Pobreza, la gran deuda en democracia

Aún cuando el PBI argentino se expandió en las últimas tres décadas, con un avance más consistente en los últimos 12 años, todavía uno de cada cuatro argentinos es pobre, si se comprende en este grupo a aquellos que tienen necesidades básicas insatisfechas en cuanto a vivienda, servicios sanitarios, educación e ingreso mínimo.

Según el Observatorio de la Deuda Social de la UCA, la pobreza subió el año pasado al 27,5% de la población, casi un punto más que en 2012. Un estudio del Instituto de Pensamiento y Políticas Públicas (IPyPP) señala que al segundo trimestre de 2013, “la pobreza afecta a 15,4 millones de personas, es el decir al 36,5% de la población total”, mientras que “la indigencia indica que al menos cinco millones de personas están pasando hambre, es decir, un 12,1% de la población”. Estos análisis refieren que en el país viven entre 11 y 13,5 millones de pobres.

Es necesario ver más allá de la mezquindad política de ocultar las cifras oficiales para entender que estamos frente a un deterioro de los indicadores sociales que lleva muchos años, pero del que como sociedad tenemos una responsabilidad ineludible desde la recuperación democrática en 1983. Los gobiernos elegidos desde entonces se dedicaron a administrar una coyuntura muchas veces adversa, pero nunca percibieron la presión de una demanda ciudadana para que la inclusión social fuera una prioridad en la agenda.

La última gran crisis en 2001-2002 provocó una caída del 10,9% del PBI, un desempleo del 21,5% y un incremento de la pobreza que se extendió prácticamente a la mitad de la población argentina, su nivel más alto en la historia. Sobre esa base, el kirchnerismo se respalda para decir que los índices sociales durante su administración tuvieron una sensible mejora, lo cual es cierto. Sin embargo, al observar las cifras anteriores al estallido de la convertibilidad, es difícil establecer que haya habido una evolución, aún cuando la economía creció y el país es más rico que una década atrás.

Cada gran crisis –el “Rodrigazo”, la debacle post Malvinas durante la dictadura, la hiperinflación, el 2001- fue sucedida por un período de notable rebote de la actividad económica, aunque en términos de pobreza nunca llegaron a recuperarse los niveles previos a cada colapso del ciclo económico. Ante esa tendencia reiterada y que no distingue de signos políticos, mejor que fijar una posición es compartir la visión de los especialistas y su contribución a un debate que sigue postergado.

Guillermo Cruces, del Centro de Estudios Distributivos Laborales y Sociales (CEDLAS), apunta que “en los últimos 40 años tenemos un grupo social que ha visto caer sus ingresos sistemáticamente: cuando el resto de la población gana, ellos pierden; cuando el resto pierde, ellos pierden más”. Cruces detalla que “en el período de la dictadura, el 20% más pobre de la población vio caer sus ingresos. Durante el primer período democrático, todo el mundo perdió ingresos, pero perdió más el 20% más pobre. Con el menemismo, el 90% más rico de la población vio aumentar sus ingresos y el 10% más pobre vio caer sus ingresos. Y con la última crisis, los ingresos de todo el mundo cayeron, pero los del 20% más pobre aún más”.

Daniel Arroyo, ex ministro de Desarrollo Social de la provincia de Buenos Aires, considera que “en el país existen tres grandes problemas: el primero, vinculado a la pobreza estructural, el segundo a la informalidad económica, en tanto el 40% de la población que trabaja lo hace de manera informal; y el tercero que tiene que ver con los adolescentes y jóvenes que tienen privaciones serias”.

En este último punto involucra a los denominados “ni-ni”, franja de la población entre los 16 a 24 años que no trabaja ni estudia y que se estima en unas 900 mil personas. “El problema de los jóvenes pobres no es entender cómo hacer un trabajo, sino el hecho de ir a trabajar todos los días ocho horas. Para entenderlo y diseñar las estrategias adecuadas para cambiarlo es necesario ubicar esta problemática en el contexto histórico y recordar que muchos de estos jóvenes no han visto ni a sus padres o madres, ni a su abuelo trabajar”, explica Arroyo. Estamos en presencia de la tercera generación de excluidos, que en muchos casos ya tiene hijos pequeños, puesto que la población más vulnerable tiene más hijos y a edad más temprana que aquella de mayores ingresos.

