Poncio Pilato invitado a la VII Cumbre en Panamá

“América no puede lavarse las manos como Pilato labólasdél”.

                                      Agudeza venezolana

 

En los últimos 50 años, uno de los continentes que más ha adelantado en materia de democracia y Derechos Humanos ha sido América Latina. En un proceso zigzagueante y paradójico, pero en general con una tendencia tan de avanzada que en varios aspectos ha llegado a ser ejemplo en otras partes del mundo, el continente ha realizado aportes invaluables.

Entre los muchos avances que se lograron en la materia, hay tres que merecen ser destacados: la construcción del Sistema Interamericano de protección de los Derechos Humanos (SIDH) al que se incorporó la sociedad civil como elemento fundamental, la aceptación explícita por parte de los países de la región de la jurisdicción interamericana en materia de DDHH (con excepción de EEUU) -lo que significó para todos los países concesiones muy importantes en materia de soberanía- y la conceptualización de la democracia como un sistema que, más allá de los procesos electorales, se caracteriza por la promoción y protección de los derechos humanos”, tal y como expresamente se señala en la Carta Democrática. Continuar leyendo

¿Co-gobierno en Venezuela?

La existencia de una sociedad civil diferenciada de la sociedad política es un pre-requisito para la democracia.

Jurgen Habermas

En momentos en los que la sociedad venezolana vive situaciones agobiantes de inseguridad, escasez, una fuerte represión que ha producido más de 50 muertos, decenas de heridos, presos políticos, y torturados, pensar en el futuro no es tarea fácil. Paradójicamente, todo lo anterior sucede en tiempos que indican que marchamos aceleradamente hacia un complejo proceso de transición política.

Vista una fotografía de la situación actual, resulta bastante probable que, si la oposición va unida, gane las elecciones y obtenga la mayoría en la Asamblea Nacional (AN), lo que nos colocaría en una situación objetiva de co-gobierno durante un lapso más o menos largo: la oposición con mayoría en la AN y el PSUV con control del ejecutivo y de los otros poderes públicos, al menos en tanto se vayan cumpliendo los lapsos constitucionales contemplados para la renovación de esos otros poderes.

Una situación como la descripta no sería demasiado especial en una democracia cualquiera, pero ese no es el caso venezolano donde desde hace más de 14 años, un gobierno cívico militar -sostenido en la popularidad de un caudillo y disponiendo de enormes ingresos petroleros- ha venido abusando ilimitadamente del poder.

Si bien los grandes actores de la política en democracia siguen siendo los partidos, la decepción, la corrupción y los manejos a espaldas de la gente que dicen representar han llevado a una enorme desconfianza entre representados y representantes y han colocado a la Sociedad Civil -ciudadanos organizados fuera de las estructuras partidarias- a jugar papeles trascendentales en especial en complejos procesos de transición.

En América Latina el caso más emblemático ha sido, sin duda, la hermosa lucha que han llevado adelante desde hace 37 años las asociaciones de Madres y Abuelas de Plaza de mayo.

Más allá de la valentía de estas mujeres que durante todos estos años han luchado por encontrar a sus hijos y nietos desaparecidos -y en especial en el caso de la Asociación de Abuelas- es poco lo que se puede decir para hacer justicia al inconmensurable aporte que han hecho a la democracia misma y a sus instituciones.

Es que estás mujeres no sólo enfrentaron al régimen cívico militar aún a costa de la vida de varias de ellas, además, no se conformaron con la derrota de la dictadura y continuaron activas durante la democracia, obligando a los partidos políticos, a sus dirigentes y a la sociedad toda, a comprender que no buscaban venganza, que su lucha sólo podía satisfacerse, realmente, el día que las instituciones del Estado funcionaran de tal manera que garantizaran justicia.

