¿Destruyendo se construye?

Hubo un tiempo en que a los ancianos de la tribu se los veneraba, y a los hombres que dejaban un legado se los recordaba con admiración. Su memoria perduraba a través de las generaciones. Se daba su nombre a una plaza o alguna placa los recordaba. Y si lo que se quería recordar era de gran importancia, o se quería condecorar a un grupo de personas, se construía un monumento.

Así nacieron tantos monumentos que honran no sólo a quienes representan, sino también a quienes los idearon y construyeron.

Es el caso de los monumentos del Centenario: seis grandes conjuntos escultóricos y otros más pequeños, ubicados en las avenidas Alem y del Libertador, en el bajo de la ciudad de Buenos Aires.

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Son testigos de la inmensa afluencia de inmigrantes que dieron origen a la Argentina, pues gracias a ellos llegó a ser el país que fue. Estos monumentos, donados en homenaje a nuestro país, quedaron allí en memoria de nuestros inmigrantes y forman parte del paisaje ciudadano.
Un caso particular lo constituye el de los italianos —con sus 15 estatuas ciclópeas y otras esculturas, construido en mármol de Carrara—, que se ubicó en la plaza Colón, frente a la Casa de Gobierno.

En este caso, fueron los propios habitantes del país, nacidos en el extranjero, quienes pagaron de su bolsillo este homenaje a la nación. Pero tal parece que no merecen ser recordados.

En marzo de 2014, el Gobierno nacional se comprometió, mediante un convenio con la ciudad, a reconstruirlo en el espigón frente a Aeroparque. Ha pasado ya un año y medio, y no construyeron nada de lo que prometieron. De hecho, jamás se iniciaron los trabajos de reconstrucción. Por lo cual, la idea inicial de trasladarlo ha quedado en el olvido. Continuar leyendo

Un Monumento desarmado en violación a las leyes

“Quien controla el pasado controla el futuro. Quien controla el presente controla el pasado.” - George Orwell

Cuando no hay memoria, no hay futuro.

Me disculpo de antemano si lo que cuento es demasiado obvio, o si es historia conocida para la mayoría de los argentinos.

Como bien sabemos, el país en que vivimos fue construido desde sus orígenes por inmigrantes. Estuvieron aquí desde antes de la Revolución de Mayo, y actuaron en los ámbitos más variados.

La inmensa mayoría de los argentinos -más del 95% de los habitantes- tiene algún ancestro inmigrante -europeo o de otro continente-, razón por la cual esto lo sabemos de primera mano: algún antepasado nuestro dejó su tierra natal, y se afincó y formó familia acá.

El sacrificio de varias generaciones de inmigrantes, se vio plasmado en seis grandes monumentossolicitados por la Nación a los inmigrantes residentes en el país, en homenaje a la Nación en su Centenario. Continuar leyendo

Cuando la memoria solo recuerda lo que le conviene

Después de la inauguración del Sitio de Memoria, en el ex Casino de Oficiales de la ESMA (19/5/15), donde la memoria que se recuerda es la correspondiente a un período concreto de nuestra historia, cabe preguntarnos: ¿sólo recordamos lo que nos conviene?

Pues la memoria de la Argentina se compone de muchas más contribuciones que las de quienes se jugaron por una idea o ideología determinada, y si sólo los recordamos a ellos, estaríamos dejando de lado un gran número de vidas que también se sacrificaron por una nación grande y próspera, justa y con igualdad de oportunidades.

La Presidente dijo en su discurso: “En el museo se guardan las piezas del pasado, en los sitios de la memoria se guarda la memoria, la justicia y la verdad”. Y agregó: ”¿Pero saben por qué? Porque hay mucha vida, porque la memoria no es pasado, para tener memoria hay que estar vivo en el presente, y para tener vida en el futuro hay que saber lo que nos pasó.”

En un país donde la inmensa mayoría de los ciudadanos proviene -a través de algún abuelo o bisabuelo- del Viejo Mundo, podríamos preguntarnos dónde quedó esa memoria, la de quienes vinieron como extranjeros, y terminaron convirtiéndose en ciudadanos que con su empuje y constancia, no dudaron en generar para sus hijos las condiciones que ellos no pudieron encontrar, ni en su tierra natal, ni en su tierra de adopción.  

