Cacerolazos: los límites de la indignación

En el año 2011 en España surgió el Movimiento 15-M, más conocido como “Los indignados”, inspirado en el panfleto de Stephanne Hessel “Indignaos”. Llenaron calles, generaron comités, explotaron las plazas con proclamas en contra del sistema, el capitalismo y el desempleo. El resultado de eso fue que el Partido Popular de España -conservador- ganara las elecciones.

En Egipto surgió lo que luego se denominó “Primavera árabe”, en la que la novedad fue el uso de las redes sociales para convocar masivamente a los jóvenes para derrocar al dictador Hosni Mubarak. El resultado de este derrocamiento fue que asumió un gobierno de transición que hoy, según ONG’s es mucho más represivo y antipopular que el de Mubarak. Continuar leyendo

El Gobierno Nacional es su propia Alianza

El Gobierno Nacional, a catorce meses y luego de 11 años en el ejercicio del poder, dejó de funcionar. Quizás sea mérito de la crisis del 2001 y la mala experiencia con la inestabilidad institucional, las cuales hayan compuesto un cóctel explosivo que convierte en una insuperable expectativa el llano sentimiento porque la Presidente finalice en tiempo y forma su mandato. Nadie espera nada más.

El kirchnerismo se las ingenió muy bien para poner a prueba la solidez republicana de la que estamos hechos. En sus intentos por controlar el Congreso y el Poder Judicial, se encontró con una posibilidad que en los papeles parecía remota: se fortalecieron los otros dos poderes. Durante mucho tiempo les rindió el método de discutir con enemigos invisibles, acaso para evitar la discusión con otras fuerzas políticas, pero el mediano plazo los esperó con que de tanto intentar quedar solos en el ring se les cumpliera el deseo y ya nadie se suba a ese ring, sino que les tiran piedras desde abajo -y desde arriba.

Lo que no pudo fortalecer el kirchnerismo es la calidad democrática. Allí sí triunfaron. Dinamitaron los canales institucionales de trabajo y diálogo con los partidos políticos, y los reemplazaron por la colocación de empresas e “intereses transnacionales” como interlocutores. Esto trajo como consecuencia la constitución de amontonamientos políticos que, en contextos de normalidad, nunca se hubieran dado.

El Gobierno Nacional generó condiciones democráticas basadas en el principio de mala fe, en la idea de que el otro siempre busca el perjuicio propio. Todo por miedo a perder el escritorio y el teléfono de gobierno. Y se nota. Es una crisis tan honda que hasta será un dilema en cuanto a expectativas sociales de cara al 2015, y si se representa lo que la Alianza en el 99 o Néstor en el 2003: esperanza con escepticismo o desconfianza con esperanza.

Es un deplorable final de ciclo que repite la patología menemista y aliancista. No estuvieron dispuestos a hacer los cambios necesarios en los momentos adecuados. Si en 2007 era reelecto Néstor Kirchner y en 2011 resultaba electo un presidente de otra fuerza que mantuviera el modelo económico, también le habría explotado la crisis en sus manos a medio mandato -tal como sucedió con De la Rúa en 2001- y como sucede con Cristina Kirchner hoy. De esta manera, se produjo un combo letal entre perpetuidad en el poder y resistencia al cambio, y entre lo peor del menemismo con lo peor de la Alianza.

El dilema opositor de cara al año que viene será tal como se presenta hoy: entre la continuidad con cambios o el cambio en sí mismo. La experiencia que tenemos con haber mantenido la misma receta en contextos tan diversos ha dado sobradas muestras de cómo podríamos abordar dicho dilema.

El uruguayo Daniel Viglietti cantaba con tono de folklore: “Me matan si no trabajo y si trabajo me matan”. En ese mismo dilema parece encontrarse cualquier tipo de posicionamiento político nacional, que va desde la oposición hasta el oficialismo, el cual se tensa sobre la base de dos ideas que siguen intereses diferentes: por un lado, el deber de advertir con responsabilidad sobre la calamitosa gestión del Gobierno Nacional de los últimos meses y, por el otro, la necesidad de presentar una alternativa de cambio o de “continuidad con cambios” a la sociedad.