Así como hoy es conocida la lucha de las Madres y Abuelas, es desconocida la lucha de la Sociedad Civil venezolana que durante más de 14 años ha mantenido una vigilia permanente para:

1.- Sostener una movilización permanente -y en la calle- en defensa de los principios esenciales de una sociedad democrática;

2.- Presionar para que la oposición actúe unida en defensa de tales principios, actuación que hoy la coloca a punto de obtener una contundente mayoría en la AN y,

3.- Elaborar un Programa de Gobierno alrededor del cual se han comprometido todos los partidos de la oposición. Guiado por la SC este programa, tiene como característica fundamental impedir un regreso al pasado y claramente incorpora aquellos objetivos que la población venezolana ha visto como logros en estos 14 años además de muchas de las promesas incumplidas por el régimen actual. Todo dentro de un proyecto coherente de gobernabilidad y avance democrático.

Ahora la SC en nuestro país tiene un nuevo reto: conseguir que ese Programa de Gobierno tan trabajosamente elaborado, discutido y aprobado por todas las fuerzas políticas, sea realmente la guía de actuación de los representantes de los partidos que vayan a la Asamblea.

Así como las Abuelas de Plaza de Mayo han seguido su lucha muchos años después de alcanzada la democracia en Argentina, así la SC venezolana deberá continuar con su vigilia y movilización para evitar que los logros alcanzados hasta ahora puedan perderse.

Garantizar la gobernabilidad del país es un objetivo esencial que no va a ser tarea fácil. Controlar la corrupción y meter nuevamente los militares a sus cuarteles; desarmar a los colectivos paramilitares que el gobierno ha creado, frenar el golpismo que todavía anida en pequeños grupos militaristas opositores, requiere de una ciudadanía activa y una sociedad civil vigilante y claramente diferenciada de la sociedad política.

Venezuela, la tortura y el cono sur

¿Hasta cuándo seguirán llamándose “apremios” a las torturas practicadas en diversos lugares del planeta?

Eduardo Galeano

Después de 10 años, el pasado 6 de noviembre Venezuela compareció ante el Comité Contra la Tortura de la ONU que escuchó la presentación de las diferentes ONGs nacionales e internacionales que se ocupan de estos temas y las explicaciones que tuvo a bien brindar el gobierno. Sólo voy a mencionar un dato que es suficientemente revelador de la gravedad de la situación y de la impunidad con la que actúan los cuerpos represivos: en 10 años hubo 9.000 denuncias de torturas y sólo 12 acusados de perpetrarlas.

En esos 10 años, además de la impunidad evidenciada en las cifras mencionadas, Venezuela se ha negado sistemáticamente a recibir la visita del Relator contra la Tortura, a ratificar el Protocolo Facultativo de la Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes y se retiró del sistema Interamericano de Derechos Humanos dependiente de la OEA. No hay que ser mal pensado para ver en este conjunto de hechos una actitud premeditada dirigida a evitar el control y la condena de los organismos internacionales a costa de la indefensión de las víctimas y la impunidad de los represores.

Ta barato, dame dos.

Durante ese mismo lapso Venezuela disfrutó de los ingresos petroleros más altos de toda su historia, circunstancia que el Tte. Cnel. Chávez supo aprovechar.

Con un estilo simpático, dicharachero y campechano -muy venezolano, hay que decirlo- y seguramente con una interesada asesoría de la Habana, manejando con gran habilidad sus condiciones de caudillo en un país con débiles instituciones democráticas, el Tte. Cnel. desplegó una agresiva política internacional con el tradicional discurso integracionista y antiimperialista típico de nuestros gobiernos, pero respaldado por una abultada chequera.

En esos 10 años Venezuela promovió su incorporación a Mercosur y apoyó con decisión la creación de Unasur y de otros organismos subregionales como el Alba, más dócil a sus propias políticas. El problema está en que estos organismos –que entre sus principios constitutivos tienen la defensa de la democracia y de los DDHH- no cuentan con mecanismos independientes de supervisión y control en estas materias.

No es ninguna novedad el decir que en política internacional no hay ideologías sino intereses, pero cuando esos intereses cuentan además con una ideología y un discurso político común, realmente se tejen unas alianzas muy difíciles de derrotar, de otra manera no se explicaría cómo es que en todos estos años las grandes potencias del mundo no han logrado poner coto a los paraísos fiscales, al lavado de dinero y al tráfico de estupefacientes, o cómo es que Suiza -adalid mundial en materia de DDHH- se ha resistido tanto a terminar con el secreto bancario y a devolver a los judíos los depósitos de sus bienes robados que el nazismo hizo en sus bancos.