Baja calidad del empleo y menores ingresos

Por InfobaeTV, la especialista del Centro de Estudios e Investigación en Ciencias Sociales (CEICS) Tamara Seiffer dijo que “la economía se sigue expandiendo, pero esa renta, aunque es más grande, no alcanza para sostener al conjunto. Los salarios promedio de la década kirchnerista entre 2004 y 2014 son aproximadamente la mitad de lo que eran en 1975 en términos de su poder adquisitivo. En relación a los años 90 estamos más o menos igual en términos de pobreza y de salario”.

Un mercado laboral con empleo precario, salarios bajos y una elevada desocupación, disimulada en parte con planes sociales –que retiran a muchas personas del mercado del trabajo- y empleo público, son condiciones que influyen en el avance de la pobreza. “En plena crisis o incluso a mediados de los ’90 uno tenía una asociación entre pobreza y desempleo. En esta década se rompe y se evidencia que no necesariamente tener empleo garantiza salir de la pobreza. La Asignación Universal por Hijo, de alguna manera, es una autodenuncia de esa situación. Hay una masa muy importante de la población, unos 1.900.000 hogares que necesitan de la asistencia para vivir, pero no porque estén totalmente desocupados”, define Seiffer.

Un informe de la consultora IDESA, que dirige Jorge Colina, enfatiza que “la polémica sobre cuántos son los pobres reduce la visibilidad de las regresivas consecuencias que tiene asociado el despilfarro del gasto público”. Para IDESA, una forma alternativa de medir la marginalidad social es considerar pobre a la gente cuyo ingreso no supera el 60% de la mediana de ingresos de la población. Según este método, la pobreza en el país pasó del 31% en 2004 al 26% de la población, o sea bajó cinco puntos porcentuales en la última década, aunque uno de cada cuatro argentinos persiste en esa condición.

Al examinar este período, IDESA también llegó a concluir que por cada $100 mil millones de aumento del gasto público real, la pobreza se redujo a razón de apenas un punto porcentual, pues “el gasto público total del gobierno nacional, provincial y municipal medido en términos reales pasó de $735 mil millones a $1.200 miles de millones, o sea creció un 64% por encima de la inflación”, mientras que la pobreza cedió 5% en diez años.

Agustín Salvia, investigador de la UCA, indica que desde 2012 “ha aumentado la pobreza, pero la indigencia se ha mantenido. Hay un piso estructural del 20 al 25 por ciento de población en situación de pobreza que ya no se mueve mucho en los términos de los ciclos económicos. Las políticas económicas, debido a la segmentación del mercado de trabajo, no lo logran atravesar, más allá de los esfuerzos que se hagan desde el punto de vista de transferencia de ingresos, porque no hay condiciones laborales para que la gente obtenga un empleo más productivo”.

Recesión sí, pero no crisis

El recorte en las estimaciones de la tasa de actividad que confirmó el ministro Axel Kicillof al anunciar que el PBI aumentó sólo 3% en 2013, debajo del 4,9% anual que el INDEC había calculado en febrero, transparenta un enfriamiento de la economía que los analistas privados ya habían advertido meses atrás y que se constata con más claridad en 2014.

La tendencia se profundiza en varias áreas de la producción de bienes y servicios. Aunque es prematuro prever que la economía local atravesará un año de retracción o bien aventurar un crecimiento débil, una serie de cifras conocidas en los últimos días muestran un nítido declive de actividad. Técnicamente, los economistas precisan contabilizar al menos dos trimestres de caída interanual del PBI o una expansión menor a la tasa de crecimiento vegetativo de la población para establecer que hay recesión.

La Asociación de Fabricas de Automotores (ADEFA) informó sobre una contracción de la producción del 26% en marzo frente al mismo mes de 2013, con un desplome del 30% en las exportaciones, en este caso justificadas por las menores compras de Brasil, que absorbe el 90% de las ventas externas de vehículos argentinos.

Entre enero y marzo se produjeron un total de 147.416 vehículos, un 16,2% menos respecto de los 176.003 que se alcanzaron en el mismo período del año pasado. Hay que retrotraerse a 2010, cuando en el primer trimestre se fabricaron 124.377 unidades, para encontrar un volumen de producción inferior al actual. Entre enero y marzo de 2012 se fabricaron 163.837 unidades, y en 2011, unos 159.486 vehículos.