 

Juan Carlos “Boudou”

En España, luego de 39 años, abdicó el Rey Juan Carlos I. Entre sus logros se cuentan el impulso por tener una constitución española y el vuelco democrático que tuvo a Adolfo Suarez como primer Presidente luego de la prolongada dictadura franquista.

En Argentina, Amado Boudou, luego de su paso como Ministro de economía y devenido Vicepresidente de la Nación, enfrenta una denuncia que lo acusa de haber querido apropiarse mediante terceros de la Calcográfica Ciccone, encargada de imprimir los billetes del tesoro nacional.

Mientras en Argentina algunos piensan sobre cómo puede ser que en Europa subsistan las monarquías, algún otro en Europa podría pensar sobre cómo puede ser que en Argentina “los Boudou” ocupen tantos espacios y con tanto poder. Esto no significa que solo en Argentina existen los corruptos, pero sí que tenemos muchos, demasiados.

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No llamemos a Harry Potter

Corre, limpia, barre. No es un consejo del Señor Miyagui, es la forma en que generaciones enteras conocieron al servicio militar obligatorio, más popularmente llamado “Colimba”.

El kirchnerismo ha intentado apropiarse sistemáticamente de las ideas de redistribución e inclusión social a lo largo de esta década que pasó. Al margen de las consideraciones específicas y relativas que se puedan hacer sobre ello, que diez años después surja desde sus referentes más extremistas la idea de que vuelva el servicio militar obligatorio figura mínimamente como una contradicción. Una contradicción que en el peor de los casos no sería tan grave si fuera acompañada de experiencias públicas y un contexto delimitado estadísticamente que pudiera sugerir la necesidad de generar una discusión alrededor del tema. No, fue una contradicción donde se mojaron el dedo, vieron para donde soplaba el viento y la tiraron.

A veces, algunos actores políticos, intentan construir la sensación de que el modelo kirchnerista está agotado por problemas económicos. Esos mismos que cuando hay una recuperación piensan que hay que enfrentarlos en la calle y caen en las posiciones más extremas para diferenciarse. El modelo kirchnerista está agotado, no por los problemas económicos o financieros que puede atravesar cualquier país del mundo. Está agotado porque su “matriz diversificada con inclusión social” se convirtió en una matriz incapaz de incluir, que quedó obsoleta, a la que no le alcanza ni con la asignación universal por hijos, ni con el plan Progresar.

Si en la agenda pública y los esfuerzos del Estado sólo importa la redistribución antes que la generación de riqueza, se está frente a un problema axiomático, porque la generación de riqueza implica mucho más que esfuerzos o medidas económicas. Es por esto que quedó obsoleto el modelo en el que se entiende el problema de la marginalidad como un problema de plata, y los más de 90 planes sociales que tiene el Gobierno Nacional son una muestra de que confunde redistribución de riqueza con redistribución de pobreza. Para ellos, lo pequeño, lo individual y lo grupal no existen. Para el gobierno nacional existe lo grande, lo enorme, lo magnífico, el gran relato, la gran teoría, la gran conspiración, los grandes grupos económicos. Las grandes explicaciones que sirven como justificación de sus fracasos.

A esto se agrega el enorme deterioro de la calidad educativa que dejó a nuestro país en los últimos lugares de las mediciones PISA. El kirchnerismo, en este último mandato presidencial ha depositado mayor importancia al fallido intento de reforma constitucional, a la ley de medios y a la reforma del sistema judicial, que a la consideración de un debate entre las distintas fuerzas políticas nacionales para llegar a un consenso sobre una reforma educativa que tenga en vista una revolución en la calidad de la enseñanza.

El próximo Presidente posiblemente tenga como principal desafío darle un giro de tuerca a esta matriz de inclusión, así como pensar en el trabajo como factor de redistribución cuando la riqueza pierde valor.

Corre, limpia y barre. Eso es lo que deberíamos hacer con la generación de políticos que no se da cuenta que con las recetas mágicas de Harry Potter los argentinos no ingresamos al futuro.

La crisis del sindicalismo argentino

Ocurrió algo importante la semana pasada, que no empezó hace un mes, ni un año. Es una sucesión de hechos que desembocó en una imagen triste, de calles y discursos tan vacíos como extraños.

