A no olvidarse de Félix Díaz

“Sabemos dialogar y no queremos seguir sintiéndonos usados”, tituló el cacique Félix Díaz la semana pasada. Lo hizo como respuesta a la indiferencia del Estado nacional, que continúa ignorando los reclamos de los pueblos originarios. Ayer el kirchnerismo, hoy Cambiemos: al líder indígena le sobran razones para sentirse utilizado.

En diciembre pasado, Mauricio Macri le prometió a Félix Díaz que aceptaría una mesa de diálogo directa con los qom para solucionar sus principales problemas. El cacique confió en el jefe del Ejecutivo y levantó, horas después, el acampe en la avenida 9 de julio. Pero pasaron más de tres meses y no hubo respuesta. O sí la hubo, pero fue la misma que esgrimía el kirchnerismo: el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI) es el canal formal por donde deben fluir las negociaciones entre el Estado y las comunidades originarias. Por afuera de ese ente, nada.

¿Otra frustración? Hasta el momento, sí. Nada parece indicar lo contrario. Félix Díaz y su pueblo siguen aguardando una señal del Gobierno. El secretario de Derechos Humanos, Claudio Avruj, les informó que les iba a comunicar a Marcos Peña y a Macri la propuesta (un canal comunicacional directo para atender las problemáticas). El tema es que el Presidente ya la conoce. La escuchó —mínimo— dos veces: cuando pisó el acampe en las vísperas del ballotage y en los primeros días de su gestión. En ambas ocasiones se comprometió a materializarla. ¿La tercera es la vencida? Continuar leyendo

¿Infidelidad en plena luna de miel?

“Una cosa es tener distintas visiones, ideas y propuestas; otra, avasallar las instituciones con proyectos personalistas o hacer uso del poder en beneficio propio”, deslizó el flamante Presidente en su discurso de asunción. Con cadencia, sosiego y firmeza, Mauricio Macri agregó: “El autoritarismo no es una idea distinta, es el intento de limitar la libertad de las ideas y de las personas”. El hemiciclo respondió el guiño institucionalista con un aplauso medido, pero sostenido. La república recuperaba las fronteras que separan a sus tres poderes. Kirchnerismo sonaba a ancien régime. ¿Pluralismo para todos y todas?

Días después, el nuevo inquilino de la Casa Rosada trituró sus palabras. Eludió a la Cámara Alta y designó mediante un decreto a dos jueces para la Corte Suprema. El relato procedimental que desplegó durante toda la campaña electoral quedó hecho trizas. Le saltaron a la yugular el periodismo, los constitucionalistas y la totalidad de la oposición. La luna de miel sufrió su primer altercado. Macri conoció el lado b de la máxima envestidura; sintió el revés, recalculó y pateó la pelota para febrero.

La primera lectura —al vuelo— indica que el jefe del Ejecutivo mostró su faceta autoritaria, la predominante, aquella que pudo esconder detrás del humo del marketing político. Este sería el Macri empírico: alérgico a los frenos y los contrapesos republicanos, adicto a las mieles del poder. Como cualquier caudillo. Como cualquier populista. Como cualquier outsider que descubre la textura interna del poder. Cuando se llega al centro de mando, se acaban las prédicas consensualistas. Esta decodificación fue la que imperó en el kirchnerismo nuclear. El resto de la góndola política contuvo la respiración y se acotó a criticar la jugada. Continuar leyendo

Entre el ingeniero y el Cuervo, la política

Fecha: 31 de octubre de 2012. Con el dedo levantado, la garganta encendida y una arenga de barricada, el diputado nacional Andrés Larroque trona: “Nunca escuché en la historia hablar de narcosocialismo”. La Cámara Baja se transforma en una caldera a punto de reventar. Vale todo. Insultos cruzados entre los legisladores. El presidente Julián Domínguez pidiendo —en vano y sin autoridad— calma. Silbidos. Más descalificaciones. Y, como si fuera poco, con una sonrisa altanera, el Cuervo ultima: “Ustedes son esclavos de las corporaciones”. El recinto termina de convertirse en una gallera.