Este rubro fabril es el de mayor importancia, aunque hay que recalcar que es una muestra parcial de una vasta realidad. No obstante, hace varios meses que las terminales evidencian una tendencia de producción declinante. Desde el fuerte repunte del 9,1% interanual de julio de 2013, agosto (-12,2% interanual), octubre (-4,8%), noviembre (-20,2%), diciembre (-26,4%), enero de 2014 (-18%) y marzo (-26%) tuvieron recorte de producción. Del lado positivo quedaron sólo septiembre de 2013, con un incremento de 4,7% contra septiembre de 2012, y febrero de 2014, con una mejora interanual de 0,1 por ciento.

En el caso de las automotrices, el aumento de impuestos, la devaluación y la caída de demanda brasileña golpearon con inusual fuerza este año. El atraso salarial en un marco de aceleración de la inflación también definió la suerte de las ventas en el mercado interno. Por eso, los envíos de las automotrices a las concesionarias en el primer trimestre se redujeron 25,4% frente a los tres primeros meses de 2013.

Según la Asociación de Concesionarios (ACARA), en el primer trimestre del año se comercializaron 218.173 vehículos, un 13% menos que en el mismo período de 2013 (247.804 unidades), un 13,7% menos que en 2012 (252.887 unidades) y un 5,2% menos que en 2011 (230.185). Hay que regresar al período enero-marzo de 2010, cuando se registraron 180.513 ventas, para encontrar una cantidad inferior a la actual. En términos porcentuales, la baja interanual del 13% en el primer trimestre de 2014 es la mayor desde 2002.

El INDEC reveló que la actividad de la construcción cayó en febrero 5,2% en relación a igual mes de 2013, la contracción más fuerte desde diciembre de 2012, con lo que acumuló en el primer bimestre un retroceso de 1,7%, aún con el efecto multiplicador del Plan Procrear, que ofrece créditos a tasas subsidiadas. La construcción había aumentado un 4,6% interanual en 2013 –según datos oficiales-, frente a una merma interanual de 3,2% en 2012. De mantenerse el ritmo presente, la actividad tendrá este año un desempeño similar al que alcanzó en 2011.

En cuanto al comercio de bienes y servicios de mayor rotación, la Cámara Argentina de la Mediana Empresa (CAME), indicó que las ventas minoristas cayeron 7,2% en marzo respecto al mismo período del año anterior. “Marzo es el tercer mes consecutivo en que las ventas se desploman, ante una demanda que muestra algunos síntomas de debilitamiento”, reconoció la entidad que preside Osvaldo Cornide, una de las más representativas del comercio de proximidad.

Estos son sólo algunos indicadores en rojo del presente económico argentino, que no son concluyentes si se analiza la mejora de la valuación las empresas argentinas y de los títulos públicos en la Bolsa porteña y en mercados del exterior, así como los sostenidos precios internacionales para el agro, acompañados de una abundante cosecha. Aunque es probable que el PBI disminuya en 2014, la Argentina aún se mantiene lejos de atravesar una crisis como las experimentadas en las últimas cuatro décadas.

La arbitrariedad tiene costo

Es un rasgo de la personalidad del Gobierno forzar la agenda de las instituciones políticas y económicas. Siempre trata de mantener la iniciativa, desplazar el eje de discusión a conveniencia y, de ser necesario, cambiar las reglas de juego en su provecho. Después de haber anunciado durante meses que el PBI crecía en torno al 5% anual, y haber rubricado en febrero pasado que el Estimador Mensual Actividad Económica (EMAE) mostraba un alza acumulada de 4,9% en 2013, el INDEC recortó su medición a un 3 por ciento.

Por debajo del 3,2% de crecimiento anual no se pagan los cupones atados al PBI, opciones que en el canje de deuda de 2005 oficiaron como incentivo para los acreedores, tentados con altas rentabilidades ante la falta de credibilidad que pesaba sobre un país que tres años antes había declarado el default de sus obligaciones soberanas. Es cierto que la cancelación de este vencimiento sólo justificado por la sobreestimación de crecimiento del INDEC hubiera sido un despropósito, pero el ajuste de datos sobre la hora obedeció a una necesidad de caja del Gobierno y no al reconocimiento de un grave error.

