Venezuela, la tortura y el cono sur

¿Hasta cuándo seguirán llamándose “apremios” a las torturas practicadas en diversos lugares del planeta?

Eduardo Galeano

Después de 10 años, el pasado 6 de noviembre Venezuela compareció ante el Comité Contra la Tortura de la ONU que escuchó la presentación de las diferentes ONGs nacionales e internacionales que se ocupan de estos temas y las explicaciones que tuvo a bien brindar el gobierno. Sólo voy a mencionar un dato que es suficientemente revelador de la gravedad de la situación y de la impunidad con la que actúan los cuerpos represivos: en 10 años hubo 9.000 denuncias de torturas y sólo 12 acusados de perpetrarlas.

En esos 10 años, además de la impunidad evidenciada en las cifras mencionadas, Venezuela se ha negado sistemáticamente a recibir la visita del Relator contra la Tortura, a ratificar el Protocolo Facultativo de la Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes y se retiró del sistema Interamericano de Derechos Humanos dependiente de la OEA. No hay que ser mal pensado para ver en este conjunto de hechos una actitud premeditada dirigida a evitar el control y la condena de los organismos internacionales a costa de la indefensión de las víctimas y la impunidad de los represores.

Ta barato, dame dos.

Durante ese mismo lapso Venezuela disfrutó de los ingresos petroleros más altos de toda su historia, circunstancia que el Tte. Cnel. Chávez supo aprovechar.

Con un estilo simpático, dicharachero y campechano -muy venezolano, hay que decirlo- y seguramente con una interesada asesoría de la Habana, manejando con gran habilidad sus condiciones de caudillo en un país con débiles instituciones democráticas, el Tte. Cnel. desplegó una agresiva política internacional con el tradicional discurso integracionista y antiimperialista típico de nuestros gobiernos, pero respaldado por una abultada chequera.

En esos 10 años Venezuela promovió su incorporación a Mercosur y apoyó con decisión la creación de Unasur y de otros organismos subregionales como el Alba, más dócil a sus propias políticas. El problema está en que estos organismos –que entre sus principios constitutivos tienen la defensa de la democracia y de los DDHH- no cuentan con mecanismos independientes de supervisión y control en estas materias.

No es ninguna novedad el decir que en política internacional no hay ideologías sino intereses, pero cuando esos intereses cuentan además con una ideología y un discurso político común, realmente se tejen unas alianzas muy difíciles de derrotar, de otra manera no se explicaría cómo es que en todos estos años las grandes potencias del mundo no han logrado poner coto a los paraísos fiscales, al lavado de dinero y al tráfico de estupefacientes, o cómo es que Suiza -adalid mundial en materia de DDHH- se ha resistido tanto a terminar con el secreto bancario y a devolver a los judíos los depósitos de sus bienes robados que el nazismo hizo en sus bancos.

En nuestro caso, la alianza que Chávez logró forjar explica, aunque de ninguna manera justifica, el estruendoso silencio de sus socios regionales ante las terribles violaciones que su régimen ha hecho de los principios democráticos y de los DDHH en Venezuela.

Algo habrán hecho

Lo que resulta mucho más difícil de explicar, especialmente en el cono sur, es el mecanismo mediante el cual esas alianzas de intereses y poder bajan hasta ser aceptadas por las poblaciones de esos países y, más difícil aún, comprender cómo es que llegan a constituirse en verdaderos procesos de autocensura, e incluso complicidad, entre los comunicadores e intelectuales -defensores de los DDHH- que optan por callar antes que denunciar a un gobierno que consideran aliado de aquel al cual respaldan.

Salvo la notables excepciónes de la hija de Allende, la Senadora María Isabel Allende y de Fernando Mires quienes han fijado una clara posición de “tolerancia cero” frente a las violaciones de los principios democráticos y de los DDHH en Venezuela, hasta ahora no hemos visto dirigentes del Frente Para la Victoria en Argentina ni del Frente Amplio en Uruguay con posiciones claras al respecto.

Con relación a los medios de comunicación, comunicadores e intelectuales de los países del cono sur el panorama es aún más grave. Su silencio, muy parecido al famoso “algo habrán hecho” que imperó durante la dictadura de Videla y que llevó a mucha gente progresista a callar frente a las barbaridades del régimen, resulta incomprensible frente a hechos que han sido del dominio público durante años.

Parafraseando a Galeano, uno podría decir: ¿hasta cuando seguirá llamándose “no hacer el juego al imperio” el silencio de políticos, intelectuales y comunicadores ante gobiernos -que se proclaman anti-imperialistas y progresistas- pero violan sistemáticamente los principios democráticos y los DDHH ?

