Evitar la entrada libre y gratuita

Estamos a días del recambio presidencial en Argentina y no decimos nada interesante al asegurar que no somos ajenos a un mundo que vive momentos de intensa complejida0d, cuando el terrorismo y el narcotráfico juegan un rol fundamental que pone en jaque la propia libertad individual y la de toda la sociedad. Libertad que, por lo menos en el mundo occidental, ha sido el bien más preciado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Hasta hace un tiempo la presencia de militares, armas y vehículos artillados en las calles era una escena típica de lugares periféricos con graves conflictos internos. Hoy, sin embargo, es la cotidianeidad de París y de otras capitales de Europa, para prevenir sin éxito las acciones terroristas de ISIS. También ese es el día a día de importantes ciudades de México, con miles de soldados desplegados intentando, también sin suerte, detener las interminables matanzas entre narcos que involucran, además y sin excepción, a víctimas inocentes.

Hay una natural pregunta que cabe formularnos: ¿por casa cómo andamos? La respuesta es alarmante, si dejamos por un momento el pensamiento mágico que nos ha permitido afirmar muchas veces que vivimos sin problemas de esa magnitud y que, por favor, “no nos importen los conflictos”. La persistencia de sostener esos conceptos como un ritual estereotipado choca con las realidades brutales ya vividas de los atentados a la Embajada de Israel y a la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA); también con las miles de víctimas del paco, los cargamentos de cocaína y los sicarios nacionales e importados que ajustan cuentas en nuestras calles de manera cada vez más frecuente. Continuar leyendo

Sensación de seguridad

Dicen que viajar agranda el alma y si bien seguramente es cierta la frase de Balzac sobre que “el viajero no ve nada a fondo y su mirada solo resbala sobre los objetos sin penetrarlos”, hay obviedades que sí penetran con facilidad y hacen ver el fondo de las cosas.

Arribado hace días de un inolvidable recorrido por la Toscana italiana, extendido luego a Génova y la Liguria, lugares todos donde es imposible sustraerse de la belleza de paisajes que por momentos dejan sin aliento, llegó la hora de las conclusiones. Todo viaje genera comparaciones con nuestra vida cotidiana que entran y salen de nuestra cabeza hasta sin quererlo. Toda esta introducción “casi turística” viene a cuento de que hay aspectos que no se pueden dejar de comparar y dudo que cualquier viajero argentino no note rápidamente las diferencias, aun contra su propia voluntad.

Luego de manejar durante cientos de kilómetros y de recorrer ciudades y pueblos de todo tipo y condición, fue imposible no detenerse en un hecho que saltaba a la vista: la ausencia policial. Escasísima de verdad, solo algún patrullero circunstancial en la ruta o algún agente de paso y casi siempre distraído. En esas regiones de Italia, la sensación de seguridad existe, ¡y cómo existe! Uno se relaja y lo nota de inmediato, transita por los lugares públicos con plena libertad, con cualquier artefacto electrónico a la vista y dejando de pensar en “quién viene por lo de uno”. Lo notable es que esa sensación se vive tanto en los más costosos lugares de la Liguria como en los arrabales del puerto de Génova, poblado de inmigrantes africanos con sus típicas bandejas de pulseras y relojes.

Sin duda, como en cualquier otro lugar del mundo, uno puede dar con algún “amigo de lo ajeno” e incluso podría vivir la peor tragedia en manos de algún alienado. Lo que sí queda claro es que eso sería consecuencia de un acto individual y no de un estado general de peligro e inseguridad constante. Aun más, ese estado de bienestar y tranquilidad se extiende a las nimiedades que hacen que la vida sea más vivible. Uno ve una conducta de confianza general en las rutas, los hoteles y en cualquier calle, algo a lo que hoy estamos tristemente desacostumbrados en la Argentina. En Italia, la actitud hacia el desconocido es tal que nadie espera de él un posible acto de inconducta, tan común hoy por estas tierras.