La excusa fue la aplicación de una nueva metodología en los cálculos del cuestionado ente estadístico – ya explicitada con el nuevo IPC Nacional que sinceró la inflación de enero y febrero-, pero en forma retroactiva sobre las planillas del año pasado. Los datos de crecimiento de 2013, que daban prácticamente por seguro el pago de cupón, incidieron en la firme demanda por estos títulos, así como las restricciones cambiarias, que los transformaron –en el caso de las emisiones en dólares y euros- en un recurso para hacerse de divisas en efectivo y en forma legal.

Conocido el sorpresivo informe oficial, el desplome de precios que habían acusado los cupones atados al PBI el jueves, entre el 10 y el 14 por ciento, recrudeció el viernes con una oleada de ventas que arrasó con estas emisiones. El Cupón PBI en pesos se hundió 53,4 por ciento. Este “warrant” fue el más castigado: el jueves 27 había arrancado la rueda de negocios a $13,17; al cierre del viernes 28 su precio fue de 5,24 pesos. Las pérdidas por “creerle” al INDEC fueron generalizadas: el Cupón en euros se derrumbó 30,6%; el nominado en dólares bajo ley de Argentina, 29,1%, y en dólares bajo ley de Nueva York, 32,4 por ciento. Fue un duro golpe a las expectativas.

El cambio de metodología estadística contagió con una renovada dosis de desconfianza al mercado financiero, que siempre sufrió la actitud despectiva de la administración kirchnerista. Varios analistas diagnosticaron que los u$s3.500 millones liberados del pago de cupones iban a consolidar los precios de los bonos en dólares, ahora con la garantía de ese refuerzo de solvencia. Sin embargo, el daño estaba hecho: el Boden 2015 perdió 1,3%, el Discount en dólares (ley argentina) cayó 2,2% y el Global 17 restó 1,9 por ciento.

A estos precios, los cupones, que vencen en 2035, ofrecen excelentes rendimientos. Incluso el Presupuesto 2014 prevé una expansión del PBI del 6,2%, para aquellos inversores que aspiran a una renta inmediata. Pero, ¿quién en su buena fe puede confiar su dinero a una colocación sujeta a la arbitrariedad del Gobierno?

Para Alfonso Prat Gay, ex presidente del Banco Central, “la asociación ilícita dentro del INDEC, que nos quería hacer creer a los argentinos que crecíamos tanto, finalmente comprendió lo cara que nos costaba esa mentira“. El ex secretario de Finanzas Guillermo Nielsen fue más allá: “Esto puede ser causal de default. ¿Cómo probás, estadísticamente y en función de técnicas de cálculo de Producto Bruto, para pasar justo al 3%, cuando venías hasta 24 horas antes estimando el crecimiento del PBI en 4,9%? El escenario de mayor riesgo es que se presenten a la Justicia norteamericana bonos de jurisdicción Nueva York”, como en el caso de los cupones en dólares emitidos bajo legislación norteamericana (TVPY) durante la gestión de Néstor Kirchner.

Si llegara a realizarse este desembolso en diciembre representaría una caída de 13% de las reservas internacionales del BCRA, según su nivel presente. Pero el golpe de timón que implica frustrar el pago no significará el final de la estrechez de divisas que atraviesa la economía argentina y que erosiona el activo de la entidad monetaria; probablemente contribuirá a ahuyentarlas.

Contraindicaciones de la receta ortodoxa

El Estimador Mensual de la Actividad Económica (EMAE) del INDEC reflejó la semana pasada un incremento del PBI del 4,9% para todo 2013, satisfactorio para cualquier país, pero un problema para la Argentina. En primer lugar, porque es improbable que la producción anual de bienes y servicios haya crecido más de un 3% respecto del año anterior, puesto que una cifra no puede esconder una bajo nivel real de la actividad. En segundo término, de no haber una corrección bajista para este porcentaje, la Argentina deberá desembolsar unos u$s4.000 millones en concepto de los cupones atados al PBI, opciones cuya cláusula de pago se gatilla cuando la actividad aumenta más de 3,2% anual.

En tal caso, los argentinos pagarán un alto costo por una inflación falseada, ya que al subestimar el aumento de los precios se sobreestima el nivel de producción de varios rubros relevados en el EMAE, por lo tanto se “crece más” en términos nominales. Así, hacer efectivos los cupones demandará el próximo diciembre un 15% de las actuales reservas internacionales del Banco Central, en un presente en el que la salida de dólares -que implicó una caída del 30% en el nivel de activos en 2013- continúa, en particular por el peso de la factura energética, cuyo déficit no se revertirá en el corto plazo.