Los líderes sindicales solo reclamaron por la elevación del mínimo imponible de ganancias, que hoy se aplica sobre quienes perciben sueldos por encima de los $15.000, en un país donde a partir de $7500 se pasa a ser parte del 25% que mejores ingresos registra de la sociedad, es decir, “luchar” por quienes ganan $15.000 en un país donde el 75% de los trabajadores no llega ni a la mitad de esa cifra es un poco cínico, y por cierto, nada con lo que el Gobierno Nacional pueda torearlo, porque es más responsable que ellos.

Esto exhibe un problema central, y es que el trabajo no cumple su función como redistribuidor de riqueza y menos aún de dignificación. El acceso a la vivienda demanda un 50% más de salarios completos que hace 15 años. El 37,5% de los trabajadores se encuentra en negro y quienes están en blanco aportan todos los meses a las cajas de obras sociales para un sistema de salud decadente. Sobre esta situación no reflexiona ni propone absolutamente nada el sindicalismo.

En este contexto es inevitable hablar de Hugo Moyano, el gremialista más influyente que dio nuestro país desde el legendario Saúl Ubaldini. Es inevitable porque resulta un ícono para comprender qué lo moviliza, qué entiende por trabajadores, qué rol debe ocupar el sindicalismo y qué debe representar la política. El 6 de Julio de 2011, cuando aún era kirchnerista, y enojado por la renuencia del oficialismo por incorporarlo en las listas de su partido, dijo: “No solo estamos para votar o concentrarnos, o cuando nos llaman para una movilización. Los trabajadores tenemos la herramienta y el instrumento más importante de la democracia: tenemos la posibilidad de encauzar el voto y seremos invencibles”. Toda una declaración de prioridades su consideración sobre los trabajadores, que se queda muy corta.

El sindicalismo, que surge como una herramienta para equiparar la asimetría de condiciones existentes entre el empleador y el trabajador, ha desnaturalizado su finalidad desde el momento en que sus representantes están más preocupados por cómo se verán en televisión y en ser “el Lula Da Silva argentino”. Moyano, en el lenguaje político no significa en absoluto “representante de los trabajadores”, significa “poder de extorsión” y es por eso que cuando rompió su matrimonio con el kirchnerismo se generó un equilibrio en la balanza de poder en Argentina, básicamente porque de esa manera “el control de la calle” pasaba a estar disputado luego de varios años de monopolio del oficialismo.

Moyano y los líderes sindicales se convirtieron en un eufemismo, en la variable del poder, y esto es independiente de su representatividad de los trabajadores más que el poder de sus estructuras organizacionales. La semana pasada debieron recurrir a la obstrucción de los accesos para obligar a que los trabajadores acaten el paro, no pudieron hacer una sola movilización, para que las centrales generales tuvieran cierto grado de diálogo debió interceder el Papa… ¡El Papa!

El sindicalismo argentino no tiene una crisis, tiene varias y de ellas se desprenden algunos desafíos: iniciar un proceso de despartidización, siendo que en una estructura legal donde se prima la unicidad sindical la inclinación de una Central de trabajadores hacia un partido produce un desbalance democrático; limpiar su imagen, generar un vínculo humano y transparente entre el afiliado y los representantes, volver a enamorar a los trabajadores de la importancia de los sindicatos; generar diagnósticos y propuestas estructurales para los desafíos del presente y el futuro, lo cual implica una inversión para la profesionalización del entendimiento de las condiciones laborales y libere a los representantes sindicales de opiniones coyunturales.

Me hubiera encantado poder marchar junto a otros miles de trabajadores la semana pasada a una convocatoria que me hiciera sentir representado, pero no confío en nuestros representantes sindicales y confieso que me encantaría poder confiar.

Sucesión La Cámpora

“Que no estén en política para robar, que sean profesionales y sobre todo, militantes”. Ese fue el pedido que Néstor Kirchner hizo a los referentes juveniles kirchneristas en Agosto de 2010 para poder incorporar 200 nombres en distintas áreas del Gobierno Nacional. La Cámpora todavía era una agrupación entre otras varias juventudes filo-kirchneristas.