El regreso genera en el viajero siempre una relación ambivalente. Por una lado, la nostalgia por lo vivido, y por el otro, la natural alegría de volver a su “lugar en el mundo”. Mantenemos algunas semanas esa costumbre de comparar casi naturalmente las experiencias vividas con las de nuestra propia casa. Siendo absolutamente sincero, algunas de esas comparaciones invitan al desaliento. Y ese desaliento excede las consideraciones políticas de la actualidad, ya que los resultados de lo que vivimos se han incubado durante décadas, imposible imaginarlo de otro modo. Hoy nuestra sociedad acepta el mundo que le toca vivir con resignación, una resignación que se parece a un estado general de anomia del que auguro mucho nos costará salir.

Sin necesidad de encuestas ni porcentajes, hay simples preguntas que confirman estas sensaciones antedichas: ¿quién hubiera pensado hace quince o veinte años que en cualquier barrio habría puestos fijos con gendarmes vestidos de fajina con la finalidad de protegernos? “¿De qué nos están protegiendo?”, habría sido entonces la pregunta de cualquier vecina. Saludo cotidianamente a los instalados en mi propia esquina y me resulta inevitable hacerme otra pregunta: ¿quién los reemplaza en Río Turbio, en San Javier, en los límites con Bolivia y otros sectores sensibles al contrabando y al narcotráfico?

Son necesarios hoy aquí, pero ni ellos ni la policía ni otros servicios destinados a nuestro cuidado logran evitar el estado de alerta continuo que todos vivimos. Eso ocurre aun dentro de nuestras casas, en la calle, al tomar el tren o al guardar el auto en el garaje. Un tremendo y continuo gasto de energías que consumimos diariamente, intentando evitar lo que a muchísimas personas en nuestra sociedad les sucede. Creo también que está claro que esa “sensación” no se vincula solo con la violencia directa, con el robo, con el arrebato o el asesinato por nada, a veces solo por un par de zapatillas o monedas. Ese desasosiego también se manifiesta en el tránsito, en la relación con las personas, en la discusión constante o en la falta de diálogo, en la escuela o en la tristísima pobreza de los programas de televisión en horarios que deberían estar dedicados a los chicos. Casi nadie se salva de estas apreciaciones y casi todo se transforma en un ejercicio constante de “valoración de disvalores”, que rompen con la base de un contrato social ya muy deteriorado.

Hace ya muchos años, tuvo gran éxito una película americana llamada Deliverance (1972) (aquí titulada La violencia está en nosotros), dirigida por John Boorman, con Burt Reynolds y Jon Voight, entre otros. En ella, cuatro empresarios de Atlanta deciden pasar un fin de semana en contacto con la naturaleza y realizar un descenso en canoa por un río de los remotos bosques de Georgia. Apenas iniciada la aventura, surgen irreconciliables diferencias con los habitantes del lugar, lo que augura un final trágico, como de hecho finalmente sucede. La película retrata como pocas veces el oscuro clima generado entre estos grupos humanos, en el cual es imposible imaginar una solución buena al conflicto. Cualquiera sea el camino que se tome, conducirá indefectiblemente a la desgracia y la muerte.

La mención de esa emblemática película de los años 70 no es gratuita; hoy tenemos en nuestra sociedad un ambiente triste y complejo que hace que, puertas afuera de nuestros hogares, temamos enfrentarnos siempre con la dificultad y el apremio en lugar de con la natural convivencia social. En el viaje por Italia, reconocí fácilmente la “sensación de seguridad” y también fácilmente la perdí al regresar a casa, a la casa de todos nosotros. “Pena, penita pena”, rezaba la entrañable Lola Flores en su vieja y famosa canción.

