Facebook y compañía

Todas las tecnologías tienen sus pros y contras, incluso el martillo puede utilizarse para clavar un clavo o para romperle la nuca al vecino. Internet puede servir para indagar, digerir y sacar conclusiones valiosas, pero también para recolectar basura. Los celulares pueden servir para la comunicación o, paradójicamente, para la incomunicación cuando el sujeto en cuestión interrumpe la conversación con su interlocutor en vivo para atender una llamada con quien tampoco se comunica en el sentido propio del término. En definitiva no está ni con uno ni con otro.

Últimamente he estado intercambiando ideas con algunas personas cercanas como mi mujer, mi hijo menor Joaquín y mi cuñada Margarita sobre aplicaciones en Facebook que desde que en 2004 irrumpió en escena a raíz del descubrimiento de un estudiante (completado por otras contribuciones posteriores), se convirtió en un sistema que ha crecido de modo exponencial hasta que actualmente hay más de ochocientos millones de participantes.

Hoy parece que decae este instrumento para ser reemplazado por imágenes y textos que aparentemente tienen un plazo de supervivencia. De cualquier modo, las redes sociales en general han servido para muy distintos propósitos, tal vez el más productivo sea la coordinación para protestar frente a gobiernos desbocados, pero en esta nota me quiero detener en otro aspecto medular que me llama poderosamente la atención.

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Desenredar la madeja

Hay quienes están muy ocupados y preocupados con la transición desde un sistema estatista a uno menos paternalista o directamente más cercano a la sociedad abierta. En esta nota miraré el asunto desde otro ángulo, en el sentido de sostener que la transición no es el problema sino saber hacia qué meta debemos dirigirnos. Una vez comprendidos los objetivos, la transición se hará lo mejor posible, es decir, lo que permita la opinión pública al efecto de acercarse a la libertad. Pero esa transición, precisamente, se podrá hacer en pasos mayores en la medida en que se haya trabajado bien en explicar las metas.

Los debates sobre políticas de transición son interminables y muy farragosos cuando, como queda dicho, el ojo de la tormenta radica en saber hacia dónde debemos encaminarnos. Con razón ha dicho Séneca que “no hay vientos favorables para el navegante que no sabe hacia dónde se dirige”. No es que haya que abandonar por completo las ideas de transición, se trata de un tema de prioridades, las cuales están enormemente desbalanceadas a favor de las políticas que pretenden desplazarse de un punto a otro sin tener en claro cuál es ese otro. Y lo alarmante es que muchas veces se pretende navegar con las mismas instituciones y políticas que se desea reemplazar sólo que con “funcionarios buenos”. Con eso no vamos a ninguna parte ya que como nos han enseñado autores como Ronald Coase, Douglass North y Harlod Demsetz, el asunto es de incentivos que corresponden a instituciones y no de personas que son en verdad del todo irrelevantes al efecto de lo que venimos considerando.

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