El Gobierno Nacional es su propia Alianza

El Gobierno Nacional, a catorce meses y luego de 11 años en el ejercicio del poder, dejó de funcionar. Quizás sea mérito de la crisis del 2001 y la mala experiencia con la inestabilidad institucional, las cuales hayan compuesto un cóctel explosivo que convierte en una insuperable expectativa el llano sentimiento porque la Presidente finalice en tiempo y forma su mandato. Nadie espera nada más.

El kirchnerismo se las ingenió muy bien para poner a prueba la solidez republicana de la que estamos hechos. En sus intentos por controlar el Congreso y el Poder Judicial, se encontró con una posibilidad que en los papeles parecía remota: se fortalecieron los otros dos poderes. Durante mucho tiempo les rindió el método de discutir con enemigos invisibles, acaso para evitar la discusión con otras fuerzas políticas, pero el mediano plazo los esperó con que de tanto intentar quedar solos en el ring se les cumpliera el deseo y ya nadie se suba a ese ring, sino que les tiran piedras desde abajo -y desde arriba.

Lo que no pudo fortalecer el kirchnerismo es la calidad democrática. Allí sí triunfaron. Dinamitaron los canales institucionales de trabajo y diálogo con los partidos políticos, y los reemplazaron por la colocación de empresas e “intereses transnacionales” como interlocutores. Esto trajo como consecuencia la constitución de amontonamientos políticos que, en contextos de normalidad, nunca se hubieran dado.

El Gobierno Nacional generó condiciones democráticas basadas en el principio de mala fe, en la idea de que el otro siempre busca el perjuicio propio. Todo por miedo a perder el escritorio y el teléfono de gobierno. Y se nota. Es una crisis tan honda que hasta será un dilema en cuanto a expectativas sociales de cara al 2015, y si se representa lo que la Alianza en el 99 o Néstor en el 2003: esperanza con escepticismo o desconfianza con esperanza.

Es un deplorable final de ciclo que repite la patología menemista y aliancista. No estuvieron dispuestos a hacer los cambios necesarios en los momentos adecuados. Si en 2007 era reelecto Néstor Kirchner y en 2011 resultaba electo un presidente de otra fuerza que mantuviera el modelo económico, también le habría explotado la crisis en sus manos a medio mandato -tal como sucedió con De la Rúa en 2001- y como sucede con Cristina Kirchner hoy. De esta manera, se produjo un combo letal entre perpetuidad en el poder y resistencia al cambio, y entre lo peor del menemismo con lo peor de la Alianza.

El dilema opositor de cara al año que viene será tal como se presenta hoy: entre la continuidad con cambios o el cambio en sí mismo. La experiencia que tenemos con haber mantenido la misma receta en contextos tan diversos ha dado sobradas muestras de cómo podríamos abordar dicho dilema.

El uruguayo Daniel Viglietti cantaba con tono de folklore: “Me matan si no trabajo y si trabajo me matan”. En ese mismo dilema parece encontrarse cualquier tipo de posicionamiento político nacional, que va desde la oposición hasta el oficialismo, el cual se tensa sobre la base de dos ideas que siguen intereses diferentes: por un lado, el deber de advertir con responsabilidad sobre la calamitosa gestión del Gobierno Nacional de los últimos meses y, por el otro, la necesidad de presentar una alternativa de cambio o de “continuidad con cambios” a la sociedad.

 

Juan Carlos “Boudou”

En España, luego de 39 años, abdicó el Rey Juan Carlos I. Entre sus logros se cuentan el impulso por tener una constitución española y el vuelco democrático que tuvo a Adolfo Suarez como primer Presidente luego de la prolongada dictadura franquista.

En Argentina, Amado Boudou, luego de su paso como Ministro de economía y devenido Vicepresidente de la Nación, enfrenta una denuncia que lo acusa de haber querido apropiarse mediante terceros de la Calcográfica Ciccone, encargada de imprimir los billetes del tesoro nacional.

Mientras en Argentina algunos piensan sobre cómo puede ser que en Europa subsistan las monarquías, algún otro en Europa podría pensar sobre cómo puede ser que en Argentina “los Boudou” ocupen tantos espacios y con tanto poder. Esto no significa que solo en Argentina existen los corruptos, pero sí que tenemos muchos, demasiados.

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Sucesión La Cámpora

“Que no estén en política para robar, que sean profesionales y sobre todo, militantes”. Ese fue el pedido que Néstor Kirchner hizo a los referentes juveniles kirchneristas en Agosto de 2010 para poder incorporar 200 nombres en distintas áreas del Gobierno Nacional. La Cámpora todavía era una agrupación entre otras varias juventudes filo-kirchneristas.

Dos meses más tarde falleció Néstor Kirchner, apenas unos días después de un gran acto donde La Cámpora impuso su protagonismo en el Luna Park, en el que entronizó la figura del “héroe colectivo” representado en el Nestornauta. Nacían la épica y el relato como consecuencia de una lectura de la crisis alrededor de la Resolución 125 donde se creyó que el problema fue comunicacional.