Favelas con turistas

A menos de un mes del inicio de la gran fiesta del fútbol mundial, todo es puro nervio, aprestos de último minuto y el hormigueo generalizado de aquellos que tienen la responsabilidad de organizar tremendo evento, donde estarán puestos todos los ojos del planeta. En pocas semanas, Brasil se prepara a recibir a cientos de miles de turistas de todas las clases sociales y de los más variados bolsillos, solo unidos por la pasión infinita que puede transmitir el fútbol. Río de Janeiro en particular, sede de varios partidos y de la ansiada final, es una ciudad acostumbrada a la recepción de miles de turistas, atraídos por sus bellezas, sus increíbles playas y su inolvidable carnaval. Sin embargo, las 55 mil camas disponibles de manera habitual (distribuidas entre hoteles y otros tipos de albergues) no darán abasto para los más de cien mil torcedores que se calcula pasarán por la cidade maravilhosa.

El alojamiento en las favelas es una opción que hasta los propios operadores turísticos ven con buenos ojos, ayudará en parte a descomprimir la falta de albergue ante semejante afluencia de público. El lema “Vivir en serio la experiencia Brasil” es más o menos el patrón común de todos los sitios que ofrecen esta opción. Es indudablemente la variante más económica y además ofrece la ventaja de favelas, como la Rosinha o Vidigal, de gran proximidad con zonas exclusivas de playa y de gran poder adquisitivo como Leblon e Ipanema.

Lo cierto es que la instalación de las UPP (Unidades de Policía Pacificadora), iniciada hace años por el gobernador Sergio Cabral, forma parte de un gran plan para intentar dar paz y seguridad y llegar, si es posible, hasta los Juegos Olímpicos que la ciudad deberá organizar en el 2016. En principio, tuvieron un fuerte efecto inicial en estos lugares que eran zona de nadie, o dicho de mejor manera, eran zona en poder de traficantes y delincuentes. Pero poco a poco, la ilusión inicial fue mutando con un regreso de la violencia, incluido un fuerte incremento del número de muertos por homicidios -1100 casos en el trimestre del 2012 contra 1459 caso en este último trimestre. Se le suma a esto la indignación generalizada de los habitantes de los morros por considerar constante el abuso policial y cierto exceso de violencia en los procedimientos que ejecutan.

Todo indica que la muerte de un joven bailarín (Douglas Silva) hace pocos días en la favela de Pavão, al pie de Copacabana, fue una acción policíaca, eso sumado a otros homicidios en la favela Complexo Alemao, desataron fuertes protestas que incluyeron actos de destrucción e incendios de autobuses. Un vecino de Douglas le dijo a la televisión con claridad: “La policía debe detener y no matar. En ese ambiente viciado se mueven hoy todas las favelas en la previa del mundial.

Favela experiencie es uno de los servicios creados en la web para ofrecer estas viviendas precarias a los visitantes que se animen. Es verdad que pagarán un 20 % de los 300 o 400 dólares que costará una habitación común en la ciudad, ya con los precios en las nubes. Pero también es cierto que la situación es muy compleja y no hay muchos recaudos a tomar más que ponerse en las manos de Dios. Estos asentamientos están mucho mejor que hace cinco o seis años y la presencia policial generó algún orden donde no había ninguno. Pero pensar que diez mil o quince mil uniformados pueden llevar la paz a los cientos de miles de brasileños que viven en las 700 favelas de Río es, cuando menos, un acto de ingenuidad plena.

Quienes gustan de la cinematografía brasileña tendrán presentes películas como Ciudad de Dios (Fernando Meirelles, 2002) o Tropa de elite (José Padilha, 2007), que desde la ficción trajeron a la pantalla grande la violencia y la lucha sin cuartel entre las bandas de narcotraficantes entre sí y la de estos contra el propio Estado. Eso no ha desaparecido.

También es justo decir que en las favelas conviven, rehenes de esta situación, miles y miles de ciudadanos que trabajan y estudian, y nada tienen que ver ni con la violencia ni con la muerte. Sin embargo, conviven a diario con ellas, justamente por ello han aprendido a decodificar cada situación extrema en que viven y así logran resolver las más de las veces cómo actuar ante la crisis. La idea de que un turista se desplace por ese mundo siempre inestable, con el agregado de que existe un idioma que le es ajeno, pareciera una pésima idea, más que desaconsejable para quienes busquen seguir de cerca las gambetas de Messi o de los muchos otros cracks que pondrás en vilo a Brasil y al mundo a partir del próximo 12 de junio.

