El Estado exitoso parece ausente

Andar con esa molesta sensación de que los tenés encima siempre. Que te dicen qué hacer, cómo vestirte, qué desayunar, qué mirar en la televisión.

“Me gusta cuando callas porque estás como ausente”. Me gusta cuando callás, cuando no hacés cadenas nacionales eternas, cuando no insultás en tus actos aparateados, cuando no saturás en tus canales de noticias con tu propio relato y cuando tu cuenta de twitter no falta el respeto.

Cuando la clase política da respuesta a los problemas de la gente y no a sus propias ambiciones individuales, el Estado se siente ausente. Desaparece de los noticieros porque sin conflicto no hay noticia. También desaparece de los momentos cotidianos, de las charlas de café, de los pasillos de oficina, de los 15 minutos que esperás hasta que te den la cancha de fútbol 5.

Cuando se gobierna bien no pasás la mitad de la cena hablando de política, no discutís con amigos y familiares. Dejás de escuchar a las señoras mayores bien vestidas quejándose de los paros de subte y cortes de la panamericana.

Su negocio es vendernos que la participación y la sobreexposición política son algo para celebrar.

Logro es tener más médicos e ingenieros que militantes. Logro es tener más trabajadores cumplidores y menos metrodelegados de subte que cobran 15 lucas por 4 horas y se quejan. Logro es que los periodistas vivan de su trabajo y no de su afiliación política, de la pauta oficial.

Desde el precio de la leche hasta la SUBE que usás, la nafta que cargás, el Estado se metió en todos lados. En el diario que comprás a la mañana o el noticiero que sintonizás a la noche. En el fútbol, en la radio, en recitales, en tus vacaciones y en tus ahorros. Donde vos vas ellos quieren estar.

Si ya está comprobado que no saben gestionar. Si las AFJP despilfarraron la plata de los jubilados y por eso Cristina vetó el 82 % móvil. Si Aerolíneas anda cada vez peor y pierde cada vez más plata. Si volvieron a subastar YPF a capitales extranjeros porque no tenían idea de cómo sacar petróleo. ¿Por qué siguen metiéndose?

La sensación de tenerlos encima molesta. Incomoda. No está bueno vivir así. No está bueno sentir que se quedan con nuestros salarios diciendo que son ganancia mientras los ves llenarse de plata en nombre de una revolución imaginaria. No está bueno que los que viven en blanco paguen cada vez más y los que lavan dinero se los premie con blanqueos y expropiaciones.

Lo que estaría bueno es que entiendan que nuestras preocupaciones son más simples que eso. Que lo más importante es poder conseguir un buen laburo, tener un transporte público que ande bien y que no te signifique un peligro de muerte. Que estudiar sirva para algo y no para ganar la mínima mientras los vivos de siempre se vuelven millonarios con la obra pública.

Simplemente queremos hacer la nuestra, con igualdad de oportunidades, sin hambre, sin pobreza, con educación y salud gratis y de calidad, y que en el resto de las cosas nos dejen elegir a nosotros.

Huelga contra los cortes

En nuestro queridísimo país nos acostumbramos y naturalizamos cosas que realmente no son naturales. Tenemos un ministro de Economía que se quiere ir pero sigue en el cargo. Una presidenta que no se reúne con los gobernadores y los acusa de tener que pagar ella las obras, como si saliese de su plata y no de lo que pagamos entre todos con impuestos.

Naturalizamos que cuando algo no funciona nunca es una opción exigirle al Estado. El Estado es un gigantesco edificio, burocrático, lleno de expedientes y de empleados sin apuro, sin presiones o, al menos, eso imaginamos.

Naturalizamos que los políticos salten de partido en partido entre elecciones y que sea cosa cotidiana. Nunca los juzgamos por lo que hicieron, por lo que prometieron y no cumplieron, por las privatizaciones mágicas que después ellos mismos estatizaron, como YPF y las AFJP, mientras nos vendían “soberanía nacional”.

También, hace tiempo naturalizamos los cortes de rutas, calles y autopistas. Si donde hay una necesidad hay un derecho, en Buenos Aires donde hay un político hay un corte. Cortamos por todo. Por estatizaciones, privatizaciones, tercerizaciones. Cortamos por reclamos y por apoyos. Por reivindicaciones justas y por campañas políticas. Muchos, pocos. No importa. Con 10 personas alcanza para cortar la Panamericana en hora pico y arruinarle la mañana a cientos de miles de personas.

Ahora también Cristina adoptó la costumbre de cortar con la Policía Federal las calles alrededor de la Casa Rosada sin dar explicaciones. Solo para no ser diferente.

Es importante que el derecho sea siempre en favor de los trabajadores y sostenga ante todo el derecho constitucional al reclamo.