Néstor Kirchner, según consta en la reciente biografía publicada por Sandra Russo sobre La Cámpora, quería que esta fuera una “JP de masas” para dejar de ser una “juventud de cuadros” –cuadros como sinónimo de funcionarios-.Pasaron poco más de tres años y hoy La Cámpora es un actor fundamental para entender nuestra política nacional, no por su discutible potencia territorial sino por su penetración en las esferas del Estado. Hoy La Cámpora es poderosa, posiblemente tome algunas de las principales decisiones del gobierno nacional, o sea parte de ese proceso de toma de decisiones, y sí decididamente tiene un rol en la continua construcción del relato.

Es en este contexto que resulta reveladora la columna de Silvia Mercado “Para Cristina su única heredera es La Cámpora”. Es reveladora porque implica el deber de entender mejor a La Cámpora para comprender los años venideros, y cuáles son todos los desafíos que tienen los partidos políticos con vocación democrática de la actualidad y en especial las juventudes.

Estos desafíos son varios y posiblemente no podríamos ponernos de acuerdo con el lector, pero rápidamente puedo sugerir un desafío central: convicción democrática. Una convicción democrática que tiene dos dimensiones esenciales, por un lado el rol del político y por el otro lado la función del Estado.

La función del Estado que tiene la doble condición de estar integrado por personas y proyectos. La forma en que ingresan esas personas y los intereses que deben defender se ponen en jaque cuando están cruzados por lo político y creen que todo es plausible de ser militado, desde la relación con un jefe, la compra de cartuchos de tinta, el día del humorista y hasta un plan nacional de prevención de adicciones.

Y por otro lado cuál debe ser el rol del político en un contexto en el que no se termina de entender que no somos un argentino multiplicado por 40 millones y no existe “la gente”, sino 40 millones de argentinos diferentes con sus respectivas expectativas y problemáticas. Falta que la democracia incorpore datos a la discusión pública. Falta que la democracia sea más propensa a incorporar realidades contingentes que opiniones absolutas.

Con un funcionamiento menos patológico del Estado y un rol del político más encauzado se pueden plantear hipótesis de solución y sobre esas hipótesis de solución se pueden plantear consensos, y los consensos –actividad que patológicamente desconoce el kirchnerismo- sirven para dar continuidad a las decisiones políticas, por obvio que parezca. Es por eso, que creo que hay una trampa, si el kirchnerismo hubiera querido que sus políticas tuviesen continuidad en el tiempo, si hubieran tenido mejores convicciones democráticas, hubieran consensuado.

Por eso creo que quizás hubiera sido mejor si Néstor Kirchner no les pedía nada y en vez de insertarlos políticamente en el Estado, hubiera preparado un partido político que superase las contingencias electorales del corto plazo. Eso sí hubiera sido revolucionario en nuestra política.

Ser peronista ya no es tan rebelde

En “Hablemos de langostas”, programa radial de culto que conduce Lisandro Varela, estuvo Silvia Mercado, periodista, quien recientemente publicó el libro Apold, el Goebbels de Perón.

Silvia Mercado, de histórica militancia y pertenencia peronista dijo que se hizo peronista en la dictadura, porque el peronismo era entre muchas cosas un movimiento de rebeldía, que ser peronista era ser rebelde. Durante unos segundos me acordé de Néstor Kirchner, quien antes de ser Presidente pensaba “el pejotismo es la antítesis del verdadero peronismo, el pejotismo es la claudicación, el aparato corrupto, la traición y la transformación de un movimiento revolucionario en una estructura conservadora”.

Por algún fenómeno extraño, posiblemente explicable, estar asociado a intendentes de municipalidades populosas o gobernadores de provincias de escasa calidad democrática se convirtió en una garantía de que se tiene cierta capacidad para gobernar el país. Municipalidades donde el progreso es una cosa que sucede en los cortes de Fútbol para todos y las propagandas de la Anses, donde te muestran almacenes con nombres lindos con una canción de Pappo de fondo.

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Peronismo artesanal

Sobre Carlos Menem todos tenemos anécdotas de algún amigo, familiar cercano, o de mínima conocido de un conocido que nos habla de su aura de líder, insuperable carisma o memoria de elefante.

Carlos Menem, sobre quien se pueden decir muchas cosas malas, encaró en 1985 un “trip peronista”, que consistió en recorrer cada pueblito de nuestra Patria para hablar cara a cara con cada militante y cada argentino con el que pudiera para decirle que quería ser Presidente y que lo acompañaran con su voto. Así, el tigre riojano -en cuya provincia solo estaba el 2% del padrón nacional de afiliados al PJ- venció de manera contundente en 1988 al entonces gobernador de la Provincia de Buenos Aires –donde se encontraba el 40% del padrón de afiliados-, Antonio Cafiero -el peronista “blanco” y renovador-, en las últimas internas que el Partido Justicialista celebrara hasta la fecha.

Para acceder a la Presidencia Menem volvió a recorrer el país entero, pueblo por pueblo. Disfrutando de la campaña, fortaleciéndose con la energía de la gente, manteniéndose cerca de las expectativas y las necesidades que tenían los argentinos. Toda una gesta de peronismo artesanal.