Tensión y anomia

“Una orfandad social y afectiva de muchos jóvenes, que los hace presa fácil de una sociedad que, en su afán de lucro, no tiene límites”. Estas fueron algunas de las duras palabras que usó en su homilía el presidente del Episcopado Argentino, Monseñor José María Arancedo, en la apertura de la 107 Asamblea Plenaria, que reúne a la totalidad de los Obispos y que finalizará el próximo sábado.

La palabra anomia ha ejercido una fuerte influencia en las ciencias sociales contemporáneas. De sus muchas definiciones resumimos: “Es la ausencia de las estructuras del Estado para dar respuestas a las metas de una sociedad”. Tensión y anomia asustan en los procesos que se viven en muchos sectores de nuestra sociedad. La razón de lo que nos pasa es multicausal y sería de un simplismo ridículo concentrar el problema en un punto de una lista que resulta interminable. La anomia es un proceso que se genera en años, es la resultante de una nivelación hacia abajo, de la comprensión por parte de vastos sectores de que el que más se esfuerza y más virtudes tiene de entre ellos, también fracasa. Sin embargo, las palabras de Monseñor Arancedo ante los Obispos son reveladoras, porque critican el lucro sin límite, marcan las diferencias abismales que existen en nuestro país, en este mundo que todos compartimos y que la híper-exposición tecnológica hace imposible siquiera de disimular.

Se sabe que el discurso institucional de la Iglesia, más aquel vinculado a temas sociales, nunca es espontáneo y nace de una profunda meditación. Este en particular resume quizás como nadie cierto descontrol que se percibe y que en muchos casos pierde proporcionalidad y sentido.

En apenas una semana, han ocurrido señales más que dramáticas: el absurdo asesinato de un turista australiano en manos de motochorros en Mendoza; la brutal paliza que en Hudson padeció la pequeña Kiara, una niña de ocho años en manos de un grupo de varones de apenas diez. Se suma además, la inexplicable muerte a golpes de Nayla Cofreces (17 años) a la salida de su escuela en Junín y en manos de otras compañeras de curso, ante la mirada indiferente del resto.

Apenas una muestra representativa de que algo grave, muy grave está pasando. Un grado de intolerancia que nos acerca a grados de descomposición poco conocidos en nuestra sociedad. Hay violencia en el ambiente, hay violencia en la calle y en la TV, hay violencia en sectores políticos, sociales y sindicales. La palabra muerte se lanza y escucha con facilidad, sea por el negocio de la basura en un municipio, sea en cualquier esquina ante el desparpajo y la virulencia de los “trapitos” adolescentes que te exigen cualquier cosa con mirada extraviada por la indigencia y el paco.

No será en esta breve columna donde dilucidaremos qué nos pasa, qué ocurre con una sociedad partida en dos que descarta de plano a la otra mitad, que carece de diálogo y del tendido de cualquier puente que vincule las partes, los puntos de vista, la diversidad en la mirada. Hoy se enfrenta el fenómeno de la violencia y del narcotráfico desde murallas acorazadas, donde los garantistas (pro Zaffaroni, para abreviar el texto) y los partidarios de la mano dura, se miran desafiantes mientras la calle, el barrio o la escuela es tierra de nadie. En un mundo real donde “ser dueño de la verdad” es solo un lujo para adolescentes, se ven a diario adultos con actitudes carentes de todo crédito. Actitudes que evitan la mirada del otro, la posibilidad de enriquecer su propia postura, en pos de lograr el punto justo y el equilibrio necesario.