Pero en ningún lugar la Constitución Nacional dice que el derecho a huelga consiste en cortar cualquier vía de tránsito, en cualquier momento, sea cual fuere el reclamo o interés, sin importar si son 15 mil personas o solo 15. A veces dos personas logran cortar 5 carriles. A lo sumo agregan cuatro gomas prendidas fuego y unas bolsas de basura, si no no llegan ni estirándose.

Desde lo jurídico hay sendos argumentos a favor y en contra de esta postura. Juristas destacados en el estudio de las garantías constitucionales defienden unos el derecho a huelga y otros el derecho a la libre circulación. Por suerte dejamos de escucharlos.

Lo que importa es que evidentemente en Argentina sobran personas con trabajos sin exigencias de cumplimiento de horario, donde pueden cortar calles, asistir a marchas o simplemente no trabajar, y no pasa nada.

Pero también hay una Argentina, igual o más grande que esa, donde la gente que llega tarde tres veces seguidas pierde el laburo. Una Argentina productiva donde faltar o no abrir el negocio a tiempo implica perder plata. Una Argentina que se siente presa o rehén de este libertinaje jurídico en el que el derecho de unos, en nombre de las minorías, termina avasallando el derecho de las mayorías silenciosas, esas que no gritan, que no cortan, que no se quejan, que quieren laburar en paz, llegar a casa y descansar.

Así que aquí, ahora, y en nombre de todo aquel que se sienta identificado con estas palabras, me declaro en huelga pacífica, civil, sin acciones ni consecuencias, contra los cortes injustificados, y sobre todo, contra esas personas que nunca, pero nunca, piensan en nosotros.

La Cámpora, de Marx al Tío Sam

Durante la revolución industrial de la segunda mitad del siglo XIX, entre tantas cosas que pasaban, dos grandes hechos ocurrían en simultáneo y tal vez uno a causa del otro. Por esa época Carlos Marx desarrollaba su teoría comunista mientras escribía su célebre obra El capital. Mientras tanto Rockefeller creaba de cero uno de los imperios petroleros más grandes de la historia, famoso por su capitalismo salvaje.

Marx hablaba de la lucha de clases. Criticaba la plusvalía y a los empresarios que lucraban con el trabajo de los obreros. Creía que los trabajadores organizados tenían que gobernar y socializar las riquezas generadas.

Mientras, Rockefeller cerraba empresas dejando decenas de miles de empleados en la calle sin ningún tipo de derecho laboral, seguro de desempleo o indemnización, sólo para vencer rivales y destruir competidores.

Doscientos años después, el gobierno nacional y popular subasta el yacimiento de Vaca Muerta a la empresa de Rockefeller, antes Standard Oil, ahora Chevron.

Axel Kicillof, confeso marxista y líder de la deplorable política energética, dice, y cito: “es una enorme muestra de soberanía”. La misma empresa que promueve las guerras del país del norte por el petróleo en Asia oriental ahora resulta que es la promotora de la soberanía nacional. Se les fue la mano con eso de los monopolios buenos.

Lo que el kirchnerismo no está diciendo es que el fracking hoy destruye el ambiente. El proceso consiste la extracción de petróleo mediante la fractura de piedras con una fuerte presión de agua y químicos. Esa agua contaminada termina por contaminar el resto del agua del lugar. Los químicos son tan malos que, así como la receta de la Coca Cola, nadie sabe su fórmula. La guardan bajo llave los tipos que inventaron y patentaron este proceso.

Lo otro que no dice es que la empresa más irresponsable del mundo en materia ambiental es hoy Chevron, que fue condenada a pagar 19.000 millones de dólares por daño ambiental efectuado en la Amazonia ecuatoriana.

La única forma de explicar este ridículo decreto llamado “de soberanía hidrocarfurífera” es la desesperación que habrá tenido Kicillof al no encontrar inversores para explotar Vaca Muerta. La desesperación por no sumar otra derrota como Aerolíneas o el cepo al dólar.

Si dejaran de asesorarse por adolescentes de 40 años, militantes poco preparados, poco leídos y demasiado engreídos para escuchar a los que saben, habrían advertido que expropiar una empresa como Repsol y después no pagar esa adquisición de acciones no era la propuesta más tentadora para salir a buscar inversiones en el extranjero.

También habrían entendido que YPF no tiene ni la plata ni la tecnología necesaria para extraer el shale oil y gas de Vaca Muerta.

Pero como somos víctimas de la inoperancia, de la inexperiencia y sobre todo de la prepotencia de un grupo de jóvenes que nos hunden en la desinversión, la no gestión y el pago constante de sobreprecios en cada compra que realizan, ya nos acostumbramos.