Sin embargo, es necesario evaluar como acertadas varias medidas que tomó el Gobierno en las últimas semanas, forzado por las circunstancias luego de que las reservas cayeran u$s2.815 millones en enero, se recalentara la inflación y se confirmara el déficit fiscal de 2013. Estas decisiones oficiales –devaluación, suba de tasas, nuevo IPC Nacional-, aunque todavía insuficientes para rectificar todos los desequilibrios que acumula la macroeconomía, permiten anticipar cómo será el desarrollo de la actividad este año, en un escenario que asoma muy diferente al que habían delineado el oficialismo -el presupuesto nacional establecía un crecimiento del PBI de 6,2% en 2014- y las consultoras privadas antes de este golpe de timón.

El incremento de las tasas de interés a niveles de inflación real y la devaluación del peso no son medidas espasmódicas de un solo mes, sino que es probable que estas variables sean regulados día a día por el Banco Central, cuando lo exija el desempeño económico.

Las tasas de referencia altas, hoy en torno al 30% según se desprende de las última licitación de Letras y Notas del Banco Central, anticipan un consumo más restringido, el recorte de los plazos para financiarse en cuotas, y a la vez menos crédito –o más caro- para empresas, con impacto en los ya insuficientes niveles de inversión. Por otro lado, ayudarán a contener la inflación y la escalada del dólar en todos sus segmentos, al “secar” la plaza del exceso de pesos circulante, con el consiguiente costo “cuasi fiscal” al momento de renovar o cancelar los vencimientos de dichas obligaciones.

La inflación, que los analistas privados calculan por encima del 30% para el acumulado de 2014, también desalentará el consumo, un puntal del programa económico que defendió el Gobierno hasta el año pasado, e indirectamente servirá para enfriar un poco la demanda de dólares: los ahorristas cada vez tienen menos resto para comprar divisas, como muestra el monitoreo que realiza la AFIP sobre ventas de dólares para ahorro, cuyo promedio diario en febrero (u$s9,3 millones) se redujo un 50% respecto de enero (u$s19 millones).

De los “precios cuidados” a los “dólares cuidados”

Un dólar oficial más caro significa una reducción en el ingreso al país de insumos, piezas y productos terminados. Se resentirá la actividad fabril y se añadirá presión sobre los precios, mientras que se pondrá coto a la salida de divisas por esta vía y por turismo en el exterior. También mejorará la competitividad de los productores de bienes transables por un tipo de cambio más favorable.

En el frente externo no puede omitirse la trascendencia de Brasil, principal destino comercial de los productos argentinos y mayor proveedor de nuestro país. El socio del Mercosur transitará el año del Mundial cerca de la recesión y con déficit de cuenta corriente, que afectarán la demanda de bienes nacionales. A favor jugarán las exportaciones de granos y derivados, principal fuente de ingreso de dólares. La soja se sostiene en u$s500 por tonelada y se espera una cosecha récord para la campaña 2013/2014, que se liquidará entre marzo y julio.

Eventuales acuerdos con Repsol, “holdouts” y el Club de París tienen un lugar prioritario en la agenda del ministro de Economía, Axel Kicillof. La postergada solución de estas controversias es tan necesaria como costosa, pues abrirán las puertas de los mercados internacionales para obtener financiamiento, a la vez que incrementarán significativamente la deuda pública en dólares en el mediano y largo plazo.

Así como el Gobierno evitó una recesión en 2013 con un voluminoso sacrificio de dólares, este año deberá asumir el estancamiento económico como un amargo remedio contra la inflación y la pérdida de divisas que amenazan el tramo final de la gestión de Cristina Kirchner.

Ya se juega el crecimiento para 2014

El 2013 es un año de mayor actividad económica que 2012. Dos sectores protagonizaron el repunte, con ayuda de las ventas al exterior: mientras que la producción agrícola completará doce meses de crecimiento algo inferior al 20%, en particular por el volumen de cosecha después de un ciclo de sequía, el sector fabril sintió el arrastre alcista de la producción automotriz, que con un incremento cercano al 13% interanual aprovechó la mayor demanda de vehículos del mercado brasileño. Para el año próximo, los analistas macroeconómicos estiman un estancamiento o mínimo progreso del nivel de actividad, debido a que el impulso del agro y los autos no tendrá el vigor de 2013.