De esa sociedad desquiciada nace este estado de tensión y anomia, que genera peligrosos diagnósticos y que nadie quiere imaginar ante un eventual escenario que provocaría, por ejemplo, una profundización importante de la crisis económica. Creo, sin embargo, que casi cualquier postura política, aceptaría admitir que infinidad de sectores básicamente urbanos –y no ya solo de las grandes urbes– empieza a sentir el peso demoledor de cierta falta de expectativas sobre su futuro y el de sus hijos. La brecha entre ricos y pobres, las diferencias sociales y educativas se vuelven absolutamente brutales en un mundo hipercomunicado. Ese desarrollo exponencial de los medios genera a cada momento más y más necesidades, necesidades que no pueden ser satisfechas y que multiplican la desazón y el resentimiento. De ahí al alcohol cada vez a edad más temprana y el inmediato paso a la droga y a su dependencia. Estos pasos fueron dados por muchísimos grupos sociales y ante esa situación, quienes aún no cayeron al precipicio empiezan a tener gestos de autodefensa, un camino sin duda equivocado. Observar a linchadores y a quienes los observan sin hacer nada es ver las escenas de lo peor de la especie humana, una jauría descontrolada que ajusticia fuera de toda regla social. Ante un lumpen cada vez más violento, surgen grupos atemorizados y dispuestos a defenderse, es un diagnóstico triste y lamentable que ya generó en otras sociedades la aparición de milicias o grupos paramilitares, esos que actúan por fuera del poder soberano del Estado. ¿Muchos piensan que estamos lejos de eso? Seguramente, pero cuando se está cerca detenerlo es imposible.

Si analizamos la diferencia entre ricos y pobres en Dinamarca y Noruega ésta es de cinco a uno, es decir que los ricos tienen cinco veces más que alguien considerado pobre, ese es un dato. En la Argentina, donde nunca nos ponemos de acuerdo, será según quien lo mire de veinte a uno o de cincuenta a uno. ¿Importa?

La desigualdad, la ostentación del lujo, la creación de necesidades ficticias y la indiferencia por los que menos tienen conforman un cóctel explosivo. Una bomba inestable que una chispa vuelve una guerra de todos contra todos.

Menos de 50 días para despejar tanta duda

Quedan ya menos de cincuenta días y Brasil palpita su Mundial entre mil preocupaciones. Su estrella, Neymar, está “entre algodones”, luego de una lesión ocurrida jugando en el Barcelona. También se ha visto en estos días que el estadio Arena/Corinthians, en San Pablo, se encuentra “entre algodones” mientras vive horas febriles tanto de día como de noche, para llegar con sus obras en término para la gran cita del 12 de junio cuando se enfrenten Croacia y el gran anfitrión en el partido inaugural de la Copa del Mundo.

Esta es tan solo la superficie de un mar de dificultades que acechan la realización del magno evento, que tendrá seguramente el encendido más alto de la historia, en esta hiperexplosión que ha ocurrido en los múltiples medios de comunicación que llegaron con el siglo XXI.

De todos los interrogantes, la pregunta seguramente más importante se develará in situ. La cuestión es si el extraordinario espíritu nacional del pueblo brasileño, sumado a su orgullo y  calidez, prevalecerá o no sobre todas las diferencias existentes y logrará la unidad para dejar a su nación en la cúspide de la consideración mundial. Si sucediera lo contrario, las divisiones, los movimientos “antimundial”, el accionar de la delincuencia combinada con el narcotráfico y las potenciales huelgas, privarían al mundo de una fiesta sin par y también podrían afectar seriamente las aspiraciones de Brasil de sumarse a los líderes que toman las decisiones en el tablero político estratégico mundial.

Está dicho, pero vale la pena repetirlo, que nos sumamos a los que rezan por la victoria política. Mucho más allá de nuestra mezquindad deportiva (cruzamos los dedos por los nuestros –Messi más diez–), ya que es una razón de Estado para la Argentina el buen destino de nuestros vecinos.

