¿Por quién votarán en Venezuela?

“El deporte tiene el poder para cambiar al mundo. Tiene el poder para unir a la gente de la manera en que pocas cosas lo hacen. Les habla a los jóvenes en un lenguaje que ellos entienden. El deporte puede crear esperanza donde antes sólo había desesperación. Es más poderoso que el gobierno en cuanto a romper las barreras raciales”.
Nelson Mandela

Aún recuerdo el 18 de diciembre del 2002, la iracundia de un Tte. Cnel. Chávez vociferante gritando por TV “¡Al enemigo, ni agua!”, indignado con sus propios seguidores porque dos manifestaciones contrarias que se habían encontrado en una autopista, en lugar de enfrentarse a golpes o a tiros, habían resuelto jugar un partido de futbolito. Esa forma tan nuestra que utilizó la gente para evitar el enfrentamiento ponía en riesgo la estrategia de polarización y confrontación que tanto resultado le ha dado al régimen cubano durante 60 años.

Hoy, que se está discutiendo mucho sobre  encuestas y posibles candidatos, siento que el análisis de lo sucedido en esa autopista es clave para comprender el momento. Mientras que la polarización como táctica electoral es conocida y utilizada en todas partes tanto por los gobiernos como por la oposición, en Venezuela los gobiernos chavistas han convertido la confrontación en una herramienta de gobierno que utilizan de manera permanente pero con menor intensidad durante los procesos electorales. 

Ha sido una conducta típica en estos 16 años. En la medida en que se acercan los procesos electorales el discurso del gobierno se suaviza y se hace conciliador en tanto queda flotando en el ambiente -amenazante- la cárcel, el despido, los grupos paramilitares y los militares mismos.

En su estrategia de convertir la confrontación en un estilo de vida, el gobierno de Venezuela es capaz de hacer cualquier cosa: violar la Constitución y las leyes; manipular de manera desafiante  un Poder Judicial servil y controlado; reprimir; violar los derechos humanos; utilizar grupos paramilitares; realizar fraude continuado amparado en un control total del Poder Electoral; comprar y vender conciencias a partir de los recursos del Estado. Robar con absoluta impunidad. Cerrar medios de comunicación; burlarse de los opositores y meterlos presos bajo la acusación de “traición a la patria”, en fin, hacer cualquier cosa para provocar la ira y la confrontación que es el objetivo.

Esto resulta indignante para la mayoría pero, para poder combatirlo, debemos aprender y comprender que, más allá del daño real que causan al país, estas actitudes del gobierno tienen el objetivo ulterior de dividir a la sociedad.  No entenderlo así es caer en la trampa de la confrontación.

Unir pensando en la gente

Paradójicamente, en buena medida son lo autogoles del gobierno los que han logrado romper la polarización.

La inseguridad, la escasez, la corrupción y el abuso de poder han logrado unificar a la población en contra de un mal gobierno. Es un enorme error el que cometen aquellos sectores de la oposición que buscan estimular el enfrentamiento.
Más que averiguar quien lidera a la oposición, las empresas encuestadoras deben averiguar por quien, de la oposición, estarían dispuestos a votar los sectores que hasta ahora lo han venido haciendo por el chavismo. Esa es la pregunta clave y sobre su respuesta es sobre lo que han venido trabajando importantes sectores de la Mesa de la Unidad Democrática.

La Salida, La Constituyente y el Congreso Ciudadano han fracasado como líneas políticas nacionales porque no es el momento de la confrontación, es el momento del futbolito. Es el momento de Mandela, pero no el Mandela guerrillero que fue a la cárcel por confrontar, es el momento del Mandela que sale de ella sin odios y comprendiendo que necesita unir a su pueblo.

Hartos de la pelea, una candidatura de confrontación no sólo no atraería votos del chavismo, incluso probablemente conseguiría que algunos de la oposición vayan al gobierno por temor a la violencia que la retaliación y la venganza podrían generar.

Chávez sabía de esto más que nadie y por eso confrontaba hasta el momento en que llegaban tiempos electorales. Entonces se convertía en un manso corderito que era capaz de llorar y pedir perdón de rodillas con un crucifijo en la mano, y no es una figura retórica.

En Venezuela, la sociedad civil organizada ha comprendido este problema y camina en la dirección adecuada. A la oposición partidaria  aún le falta mucho por hacer. Por eso la sociedad civil tiene una enorme responsabilidad sobre sus hombros y debe presionar y lograr que los partidos actúen con la madurez que el momento exige.

La unidad política de la oposición es imprescindible para ganar las próximas elecciones, y la unidad de una importante mayoría de la población, chavistas y opositores, es imprescindible para garantizar la gobernabilidad en paz.

