores religiosos para justificar actos atroces contra la civilización. Esto es lo que está sucediendo claramente con el accionar del fundamentalismo del ISIS en su recientemente creado Califato de Al-Shams (Siria e Irak)

Por ello, usted lector, debe saber que “la lucha por los corazones y el espíritu” de los musulmanes tiene lugar hoy en día entre los moderados y los fanáticos dentro del Islam, entre musulmanes laicos y dictadores religiosos, entre quienes viven en el pasado y quienes desean avanzar y proyectar un futuro mejor. Del desenlace de este conflicto depende la dirección que tomen las relaciones internacionales en el siglo XXI. Ni dude el lector que la tercera Guerra Mundial está en marcha. A pesar de que Occidente ni siquiera ha comenzado a librarla. Si vencen los fanáticos y extremistas, entonces una gran fitna -desorden a través de un cisma- se apoderara del mundo musulmán y de gran parte de Occidente.

El principal objetivo de los fundamentalistas es el caos para instaurar sus fines. Usted tómelo o déjelo, pero lo cierto es que lo estamos viendo claramente en la guerra civil siria, en la crisis de Irak, en los crímenes y la persecución de los cristianos y yazidis y, por supuesto, también en los dacapitadores del ISIS.

La importancia de la yihad tiene sus raíces en la orden del Corán de luchar (según el significado literal de la palabra yihad) en el camino de Dios según el ejemplo del profeta Mahoma. Definitivamente “no” tiene el significado que los radicales le asignan.
Claramente, hoy en día existen musulmanes que creen que las condiciones de su mundo requieren de una yihad. Ellos miran a su alrededor y ven un mundo dominado por gobiernos autoritarios, corruptos y por una elite acaudalada sin ninguna preocupación por la prosperidad de sus pueblos. Estas personas también consideran que el mundo árabe islámico está dominado por la influencia de la cultura occidental cuyos gobiernos apoyan y sostienen gobernantes árabes corruptos, al tiempo que explotan recursos humanos y naturales del mundo islámico.

Así, son influenciables por una minoría violenta y ruidosa que planea una ofensiva militar contra Occidente. Pero claramente esa minoría ruidosa no representa a la mayoría silenciosa de musulmanes que trabaja, envía a sus hijos a educarse y creen en lo que denominamos movilidad social por un futuro mejor.

La guerra, como en tantas tradiciones religiosas, puede ser justificada en el Islam cuando es necesariamente defensiva, pero no es vista como un deber religioso continuo como los islamistas vociferan. En consecuencia, según el Corán, preservar la vida es un valor primordial. El Corán da relevancia al valor moral de preservar la vida. De hecho no acepta el suicidio, por el contrario, ordena la preservación de la vida propia y ajena.

Los juristas musulmanes desarrollaron hace años un corpus específico de leyes llamado siyyar. De allí, se infiere una clara interpretación y análisis de las causas justas para la guerra. Ese corpus legal indica que “aquellos que declaran la guerra ilegalmente, atacan a civiles desarmados y destruyen propiedades irresponsablemente, entran en violación flagrante a la concepción jurídica islámica y son denominados muharibun (malvados).

Algunos se preguntarán si los musulmanes pueden emplear textos antiguos para servir de explicación y guía en el mundo moderno. Sin duda que sí, los seguidores de cualquier religión aceptan la universalidad de su doctrina respectiva. El Antiguo Testamento o el Nuevo Testamento no son textos destinados a servir únicamente en los tiempos en que fueron revelados, sino en cualquier tiempo. Son y serán textos destinados a guiarnos a través de los siglos.

Al interior del Islam se ha dado un enconado debate respecto de cómo el Islam se relaciona con otras culturas y religiones. Aunque el accionar del fundamentalismo islamista actual pueda presentarlo hoy día como cerrado e intolerante, esto no es así, a pesar que los islamistas quieren que el mundo piense de otro modo. El genuino Islam acepta como principio fundamental el hecho de que los humanos hayan sido creados al interior de religiones distintas y, por supuesto, que sean distintos entre sí.