De los múltiples conflictos internos, quizás la greve (huelga) sea uno de los rompecabezas más complejos a resolver. Podría darse en los servicios públicos, como el transporte terrestre o los movimientos aéreos y podría paralizar ciudades ya de por sí saturadas, a las que se le sumarán cientos de miles de turistas. La visita del Papa Francisco a Río ya mostró cómo los sistemas pueden colapsar con cierta facilidad. Si “para muestra basta un botón”, como dice el refrán popular, basta observar el envío de 6000 efectivos del Ejército la semana pasada con destino a Salvador, capital de Bahía. Allí, luego de una huelga, permanecía acuartelada la Policía Militar por la detención de su líder sindical. Para algunos analistas no fue una greve común, sino más bien un mensaje que, de algún modo, anticipa la gravedad de lo que podría acontecer si esto ocurriera en forma simultánea en varios estados.

El esfuerzo está hecho y la inversión fue de características extraordinarias, sobre todo para un país que pese a haber mejorado sensiblemente en lo social, aún tiene una importante deuda con los menos tienen. El plan de seguridad tiene 800 millones de dólares invertidos y se emplearán en él más de 100.000 hombres, entre militares, policías, agentes federales y de inteligencia. Todo ello será acompañado de una logística de primer orden y de una apoyatura tecnológica en tiempo real, con un monitoreo constante sobre las doce sedes. Lo cierto es que se deberán atender mil hipótesis internas, además obviamente de las externas. Entre estas últimas, figurará sin duda el increíble atractivo que tiene para el terrorismo internacional, la posible realización de una acción de gran escala en ese escenario donde está puesta la mirada de todo el planeta.

Existe una broma algo macabra entre los jóvenes que se manifiestan en contra de estos gastos tan descomunales. Ellos manifiestan que también quieren “estándares FIFA” para los hospitales y el transporte, en una irónica referencia a las exigencias de la organización Mundial del fútbol en relación con el cumplimiento de los estándares para los lugares deportivos donde se realizará la competición.

Sin duda, Río de Janeiro es la gema dorada de las sedes, no solo porque en ella se hará el acto inaugural y donde se definirá la final de la Copa un mes después, sino porque carga sobre sus espaldas el compromiso de organizar, casi inmediatamente después, los Juegos Olímpicos de 2016. Allí es donde la problemática de las favelas (existentes también en otros lugares de Brasil, por supuesto) es particularmente central y en estas horas reina la preocupación debido al éxito relativo que están teniendo las medidas implantadas desde hace varios años para poder controlarlas. El ingreso de las Fuerzas Armadas y el empleo de Unidades de la Policía Pacificadora para que el Estado esté presente en zonas ocupadas con total libertad por la delincuencia –en particular, el Comando Vermelho– encuentra serias dificultades y ha obligado, una vez más, a emplear las fuerzas militares para recuperar presencia pública en estos sectores gigantes y marginales de la sociedad carioca. El arduo trabajo realizado por el gobernador Sergio Cabral y su experimentado Secretario de Seguridad Pública, José Mariano Beltrame, fue iniciado en el 2008 y tuvo éxitos palpables durante un tiempo. Hoy enfrentan su prueba de fuego: más de 10.000 hombres y mujeres de la Policía Pacificadora están allí, en lo que ayer era tierra de nadie. El propio Beltrame estuvo en estos días en Buenos Aires explicando la base de su plan con posibilidades de aplicarse en nuestras villas de emergencia. Sin embargo, como era de esperar, el narcotráfico disputa el espacio perdido e intenta recuperar su rol interno dentro de la favela. Esta también será una de las mayores incógnitas vinculadas a la época del Mundial. Sabremos cuando concluya si nombres como Complexo do Alemao, Rosinha, Cidade de Deus o Jacarezinho pasarán desapercibidas o se volverán tan famosas como las playas de Copacabana, Leblon o Ipanema.