Desde el dolor (II)

Quiero dedicar esta columna a todos los habitantes de Venezuela que hacen vida cotidiana con una sonrisa y una canción en los labios a pesar de la terrible y permanente inseguridad que padecen.

Las estadísticas

Según cifras de la ONU -que surgen de la información oficial proporcionada por los gobiernos-  en 1998 en Argentina la tasa de homicidios fue de 7,22 por cada 100.000 habitantes mientras que en Venezuela fue de 19, y en 2012 la tasa de homicidios en Argentina bajó a 5,5, mientras que en Venezuela subió a 53,7 por cada 100.000 habitantes. En Venezuela hubo en 1998 4.550 homicidios, y en 2012 16.072 según cifras oficiales.
En los primeros 14 años de discurso populista y militar en el gobierno, en Venezuela la tasa de homicidios -según cifras oficiales- se triplicó y sigue creciendo. Según otros observadores independientes, se cuadruplicó.

Las agendas

Con motivo de los procesos electorales de Uruguay y Brasil y de la campaña electoral ya en marcha en Argentina, tiende a posicionarse un análisis -que tuvo su antecedente en Venezuela con Chávez- según el cual mientras las campañas oficialistas se orientan a defender los avances y logros programáticos alcanzados por sus gobiernos, “la agenda de la derecha” sólo se sostiene sobre los temas de la corrupción, la inseguridad y la inflación por no tener que proponer en materia de política social, educación, salud o empleo.
Ese breve párrafo, que los oficialismos repiten una y otra vez, resume muy bien su discurso que incurre en peligrosas simplificaciones tanto para el análisis político de la realidad de nuestros países, como para la defensa de los intereses de los sectores populares que pretenden representar.
Meter en una sola bolsa a toda oposición contribuye a una polarización innecesaria que, aunque tiene objetivos electorales en el corto plazo, en el mediano favorece un clima de intolerancia política que no es conveniente para la consolidación de la democracia.
Darle connotaciones ideológicas a los problemas y no a las soluciones transmite la idea de que es la oposición quien se preocupa por ellos, y conlleva el mensaje de que las fuerzas hoy en el poder son corruptas y que no se preocupan por la inseguridad y la inflación que tanto afectan a toda la población.
Cuando se habla de esos problemas y se dice que conforman la agenda de la oposición, por una parte se está diciendo que no forman parte de la agenda del oficialismo, y, por la otra, se está insinuando que esos temas son vistos, por esos gobiernos, como problemas que sólo afectan a los sectores sociales medio y medio-alto (tradicionalmente de derecha, según ellos), cuando en realidad estadísticamente es perfectamente claro que los sectores más afectados por la inseguridad, la corrupción y la inflación siempre son los que tienen menos recursos.

Las otras víctimas

Pero la consecuencia más terrible de ese tipo de análisis, es que abandona y deja en total indefensión a todo aquel que teme por su seguridad.
En Venezuela lo que estamos diciendo adquiere visos de tragedia. Cuando un país llega a la situación de ser considerado uno de los más peligrosos del mundo surgen tres tipos de sujetos que necesitan ser comprendidos, contenidos y atendidos, a quienes ni los discursos, ni el gobierno ni la polarización política les resuelve nada y que están solos frente a la tragedia:  las víctimas propiamente dichas, sus familiares cercanos y los millones de personas que lo único que anhelan es vivir en paz y seguridad, y que viven en un permanente estado de terror atenazados entre la delincuencia, las policías y el gobierno militar.
En Venezuela a las 21 Hrs. el transporte colectivo prácticamente desaparece, las calles se vacían, los restaurantes cierran, los semáforos dejan de cumplir su función pues nadie se detiene ante una luz roja por miedo a que lo asalten, los automóviles a los que se pincha una goma siguen rodando y si el auto se detiene por alguna falla mecánica, el propietario prefiere correr el riesgo de dejarlo en la calle hasta que pueda regresar a buscarlo de día, porque sabe que quedarse a esperar una grúa puede significar la muerte. 
Mucha gente anda armada y especialmente los funcionarios del gobierno hacen ostentación de ello y de sus guardaespaldas. Un accidente de tránsito con un motorizado o un raspón con otro carro, puede derivar en una tragedia y mirar distraídamente al guardaespaldas de algún “chivo” del gobierno puede llevar a la cárcel. Los militares hacen lo que les da la gana y los empleados públicos -obligados a asistir a las marchas con el uniforme oficial- no hacen comentarios sobre política  por miedo a ser escuchados por un sapo o confidente que lo haga perder el empleo.
En fin, el problema de la seguridad no es el mismo en todas partes ni tiene las mismas causas ni las mismas soluciones, pero decir, o peor aún, creer que es un tema de la derecha, como también lo serían la corrupción y la inflación, además de inhumano es un gravísimo error.