Tres años y veintitrés días después, Mauricio Macri agradece por doquier. “Esperanza, “juntos” y “alegría” son las muletillas que pueblan su discurso. A continuación, llueven globos de todos los colores. El dj sacude con Tan Biónica a Patricia Bullrich y Diego Santilli. El Presidente electo saca de la galera un swing inédito. Difícil de superar. Una mezcla de Mick Jagger y Michael Jackson con algunos retazos de Gilda. Alfredo de Angeli, estático, sabe que esta parte de la película no es su fuerte. Abajo, oficinistas sub 40 acompañan con un pogo sincronizado. Rebota el pabellón 6 de Costa Salguero. El país mágico está al palo.

Dos instantáneas de la Argentina. Dos relatos en búsqueda del sentido común de la ciudadanía. Dos interpretaciones de la política: una que puso, permanentemente, el dedo en la llaga del conflicto y otra que decodifica a la democracia como la posibilidad del consenso absoluto. El domingo, ante dicha bifurcación, la mayoría escogió el segundo tramo para recorrer los próximos cuatro años. ¿Agotamiento? Puede ser: fueron doce almanaques a pura adrenalina. Continuar leyendo

Decálogo del arte del debate

Tiempo de esgrima retórica. Tiempo de confrontar ideas. Tiempo de legitimarse. Hoy millones de argentinos serán testigos del primer debate presidencial a dos bandas en la historia del país. Una instancia deliberativa en la que los dos candidatos, Mauricio Macri y Daniel Scioli, serán evaluados minuciosamente. Parte del electorado aguarda este evento para orientar su voto del domingo próximo. Por eso, es primordial ajustar el lente crítico, estar atento a los detalles y hacer una lectura rigurosa del evento. A continuación, un pack de tips para sacarle el máximo provecho a este espectáculo dialógico que estimula los principales músculos de la democracia: pluralismo, libertad de expresión, competencia pacífica y respeto a las reglas.

El kick off. La primera intervención –en este caso, será sobre “Desarrollo Económico y Humano– es fundamental. Es el momento ideal para inclinar la balanza. La audiencia está fresca, sensible y con un nivel de atención elevado. El candidato que esté más sólido, suelto y agudo acá, tendrá medio debate “en el bolsillo”.

¿Negatividad? Sí, pero no tanto. La idea de un debate es erosionar la imagen política –credibilidad, carácter y estética– del contrincante. Mostrarle a la sociedad los puntos débiles del oponente. Todo, obvio, dentro de los marcos del respeto. Sin caer en los golpes bajos. Mostrarse agresivo, despreciable e inestable puede llegar a ser contraproducente. En cualquier situación de ataque desproporcionado, los indecisos siempre se ponen del lado de las víctimas.

Capacidad argumentativa. Saber pasar de lo abstracto a lo concreto, traducir lo complejo en ejemplos cotidianos, manejar cifras contundentes, mechar citas memorables, emplear un amplio vocabulario (pero sencillo a la vez), son algunos de las habilidades que deberán mostrar los candidatos si quieren convencer. El logos es una de las piedras basales de este encuentro cívico.

Reflejos y humor. Nada más acertado que salir de un ataque contundente por la tangente del ingenio. Demostrarle al espectador que, hasta en los momentos de mayor intensidad y estrés, se posee una cuota de humor. Esto genera empatía, proximidad y confianza. Es conocida la anécdota del ex presidente norteamericano Ronald Reagan que, ante la pregunta del moderador sobre si, a los 74 años, todavía contaba con energías para conducir un país, contestó: “Sí, y además, no voy a explotar con fines políticos la juventud de mi oponente y su inexperiencia”. Algo exagerado, su contrincante, el demócrata Walter Mondale, admitió semanas después que había perdido las elecciones por esa chicana.

Lenguaje corporal. Solo el 7% de lo que absorbemos en un acto comunicacional proviene de las palabras; el 93% restante pertenece a los gestos, los ademanes, el tono de la voz, las miradas, la postura, las expresiones faciales y la apariencia. Ambos presidenciables tendrán que ser minuciosos en este aspecto. Richard Nixon, en el primer debate presidencial televisivo (1960), lució agotado, con ojeras, transpirado y dejado. ¿Resultado? Los medios lo dieron como claro perdedor frente a un John Kennedy fresco, descansado, prolijo y bronceado, que, a sabiendas de la envergadura de este aspecto, se había asesorado con el famoso rat pack: un grupo de actores y artistas –entre ellos, Frank Sinatra y Peter Lawford (cuñado del que sería el primer y único presidente católico de Estados Unidos)– que manejaban los códigos, lenguajes y efectos de la pantalla chica.