Nos acostumbramos a escuchar a la misma presidenta defender la privatización de YPF en los noventa, después criticarla y luego estatizarla. Aunque los fondos de la privatización nunca aparecieron.

Nos acostumbramos a escuchar al ministro de Economía de facto negar la inflación, defender el blanqueo de capitales corruptos y del narcotráfico. Lo escuchamos criticar a los que ahorraban en dólares y después llorar para que compráramos sus dólares falsos porque el peso no servía.

En 10 años nos acostumbramos a muchas cosas. Lo que nunca imaginamos era que nos iban a acostumbrar a que a partir de ahora el Tío Sam fuera peronista, los monopolios estadounidenses fueran nacionales y populares y los empresarios del petróleo militantes comprometidos con la causa nacional.

El sueño argentino de ser ricos sin trabajar

Explicarle a Cristina los riesgos ambientales de la explotación del petróleo no convencional de Vaca Muerta es como mostrarle una hamburguesa a un hambriento mientras le explicás los riesgos cardíacos de la mala alimentación.

Ya habíamos advertido sobre el inminente fin de la producción de petróleo y la necesidad de medidas drásticas para bajar el uso de combustibles fósiles en la idea de prohibir los autos.

Ahora, para bien y para mal, la cosa pasa por otro lado. Descubrieron cómo sacar petróleo de las piedras, con un proceso llamado fracking para la extracción de petróleo y gas no convencional o, como se lo conoce normalmente, shale oil y shale gas.

También descubrieron que después de Estados Unidos y China, Argentina tiene las reservas de shale más grandes del mundo, la mitad que Arabia Saudita y unas 73 veces lo que nos queda de petróleo en este momento.

Se viene un siglo de energía barata y se viene el siglo de la Argentina. Ni toda la inoperancia sumada de la gestión K es capaz de frenar la inminente explotación de Vaca Muerta. Por suerte ese proceso se ve detenido por la brutal incapacidad del dueño de nuestras finanzas Kicillof para encontrar un inversor que confíe en nuestro país con buena gente.

Para 2050 vamos a ser unas 10 mil millones de personas. Vamos a ser el granero y la estación de servicio del mundo. YPF va a ser una de las petroleras más grandes del planeta,  y las políticas populistas, repartidoras de planes y firmadoras de cheques van a poder sobrevivir muchos años más.

El problema es como siempre ambiental. Todavía no existe una tecnología que nos permita sacar este petróleo sin destruir completamente las zonas donde se extrae.

Monos con navaja, al kirchnerismo se le hace agua la boca con la entrada ilimitada de petrodólares y el sueño de repetir el modelo chavista de destrucción de la democracia financiada por el oro negro.

Pero ¿qué nos va a quedar después de este siglo de energía barata? En principio vamos a tener varias provincias inhabitables. Pero no sólo nos afecta la explotación, sino también el consumo descontrolado de petróleo que está arruinando el clima mundial, y las pocas políticas para combatirlo se dan no en países conscientes sino en países sin petróleo. En cuanto aparezca la nafta barata, van a dejar de invertir en energías limpias.

Pero ésta no es una batalla entre los gordos petroleros y Greenpeace. Acá hay un gris, y hay que trabajar para encontrarlo.

Al final, el shale oil se va a explotar. Argentina se va a llenar de petrodólares, y el mundo va a seguir dependiendo del petróleo cual respirador artificial de la economía mundial. Una vez más quedamos atados a la esperanza de que en dos años, cuando finalmente finalice la era kirchnerista, nos gobierne un grupo de personas con sentido común y criterio. Gente que entienda que Vaca Muerta es una oportunidad, pero que no se puede tratar así nomás. Gente que entienda que las decisiones de hoy nos van a afectar en los próximos cien años y que sepa que nos jugamos la supervivencia de la raza humana.

Una vez más, nos queda esperar a que se vayan para empezar al menos a soñar y a debatir el futuro de la Argentina, y no sólo a terminar la guerra por quién nos cuenta la historia del pasado, de la cual sinceramente, estamos todos hinchados las pelotas.

Volantear en la UBA no te hace ministro

Con la vuelta a la democracia en 1983, nace una nueva generación de dirigentes a la que podemos conocer como la Generación NBA, por los egresados del Nacional Buenos Aires. El histórico semillero de la política porteña y nacional deberá un día hacerse cargo de esta generación y de sus saqueos.

El mismo colegio que educó a gigantes como Carlos Mugica, Carlos Pellegrini, Saavedra Lamas, José Ingenieros, Belgrano, Moreno y Varsky, hoy se tiene que hacer cargo de Aníbal Ibarra, el Cuervo Larroque, Kicillof y gran parte de sus segundas líneas, responsables y cómplices del descontrol de sobreprecios en fondos públicos y de la inoperancia que terminó por destruir la política de transporte y energética.

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