Había que construir todo, y en cada pueblo del país se formó alguna asociación, alguna Sociedad de Socorros Mutuos -española o italiana las más de las veces-, de las que aún hoy conservamos edificios e instalaciones, testigos mudos de aquella efervescencia.Y la participación de los “venidos de Europa” no comenzó ahí: en la Primera Junta de mayo de 1810, había tanto inmigrantes como hijos de inmigrantes ¿Es que ya no lo recordamos?

Entonces nos preguntamos: ¿Acaso no quedó nada de tanto fervor y dedicación?  ¿Hubo algún reconocimiento a todos esos inmigrantes -nuestros ‘abuelos’- que poblaron y construyeron este país?

La respuesta es que sí, quedó constancia: los famosos monumentos esparcidos al pie de la barranca de la antigua Buenos Aires, donde antaño terminaba la ciudad junto al río, quedaron como Memoria de esos inmigrantes.  Todos estos monumentos se construyeron en la ciudad que en 1910 estaba “ganando tierras al río”, en la línea que forman las avenidas Paseo Colón, Leandro Alem y Av. del Libertador.

Los seis grandes Monumentos del Centenario -la Torre de los ingleses, el Monumento de los españoles, Francia a la Argentina, la “Fuente alemana”, el de los suizos en Av. Dorrego cerca de Av. del Libertador, y el de los italianos, en la plaza Colón y dedicado ‘a Colón’-, son la constancia viva de esa Memoria.

Casualmente, la plaza donde se erigió el Monumento de los italianos se llamaba Plaza Colón desde 1894, cuando se demolió la Aduana Taylor. Así homenajeó la Nación a quien conectó formalmente ambos mundos. Pero era una plaza sin estatua.

Cuando Antonio Devoto propuso en 1907 que el Monumento de los italianos inmigrantes estuviera allí, lo más lógico fue que una de las quince figuras humanas que lo componen fuera la del propio navegante, el cual no era italiano, pero había nacido en una tierra de marineros: la República de Génova.

Obviamente la figura del navegante representa los mejores valores de la cultura de esa época, y es por ello que está ahí.  No representa a los estilos comerciales o conquistadores de la época -Colón no se dedicaba a eso-, sino al genio descubridor, al “plus ultra” de quien va más allá de sus posibilidades.  Y por ello es recordado, y es símbolo de quienes hicieron lo mismo con sus propias vidas: los que vinieron a trabajar y morir en suelo argentino.

El monumento de los italianos inmigrantes finalmente se inauguró en 1921, cuando la Plaza Colón ya tenía casi 30 años.  Se realizó con el aporte monetario de cantidad de inmigrantes que colaboraron en las dos colectas al efecto, muchos de ellos trabajadores de origen humilde, según consta en los registros, y también de nacionalidades dispares, pues hay aportes de españoles y de otros orígenes.

Además, no se trata de una estatua que recuerda a una persona, sino que como todo monumento es memoria de quienes lo construyeron: de ahí la importancia de conservarlo en su sitio histórico: su recuerdo está íntimamente vinculado al lugar en que fue erigido.

Ésta es nuestra memoria, la del país que conocemos, y la que nos une más allá de todas las diferencias que podamos tener en el día a día.  Por esto es tan valiosa: pertenece a aquellos recuerdos que nos unen en un pasado común, y debe ser respetada como nos fue dada: en el sitio histórico a que pertenece.  En este caso, el monumento se construyó en el sitio de la refundación de la ciudad, en la barranca del antiguo fuerte español.

Me decidí a escribir estas líneas, porque quienes nos dirigen y nos representan -a nivel nacional y a nivel de la ciudad- tienden a olvidar, y no respetan nuestros sitios históricos y la historia que nos recuerdan: quienes deben velar por nuestra memoria, sólo consideran sus propios intereses.

Como es de público y notorio conocimiento, el Monumento ha sido demolido por orden directa del Gobierno Nacional. Dicha decisión contó con la posterior aquiescencia del Gobierno de la Ciudad.

