¿Límites de la libertad?

Conviene despejar un mal entendido. Se ha dicho que la libertad de uno termina donde comienza la del otro. Esto, aunque expuesto con la mejor de las intenciones, puede prestarse a confusión puesto que la libertad significa la de todos, lo cual naturalmente se traduce en el respeto recíproco. La invasión a las libertades de otros no es libertad sino anti-libertad, precisamente constituye un atropello a la libertad. No es que la libertad se extralimita, es que entra en la zona de la no-libertad.  Lo mismo va para el derecho, plano en el que se ha introducido la absurda teoría del “abuso del derecho”, una contradicción en los términos puesto que una misma acción no puede ser conforme y contraria al derecho. 

Pero aquí viene un asunto de la mayor importancia que se traduce en un debate que viene de largo tiempo y promete seguir. Reitero aquí parte de lo que he escrito en la introducción a la doceava edición de mi Fundamentos de análisis económico (Panamá, Instituto de Estudios de la Sociedad Abierta, 2011) puesto que de lo que se trata en este contexto es de discutir marcos institucionales civilizados para que pueda funcionar la economía. Allí ilustro el tema con lo consignado por dos pensadores de fuste: Karl Popper y Sidney Hook. Continuar leyendo

Sobre pruebas y retroactividades

Los extraordinarios adelantos en las ciencias físico-naturales (denominada “filosofía de la naturaleza” en la época de Newton) han sido tan notables que las ciencias sociales (denominadas “ciencias morales” en la época de Adam Smith) han tendido a copiar sus métodos, lo cual ha conducido a tremendos errores ya que se trata de dos planos de análisis completamente distintos.

Son indiscutibles los notables progresos desde Copérnico a Hawking pero de allí no se sigue que sea legítima la extrapolación metodológica de una rama del conocimiento a otra. En el primer caso, el método hipotético-deductivo se base en datos disponibles “desde afuera” sujetos a experimentación. En cambio, en el segundo caso, no hay datos disponibles antes de la acción. Las piedras y las rosas no tienen propósito deliberado, en ese campo hay reacción, mientras que en las ciencias sociales hay acción (por definición, humana), hay decisión, elección y preferencia, lo cual no ocurre en las ciencias naturales.

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Ernesto Laclau

Se ha escrito mucho sobre el autor que figura en el encabezado de esta nota  pero observo que la mayoría, sea para criticarlo o para aplaudir lo que dice, se aferra a sus extensos e interminables textos farragosos, en tramos ininteligibles, construidos en base a una larga cadena de galimatías conceptuales. No es que todo lo que escribió Laclau sea incomprensible; hay pasajes muy claros, pero parecería que el estilo obedece a una estrategia que consiste en tirar la estocada con una idea-fuerza y luego adornarla largamente con una escritura sin sentido alguno para impresionar a los snobs y a los acomplejados (me refiero a aquellos que cuando no entienden conjeturan que el que escribe “debe saber mucho”). Karl Popper aludía a esos escritores reiterando que “la búsqueda de la verdad solo es posible si hablamos sencilla y claramente […] Para mí, buscar la sencillez y la lucidez es un deber moral de todos los intelectuales: la falta de claridad es un pecado y la presunción un crimen”.

No quiero abusar de la paciencia del lector pero tomo más o menos al azar una de las parrafeadas típicas de Laclau, esta vez de su libro Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo, al efecto de ilustrar lo dicho para que cada uno juzgue por sí mismo. Por ejemplo: “Toda tipografía presupone un espacio dentro del cual la distinción entre regiones y niveles tiene lugar, ella implica, en consecuencia, el cierre del todo social, que es lo que permite que éste último sea aprehendido como una estructura inteligible que asigna identidades precisas a sus regiones y niveles. Por si toda objetividad es sistemáticamente rebasada por un exterior sustitutivo, toda forma de unidad, articulación y jerarquización que pueda existir entre varias regiones y niveles será el resultado de una construcción contingente y pragmática y no una conexión esencial que pueda ser reconocida”.

Lamentablemente, en lo personal, al dirigir tesis doctorales, he comprobado que no son pocos los alumnos que arrastran una especie de inercia en cuanto a que en sus monografías y similares durante la carrera de grado les han inoculado la manía del oscurantismo como si fuera un camino fértil para exhibir supuestos conocimientos sofisticados. En estos casos, se consume bastante tiempo en volver a la normalidad. Alan Sokal y Jean Bricmont han ilustrado magníficamente el punto señalado cuando publicaron un muy celebrado ensayo con referato en Social Text, luego de lo cual declararon que se estaban burlando de la comunidad académica ya que el trabajo contenía disparates superlativos y se aprestaron a publicar su propia refutación, a lo que la dirección del journal en cuestión concluyó que “no tenía altura académica” por lo que los autores decidieron publicar todo el material y el relato de lo sucedido en un libro titulado Imposturas intelectuales.

Vamos entonces lo que estimamos es el núcleo del mensaje de Laclau en sus escritos, las estocadas a las que nos referimos más arriba. En el libro que hemos citado de este autor sostiene en el contexto de su adhesión a la teoría de la plusvalía que “la clásica falacia liberal acerca de la relación entre obrero y capitalista consiste en reducir a esta última a su forma jurídica -el contrato entre agentes económicos libres- y que la crítica a esta falacia consiste en mostrar la desigualdad de las condiciones a partir de las cuales capitalista y obrero entran en la relación de producción”.