Los componentes paralingüísticos. Más sencillo: ¿cómo nos expresamos? Los cambios de volumen, tonos y velocidades son fundamentales para magnetizar. A través de ellos se cautiva. El disertante que caiga en la monotonía, la lentitud y la opacidad distraerá al público. Y una vez que se pierde la atención del espectador, es muy difícil –por no decir, imposible– recuperarla. Dos ejemplos patentes del uso correcto de estos elementos son Cristina Kirchner y Elisa Carrió.

Fluidez verbal. Se dice que los debates no se ganan: se pierden. Bueno, un tartamudeo, la reiteración de balbuceos o, en el peor de los casos, quedarse con la mente en blanco, pueden llevar al candidato a las arenas del ridículo. Y de ahí, claro está, no se vuelve. Por eso es imprescindible que las exposiciones estén aceitadas, sean dinámicas y tengan cadencia.

Cronométrica. Los aspirantes a la Casa Rosada deben ajustarse a un tiempo determinado: un minuto para preguntar, responder, repreguntar y volver a responder, y dos minutos para exponer sobre cada tema. Si las ideas son interrumpidas por el timbre del reloj o el moderador, llegarán “turbias” a los destinatarios. Es crucial que los oradores sepan amoldar sus intervenciones al formato temporal estipulado.

Lenguaje emocional. La literatura en comunicación política sostiene que cuando colisionan una idea y un sentimiento en una persona, prevalece este último. Ergo: eso que Aristóteles denominaba como pathos, será sustancial para seducir. Sin duda, los dos minutos de cierre que tendrá cada uno será la oportunidad perfecta para apelar a las emociones de los televidentes.

Mensaje compacto. Todo lo anterior será en vano si el candidato no deja en claro su idea matriz. O sea, su relato, además de coherencia, debe tener un título. Todas las intervenciones tienen que estar sujetadas a ese rótulo. Cuanto más claro, sencillo y articulado sea ese concepto, más posibilidades tendrá el político de tallar al imaginario social con su propuesta.

Anatomía de un regreso radical

“Siempre adelante, radicales. Adelante sin cesar. Que se rompa y no se doble”, traía tímidamente de fondo un par de parlantes. En Adolfo Alsina al 1786, el color lo ponía un puñado de militantes fieles, que tronaba a capela: “¡Olé, olé, olé, olá, yo tengo hue…, sigo siendo radical!”. A metros, Leopoldo Moreau, escoltado por el misionero Mario Losada, intentaba explicar ante las cámaras la peor cosecha electoral de su historia: 2,34% en el rubro presidencial. El partido político más antiguo del país ingresaba a terapia intensiva el lunes 28 de abril de 2003.

Doce almanaques después, la escudería centenaria muestra síntomas de mejoría. Si bien en la máxima categoría la deuda continúa —Ernesto Sanz sumó en las PASO tan sólo el 3,45 por ciento—, su musculatura recupera volumen: tres gobernadores —Ricardo Colombi (Corrientes), Gerardo Morales (Jujuy) y Alfredo Cornejo (Mendoza)—, dos vicegobernadores —Daniel Salvador (Buenos Aires) y Jorge Henn (Santa Fe) —, 446 intendencias, 43 diputados y nueve senadores nacionales (será la segunda fuerza partidaria del Congreso). “Si se esperan las ruinas, en las ruinas encontrarán una bandera”, advirtió alguna vez Ricardo Balbín.

Claro que la cicatrización del tejido no fue sencilla. El camino tuvo sus mareos: la importación de un candidato justicialista como Roberto Lavagna, en el 2007; la alianza con Francisco de Narváez, en el 2011; y el fugaz entramado UNEN, en el 2014. Prueba y error, hasta llegar a los portones del PRO. Ahí las piezas cuajaron. A la Unión Cívica Radical (UCR) le faltaba una cabeza, Mauricio Macri andaba en búsqueda de un cuerpo: win to win fue el resultado. ¿Capitulación ideológica? Continuar leyendo

Inquisición 2.0

“Gorila”, “fusiladores en el 55 y en el 2001”, “séquitos de Videla”, “cipayos en oferta”, “lacras venenosas”, “neofascistas”, “resaca nazi”, “militonto”, “cleptómanos profesionales”, “otro cibertibio”, son algunos de los descalificativos —más originales— que estuvieron rebotando la última semana en las redes sociales. Hay de y para todas las fuerzas políticas. Lejos de ser propiedad exclusiva de uno, el fenómeno es transversal. Contamina a toda la góndola.