En estos días trascendió a los medios la noticia de que la Presidente de la Nación habría ordenado apurar el desalojo de los despojos del Monumento de la Plaza: este último viernes ingresó una grúa de gran porte al predio ocupado desde hace siete años -el cual según un Convenio vigente entre Nación y Ciudad debería ser de libre acceso al público, a lo que el Gobierno Nacional, ante la pasividad del de la Ciudad, ha hecho caso omiso-, y comenzó el operativo del traslado de las piezas desde la Plaza Colón hacia quién sabe dónde, dado que aún no comenzaron los trabajos en el Espigón Puerto Argentino, en la Costanera Norte.

Hay quienes especulan en torno a la intencionalidad política de esta decisión: mostrar al jefe de Gobierno, en el marco de la campaña electoral nacional, como un sujeto débil o incapaz de frenar un atropello perpetrado delante de sus mismas narices. Toda una pretendida advertencia hacia el futuro, señalando qué podría suceder en el caso que el ingeniero Macri resulte elegido Presidente.

Sea correcta o incorrecta dicha interpretación, no puede dudarse que el desalojo de las piezas del Monumento del lugar en donde estuvo desde hace cien años, constituye un mensaje pleno de significados. Compete a nosotros, los ciudadanos, decodificarlo y asignar las consiguientes responsabilidades.

Pero lejos de cualquier especulación política, lo cierto es que a despecho de lo que funcionarios de ambos Gobiernos han deslizado en los medios, la cuestión no está cerrada desde el punto de vista judicial ni mucho menos. La misma terminará siendo decidida por la Corte Suprema de Justicia de la Nación y por el Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad.

Además, se encuentra en trámite una causa penal en la Justicia Federal en la cual se solicitó, entre otras cosas, que se investigue el manejo de los fondos involucrados en la supuesta restauración y traslado del Monumento. Quizás sea por todo esto que, al inaugurar el Museo de la Memoria el 19 de mayo último, la Presidente aclaró: “La memoria, la verdad y la justicia no pueden quedar en manos de un presidente ni de un Parlamento ni de un Poder Judicial… ”

Con motivo de este 25 de mayo que acabamos de celebrar, si queremos recordar, recordemos a todos los que dejaron su vida por esta tierra, la de nuestra Patria. Hagámoslo en el sitio histórico donde han dejado su memoria plasmada: la plaza Colón en la antigua barranca al río.

El artículo fue escrito con la colaboración de Alejandro Marrocco, integrante del Comité ítalo-argentino y adherentes ‘Colón en su lugar’ (colonensulugar@gmail.com)

Cristóbal Colón, el enemigo de ocasión

Nota escrita con Alejandro Marrocco, integrante del Comité ítalo-argentino y adherentes ‘Colón en su lugar’

 

Nuevamente celebramos un 12 de octubre, una fecha que ha ido cambiando su significado a lo largo de los últimos decenios.

A partir de 1492, cuando Cristóbal Colón generó el “puente” que uniría de ahí en más ambos mundos, España replicó en América su organización administrativa, y entonces toda la realidad de la Madre Patria se transmitió al otro lado del océano: lo justo y lo injusto recalaron también en estas tierras.

De ese modo, los propios habitantes originarios de América conocieron las jerarquías administrativas españolas, y se organizaron del mismo modo. Así los hubo gobernantes y gobernados, y un poblador de América tenía para la Corona española los mismos derechos y obligaciones que un campesino de la península. La propia España generó el llamado “Derecho de Indias”, el cual legislaba sobre los derechos de los nuevos habitantes del Reino de las Indias.

Pasaron los siglos, y las ideas se fueron transmitiendo del Viejo al Nuevo Continente. Así llegaron a América las tendencias independentistas, los movimientos revolucionarios, y todas las nuevas ideas que allí se generaban: así llegó aquí la idea de emancipación, por la cual también luchó Juana Azurduy -la heroína del Alto Perú, que era descendiente de ambas culturas y por lo tanto cargaba con las glorias y miserias de ambas-.

Luego se generaron las diversas interpretaciones históricas de la integración entre ambos continentes. Hay quienes destacan el progreso técnico y científico, y resaltan la cultura europea en sí.  Hay quienes destacan las culturas originarias, y sus valores. Cuando llegaron los españoles, ya había dominadores y dominados entre los habitantes de estas tierras, algunos más beligerantes que otros.