En esta misma línea argumental escribe el mismo autor en la misma obra que “en el caso de que la gestión del proceso económico deje de estar en las manos privadas del capitalista y pase a ser una gestión social, la emancipación del capitalista respecto del productor directo es transferida a la comunidad en su conjunto. Lo que el productor directo pierde en términos de autonomía individual, lo gana por otro lado con creces en tanto miembro de una comunidad” y, como remedio, sugiere “una intervención consciente, por lo tanto, permite regular la realidad crecientemente dislocada del mercado” puesto que “el mito del capitalismo liberal fue de un mercado absolutamente autorregulado”.

Este es en una cápsula el núcleo duro de Laclau en materia económica. Una perspectiva nada original pero que rebalsa en errores muy sustanciales. Primero, los salarios e ingresos en términos reales son consecuencia de las tasas de capitalización, es decir, fruto del ahorro interno y externo que hacen de apoyo logístico para elevar el nivel de vida. Los arreglos contractuales son siempre entre desiguales lo cual significa asimetrías en gustos y en informaciones, de lo contrario no se llevarían a cabo. En cuanto a las desigualdades patrimoniales, en un mercado abierto éstas responden a las votaciones de los consumidores en el plebiscito diario del supermercado y equivalentes, lo cual, a su vez, permite incrementar las antedichas inversiones, especialmente para bien de los más necesitados. Como hemos puntualizado en otras oportunidades, esto último no ocurre cuando los empresarios dejan de estar compelidos a satisfacer las demandas del prójimo puesto que sus riquezas se deben al privilegio otorgado por el poder político.

Por otra parte, en el mercado del cual todos formamos parte cuando adquirimos lo que necesitamos (incluso los libros de Laclau) las compras y ventas de bienes y servicios significan intercambios de derechos de propiedad y cuando éstos se vulneran se alteran los precios que al trasmitir señales falsas obstaculizan la contabilidad y la evaluación de proyectos hasta, en el extremo, tal como ocurría antes de la demolición del Muro de la Vergüenza en Berlín, se elimina toda posibilidad de cálculo económico. La idea de la llamada dirección estatal “conciente” es precisamente a lo que el premio Nobel en Economía Friedrich Hayek combate y refuta en su La fatal arrogancia. Los errores del socialismo. La función de los gobiernos en una sociedad abierta consiste en proteger los derechos de los gobernados, marcos institucionales que Laclau rechaza tal como veremos enseguida.

Por último, afirmar que lo que pierde el capitalista lo gana con creces la comunidad cuando la gestión la lleva a cabo el aparato estatal pasa por alto el hecho de que la asignación de los siempre escasos factores de producción operan a ciegas si no se administran por aquellos que los consumidores consideran más eficientes para atender sus requerimientos y, por ende, el traspaso de la gestión empresaria al Leviatán inexorablemente significa una pérdida neta o, más bien, un derroche.

En otro de sus libros titulado La razón populista comienza afirmando que “la noción misma de individuo no tiene sentido en nuestro enfoque” puesto que se dirige a ese antropomorfismo denominado “pueblo” basado en la supremacía de la mayoría sin cortapisas conducida por el líder con quien se establece un “lazo libidinal” en el contexto de un enfrentamiento al “otro antagónico” (las variantes capitalistas) en donde no hay división de poderes sino que el Poder Legislativo y el Judicial necesariamente deben acompañar las decisiones hegemónicas. Por eso no es de extrañar que, como lo señaló en una entrevista en Página/12 titulada “Vamos a una polarización institucional”, que subraye su adhesión al peronismo, al chavismo y a todos sus imitadores para concluir que, en este ámbito, “soy partidario hoy en América latina de la reelección presidencial indefinida”, esto es, puro bonapartismo.

Con su mujer -Chantal Mouffe- también ha publicado ensayos y un libro de gran difusión titulado Hegemonía y estrategia socialista: hacia una radicalización de la democracia donde, como queda dicho, entienden la democracia como las mayorías ilimitadas a contracorriente de toda la tradición democrática que desde sus comienzos ha enfatizado en el respeto a las minorías, lo cual está representado contemporáneamente por Giovanni Sartori y tantos otros intelectuales de gran calado.

Laclau se aparta de la tradición estrictamente marxista para ubicarse en un posmarxismo, así consigna en el libro citado en primer término que “yo nunca he sido un marxista total” puesto que “nuestro trabajo puede ser visto como una extensión de la obra de Gramsci”, en definitiva, “yo no he rechazado el marxismo. Lo que ha ocurrido es muy diferente, y es que el marxismo se ha desintegrado y creo que me estoy quedando con sus mejores fragmentos”.

Otra vez sobre marxismo

Muchas veces he escrito y, desde luego, se ha escrito sobre marxismo pero nunca parece suficiente para intentar esclarecer sobre los errores de esta tradición de pensamiento y, consecuentemente, sobre los inconvenientes de la política contemporánea influida por esas recetas, las más de las veces sin reconocer la fuente pero imbuidos de la marcada tendencia a recortar el rol de la propiedad privada a través de la llamada “redistribución de ingresos” y afines.

En el Manifiesto Comunista de 1848, se sostiene que “la burguesía es incapaz de gobernar” porque “la existencia de la burguesía es incompatible con la sociedad” ya que “se apropia de los productos del trabajo. La burguesía engendra, por sí misma, a sus propios enterradores. Su destrucción es tan inevitable como el triunfo del proletariado” (secciones 31 y 32 del segundo capítulo).

Y más adelante Marx y Engels escriben que “pueden sin duda los comunistas resumir toda su teoría en esta sola expresión: abolición de la propiedad privada” (sección 36 del capítulo tercero), para concluir en la necesidad de que el proletariado se ubique en el vértice político : “los proletarios se servirán de su supremacía política para arrebatar poco a poco a la burguesía toda clase de capital para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, en las del proletariado organizado como clase gobernante” (sección 52 del mismo capítulo, el cual concluye con la necesidad de la revolución en la sección 54).

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