Esto queda claro en la Sura coránica que sindica que “Dios no quiso que todos sobre la tierra fueran seguidores de una misma religión y miembros de una misma cultura”. Si hubiera querido eso, lo habría dispuesto de ese modo. Esto significa que Dios creó la diversidad y ordeno a los creyentes que fueran justos, que busquen y deseen la justicia en el mundo. De aquí se sigue que, Dios quiere que se respeten otras culturas y religiones; las cuales también fueron creadas por Él.

La libertad de elección, especialmente en cuestiones de fe, es la piedra angular de los verdaderos valores coránicos. Esta libertad debe guiar hacia el pluralismo en la religión, tanto dentro del Islam como fuera de él. El Corán afirma sin ambigüedad la libertad de elección en cuestiones religiosas.

A mi juicio, leyendo el Corán, quienes seguimos el cristianismo, al igual que nuestros hermanos mayores en la fe que profesan el judaísmo, podemos encontrar pasajes que hacen eco para ambos de enseñanzas religiosas propias.

Y estos extraordinarios puntos en común deberían ser los que debemos explorar entre las tres grandes religiones monoteístas para promover la mutua tolerancia a partir de la cual trazar cursos de trabajo en conjunto para que un futuro fraterno y de paz pueda ser construido. Seguramente a partir de esto y no de estériles batallas militares sin final a la vista será que se pueda aislar el radicalismo que generar fracturas dentro y fuera de cada religión.

Una guerra por poder político no es una guerra sectaria

La actual crisis en Irak es descripta de forma rutinaria por los comentaristas de medios internacionales, especialmente en Occidente, como una guerra sectaria. El supuesto es que Irak está siendo destrozado porque sus diferentes elementos, especialmente los árabes sunitas y chi’ítas, han decidido, de alguna manera, que ya no pueden vivir juntos.

Sin embargo, Irak no es Siria. Entonces ¿qué tan preciso es este el análisis? Es claro que la respuesta a la pregunta podría tener un impacto importante en la configuración del resultado de la crisis. Algunos de los que afirman que los iraquíes ya no pueden vivir juntos insisten en que las fronteras dibujadas tras el colapso del Imperio Otomano han perdido el sentido y ya no son válidas. En consecuencia, debería considerarse establecer nuevas fronteras para los estados-nación modernos.

Lo cierto es que en el origen de este tipo de análisis se afirma -a mi juicio erróneamente- que Irak es un país artificial e inviable desde su creación misma. Es aquí donde me permitiré recordar una experiencia profesional. Unos años atrás, en un programa de la TVE en Madrid, fui agraviado intelectualmente por un profesor universitario español porque sugerí que EEUU debió haber permanecido durante unos años más al lado de Irak, como ocurrió en el caso de Alemania Occidental después de la Segunda Guerra Mundial, huelga indicar que los hechos actuales han ratificado mi posición acertada, ayudar a los iraquíes a consolidar sus nuevas instituciones era de fundamental importancia y tal cosa no estuvo presente por la decisión del presidente Obama de retirarse de allí.

Recuerdo que en tono de burla, el profesor español me replicó que “al ser un estado nuevo y sin experiencia democrática, Irak no podía ser comparado con Alemania puesto que la última tenía una larga historia y una gran experiencia democrática”. Al parecer, nuestro profesor no sabía que Irak tiene una historia que se remonta a unos 4.000 años, es decir, mucho antes de que las primeras tribus germánicas aparecieran en Europa. Tampoco sabía que Alemania se convirtió en Estado-nación en 1870. Y que el Irak moderno alcanzó el mismo estatus en 1921, y que tanto Alemania como Irak surgieron de los escombros de distintos imperios. En cuanto a la “experiencia democrática”, ni la tragedia de Alemania bajo el nazismo, ni Irak en la era del ba’azismo fueron lo que podríamos denominar una “experiencia democrática”.

Pero no es mi intención humillar al pobre hombre más de lo que hizo por sí mismo en aquel programa televisivo, menos aun transcurridos cuatro años de la anécdota. Lo traje al artículo para mostrar el calibre y la magnitud del daño que los ignorantes causan y han causado al mundo árabe en particular y a los países en general cuando hablan y se constituyen en ‘soberbios opinologos’ sin la mínima formación académica sobre la temática. Por tanto, dejo al profesor que vaya de tapas y pinchos y me remito al rigor histórico y al pensamiento proactivo que pretende aportar soluciones claras.