La producción agrícola es el principal sostén de la economía nacional, por el peso de su producto y su aporte al superávit comercial. Este año contribuyó a movilizar otras actividades emparentadas a su desarrollo, como el comercio y el transporte, aunque hubo un freno a su poder reactivador que llegó del lado de los precios: la tonelada de soja finalizó este viernes a u$s465,45 para el contrato más negociado, con entrega en noviembre, contra u$s568,98 hace exactamente un año, un 18,2% menos. Nada indica que las cotizaciones de las materias primas reboten en los próximos doce meses, cuando la cosecha continuará estabilizada en tono a 100 millones de toneladas.

En cuanto a las terminales automotrices, su nivel de actividad es el mejor de la historia del sector, pero da claras muestras de desaceleración. Mientras en el segundo trimestre del año el INDEC detectó un alza de 29,9% interanual, ésta se redujo a 12,9% interanual en agosto.

Por estas perspectivas moderadas, una de las principales críticas que se le hicieron al Presupuesto 2014 fue que el Gobierno previó un incremento del PBI del 6,2% para el año entrante, tres veces más que lo estimado por mediciones privadas.

La consultora Ferreres & Asociados señala que la economía nacional se enfrenta a “límites de crecimiento para el bienio 2014-2015”, debido a “la menor capacidad ociosa y un agro que crecerá menos en 2014. Comienza a reducirse la cantidad de empresas y el empleo crece en línea con la actividad económica, mientras que el mercado interno tendrá menos fuerza y continuará el deterioro fiscal y la emisión monetaria”. Para 2013 estima un crecimiento del PBI de 3,2%, un 1,4% para 2014 y un 1,2% en 2015.

Fausto Spotorno, director de Ferreres y Asociados, subraya que “hay un crecimiento del comercio y de los bancos, que son los grandes beneficiarios de la inflación. Es un crecimiento muy malsano, porque es a costa del ahorro. Y del ahorro sale la inversión. A largo plazo pasa que no se invierte lo suficiente para seguir creciendo. Es lo que estamos viendo ahora: el largo plazo está llegando”.

Carlos Melconian, de la consultora M&S, calcula un crecimiento económico promedio de 1,2% para el bienio 2012/2013, mientras que para 2014 y 2015 cree que habrá “un stop and go, con más stop que go”. Para Abeceb.com, la institución que dirige Dante Sica, el crecimiento rondará el 3% en 2013, mientras que en 2014 apenas alcanzará la mitad de ese porcentaje si persisten los desequilibrios: baja inversión; restricciones a las importaciones y al mercado de cambios; la salida de dólares por energía, pago de deuda y turismo, y un elevado nivel de intervencionismo.

Desde el exterior, la proyección sobre la economía nacional es un poco más optimista. El FMI afirma que el PBI crecerá un 3,5% este año y un 2,8% en 2014, mientras que el Banco Mundial espera en 2013 una mejora del 4 por ciento.

Un impedimento para que el crecimiento argentino sea mayor en el futuro es el déficit de energía, que a su vez, presiona sobre las reservas del Banco Central, porque esas importaciones de combustibles se pagan con las divisas de la entidad. Este viernes, los activos líquidos del BCRA tocaron su piso desde febrero de 2007, en u$s34.502 millones, con una pérdida de u$s8.788 millones o 20,3% en el año.

En ese aspecto, el Instituto Argentino de Análisis Fiscal (IARAF), entidad que dirige el economista Nadin Argañaraz apunta que “el drenaje de dólares es un tema clave para la marcha de la economía. Luego de las elecciones algunas medidas adicionales seguramente serán tomadas por el Gobierno, dado que este drenaje va menguando las reservas y consecuentemente el respaldo duro de los pesos que circulan en la economía”.

El Indec lo hizo: Argentina lidera el crecimiento mundial

¿Cuánto crece la Argentina? Es una de pregunta casi imposible de contestar. La divergencia entre los índices de inflación oficiales y de consultoras privadas, e incluso de la percepción de precios de los propios consumidores, se trasladó en los últimos meses a datos más abarcadores, como los de crecimiento de Producto Interno Bruto.

Es seguro que el segundo trimestre fue el de mejor desempeño del año para la economía nacional, con el destacado empuje de la cosecha récord de granos (un 20% superior a la de 2012, que había sido consumida por la sequía) y la producción automotriz, animada por las exportaciones a Brasil y la demanda interna.