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Un presidente mudo

Hace unas semanas un amigo me contó que tuvo un sueño extraño: que teníamos un presidente mudo. Un presidente mudo a quien no le quedaba otra opción más que trabajar mucho, lo suficiente, para que su trabajo “hable” por él. Mi amigo es descendiente de surcoreanos, lo cual me hizo recordar accidentalmente al prestigioso director de cine surcoreano Kim Ki Duk y su película Hierro 3, que a pesar de tener sonido no tiene diálogos. Nadie habla en ella y aun así nos mantiene atentos ante lo que pueda suceder en cada escena.

Me pareció una hipótesis maravillosa para pensar sobre qué calidades se supone que debe revestir un líder para ser representativo del pueblo y, más específico aún, qué condiciones se supone que debe revestir un Presidente de la Nación para poder ser un buen presidente.

Tampoco pude evitar pensar sobre nuestra presidente, quien en 2011 hizo un uso inteligente de las cadenas nacionales para conectarse directamente con la sociedad, pero que en 2012 abusó tanto de ellas que produjo un masivo hartazgo que se evidenció en distintas convocatorias de protesta. Este fenómeno estalló cuando el 3 de septiembre la utilizó por vez 17ª en lo que iba del año, acumulando 15 horas, que en el último caso fue para anunciar, en horario central televisivo, que Argentina era una de las potencias exportadoras de aerosoles y alguna cosa más. Produjo tanta aversión que se marcó un antes y un después en su comunicación. En ese momento empezó a mudar su comunicación hacia las redes sociales, poniendo énfasis en Twitter, desde donde comenzó a marcar el ritmo con una impronta personal y minimalista con declaraciones potentes. Subía 7 u 8 twitts por día que la conectaba directamente con sus 2 millones de seguidores, y que a su vez eran noticia en los principales medios nacionales. Pero como todo… volvió a abusar y ahora hay días en que sube hasta más de 40 twitts. Y logró algo mucho peor que lo sucedido con la cadena nacional: se volvió intrascendente.

Más allá de cuánto escriba o hable la presidente en redes sociales o por cadena nacional, es necesario pensar sobre cuánto necesitamos líderes que estén inundándonos cotidianamente con su presencia en lugar de su trabajo. No subestimo la importancia del carisma y la empatía que pueda tener un líder respecto del sentir y pensar del pueblo, de hecho es muy importante para la representación colectiva, pero los buenos líderes no necesariamente son buenos presidentes.

A su vez no tengo ningún sustento fáctico más que la propia experiencia y cierta intuición, pero tiendo a creer que nuestra sociedad descree cada vez más de la palabra de los políticos -en algo que le debe suceder a la mayoría de las sociedades del mundo-. Así entonces recupera cierta jerarquía la importancia de hacer y resolver problemas. Gestionar, pero gestionar para recuperar la palabra.

Recientemente en una entrevista brindada a La Nación, Daron Acemoglu, uno de los economistas más citados en el mundo y autor del célebre libro Por qué fracasan los países, criticó la noción de “líderes fuertes”, diciendo que los países ricos como Argentina cuando retrocedieron fue porque sus líderes además de practicar una mala redistribución de ingresos también se han ocupado por destruir paulatinamente la institucionalidad en pos de instalar su nombre para trascender en la historia, lo que los sitúa por sobre la resolución de los problemas del país. Acemoglu cierra diciendo: “Creo que los argentinos deberían rezar por un presidente cuyo nombre fuera totalmente olvidable”.

Esto implica pensar la idea de “liderazgo fuerte” y lo que para nosotros significa culturalmente. En mi caso creo que está atada inevitablemente al grito, y también a la noción de personas que nos dan grandes explicaciones sobre cualquier cosa. Que amontonan gente en actos y que poco se interesan por lo simple. De hecho, el mejor Kirchner es el que menos preocupado estaba por la comunicación y el peor Kirchner es el que empezó a preocuparse por qué titulaban los medios de comunicación.

Liderazgo débil, en tanto aptitud para el diálogo, escucha y tolerancia de críticas, preocuparse porque un Gobierno funcione, y posea una actitud democrática en su relación con otras fuerzas políticas y la no persecución ideológica constante del que piensa fuera del orden mayoritario.

En Argentina hay algunos ejemplos que permiten esperanzarse con que quizás podamos tener un presidente que hable poco y haga lo que tenga que hacer para que las cosas funcionen. Quizás el sueño de mi amigo, cual película de Kim Ki Duk, sea posible.

“Presentismo” populista

En su libro Biblioteca personal (Prólogos), Borges presenta de manera lúdica una serie de libros que lo han definido, tal vez, como escritor. Entre ellos figura el de John William Dunne, un ingeniero aeronáutico, escéptico, quien por motivos científicos decide adentrarse en el mundo de los sueños y comprenderlos a través del método científico. Una de las cosas que más lo desvela es cómo los sueños se despojan del tiempo. No hay pasado, presente ni futuro en ellos. Se configura así entonces una “modesta eternidad personal” que pone al hombre en la posición divina de poder crear y destruir mundos. Soñar, imaginar.

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