Se sabe que en el barrio 2.0 abunda el lenguaje cloacal. La virtualidad es una arena propicia para despedir todas aquellas escatologías verbales que, en persona, en el mundo tangible, pocos se animan a decirle en la cara al vecino, amigo o compañero de trabajo. La red es un atajo para la cobardía. Siempre lo fue, pero nunca como en estas horas. El nivel de agresividad que se desató después de conocerse la voluntad de las urnas es inédito. ¿Por qué? ¿A qué se debe? ¿Estamos listos para afrontar un ballotage de estas características?

Para empezar, recalcar la sorpresa de quien escribe. Supuestamente estábamos ante una campaña electoral de baja crispación. Los tres principales candidatos —Daniel Scioli, Sergio Massa y Mauricio Macri— se manejaron dentro del margen crítico que permite cualquier sistema democrático. Hubo contados golpes bajos. La negatividad brilló por su ausencia. Sus discursos se articularon en torno a abstracciones tales como “esperanza”, “victoria”, “cambio”, “fe”, “diálogo”, “consenso”. A tal punto que, a principio de año, desde los medios de comunicación se les pidió precisión, contundencia y hasta inclusive mayor diferenciación entre ellos. Deducción al vuelo: ellos no fueron los artesanos de este fanatismo in crescendo. A bucear en otras aguas. Continuar leyendo

Scioli viaja en ejecutiva

Y el thriller Polarización nunca se terminó de rodar. A tan sólo un par de agujas de las urnas, el suspenso se extingue. La torta electoral continúa cortada en tres porciones: una de considerable tamaño, Frente para la Victoria (42%), y dos de modestas dimensiones, Cambiemos (28,2%) y Unidos por una Nueva Argentina (22,9%). El dividendo, reflejo de la última encuesta de Ipsos & Mora y Araujo, consultora que, entre tanta lotería demoscópica, anduvo con puntería en las PASO, avisa que el pleito por la Casa Rosada se definiría el próximo domingo.

Pero los guarismos no son los únicos que avientan el fantasma del ballotage: Daniel Scioli hace lo suyo. El número 9 de Villa La Ñata saltea las páginas del almanaque y actúa como si ya estuviera en las vísperas de su asunción. Su agenda se parece más a la de un candidato electo que, sereno, finiquita detalles para tomar el bastón presidencial, que a la de un aspirante frenético que, desesperado, gasta las últimas municiones verbales para cerrar la campaña lo más alto posible.

Prueba palpable es la extensa lista de apellidos que brindó para su potencial gabinete. Cada día, como quien anuncia obras, da mítines o inaugura escuelas, presenta un eventual ministro o secretario nuevo. Así hizo pasar por la pasarela a Silvina Batakis, ministra de Economía; Alberto Pérez, jefe de Gabinete; Sergio Urribarri, ministro del Interior; Maurice Closs, secretario de Turismo; Ricardo Casal, ministro de Justicia; Daniel Filmus, ministro de Ciencia y Tecnología; Diego Bossio, ministro de Infraestructura y hasta incluso deslizó que el nuevo inquilino de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI), desplazando a Oscar Parrilli, sería Gustavo Ferrari. Dato llamativo, ya que este puesto, por seguridad, suele ser uno de los últimos en salir a la luz de la opinión pública. Continuar leyendo

El podio del debate

Pasó el primer debate presidencial de la historia argentina. Otra pieza más para fortalecer el engranaje institucional de nuestro sistema democrático. Otra excusa más para tonificar la cultura deliberativa en el tejido social. Otra vidriera más para conocer a los candidatos.

Y siguiendo la estela del último punto, ¿cuál fue la performance de los aspirantes al sillón de Rivadavia? ¿Quién logró congeniar mejor el trípode discurso-estilo-imagen? ¿Quién logró imponer su sello? En fin, ¿cómo quedó conformado el podio de anoche?