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Pasó el “trimestre dorado”

El trimestre abril-junio es en términos estacionales el período fuerte para la economía argentina, en particular por el rol exportador del agro que funciona como virtual motor para la actividad general. Pero muchas de las expectativas puestas en cuanto al ingreso de dólares que ayuden a distender algunos de los desequilibrios “macro” no fueron cubiertas y dejan una incertidumbre concreta para la segunda mitad del año.

El 2013 tomó clara ventaja para convertirse el año de mayor caída de reservas de la administración kirchnerista. Hasta el viernes perdieron u$s6.085 millones, un 14%, a 37.205 millones de dólares. En todo 2011, las reservas descendieron u$s5.814 millones, mientras que en 2012 lo hicieron en 3.086 millones. Los más de u$s37 mil millones de reservas constituyen un monto elevado en términos históricos, pero llama la atención la velocidad que está tomando la caída. Los activos del Banco Central están funcionando como un fondo anticíclico, efectivo para mantener el crecimiento económico del lado positivo, pero con un alto costo fiscal que consume el “stock” y avanza hacia un horizonte de empobrecimiento en el futuro.

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Brasil crece menos y contagia a la Argentina

Brasil navega en aguas turbulentas, entre una inflación que el gobierno de Dilma Rousseff intenta mantener bajo control y una actividad económica que crece menos de lo previsto. Su vecina Argentina observa desde el sur, con cierta inquietud, pues de la expansión de su principal socio comercial depende buena parte del crecimiento propio.

La economía brasileña está enviando sus señales, menos alentadoras que las que se daban por sentadas a comienzos de 2013. El Producto Bruto Interno aumentó 1,9% en el primer trimestre en la comparación interanual y analistas privados estiman una expansión inferior al 3% para todo el año. La agricultura, al igual que en la Argentina por la mejora en la cosecha, logró un avance de 17% respecto del período enero-marzo de 2012, los servicios tuvieron un incremento de 1,9%, pero la industria se contrajo 1,4% y puso un freno a la actividad general. El índice Bovespa, principal referente bursátil, acusó este cambio de tendencia y registró en mayo su mayor retroceso mensual en un año (-4,3%), debido a las preocupaciones sobre las perspectivas económicas. El Gobierno de Dilma parece dispuesto a resignar su objetivo de crecimiento antes de que se escapen los precios al consumidor. El PBI de Brasil ya marcó un magro avance de 0,9% en 2012 y 2,7% en 2011, que contrastó con el 7,5% de 2010.

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Ni la inflación ni el dólar: la productividad

En el pasado reciente, el debate sobre cuestiones económicas se concentró en la realidad palpable de la inflación que se acelera y el dólar que se desdobla, pero no se profundizó sobre los motivos que en forma reiterada nos llevaron al atraso cambiario y al incremento de los precios internos por décadas. Uno de estos es la productividad, el indicador que los economistas relevan para medir la utilización óptima de los recursos en la producción de bienes y servicios. Si el trabajo de los argentinos fuera “más productivo”, probablemente la inflación y la tasa de cambio serían temas menores en la lista de preocupaciones nacionales.

Siempre en este análisis teórico, una mayor productividad permite obtener más cantidad y calidad de dichos productos o servicios, o bien reducir los costos de fabricación o prestación de servicios por unidad. Un error es circunscribir la productividad a los trabajadores, cuando las cualidades de un producto en una economía globalizada no dependen sólo del capital humano (capacitación de los operarios), sino también de la tecnología (capital físico) y los niveles adecuados de inversión que estos factores demandan.

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Modelo en crisis no es economía en crisis

Las cuentas públicas de 2012 mostraron un déficit primario de $4.374,9 millones y dejaron en evidencia que uno de los principales pilares del llamado modelo de crecimiento con inclusión había desaparecido. Este rojo de Hacienda es aún más amplio, de $55.564 millones, cuando se toman en cuenta los pagos de deuda y supera los $85.000 millones si se consideran los adelantos transitorios del Banco Central y la ANSeS, el PAMI y los organismos descentralizados.

El año pasado, los ingresos corrientes crecieron en proporción a la inflación, un 26,6%, a $550.190 millones, mientras que los gastos corrientes lo hicieron más, un 32,2%, a $554.690 millones, debido a los abultados vencimientos de deuda, para dejar al balance primario con el primer desequilibrio en 16 años, como cuando regía la convertibilidad.

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