Menos de 50 días para despejar tanta duda

Gustavo Gorriz

Quedan ya menos de cincuenta días y Brasil palpita su Mundial entre mil preocupaciones. Su estrella, Neymar, está “entre algodones”, luego de una lesión ocurrida jugando en el Barcelona. También se ha visto en estos días que el estadio Arena/Corinthians, en San Pablo, se encuentra “entre algodones” mientras vive horas febriles tanto de día como de noche, para llegar con sus obras en término para la gran cita del 12 de junio cuando se enfrenten Croacia y el gran anfitrión en el partido inaugural de la Copa del Mundo.

Esta es tan solo la superficie de un mar de dificultades que acechan la realización del magno evento, que tendrá seguramente el encendido más alto de la historia, en esta hiperexplosión que ha ocurrido en los múltiples medios de comunicación que llegaron con el siglo XXI.

De todos los interrogantes, la pregunta seguramente más importante se develará in situ. La cuestión es si el extraordinario espíritu nacional del pueblo brasileño, sumado a su orgullo y  calidez, prevalecerá o no sobre todas las diferencias existentes y logrará la unidad para dejar a su nación en la cúspide de la consideración mundial. Si sucediera lo contrario, las divisiones, los movimientos “antimundial”, el accionar de la delincuencia combinada con el narcotráfico y las potenciales huelgas, privarían al mundo de una fiesta sin par y también podrían afectar seriamente las aspiraciones de Brasil de sumarse a los líderes que toman las decisiones en el tablero político estratégico mundial.

Está dicho, pero vale la pena repetirlo, que nos sumamos a los que rezan por la victoria política. Mucho más allá de nuestra mezquindad deportiva (cruzamos los dedos por los nuestros –Messi más diez–), ya que es una razón de Estado para la Argentina el buen destino de nuestros vecinos.

De los múltiples conflictos internos, quizás la greve (huelga) sea uno de los rompecabezas más complejos a resolver. Podría darse en los servicios públicos, como el transporte terrestre o los movimientos aéreos y podría paralizar ciudades ya de por sí saturadas, a las que se le sumarán cientos de miles de turistas. La visita del Papa Francisco a Río ya mostró cómo los sistemas pueden colapsar con cierta facilidad. Si “para muestra basta un botón”, como dice el refrán popular, basta observar el envío de 6000 efectivos del Ejército la semana pasada con destino a Salvador, capital de Bahía. Allí, luego de una huelga, permanecía acuartelada la Policía Militar por la detención de su líder sindical. Para algunos analistas no fue una greve común, sino más bien un mensaje que, de algún modo, anticipa la gravedad de lo que podría acontecer si esto ocurriera en forma simultánea en varios estados.

El esfuerzo está hecho y la inversión fue de características extraordinarias, sobre todo para un país que pese a haber mejorado sensiblemente en lo social, aún tiene una importante deuda con los menos tienen. El plan de seguridad tiene 800 millones de dólares invertidos y se emplearán en él más de 100.000 hombres, entre militares, policías, agentes federales y de inteligencia. Todo ello será acompañado de una logística de primer orden y de una apoyatura tecnológica en tiempo real, con un monitoreo constante sobre las doce sedes. Lo cierto es que se deberán atender mil hipótesis internas, además obviamente de las externas. Entre estas últimas, figurará sin duda el increíble atractivo que tiene para el terrorismo internacional, la posible realización de una acción de gran escala en ese escenario donde está puesta la mirada de todo el planeta.

Existe una broma algo macabra entre los jóvenes que se manifiestan en contra de estos gastos tan descomunales. Ellos manifiestan que también quieren “estándares FIFA” para los hospitales y el transporte, en una irónica referencia a las exigencias de la organización Mundial del fútbol en relación con el cumplimiento de los estándares para los lugares deportivos donde se realizará la competición.

Sin duda, Río de Janeiro es la gema dorada de las sedes, no solo porque en ella se hará el acto inaugural y donde se definirá la final de la Copa un mes después, sino porque carga sobre sus espaldas el compromiso de organizar, casi inmediatamente después, los Juegos Olímpicos de 2016. Allí es donde la problemática de las favelas (existentes también en otros lugares de Brasil, por supuesto) es particularmente central y en estas horas reina la preocupación debido al éxito relativo que están teniendo las medidas implantadas desde hace varios años para poder controlarlas. El ingreso de las Fuerzas Armadas y el empleo de Unidades de la Policía Pacificadora para que el Estado esté presente en zonas ocupadas con total libertad por la delincuencia –en particular, el Comando Vermelho– encuentra serias dificultades y ha obligado, una vez más, a emplear las fuerzas militares para recuperar presencia pública en estos sectores gigantes y marginales de la sociedad carioca. El arduo trabajo realizado por el gobernador Sergio Cabral y su experimentado Secretario de Seguridad Pública, José Mariano Beltrame, fue iniciado en el 2008 y tuvo éxitos palpables durante un tiempo. Hoy enfrentan su prueba de fuego: más de 10.000 hombres y mujeres de la Policía Pacificadora están allí, en lo que ayer era tierra de nadie. El propio Beltrame estuvo en estos días en Buenos Aires explicando la base de su plan con posibilidades de aplicarse en nuestras villas de emergencia. Sin embargo, como era de esperar, el narcotráfico disputa el espacio perdido e intenta recuperar su rol interno dentro de la favela. Esta también será una de las mayores incógnitas vinculadas a la época del Mundial. Sabremos cuando concluya si nombres como Complexo do Alemao, Rosinha, Cidade de Deus o Jacarezinho pasarán desapercibidas o se volverán tan famosas como las playas de Copacabana, Leblon o Ipanema.

Menos de 50 días para despejar tanta duda, dos meses cruciales para Brasil y la Región, mucho más allá del encuentro del fútbol que tanto ansiamos. Sin duda la pregunta inicial seguramente será la clave: ¿prevalecerá el sentimiento nacional profundo de nuestros vecinos y socios?… ¿Podrán superar sus diferencias como lo han hecho tantas veces a lo largo de su historia?

Ojalá tanta preocupación genuina, dudas y miedo a la violencia se transformen en la gran fiesta que el deporte más popular del mundo merece. Ojalá. A esa hinchada, deberían sumarse todos los amantes del fútbol, especialmente, los argentinos.