Dos meses más tarde falleció Néstor Kirchner, apenas unos días después de un gran acto donde La Cámpora impuso su protagonismo en el Luna Park, en el que entronizó la figura del “héroe colectivo” representado en el Nestornauta. Nacían la épica y el relato como consecuencia de una lectura de la crisis alrededor de la Resolución 125 donde se creyó que el problema fue comunicacional.

Néstor Kirchner, según consta en la reciente biografía publicada por Sandra Russo sobre La Cámpora, quería que esta fuera una “JP de masas” para dejar de ser una “juventud de cuadros” –cuadros como sinónimo de funcionarios-.Pasaron poco más de tres años y hoy La Cámpora es un actor fundamental para entender nuestra política nacional, no por su discutible potencia territorial sino por su penetración en las esferas del Estado. Hoy La Cámpora es poderosa, posiblemente tome algunas de las principales decisiones del gobierno nacional, o sea parte de ese proceso de toma de decisiones, y sí decididamente tiene un rol en la continua construcción del relato.

Es en este contexto que resulta reveladora la columna de Silvia Mercado “Para Cristina su única heredera es La Cámpora”. Es reveladora porque implica el deber de entender mejor a La Cámpora para comprender los años venideros, y cuáles son todos los desafíos que tienen los partidos políticos con vocación democrática de la actualidad y en especial las juventudes.

Estos desafíos son varios y posiblemente no podríamos ponernos de acuerdo con el lector, pero rápidamente puedo sugerir un desafío central: convicción democrática. Una convicción democrática que tiene dos dimensiones esenciales, por un lado el rol del político y por el otro lado la función del Estado.

La función del Estado que tiene la doble condición de estar integrado por personas y proyectos. La forma en que ingresan esas personas y los intereses que deben defender se ponen en jaque cuando están cruzados por lo político y creen que todo es plausible de ser militado, desde la relación con un jefe, la compra de cartuchos de tinta, el día del humorista y hasta un plan nacional de prevención de adicciones.

Y por otro lado cuál debe ser el rol del político en un contexto en el que no se termina de entender que no somos un argentino multiplicado por 40 millones y no existe “la gente”, sino 40 millones de argentinos diferentes con sus respectivas expectativas y problemáticas. Falta que la democracia incorpore datos a la discusión pública. Falta que la democracia sea más propensa a incorporar realidades contingentes que opiniones absolutas.

Con un funcionamiento menos patológico del Estado y un rol del político más encauzado se pueden plantear hipótesis de solución y sobre esas hipótesis de solución se pueden plantear consensos, y los consensos –actividad que patológicamente desconoce el kirchnerismo- sirven para dar continuidad a las decisiones políticas, por obvio que parezca. Es por eso, que creo que hay una trampa, si el kirchnerismo hubiera querido que sus políticas tuviesen continuidad en el tiempo, si hubieran tenido mejores convicciones democráticas, hubieran consensuado.

Por eso creo que quizás hubiera sido mejor si Néstor Kirchner no les pedía nada y en vez de insertarlos políticamente en el Estado, hubiera preparado un partido político que superase las contingencias electorales del corto plazo. Eso sí hubiera sido revolucionario en nuestra política.

El kirchnerismo es un lamentable abuso de la estadística

Borges, hombre de hermosas adjetivaciones y maestría para tratar sencilla y universalmente cualquiera de los grandes temas de las ciencias humanas, definió alguna vez a la democracia como un lamentable abuso de la estadística, pero creo que acá la pifió. Creo que si hubiera dicho “el problema de la democracia es el abuso de la estadística” hubiera estado un poco más de acuerdo.

Es común ver en debates televisivos e incluso en columnas escritas cómo entre actores políticos se arrojan con números de un lado para otro sin un hilo conductor en el tiempo, que se evidencia claramente cuando uno se toma el trabajo de tomar cierta distancia y analiza la liviandad con que se tratan grandes temas de una semana a otra, sin filtro en el medio. Así la democracia se vuelve una ensalada rusa de supuestas convicciones, ancladas en descripciones de “la realidad” que deben ser inferidas a partir de la enumeración de cifras dichas con cara de enojo o sonriente.

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