Así como la cultura no es patrimonio exclusivo de Europa, tampoco lo es la crueldad, por más que muchos revisionistas históricos -supuestamente indigenistas- quieran hacérnoslo olvidar. 

A fines del siglo pasado, la idea del “Descubrimiento” comenzó a virar hacia la del “Encuentro de Dos Mundos”, principalmente debido a Paolo Emilio Taviani, el senador italiano que planteó de ese modo un importante cambio de visión. Para Europa, descubrir otro mundo fue como abrir la caja de Pandora: todo era desconocido en estas tierras.

Hoy en día se reconoce la importancia de las culturas originarias, pues son parte integrante de nuestra cultura, la cual -en definitiva- es una mezcla de las culturas europeas con las originarias. Y una mezcla que es diferente en cada región, pues según la zona la interacción se fue dando de diferente modo.

El peligro está en reconocer a las culturas originarias de palabra, pero no de hecho: lamentablemente, seguimos viendo día a día cómo son maltratados ciudadanos argentinos -principalmente en el norte de nuestro país-, y nos preguntamos dónde quedó la tan declamada “Diversidad cultural” …

Otro peligro consiste en denostar a la cultura europea, como desde hace un tiempo a esta parte se han empeñado en hacer diversos regímenes autoritarios de la región, a fin de sacar provecho político a partir del relato de un supuesto nuevo paradigma de liberación latinoamericano.

En nuestro país, y a causa de las inmigraciones masivas, Buenos Aires contaba con un 53% de ciudadanos de origen extranjero en el Censo Nacional de 1895, de los cuales el 50% era de origen italiano: más de la cuarta parte de la población de la ciudad eran italianos … Ahora parece increíble, pero ése fue el motor en ese momento: la gran cantidad de inmigrantes que trabajaron y lucharon por lograr aquí lo que no pudieron lograr en su tierra de origen.

Justamente debido a ello, veinte años después de este Censo, la Nación pidió y aceptó la donación de un Monumento que recordaría por siempre a los inmigrantes italianos -en palabras del Dr. Honorio Pueyrredón, al inaugurarlo en 1921-. 

Todo monumento recuerda a quienes están esculpidos en él, pero -a diferencia de una estatua- recuerda también a quienes lo idearon y construyeron: en este caso, hubo dos colectas públicas para costearlo, de las cuales participaron inmigrantes de las más diversas extracciones, además de los italianos y sus descendientes.

El Monumento de los inmigrantes italianos -donado en homenaje a la Nación Argentina, y dedicado a Cristóbal Colón-, sintetiza muchas visiones en un mismo conjunto escultórico: son quince las estatuas que lo componen, cada estatua es más grande que una persona. Cada una quiere recordar algún aspecto importante de la gesta del primer viaje del Almirante: una representa la Ciencia, otra la Civilización, otras el esfuerzo necesario para generar progreso, y “empujar hacia delante” la proa que rompe las cadenas de la esclavitud de la ignorancia, y así siguiendo …

Era tan amplio el significado de integración de culturas, de valores y de principios representados en este Monumento -algo usual para los navegantes del siglo XV-, que el lugar que se eligió para emplazarlo fue la plaza frente a la Casa Rosada -que entonces miraba al río-: la plaza se llamaba Colón desde antes de 1900.

En definitiva, ¿qué queremos recordar de 1492?  Normalmente recordamos ciertos aspectos de una persona o acontecimiento que queremos preservar y transmitir a las futuras generaciones. Esto es lo que plasmamos en un monumento, pues es imposible estar de acuerdo con todo lo que aconteció, pero siempre podemos estar de acuerdo con algunos de los valores que se destacan, y es eso lo que quisieron recordar para la posteridad quienes diseñaron ese Monumento.

En estos tiempos, ya no hay quien considere que todo lo actuado a partir de aquel 12 de octubre fue correcto, y de hecho se reconocen los excesos que hubo, como también los hubo entre los pueblos originarios antes de esa fecha. Queda a nosotros y a nuestra posteridad capitalizar todo lo que sabemos, para no seguir repitiendo los mismos errores y para atesorar los aciertos: debemos dejar de juzgar el pasado con los ojos del presente, y dedicarnos a buscar caminos de integración y de respeto. 

