Por: Ismael Cala
Todos llevamos un líder dentro. Es una gracia natural con la que nacemos los seres humanos, una luz interior que nos permite iluminar -si nos lo proponemos- el camino hacia los objetivos en la vida. Utilizar esa luz, que no es más que hacer valer nuestra capacidad innata de liderazgo, abre las puertas del éxito y allana la senda que conduce a la excelencia, tanto en el trabajo como en la vida personal.
Para hacer realidad nuestra capacidad potencial de liderazgo, no estamos obligados a tener una personalidad extraordinaria, ni mucho menos a amasar una egolatría fuera de lo común. La capacidad de un líder se mide hoy día por su poder de aglutinar, inspirar y motivar a los demás, por su confianza en el colectivo, los deseos de aprender y acumular experiencias, y por su inclinación a escuchar y a aceptar los errores. El líder es un ser humano común, que únicamente se propone desarrollar cualidades que todos poseemos.
El líder moderno proyecta con visión de futuro, contagia, entusiasma, persuade y transmite energías. Es una persona que explota al máximo sus capacidades, porque logra -y esto sí es primordial- un equilibrio creador entre la razón y la emoción. Sabe conectar ambos mundos, sin perjuicio de los sentimientos o de la calidez humana.
El equilibrio razón-emoción no es más que la capacidad de encauzar las emociones debidamente, poniéndolas en función de los objetivos trazados, aprovechando la fuerza que liberan. No olvidemos que la razón llega a conclusiones, pero las emociones arrastran a la acción. En esto radica la importancia de su equilibrio.
De temas interesantes y actuales, relacionados con el liderazgo, la inteligencia social, el equilibrio interno, las razones y las emociones, trata el curso en línea que tengo el placer de impartir en Atlantis University, por intermedio del Centro Académico de Liderazgo de las Américas.
Todos podemos desarrollar, hasta los niveles que nos propongamos, nuestras potencialidades de liderazgo. Para unirte a nosotros solo visita aquí.
William Shakespeare, a finales del siglo XXVI, sentenció: “Sabemos lo que somos, pero no lo que podemos llegar a ser”. Con el debido respeto, me atrevo a añadir otra frase: “No temas descubrir lo que puedes llegar a ser”.