¡

Desde el dolor (II)

Quiero dedicar esta columna a todos los habitantes de Venezuela que hacen vida cotidiana con una sonrisa y una canción en los labios a pesar de la terrible y permanente inseguridad que padecen.

Las estadísticas

Según cifras de la ONU -que surgen de la información oficial proporcionada por los gobiernos-  en 1998 en Argentina la tasa de homicidios fue de 7,22 por cada 100.000 habitantes mientras que en Venezuela fue de 19, y en 2012 la tasa de homicidios en Argentina bajó a 5,5, mientras que en Venezuela subió a 53,7 por cada 100.000 habitantes. En Venezuela hubo en 1998 4.550 homicidios, y en 2012 16.072 según cifras oficiales.
En los primeros 14 años de discurso populista y militar en el gobierno, en Venezuela la tasa de homicidios -según cifras oficiales- se triplicó y sigue creciendo. Según otros observadores independientes, se cuadruplicó.

Las agendas

Con motivo de los procesos electorales de Uruguay y Brasil y de la campaña electoral ya en marcha en Argentina, tiende a posicionarse un análisis -que tuvo su antecedente en Venezuela con Chávez- según el cual mientras las campañas oficialistas se orientan a defender los avances y logros programáticos alcanzados por sus gobiernos, “la agenda de la derecha” sólo se sostiene sobre los temas de la corrupción, la inseguridad y la inflación por no tener que proponer en materia de política social, educación, salud o empleo.
Ese breve párrafo, que los oficialismos repiten una y otra vez, resume muy bien su discurso que incurre en peligrosas simplificaciones tanto para el análisis político de la realidad de nuestros países, como para la defensa de los intereses de los sectores populares que pretenden representar.
Meter en una sola bolsa a toda oposición contribuye a una polarización innecesaria que, aunque tiene objetivos electorales en el corto plazo, en el mediano favorece un clima de intolerancia política que no es conveniente para la consolidación de la democracia.
Darle connotaciones ideológicas a los problemas y no a las soluciones transmite la idea de que es la oposición quien se preocupa por ellos, y conlleva el mensaje de que las fuerzas hoy en el poder son corruptas y que no se preocupan por la inseguridad y la inflación que tanto afectan a toda la población.
Cuando se habla de esos problemas y se dice que conforman la agenda de la oposición, por una parte se está diciendo que no forman parte de la agenda del oficialismo, y, por la otra, se está insinuando que esos temas son vistos, por esos gobiernos, como problemas que sólo afectan a los sectores sociales medio y medio-alto (tradicionalmente de derecha, según ellos), cuando en realidad estadísticamente es perfectamente claro que los sectores más afectados por la inseguridad, la corrupción y la inflación siempre son los que tienen menos recursos.

Las otras víctimas

Pero la consecuencia más terrible de ese tipo de análisis, es que abandona y deja en total indefensión a todo aquel que teme por su seguridad.
En Venezuela lo que estamos diciendo adquiere visos de tragedia. Cuando un país llega a la situación de ser considerado uno de los más peligrosos del mundo surgen tres tipos de sujetos que necesitan ser comprendidos, contenidos y atendidos, a quienes ni los discursos, ni el gobierno ni la polarización política les resuelve nada y que están solos frente a la tragedia:  las víctimas propiamente dichas, sus familiares cercanos y los millones de personas que lo único que anhelan es vivir en paz y seguridad, y que viven en un permanente estado de terror atenazados entre la delincuencia, las policías y el gobierno militar.
En Venezuela a las 21 Hrs. el transporte colectivo prácticamente desaparece, las calles se vacían, los restaurantes cierran, los semáforos dejan de cumplir su función pues nadie se detiene ante una luz roja por miedo a que lo asalten, los automóviles a los que se pincha una goma siguen rodando y si el auto se detiene por alguna falla mecánica, el propietario prefiere correr el riesgo de dejarlo en la calle hasta que pueda regresar a buscarlo de día, porque sabe que quedarse a esperar una grúa puede significar la muerte. 
Mucha gente anda armada y especialmente los funcionarios del gobierno hacen ostentación de ello y de sus guardaespaldas. Un accidente de tránsito con un motorizado o un raspón con otro carro, puede derivar en una tragedia y mirar distraídamente al guardaespaldas de algún “chivo” del gobierno puede llevar a la cárcel. Los militares hacen lo que les da la gana y los empleados públicos -obligados a asistir a las marchas con el uniforme oficial- no hacen comentarios sobre política  por miedo a ser escuchados por un sapo o confidente que lo haga perder el empleo.
En fin, el problema de la seguridad no es el mismo en todas partes ni tiene las mismas causas ni las mismas soluciones, pero decir, o peor aún, creer que es un tema de la derecha, como también lo serían la corrupción y la inflación, además de inhumano es un gravísimo error.