Menos de 50 días para despejar tanta duda, dos meses cruciales para Brasil y la Región, mucho más allá del encuentro del fútbol que tanto ansiamos. Sin duda la pregunta inicial seguramente será la clave: ¿prevalecerá el sentimiento nacional profundo de nuestros vecinos y socios?… ¿Podrán superar sus diferencias como lo han hecho tantas veces a lo largo de su historia?

Ojalá tanta preocupación genuina, dudas y miedo a la violencia se transformen en la gran fiesta que el deporte más popular del mundo merece. Ojalá. A esa hinchada, deberían sumarse todos los amantes del fútbol, especialmente, los argentinos.

El Sedronar y los curas de Francisco

Me permito compartir las irónicas palabras del sacerdote Juan Carlos Molina, titular de la Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico (SEDRONAR), al decir que desde el comienzo de la serie de televisión sobre Pablo Escobar (“El patrón del mal”) han surgido “muchos magisters y eruditos en el tema del narcotráfico y hablan desde allí”. Lo cierto es que con la ayuda de la aparición en pleno día de un par de sicarios extremadamente violentos, comenzaron a aparecer estos “eruditos” nombrados por Molina. La verdad es que éramos pocos los que veníamos reclamando lo obvio de esta situación durante muchísimos años: me refiero a la atención sobre este tema gravísimo que vino a instalarse en la Argentina. Y podemos ubicarnos del lado de los denunciantes, porque desde nuestra editorial TAEDA hace casi una década que venimos bregando por dar el alerta frente a la situación que hoy vivimos.

Tal como dice Molina desde la SEDRONAR, opinólogos de toda laya y con dudosos antecedentes, hablan y escriben como expertos académicos y participan hasta de los programas de chimentos, tratando el delicado tema del narcotráfico. Esta situación se reitera, salvo en las muy honrosas excepciones de periodistas serios y responsables a quienes conocemos por su batallar en el tema. Resulta que hoy “mide” el problema narco y ahí vamos como podemos, a toda hora y casi siempre “atado con alambre”.

Es insólito ver con qué certeza y seguridad sentencian estos personajes las cosas que ocurren e incluso aquellas que irán a ocurrir, aun omitiendo una de las mayores características del delito, como es mutar en forma constante, adaptarse a cualquier nueva situación y aprovechar el más absoluto desapego a cualquier código o a la ley misma. Los que de verdad dominan el tema saben de la facilidad del narcotráfico para reacomodarse y para sorprender desde otro lugar y con otro formato. Hay tantos miles de ejemplos que hasta es innecesario desarrollarlos.

En este deambular profesional de tantos años, hemos visto este drama desde adentro: tanto en las favelas de Brasil como en muchos países de Centroamérica y en México, también hemos conocido su trasfondo en la propia selva colombiana. En todos estos lugares hay diferencias por la particularidad de cada situación, pero también en todos se mantienen patrones comunes que lamentablemente observamos ya en vastos sectores de nuestra propia sociedad. Hoy se habla de “falopa”, de laboratorios y cocinas, de decomisos, “paco” o narcomenudeo casi con obsesión, cuando hace tan solo pocos meses, no solo el tema estaba fuera del alcance de la opinión pública, sino que los propios funcionarios eran más que renuentes a admitir que esta situación era realmente crítica.

Hoy, que las encuestas encumbran el tema por encima de la propia inseguridad, aun por encima de la inflación y la pobreza, sería bueno escuchar a los que saben. Tal como dijo el titular del SEDRONAR, la importancia del asunto debiera dejar a los opinólogos de pacotilla “fuera de la cancha”.

Nosotros opinamos, sin falsa modestia, porque cargamos con años que incluyen seminarios, libros editados y mucho caminar por los lugares más críticos de la Argentina y de todo el continente. Eso debiera darnos algún crédito, pero podemos asegurar que ese crédito es casi nada comparado con la acción constante de los llamados hoy “sacerdotes de Francisco”. Ellos están ahí, instalados desde hace muchos años en los lugares más calientes y peligrosos por el accionar del narcotráfico, donde la convivencia con la droga y la violencia no es un ir ni un venir, sino un “estar”, una decisión de vida. No una ayuda solidaria, sino una convivencia definitiva.