Por su capacidad argumentativa, el primer lugar es para Margarita Stolbizer. La líder de Progresistas sobresalió en lo que refiere al ¿qué? (el contenido). La sustancia discursiva. Demostró un gran aplomo para desplegar su base programática sin titubear ni caer en lugares comunes. Conjugó lenguaje técnico (para detallar) con lenguaje coloquial (para oxigenar), ambos con la dosis justa. Todo lo respaldó con estadísticas, cifras puntuales y diagnósticos certeros. Y, además, materializó su experiencia con una notable fluidez verbal. Aspecto que, en el primer minuto, le jugó en contra: sus segundos iniciales colindaron con la verborragia. Pero, con el paso de las agujas, lo afinó y encontró la métrica justa. ¿Su clímax? En el bloque temático de Seguridad y Derechos Humanos, se desmarcó del enfoque punitivo -que poseen la mayoría de los candidatos para combatir el flagelo del delito- y sacó de la galera la frase “Al delito hay que mirarlo a través de la víctima y no del delincuente”. Calado, ingenio y originalidad, los tres pilares retóricos del pensamiento progresista, presentes.

Bien cerquita, quedó Sergio Massa. El homo videns. El tigrense descolló en el cómo (la forma). Fresco, suelto y armonioso empleó perfecto las pausas (menos de un segundo; una especie de punto y seguido) y los silencios (más de un segundo; algo así como el punto y aparte). Pero no sólo eso. También varió los volúmenes de la voz, recurso que genera magnetismo y entretiene al destinatario. Supo subrayar con subidas de tono sus propuestas más jugadas –“Argentina tiene la edad de imputabilidad muy alta” y “Creo que Scioli nos faltó el respeto a todos no viniendo”-, manifestando autoridad, firmeza y decisión. Colocó varios silabeos interesantes para penetrar en la audiencia. Nunca se excedió del tiempo permitido. Y dejó en claro que su idea fuerza en esta campaña electoral es la seguridad. ¿Su valor añadido? La creatividad en transformar los treinta segundos que le correspondían para interrogar a Scioli en un pedido de silencio general. Perspicacia, empatía y sutileza: la ecuación que nunca falla.

Más alejado, apareció un Mauricio Macri algo apagado. Al jefe porteño le costó entrar en juego. Enchufarse. Prueba fehaciente: el desliz “delarruísta” que tuvo al comienzo, cuando no sabía en qué atril sentarse. Se lo notaba perdido. En su exhibición inaugural fue monótono. Sonó latoso. Después, de a poco, fue encontrando el timing. Eso, sí: nada de munición gruesa ni golpes bajos. El consenso, el trabajo en equipo y la experiencia capitalina fueron sus plataformas discursivas. Desde allí tejió su relato. ¿Su punto álgido? El cierre, donde se lo percibió espontáneo, vital y probándose el saco presidencial. La primera persona en plural -“vamos a cambiar la Argentina”, “la Argentina que soñamos”- sonó creíble, sincera y rotunda.

Cuarto, estuvieron los 36 años de Nicolás del Caño. El mesías del trotskismo autóctono no pudo ocultar sus nervios. Tartamudeó en más de una ocasión. No acompañó su narrativa con el lenguaje corporal (por ejemplo: las manos, prácticamente, estuvieron aferradas al atril durante las dos horas). Su maximalismo marxista le impidió ser preciso con problemas puntuales para el país, como el narcotráfico o la inflación. Y se tornó circular con la consigna “que la crisis la paguen los empresarios, no los trabajadores”. Sin embargo, hay que resaltar su coherencia, su combatividad y, sobre todo, su simplicidad. En otras palabras: cumplió con el perfil de un dirigente clasista. ¿La cumbre? Cuando lo chicaneó a Massa con el ausentismo al Congreso: “¿Con qué autoridad moral sostiene pedir presentismo a los docentes si usted faltó al 90% de las sesiones?” Simplemente, brillante.

El reverso del candidato del Frente de Izquierda de los Trabajadores (FIT) fue Adolfo Rodríguez Saá, el que carga más calendarios en la espalda. El puntano parece no haberse tomado en serio el dicho de Winston Churchill: “A mí me encanta la improvisación, una vez que me la he preparado”. Básicamente, dejó traslucir que paseaba por Figueroa Alcorta, vio luz en la que supo ser su Facultad de Derecho y entró a ver qué pasaba. Poca preparación y muchas redundancias. Se lo notó fuera de ritmo, a tal punto que, en un momento, Massa le tuvo que recordar la pregunta que le había formulado segundos antes. Y nunca salió de las muletillas proselitistas típicas como “terminar con la pobreza”, “pleno empleo” y “educación de calidad”. Más allá de eso, puso sobre la mesa su estirpe de peronista federal, se mostró como un estadista dispuesto al diálogo y propuso firmar un acuerdo básico entre todas las fuerzas para impulsar a la Argentina hacia el desarrollo. Poco para agregar.