En nuestro caso, la alianza que Chávez logró forjar explica, aunque de ninguna manera justifica, el estruendoso silencio de sus socios regionales ante las terribles violaciones que su régimen ha hecho de los principios democráticos y de los DDHH en Venezuela.

Algo habrán hecho

Lo que resulta mucho más difícil de explicar, especialmente en el cono sur, es el mecanismo mediante el cual esas alianzas de intereses y poder bajan hasta ser aceptadas por las poblaciones de esos países y, más difícil aún, comprender cómo es que llegan a constituirse en verdaderos procesos de autocensura, e incluso complicidad, entre los comunicadores e intelectuales -defensores de los DDHH- que optan por callar antes que denunciar a un gobierno que consideran aliado de aquel al cual respaldan.

Salvo la notables excepciónes de la hija de Allende, la Senadora María Isabel Allende y de Fernando Mires quienes han fijado una clara posición de “tolerancia cero” frente a las violaciones de los principios democráticos y de los DDHH en Venezuela, hasta ahora no hemos visto dirigentes del Frente Para la Victoria en Argentina ni del Frente Amplio en Uruguay con posiciones claras al respecto.

Con relación a los medios de comunicación, comunicadores e intelectuales de los países del cono sur el panorama es aún más grave. Su silencio, muy parecido al famoso “algo habrán hecho” que imperó durante la dictadura de Videla y que llevó a mucha gente progresista a callar frente a las barbaridades del régimen, resulta incomprensible frente a hechos que han sido del dominio público durante años.

Parafraseando a Galeano, uno podría decir: ¿hasta cuando seguirá llamándose “no hacer el juego al imperio” el silencio de políticos, intelectuales y comunicadores ante gobiernos -que se proclaman anti-imperialistas y progresistas- pero violan sistemáticamente los principios democráticos y los DDHH ?

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¿Por quién votarán en Venezuela?

“El deporte tiene el poder para cambiar al mundo. Tiene el poder para unir a la gente de la manera en que pocas cosas lo hacen. Les habla a los jóvenes en un lenguaje que ellos entienden. El deporte puede crear esperanza donde antes sólo había desesperación. Es más poderoso que el gobierno en cuanto a romper las barreras raciales”.
Nelson Mandela

Aún recuerdo el 18 de diciembre del 2002, la iracundia de un Tte. Cnel. Chávez vociferante gritando por TV “¡Al enemigo, ni agua!”, indignado con sus propios seguidores porque dos manifestaciones contrarias que se habían encontrado en una autopista, en lugar de enfrentarse a golpes o a tiros, habían resuelto jugar un partido de futbolito. Esa forma tan nuestra que utilizó la gente para evitar el enfrentamiento ponía en riesgo la estrategia de polarización y confrontación que tanto resultado le ha dado al régimen cubano durante 60 años.

Hoy, que se está discutiendo mucho sobre  encuestas y posibles candidatos, siento que el análisis de lo sucedido en esa autopista es clave para comprender el momento. Mientras que la polarización como táctica electoral es conocida y utilizada en todas partes tanto por los gobiernos como por la oposición, en Venezuela los gobiernos chavistas han convertido la confrontación en una herramienta de gobierno que utilizan de manera permanente pero con menor intensidad durante los procesos electorales. 

Ha sido una conducta típica en estos 16 años. En la medida en que se acercan los procesos electorales el discurso del gobierno se suaviza y se hace conciliador en tanto queda flotando en el ambiente -amenazante- la cárcel, el despido, los grupos paramilitares y los militares mismos.

