Por: Ismael Cala
Hay temas que han rebasado el estigma y ahora están en boca de todos. El cáncer, por ejemplo, sigue siendo una dolencia complicada. Sin embargo, ahora es más fácil compartir sentimientos, por la compasión generalizada de la tribu. Sí, de la tribu, que al final sigue siendo nuestro estilo de relacionarnos en colectividad.
Mientras eso sucede, familias completas siguen sumergidas en el silencio y el dolor por no atreverse a compartir su batalla mental por una vida digna, productiva y con sentido. Las enfermedades mentales siguen arrastrando un fuerte estigma que provoca aislamiento, detección tardía de síntomas y falta de atención.
Hace solo unos días asistí en Houston a la Conferencia Anual de Sardaa, la asociación sin fines de lucro que ayuda a pacientes y familias afectados por la esquizofrenia y otras enfermedades. Allí pude conocer a padres, hermanos y amigos que han perdido a seres queridos por el suicidio. El encuentro fue una unión desde el dolor y la solidaridad, pero sobre todo desde la esperanza.
Hablar en público de mi historia familiar sobre la esquizofrenia me costó 43 años. Mi mayor miedo fue perder el control de la mente, debido a los suicidios de mi abuelo paterno, mi tía y el intento de mi padre. A los 15 años me tocó visitar a mi padre en un hospital psiquiátrico, después de haber recibido electrochoques. A esa edad, sin tener ningún tipo de recurso emocional para enfrentar las circunstancias, pedí a Dios un milagro de cocreación de mente y cerebro sanos, para no seguir los patrones que veía en el espejo.
Dios hizo el milagro. Gracias a su misericordia y al esfuerzo para nutrir cerebro y mente con alimentos positivos, aquí estamos alzando una voz para que el estigma acabe. Para que la compasión y la solidaridad se expandan, más allá de la atención médica correcta. El mejor complemento posible es la inclusión y la mejor medicina, el amor.
Los neurocientíficos aún tienen mucho que investigar para identificar las causas y las razones de estas enfermedades. La ciencia ya estudia que la higiene mental, entendida como el cultivo de la espiritualidad, es decisiva para paliar dichas condiciones. Ya no basta con las píldoras. Son necesarios la conciencia de la aceptación, el estímulo de la creatividad, la fe y el propósito de vivir en pertenencia.
Viví en miedo por muchos años, hasta que me di cuenta de que sólo dejándolo salir podría enfrentarlo, compartirlo y luego revertirlo en combustible para empoderarme y empoderar a otros. Usemos el miedo desde su mejor ángulo, que no es el que nos paraliza y crea ansiedad. El miedo también sirve de recordatorio y llamado a la acción.
Mira a tu alrededor y abre tu corazón a quienes temen dejar volar su mente. Sé parte de la cadena del amor, para levantar el estigma sobre las enfermedades mentales, que en realidad deberían llamarse enfermedades cerebrales. Dios es amor. Hágase el milagro.