El último puesto, sin duda, es para Daniel Scioli. El gran ausente de la cita, que, a la misma hora, rockeaba con la vedette Jessica Cirio sobre las tablas del Luna Park. Ejemplo palpable que su repertorio celestial de “diálogo”, “concordia” y “consenso” es solamente un juguete del marketing político. Nada más. Fuegos de artificio para esconder su raquítico programa político. Solo resta saber si el pueblo argentino castigará -o no- en las urnas este faltazo. En caso afirmativo, sería un mensaje contundente de cara al futuro: todo aquel que anhele alcanzar la máxima envestidura, deberá dar el presente en este ejercicio deliberativo esencial para la salud de nuestra democracia.

¿Quién ganó la batalla entre Clarín y el kirchnerismo?

El cambalache comenzó con la firma de Guillermo Moreno, en septiembre del 2007, que convalidó la fusión entre Multicanal y Cablevisión. Dos primaveras después, a contracorriente, el Gobierno de Cristina Fernández promulgó la ley de medios. Al año siguiente, Amado Boudou intentó desarticular la amalgama de las dos corporaciones con una resolución. Y, hace diez días, la Justicia Civil y Comercial porteña corrigió al vicepresidente y ratificó la unificación de ambas empresas. En el medio de este trabalenguas político-jurídico, fuimos testigos de “la 125”, “cruzadas culturales”, fallos de la Corte Suprema, extracciones de ADN, guantes de boxeo en un asamblea de Papel Prensa y dos preguntas retóricas que quedarán en la antología de las chicanas criollas: “¿Qué te pasa, Clarín? ¿Estás nervioso?”.

Todo muy fluctuante. Todo muy apasionante. Pero asoma el crepúsculo del kirchnerismo -al menos, en su versión sui generis- y la duda continúa flotando en el aire: ¿Quién ganó la disputa entre el Gobierno nacional y Clarín?

La respuesta posee diferentes ángulos de toma. Uno, por ejemplo, es el económico. En este plano, el colosal conglomerado comunicacional parece haberse impuesto. Y un claro indicio es el fallo reciente de la sala II de la Cámara Civil y Comercial que aprobó la mixtura entre Multicanal y Cablevisión, impulsada en sus inicios por el entonces presidente Néstor Kirchner mediante la resolución 257. Pero no solo eso. En estas semanas, Clarín se quedó también con el 49 % de la operadora móvil Nextel. Dos pájaros de un tiro. Pruebas fehacientes de que la empresa de Héctor Magnetto, lejos de replegarse, está en franca expansión. Su perímetro aumenta día a día. Continuar leyendo

Los siameses Daniel y Mauricio

El escenario electoral actual ofrece dos niveles de análisis. Si elegimos el lente sin aumento para decodificar la realidad, observamos que hay una polarización imperante entre dos fuerzas: Cambiemos y Frente para la Victoria. Enfrentamiento que, básicamente, reposa en las diferencias que habitan en la genética de las estructuras (recursos, comunicación, militantes, estética, desarrollo territorial, etcétera) que impulsan a los dos candidatos de mayor fuste y en sus respectivas tradiciones (el macrouniverso del peronismo y el club del liberalismo autóctono).

Pero si escogemos el microscopio y lo colocamos sobre el tipo de liderazgo que ejercen Daniel Scioli y Mauricio Macri, la dicotomía le deja su asiento a la homogeneización. Ambos aspirantes, por más que le duela al círculo rojo y al kirchnerismo progresista leal a las directrices de CFK, poseen numerosas similitudes. Y no solo en su visión económica (los dos equipos económicos afirmaron que, después del 10 de diciembre, será ineludible sentarse a negociar con los fondos buitres para acceder al crédito internacional), sino también en su muñeca política.

Tanto el cabecilla naranja como el adalid amarillo poseen unos rasgos que el intelectual Joseph Nye (junior) ubicaría en la categoría de liderazgo femenino. Se los percibe dispuestos a colaborar con los demás, intercambian opiniones con adversarios, son integradores (dentro de ciertos márgenes, obviamente) y replican conductas de sus seguidores. Características, por ejemplo, ausentes en CFK, que, siguiendo la estela del teórico norteamericano, paradójicamente, se encuadraría en el liderazgo masculino: firme, competitiva, absorbente y decidida a dirigir la conducta de los demás. Las vueltas del léxico genérico. Continuar leyendo