En su estrategia de convertir la confrontación en un estilo de vida, el gobierno de Venezuela es capaz de hacer cualquier cosa: violar la Constitución y las leyes; manipular de manera desafiante  un Poder Judicial servil y controlado; reprimir; violar los derechos humanos; utilizar grupos paramilitares; realizar fraude continuado amparado en un control total del Poder Electoral; comprar y vender conciencias a partir de los recursos del Estado. Robar con absoluta impunidad. Cerrar medios de comunicación; burlarse de los opositores y meterlos presos bajo la acusación de “traición a la patria”, en fin, hacer cualquier cosa para provocar la ira y la confrontación que es el objetivo.

Esto resulta indignante para la mayoría pero, para poder combatirlo, debemos aprender y comprender que, más allá del daño real que causan al país, estas actitudes del gobierno tienen el objetivo ulterior de dividir a la sociedad.  No entenderlo así es caer en la trampa de la confrontación.

Unir pensando en la gente

Paradójicamente, en buena medida son lo autogoles del gobierno los que han logrado romper la polarización.

La inseguridad, la escasez, la corrupción y el abuso de poder han logrado unificar a la población en contra de un mal gobierno. Es un enorme error el que cometen aquellos sectores de la oposición que buscan estimular el enfrentamiento.
Más que averiguar quien lidera a la oposición, las empresas encuestadoras deben averiguar por quien, de la oposición, estarían dispuestos a votar los sectores que hasta ahora lo han venido haciendo por el chavismo. Esa es la pregunta clave y sobre su respuesta es sobre lo que han venido trabajando importantes sectores de la Mesa de la Unidad Democrática.

La Salida, La Constituyente y el Congreso Ciudadano han fracasado como líneas políticas nacionales porque no es el momento de la confrontación, es el momento del futbolito. Es el momento de Mandela, pero no el Mandela guerrillero que fue a la cárcel por confrontar, es el momento del Mandela que sale de ella sin odios y comprendiendo que necesita unir a su pueblo.

Hartos de la pelea, una candidatura de confrontación no sólo no atraería votos del chavismo, incluso probablemente conseguiría que algunos de la oposición vayan al gobierno por temor a la violencia que la retaliación y la venganza podrían generar.

Chávez sabía de esto más que nadie y por eso confrontaba hasta el momento en que llegaban tiempos electorales. Entonces se convertía en un manso corderito que era capaz de llorar y pedir perdón de rodillas con un crucifijo en la mano, y no es una figura retórica.

En Venezuela, la sociedad civil organizada ha comprendido este problema y camina en la dirección adecuada. A la oposición partidaria  aún le falta mucho por hacer. Por eso la sociedad civil tiene una enorme responsabilidad sobre sus hombros y debe presionar y lograr que los partidos actúen con la madurez que el momento exige.

La unidad política de la oposición es imprescindible para ganar las próximas elecciones, y la unidad de una importante mayoría de la población, chavistas y opositores, es imprescindible para garantizar la gobernabilidad en paz.

La inocultable crisis política del chavismo

El 7 de octubre se cumplieron dos años de las últimas elecciones que ganó el Teniente Coronel Hugo Chávez en el año 2012. Luego pasaron cinco meses de no saber, hasta que el 5 de marzo de 2013 se decretó su fallecimiento y el 14 de abril de ese mismo año Nicolás Maduro ganó por la mínima unas muy discutibles elecciones y, para colmo de males, los precios del petróleo comenzaron a bajar.

De allí en adelante se desató un proceso que tenía muchos años incubándose y acerca del cual la oposición alertó infinidad de veces. La amenaza -hasta cierto punto contenida por la fuerza política de Chávez y el enorme ingreso petrolero- estalló en la cara del nuevo gobierno. Continuar leyendo

Transición y gobernabilidad en Venezuela

Desde la muerte de Chávez -marzo de 2013- en Venezuela venía dándose un verdadero proceso de transición. El excelente trabajo que realizó la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), su Secretario Ejecutivo -Ramón Guillermo Aveledo- y Henrique Capriles, enfocados en la búsqueda de una salida democrática, mostró el camino y logró, en abril de ese año, un verdadero sacudón para Maduro y su gobierno que, con un resultado de muy discutida legalidad, a duras penas pudo ganar las elecciones por la mínima ventaja del 1% de los votos. En diciembre del mismo año se producen elecciones municipales en las que, a pesar de un importante avance de la oposición, el oficialismo gana en medio de una fuerte crisis económica y grandes tensiones sociales y políticas con los militares en la calle.