Bajo su monarquía, Irak disfrutó de toda la libertad que los diversos componentes del futuro estado alemán habían tenido bajo sus respectivos príncipes.

La fundamentación que esgrimen contra Irak sus detractores -como el profesor español- ha sido y es, que los iraquíes, por ser árabes o musulmanes, son incapaces de vivir en libertad. A los árabes y los musulmanes, en esta corriente de opinión, generalmente se los considera programados genéticamente para favorecer un gobierno despótico. Sin embargo, si la ‘artificialidad’ de Irak significa que no tiene derecho a ser un Estado-nación moderno y unificado, ¿por qué no aplicar la misma norma a los 158 miembros de Naciones Unidas que son más recientes y tan artificiales como Irak? Con el criterio de los detractores de Irak cualquier país del mundo se puede dividir en dos o más partes y cada uno puede redibujar sus fronteras. Sostener tal cosa es un absurdo. Lo crea o no el lector, con prescindencia del caos politico del presente, Irak en su forma actual es uno de los tres estados árabes modernos más antiguos.

Es innegable que hay varias potencias y algunas energías dentro del propio Irak con especial interés en que el país sea desmembrado. Desmontar Irak podría adaptarse a las estrategias de esos poderes y esas energías, pero no será una solución a la crisis actual que tiene sus raíces en otros lugares.

A mi juicio, la crisis en curso podría describirse como una guerra entre fanáticos en lugar de una guerra sectaria. La masa de los sunitas y los chi’ítas de Irak no están involucrados en este conflicto, salvo como víctimas, pues son ellos los que están muriendo.

El hecho de que facciones sectarias de ambos bandos utilicen un lenguaje teológico no nos debe inducir al error. La razón es que la lengua islámica y en particular el idioma árabe, carece de un vocabulario político secular. Esta manifestación ha sido una constante en toda la historia árabe-islámica.

La primera guerra civil en el islam, entre Ali Ibn-Taleb y Muawiya I, no tuvo nada que ver con las interpretaciones de rivalidades en la fe. Se trato únicamente de vencerse entre sí  para ganar poder político.

Sin embargo, la única manera de expresar la rivalidad en aquel momento era a través de un léxico discursivo-teológico, el cual a su vez y durante varios siglos, alentó la confrontación y el cisma doctrinal. Esto es bien simple y no debería ser de difícil comprensión para los analistas occidentales, deben estudiar historia antigua del mundo árabe y con ella el comportamiento del liderazgo y las masas. Previamente, claro que deben aprender el idioma árabe ya que no hay bibliografía en español o inglés sobre la materia. Pero hay colegas de este lado del atlántico que podrían lograrlo, desde luego que sí.

El escenario iraquí es bien sencillo de interpretar, el primer ministro, Nuri Al-Maliki, quiere mantenerse en el poder tanto tiempo como le sea posible. Esto no tiene nada que ver con que él sea un chi’íta. Saddam Hussein, era un sunita que tuvo una actitud similar hasta las últimas consecuencias, no creo que haga falta mencionar su bien conocido final.

Es cierto que el Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS) y sus enemigos están causando estragos en Irak, pero también es cierto que están motivados por la sed de poder político en lugar de cualquier interpretación específica de la fe. A quien lo quiera ver despojado de sectarismo, hay que decirle que estos sujetos realizan sus desmanes y luchan militarmente por objetivos políticos disfrazados de fines religiosos.