Aún así -y en forma inverosímil- hemos escuchado últimamente de labios de varios cultores del relato que “Colón era un genocida” o que “Colón abrió las puertas del genocidio en América”. Dichas falacias no resisten el menor análisis histórico. Pero esto no es importante para el relato. Fieles a la prédica de Laclau, la única función de los relatores es atizar el conflicto como mecanismo de poder.

Colón es sólo circunstancial: pudo haber sido cualquier otro.  Para engordar el relato lo único que importa es hallar un enemigo contra quien confrontar, aunque para ello se tenga que pagar el alto precio de envenenar las mentes y los corazones con falsías.

Sin enemigo no hay relato. El relato busca afanosamente enemigos por doquier para mantenerse vivo.

Por el contrario, el respeto a la diversidad cultural supone el encuentro y la reconciliación.

Ojalá que el Monumento donado por los inmigrantes italianos para el Centenario de la Nación, sea el símbolo de integración que siempre fue, y que el Congreso Nacional de 1907 colocó en ese lugar -frente a la Casa Rosada- para que fuera guía e inspiración de nuestro gobierno.

Allí acompañó a la República por casi cien años, y sus quince estatuas recuerdan no sólo a las culturas que llegaron a estas tierras, sino también a los mismos que con su esfuerzo personal lo hicieron posible, pues el propio Monumento es un recuerdo patente de quienes le dieron origen: nuestros inmigrantes.

En estos momentos de confusión ideológica e histórica, debemos salvaguardar la Memoria de nuestra identidad como Nación, de nuestros inmigrantes, y de los pueblos originarios de estas tierras: la famosa Diversidad Cultural no debe ser una frase retórica, sino que debe ser una actitud cierta hacia todas las culturas que formaron nuestra Patria.

En este sentido, el último jueves tuvo lugar un Acto en desagravio del Monumento y la figura del Almirante, bajo el lema de “La cultura del encuentro”, el cual fue organizado por el Frente Renovador de la ciudad de Buenos Aires.

Tanto las culturas de los inmigrantes, como las culturas de este continente, deben ser respetadas y consideradas de cara hacia el futuro.  Sólo así, respetando a todas las culturas por igual, lograremos avanzar como nación civilizada, y seremos recordados por nuestros descendientes del mismo modo que honramos a nuestros mayores.

Y en pos de ese respeto, el Monumento de los inmigrantes italianos, más conocido como Monumento a Cristóbal Colón,  debe volver a erigirse donde estuvo por casi cien años, en la plaza Colón.

Aceptar su destrucción histórica y simbólica arrancándolo de su sitio específico supone el triunfo del relato del odio y la división.  Esto es así, aunque se utilicen términos eufemísticos tales como “relocalización” para encubrir dicha destrucción.

En este sentido, nos permitimos llamar a la reflexión tanto a la Presidente de la Nación -quien promovió la destrucción del Monumento- como al Jefe de Gobierno de la Ciudad -quien la consintió negociando su traslado-. Todavía tienen la magnífica oportunidad de enmendar un error histórico, y promover un gesto de reconciliación entre los habitantes de la Nación: el Monumento de los italianos y la estatua de Colón deben volver a estar en pie en su lugar.

Queda en ambos demostrar si son ellos quienes pertenecen al pasado.

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colonensulugar@gmail.com

 

De cómo borrar la Historia

En nuestra bendita tierra, que se nutrió de contingentes enteros de inmigrantes, siempre se respetó su memoria, sus sacrificios y sus logros … hasta ahora.  Resulta que los altos ideales de independencia, trabajo honrado, esfuerzo diario y en comunidad ahora ya no tienen valor ….  Y el Monumento que los representa por excelencia, tampoco.

En 1907, los representantes del pueblo de la Nación aceptaron el Monumento a Cristóbal Colón donado por una de las comunidades que más había hecho por la Argentina naciente, desde antes de la Revolución de Mayo. La Comisión Nacional del Centenario había solicitado un monumento a varias de esas comunidades, y se decidió que el de los italianos estuviera ubicado frente a la Casa Rosada -que en ese momento miraba al río-.

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