Mucha gente clama por un cambio. La frustración por los resultados electorales y la angustia, rabia y el temor de muchos que con toda razón se sentían ahogados por los problemas de la vida diaria y la bárbara represión desatada por el Gobierno, dio lugar a un importante movimiento de protesta que comenzó con reclamos estudiantiles en el interior del país y tuvo su punto culminante en una gran manifestación convocada por los estudiantes el 12 de febrero (Día de la Juventud). A esa movilización se sumó la MUD, esgrimiendo dos posiciones: por una parte, la fracción mayoritaria intentando acompañar y orientar el descontento de la gente, y, por la otra, un grupo que intentó radicalizar el movimiento tras una fuerte consigna, que se demostró vacía, pero que insinuaba la promesa de un fin rápido a la crisis y dividió a la oposición. La derrota de “La Salida” no sólo constituyó un duro golpe para la oposición, que en su conjunto pagó con muertos, heridos, presos y exilados; paradójicamente, también le sirvió al Gobierno para reenfocar su estrategia de poder y fortalecer su ala más retrógrada dirigida por el Capitán Diosdado Cabello. 

Mientras el oficialismo buscó y consiguió en Cuba el foco y el mando que había perdido, la oposición venezolana entró en un serio proceso de descomposición. La renuncia de Aveledo a la Secretaría Ejecutiva de la MUD ha dado lugar a una diáspora que además de restarle fuerzas a la oposición, confunde con proposiciones variopintas. De ser la fuerza en crecimiento probablemente ganadora de los siguientes procesos electorales, la MUD pasó a estar dividida y al borde de una nueva derrota justamente cuando los lapsos constitucionales parecen coincidir con sus necesidades estratégicas.

Para lograr una transición democrática en paz hacia la reconstrucción del país, es necesario acumular fuerzas. La ruta era clara con la MUD: primero ganar la Asamblea Nacional en el 2015, luego  gobernaciones y Asambleas Legislativas en el 2016, año durante el cual también se abriría la posibilidad de un Referendum Revocatorio; en el 2017 las elecciones municipales, para culminar el proceso con la Presidencia de la República. Puede parecer lento y lejano, pero en realidad no lo es tanto si consideramos que los cambios podrían comenzar el año entrante. Ahora, ni la ruta ni la unidad aparecen tan claramente. Quienes proponen otros caminos deben aclarar sus lapsos y propuestas antes de continuar generando confusión.

Venezuela necesita tiempo para construir una transición democrática en paz.  Eso lo sabemos todos y -cualquiera sea el camino que se proponga- debemos decirlo con claridad para evitar aventuras políticas que sólo consiguen retrasarnos. A pesar de la angustia y desesperación en la que se vive, de la terrible inseguridad, de la insoportable inflación, de la escasez, de la corrupción, de la falta de libertades e instituciones y del desastre de los servicios públicos, a pesar de todo eso, tenemos que comprender que no hay salida mágica posible. Cualquiera que llegue al gobierno va a requerir, antes que nada, de las condiciones mínimas de gobernabilidad para actuar y obtener el tiempo imprescindible para llevar adelante los cambios que el país exige.

Se necesita tiempo para civilizar el país y meter los militares a sus cuarteles; para comenzar a limpiar la administración publica de corruptos ejerciendo desde la asamblea los controles constitucionales, para poner luz en la caja negra de las finanzas del Estado y de PDVSA y para mil cosas más. Hacer creer que esas cosas se pueden conseguir con sólo cambiar al Presidente no sólo es un  error, puede ser suicida. Un nuevo Ejecutivo necesita condiciones mínimas de gobernabilidad para conducir la transición en paz. Contar con mayoría en la asamblea es crucial para garantizar tal escenario. Todos los partidos en la MUD acordaron un Programa de Gobierno que es un compromiso con la nación que debe ser cumplido. La sociedad civil debe presionar y exigir responsabilidades.