Esto que expongo queda demostrado en el hecho de que ningún teólogo creíble suní o chía ha proporcionado una cubierta religiosa a los combates. En el lado suní, casi todos los teólogos han hecho un llamamiento de buena fe por la paz y la reconciliación. En el lado chií también, el tono abrumador de los clérigos de alto nivel ha estado a favor de calmar los ánimos. A pesar de una serie de presiones políticas, los religiosos de alto rango, como el ayatollah de la ciudad de Nayaf, Ali al-Sistani y el ayatollah de Qom, Alawi Boruyerdi, se han negado a declarar la ‘yihad’ contra el ISIS. En Qom, sólo el ayatollah, Makrem Shirazi utilizo el término yihad, indicando con ello su ignorancia sobre los principios y las reglas bajo las cuales se realiza una llamada de este tipo. Sin embargo, Shirazi, al igual que el líder supremo iraní Ali Khamenei, es una figura política más que religiosa, por lo tanto ‘no puede pretender expresar una posición teológica, cuando lo que efectúa es absoluta acción política’.

En esta situación, el que ha demostrado inteligencia y pragmatismo ha sido el teólogo Alawi Boruyerdi, quien a través de una fatwa, ha declarado, independientemente de posiciones sectarias, que los iraquíes deben luchar en defensa propia, en el apoyo de sus fuerzas armadas regulares, por su propio país y contra los que quieren desmembrar su estado. Por tanto, el actual conflicto no debería ser capitalizado por aventureros para revivir sus milicias sectarias y empujar a Irak de regreso a los viejos tiempos del terror en nombre de la fe.

Irak puede y debe resistir la tormenta. Debe preservar su soberanía e integridad territorial intacta y es en el mejor interés de todos los iraquíes que lo debe hacer. Con ello se quitara a todo aquel que desee deglutirlo utilizando la cortina de humo teológica.

El futuro de Irak será también el de los países árabes

Como era de esperar Irak ha estallado, el país fue ganado por el desorden y la confusión similar a la situación de caos que reinaba tras la caída del régimen de Saddam Hussein en 2003. El misterio rodea la situación, especialmente en relación al retiro desconcertante del Ejército iraquí frente al aplastante avance de las milicias yihadistas suníes del Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS). Tales acciones del ejército han sido indignas de una fuerza militar profesional, en particular en términos de su inacción a las operaciones en lugares sensibles como las ciudades iraquíes de Mosul, Kirkuk y Tikrit, estos hechos, inevitablemente plantean cuestiones relativas a la responsabilidad que evadió al igual que el liderazgo político de Bagdad.

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Más problemas para Obama en el plano internacional

Desde los anales de la política internacional, académicos, analistas y comentaristas han comparado el orden mundial de un determinado momento histórico con una estructura arquitectónica diseñada por una potencia líder que actúa como garante de su estabilidad. En términos bien simples de comprender esto ha sido así por siempre.

Históricamente fueron varias las potencias líderes que han desempeñado ese papel: asirios, babilonios, persas, macedonios y romanos en el mundo antiguo y, en tiempos más recientes: Inglaterra. Después de la Segunda Guerra Mundial, EE.UU. asumió ese papel, conduciendo el diseño y la construcción de Naciones Unidas, como lo hizo con la Sociedad de las Naciones después de la Primera Guerra Mundial.

También EE.UU. fue el principal facilitador de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y el poder detrás de una amplia gama de organizaciones internacionales, incluido el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, por no hablar de la UNESCO y la UNICEF. Por tanto, guste o no, en gran medida el sistema internacional se ha sustentado en el liderazgo estadounidense y su dinero.

Este sistema, a su vez, ha desarrollado leyes y regulaciones internacionales que proporcionan el marco para el debate sobre casi todos los temas, desde el registro de pesos y medidas hasta las normas de navegación marítima y aérea, y más recientemente, aeroespacial.

En las últimas siete décadas, EE.UU. ha patrocinado o colaborado con la promulgación de más de 16.000 tratados internacionales sobre todos los temas imaginables e inherentes a todo el globo.

El colapso del imperio soviético, su principal rival y al mismo tiempo su socio en el orden mundial, reforzó el papel estadounidense como garante del orden internacional. EE.UU. ha cumplido esa misión en numerosas ocasiones por medio de esfuerzos diplomáticos o mediante su poder económico y cultural con la finalidad de generar estabilidad. Esos esfuerzos incluyen el Plan Marshall y el establecimiento de sistemas democráticos en Alemania Occidental, Italia y Japón. A menudo, como en la crisis de Suez, el compromiso diplomático estadounidense fue suficiente para contener una crisis.