Resulta lamentable que ni el Padre José María “Pepe” Di Paola ni sus compañeros de las Pastoral de las villas miseria, estén dando hoy su experiencia sobre las acciones y consecuencias del narcotráfico y que tampoco sean desde las villas 31, o la 1-11-14 o la 21-24, los lugares donde se busquen los testimonios desgarradores y cotidianos del efecto devastador que este drama tiene sobre las víctimas y sobre su entorno familiar.

La transformación del Cardenal Bergoglio en el Papa Francisco dio visibilidad a la acción solitaria y silenciosa de un grupo de hombres de la Iglesia que optaron por los pobres y que, en su accionar podrían semejarse al mítico y controvertido Padre Mujica, aquel sacerdote cercano a Montoneros, que fuera asesinado el 11 de mayo de 1974 supuestamente en manos de la Triple A. Estos curas del siglo XXI misionan en condiciones parecidas a las de aquel, aunque ajenos a la política y a la problemática de la violencia de aquellas décadas tan dolorosas. Si algo tienen en común, es que intentan reemplazar al Estado allí donde el Estado no llega, donde la desesperación de los padres no tiene contención ni policial, ni sanitaria, ni social. Es allí, estando prácticamente solos y sin el acompañamiento de las instituciones naturales, donde los “curas villeros” acompañan a las madres del “paco”, allí donde arropan a los consumidores y es allí donde enfrentan sin armas al narcotráfico.

Casi todos ellos nacieron en barrios acomodados, casi todos han decidido que este sea un camino a recorrer para toda la vida. Sus historias tomaron estado público al ser amenazado de muerte el Padre Pepe Di Paola en el 2009 en la villa 21-24 de Barracas, que fue su casa durante trece años, cuando presentó junto a su equipo el duro documento contra el narcotráfico en las villas. Los nombres de ese equipo no resultan conocidos a nadie fuera de estos lugares críticos, a nadie les dirá nada estos apellidos, ni Suri, ni Torre, ni Serrese, ni Mirabelli, solo por nombrar algunos; sin embargo, son ellos los que recorren los laberintos de la villa en la búsqueda de estos desesperados, sin esperar que lleguen a su puerta, esa puerta de entrada a lo ellos denominan los “hogares de Cristo”.

A todos ellos se los vincula con el actual Papa no en forma casual, sino que recibieron del entonces Cardenal Bergoglio el apoyo irrestricto cuando araban casi en el desierto; de él recibieron el impulso al duplicar el número de sacerdotes en la tarea y de él también recibieron con su presencia silenciosa el compromiso con el perfil básicamente evangélico con que encararon la dura tarea dentro de las villas. Dicen que ese perfil se inspira también en el pensamiento de referentes de la Iglesia Católica, como los respetados sacerdotes Lucio Gera (1924-2012) y Rafael Tello (1917-202), ambos padres de pastores y teólogos de la región y que junto al entonces cardenal Bergoglio le dieron forma a esta manera de misionar.

Di Paola, luego de un breve exilio y vuelto a misionar a Buenos Aires, ahora desde la villa La Cárcova, de las más carenciadas del conourbano bonaerense, manifiesta que “no solo esos son los lugares donde aspira a misionar sino que además, si Dios le da larga vida, es donde aspira a retirarse y compartir con esa gente hasta el final de sus días”. Quizás este pensamiento idealista y alejado del vulgar y criticado asistencialismo sea el camino a transitar por funcionarios del Estado, por las ONG vinculadas y por todos aquellos que verdaderamente quieran terminar con la droga.

Toda la razón para las palabras del Padre Molina, titular del SEDRONAR, en relación con que hablen los que saben. Voces como las de los “curas de Francisco” son unas de las que deben ser escuchadas para terminar con los tormentos que vivimos y con los tormentos por venir.