Modelo en crisis no es economía en crisis

Juan Gasalla

Las cuentas públicas de 2012 mostraron un déficit primario de $4.374,9 millones y dejaron en evidencia que uno de los principales pilares del llamado modelo de crecimiento con inclusión había desaparecido. Este rojo de Hacienda es aún más amplio, de $55.564 millones, cuando se toman en cuenta los pagos de deuda y supera los $85.000 millones si se consideran los adelantos transitorios del Banco Central y la ANSeS, el PAMI y los organismos descentralizados.

El año pasado, los ingresos corrientes crecieron en proporción a la inflación, un 26,6%, a $550.190 millones, mientras que los gastos corrientes lo hicieron más, un 32,2%, a $554.690 millones, debido a los abultados vencimientos de deuda, para dejar al balance primario con el primer desequilibrio en 16 años, como cuando regía la convertibilidad.

Mientras que en el estancamiento económico de 2009 la Argentina fue una víctima más de la recesión en los países centrales, en 2012 se creó sus propios problemas y no pudo aprovechar factores internacionales como las tasas bajas de interés y los altos precios de los productos que exporta. Como argumentos en favor de las políticas oficiales, la variable que más se sostuvo fue el consumo interno, se obtuvo un importante saldo comercial de u$s12 mil millones –con polémicas restricciones a las importaciones- y el PBI eludió un retroceso pronunciado aún con una magra cosecha por la sequía y la desaceleración de Brasil, el principal socio comercial.

Más allá de la retórica de los políticos y el debate acerca de si, efectivamente, existió un modelo que permitió crecer un promedio de 7,2% anual en la última década o se trató de una combinación de tipo de cambio alto -tras la devaluación de 2002- y precios internacionales excepcionales, surge con algo de añoranza una pregunta: ¿El modelo puede recomponer los fundamentos que permitan su continuidad? Para responderla, conviene esbozar un análisis de los “pilares” que le dieron sustento.

Tipo de cambio competitivo. El actual atraso cambiario sólo puede volver al nivel de 2002 con una considerable depreciación del peso. La diferencia es que esta medida se trasladaría en poco tiempo a precios. Ello no ocurrió sino en forma paulatina hace una década, cuando el desempleo superaba el 20% de la población activa y la economía atravesaba una depresión sin precedentes. Otra forma de recuperar la competitividad cambiaria es a través de una deflación, grave síntoma de recesión económica. En cualquier caso, la competitividad exige un programa para reducir gradualmente la inflación.

Altas tasas de actividad. El freno en el crecimiento económico está relacionado a la inflación persistente y la pérdida de confianza en las políticas oficiales luego de la intervención del Indec, el control de cambios y la restricción de importaciones, entre otras decisiones. La prohibición para girar dividendos al exterior hizo que las empresas desistieran de nuevas inversiones más que promoverlas a través de las divisas que forzosamente quedaron en el país. No se regenerará el crecimiento sin retrotraer estas iniciativas. La estatización de YPF también disparó la sensación de que es riesgoso invertir en la Argentina y sin inversión no habrá más ritmo de actividad ni creación de empleo.

Superávit fiscal. Por el resultado de 2012 quedó claro que los ingresos públicos crecen a menor velocidad que el gasto. La fuerte presión tributaria no deja lugar a un aumento de impuestos o invención de nuevos gravámenes. Y es difícil apelar al ahorro público en un año electoral, cuando son las contrataciones del Estado y las asignaciones las que ayudan a mantener el desempleo debajo del 10%, uno de los logros trascendentes de la etapa kirchnerista.

Acumulación de reservas. Consecuencia del balance en rojo del Tesoro nacional es la caída de las reservas, que se destinan en parte al pago de deuda. Los activos cedieron más de u$s11 mil millones en poco más de dos años, desde el récord de 52.654 millones de dólares. En los últimos dos años, el superávit comercial no llegó a compensar esa salida de dólares, ni la provocada por la fuga de depósitos del sistema. Además, el Banco Central resignó su potestad de defender el valor de la moneda doméstica.

Altos precios internacionales. La soja y sus derivados industriales, principales productos de exportación de la Argentina -que casi no se consumen en el mercado interno- triplicaron su valor de 2001 a la actualidad. La sostenida escalada de precios contribuyó a que las bondades del modelo se extendieran en el tiempo más allá de lo estimado. Si bien las cotizaciones globales de las materias primas siguen muy altas, es improbable que este ciclo de alzas continuas se mantenga sin pausa, incluso en el corto plazo.

Desendeudamiento. Con el paso de los años, los canjes de 2005 y 2010 no significaron una reducción de la deuda pública en términos nominales, ya que ésta se mantiene en torno a los u$s180 mil millones, pero al representar ahora menos que la mitad del PBI, se sitúa en un rango manejable sin ocasionar desequilibrios de magnitud sobre la gobernabilidad, como ocurrió en el pasado. Cerrar el capítulo con los “holdouts” y el Club de París podría ser una oportunidad para acceder al financiamiento externo a tasas históricamente bajas y nutrir de fondos a una esperada reactivación sin caer en un ajuste fiscal que impacte en la sociedad.

Que el modelo esté en crisis no significa que la economía tenga que caer en otra crisis. El Gobierno no puede sostener los actuales lineamientos sin producir un deterioro mayor en las condiciones macroeconómicas, pero si admite los problemas y actúa a tiempo, todavía tiene margen de maniobra para recobrar la senda de crecimiento y la confianza de la mayoría ciudadana, como ocurrió en las últimas elecciones.