Una década antes de Suez, los EE.UU. habían utilizado su influencia diplomática para detener a Stalin en su deseo de invadir Grecia y ocupar la región noroeste de Irán. En algunos casos, por ejemplo, como cuando los EE.UU. lideraron los esfuerzos por romper el cerco soviético de Berlín, el poder estadounidense logró su objetivo sin disparar una bala. Y hasta cumplió con los comunistas cuando no intervino a favor de los disidentes y opositores en las revueltas de Polonia, Hungría y Checoslovaquia a causa de las concesiones otorgadas a Moscú bajo los acuerdos de Yalta.

Sin embargo, cuando fue necesario, EE.UU. hizo uso de la fuerza militar para proteger el orden mundial. Por ejemplo en la península de Corea, donde encabezó una fuerza enviada por la ONU para impedir a los chinos la anexión de Corea del Sur al feudo comunista Norte de Kim Sung-II. Marines norteamericanos intervinieron en decenas de lugares, como Jordania y Líbano. Más recientemente, hemos sido testigos de intervenciones estadounidenses en Granada, Panamá, Kuwait, Afganistán e Irak.

Nos agrade o no, no sería exagerado hablar de un orden mundial ‘hecho por los EE.UU.’ Pero, ¿qué sucede cuando el principal garante de un orden mundial existente decide abdicar?

Esto fue lo que ocurrió después de la Primera Guerra Mundial y el desplome del orden mundial llevó a décadas de caos, guerras regionales, numerosos crímenes y limpieza étnica de parte de potencias coloniales y finalmente llevo a la Segunda Guerra Mundial. El hecho de que el mundo en ese momento no era tan ‘globalizado’ como lo es hoy, ayudó a limitar los efectos de las diversas crisis, pero no las evitó.

Un segundo período de abdicación estadounidense se produjo en la década de 1970, durante la presidencia de Jimmy Carter. La explotación de la ingenuidad de Carter por parte de los opositores al orden mundial dio lugar a cruentas revoluciones para socavarlo.

Los desastres mundiales que sucedieron mientras Carter estaba en la Casa Blanca son demasiados para enumerarlos en su totalidad. Éstos incluyeron una dramática expansión de la influencia soviética en África, la aparición de regímenes sanguinarios como en Etiopía, la decisión del régimen del Apartheid de privar a millones de sudafricanos negros de la ciudadanía, el genocidio organizado por el Khmer Rouge en Camboya, la anexión de parte del territorio de Vietnam por parte de China, la proliferación de guerrillas estalinistas respaldadas por Cuba en Centro y Sudamérica, la primera crisis del petróleo, la toma del poder de Khomeini en Irán, el ataque terrorista a La Meca, la invasión soviética de Afganistán y la decisión de la India y Pakistán de desarrollar arsenales nucleares.

Pero sin duda que la debilidad de EE.UU. no fue la única razón detrás de esos eventos. Aunque ha contribuido a la creación de un clima de incertidumbre en la que los opositores del orden mundial creyeron que podían hacerle mella a la estabilidad y la paz con absoluta impunidad.

Hace seis años, cuando Barack Obama obtuvo la victoria en las presidenciales estadounidenses, fuimos pocos los académicos, analistas y politólogos que manifestamos dudas y reservas ante lo que vislumbramos que iba a ser “una versión lujosa de Jimmy Carter”.

Es difícil determinar por qué Obama lleva adelante esta política exterior. Su doctrina “hands off” sobre una gama de temas, desde las ambiciones rusas sobre Europa y la peligrosa estrategia de China en el Lejano Oriente ya ha tenido impacto en el orden mundial. Y ni siquiera he mencionado otros problemas que enfrenta en el plano internacional, como por ejemplo el proceso de paz en Oriente Medio, las ambiciones nucleares de Irán, la tragedia de Siria, la prolongación efectiva de la guerra en Afganistán por su decisión de retirar a los EE.UU. de allí, y el más reciente, el descalabro en Irak.

Hoy en día, los triunfalistas del progresismo estadounidense mantienen silencio absoluto. Esa es la prueba evidente con la que reconocen nuestras oportunas advertencias.