Muchas veces he escrito y, desde luego, se ha escrito sobre marxismo pero nunca parece suficiente para intentar esclarecer sobre los errores de esta tradición de pensamiento y, consecuentemente, sobre los inconvenientes de la política contemporánea influida por esas recetas, las más de las veces sin reconocer la fuente pero imbuidos de la marcada tendencia a recortar el rol de la propiedad privada a través de la llamada “redistribución de ingresos” y afines.
En el Manifiesto Comunista de 1848, se sostiene que “la burguesía es incapaz de gobernar” porque “la existencia de la burguesía es incompatible con la sociedad” ya que “se apropia de los productos del trabajo. La burguesía engendra, por sí misma, a sus propios enterradores. Su destrucción es tan inevitable como el triunfo del proletariado” (secciones 31 y 32 del segundo capítulo).
Y más adelante Marx y Engels escriben que “pueden sin duda los comunistas resumir toda su teoría en esta sola expresión: abolición de la propiedad privada” (sección 36 del capítulo tercero), para concluir en la necesidad de que el proletariado se ubique en el vértice político : “los proletarios se servirán de su supremacía política para arrebatar poco a poco a la burguesía toda clase de capital para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, en las del proletariado organizado como clase gobernante” (sección 52 del mismo capítulo, el cual concluye con la necesidad de la revolución en la sección 54).
Lenin era más sagaz que sus maestros ya que nunca creyó que el llamado proletariado podía dirigir y mucho menos gobernar una revolución (ni en ninguna circunstancia). Por eso escribió lo que aparece en las páginas 391-2 del quinto tomo de sus obras completas en el sentido de que el vehículo de lo que denominaba “la ciencia socialista”, a su juicio, “no es el proletariado sino la inteligencia burguesa: el socialismo contemporáneo ha nacido en las cabezas de miembros individuales de esta clase”. Por esto también es que Paul Johnson en su Historia del mundo moderno destaca que Lenin “nunca visitó una fábrica ni pisó una granja”.
Todas las revoluciones de todas las épocas han sido preparadas, programadas y ejecutadas por intelectuales. Los obreros han sido carne de cañón y un adorno para los distraídos. Por esto es que resulta tan importante la educación, los estudiantes y los intelectuales porque, para bien o para mal, de esa formación depende el futuro.
De todos los dirigentes comunistas el que mejor vislumbró este punto crucial fue Antonio Gramsci en sus escritos desde la cárcel fascista. Denominaba “guerra de posición” a la tarea de influir en la cultura y “guerra de momento” a la toma del poder. Creía en la trascendencia de la educación en todos los niveles, especialmente en las faenas realizadas en las familias de obreros para entrenarlos y formarlos como intelectuales defensores de los principios comunistas.
Es muy común al indagar en las experiencias de antiguos socialistas convertidos al liberalismo, que se advierta que el autor que más atrajo atenciones en cuanto a sus posturas intelectuales anteriores era precisamente Gramsci. Pensadores de fuste no son atraídos por los métodos violentos sino por las tareas de la educación y la cultura. Por otra parte, en mis conversaciones con estas personas he comprobado que, en general, el campo de conocimiento que los ayudó a transitar el cambio de una posición a otra ha sido el de los mercados competitivos, al percibir que, además de la falta de respeto a la dignidad humana, la prepotencia estatal no puede contra los arreglos libres y voluntarios en el contexto de los marcos institucionales de una sociedad abierta.
El conocimiento está disperso y fraccionado, lo cual se pone de manifiesto a través de los precios de mercado que tramiten información a los operadores para asignar factores productivos a las áreas más requeridas. En la medida en que aciertan obtienen ganancias, en la medida en que se equivocan incurren en quebrantos. Los megalómanos de turno, con la intención de “dirigir la economía”, están, de hecho, concentrando ignorancia y apuntan a sustituir el conocimiento de millones de personas es sus respectivos “spots” por directivas ciegas emanadas desde el vértice del poder, puesto que resulta imposible contar con la información presente en los millones de arreglos contractuales simplemente porque no está disponible antes que las operaciones se concreten.
Por otra parte, al arremeter contra la propiedad privada se debilitan hasta desaparecer las antes mencionadas señales, es decir, los precios, con lo que nadie sabe como proceder con los siempre escasos factores productivos. En otros términos, además de la falta de respeto a las libertades de las personas, las distintas vertientes del régimen de planificación estatal constituyen un imposible técnico. Sin precios o con precios falseados se desvanece la posibilidad de la evaluación de proyectos y la misma contabilidad. Se puede mandar, ordenar y decretar por puro capricho con el apoyo de la fuerza bruta, pero no puede conocerse la marcha de la economía allí donde se bloquean las señales que permiten asignar económicamente los recursos disponibles.
Entre otros, estos han sido los errores fatales de Marx y sus seguidores de todos los colores y constituyen las razones del derrumbe del Muro de la vergüenza en Berlín y de los reiterados y estrepitosos fracasos de la planificación estatal de las haciendas ajenas. Por eso los almacenes están rebosantes de mercancías cuando se permite que funcionen los procesos de mercado y quedan anémicos y vacíos cuando se entromete la arrogancia y la soberbia inaudita del planificador gubernamental.
Thomas Sowell en su formidable Marxism: Philosophy and Economics, entre otros muchos asuntos, apunta sobre el materialismo filosófico de Marx ya puesto de manifiesto en su tesis doctoral sobre Demócrito y reiterada en varias de sus obras, por ejemplo, en La sagrada familia. Crítica de la crítica. Esta posición que Popper ha bautizado como determinismo físico, no permite tal cosa como proposiciones verdaderas o falsas, ideas autogeneradas, la revisión de los propios juicios, la moral, la responsabilidad individual y la libertad.
Como también hemos señalado en otras oportunidades, la violencia está indisolublemente atada al marxismo. Por esto es que en el Manifiesto Comunista Marx y Engels “declaran abiertamente que no pueden alcanzar los objetivos más que destruyendo por la violencia el antiguo orden social”. Por esto es que Marx en Las luchas de clases en Francia en 1850 y al año siguiente en El 18 brumario condena enfáticamente las propuestas de establecer socialismos voluntarios como islotes en el contexto de una sociedad abierta. Por eso es que Engles también condena a los que consideran a la violencia sistemática como algo inconveniente, tal como ocurrió, por ejemplo, en el caso de Eugen Dühring por lo que Engels escribió El Antidühring en donde subraya el “alto vuelo moral y espiritual” de la violencia, lo cual ratifica Lenin en El Estado y la Revolución, trabajo en el que se lee que “la sustitución del estado burgués por el estado proletario es imposible sin una revolución violenta”.
Lo dicho no va en desmedro de la conjetura respecto a la honestidad intelectual de Marx, como también he consignado hace poco, en cuanto a que su tesis de la plusvalía y la consiguiente explotación no la reivindicó una vez aparecida la teoría subjetiva del valor expuesta por Carl Menger en 1870 que echaba por tierra con la teoría del valor-trabajo marxista. Por ello es que después de publicado el primer tomo de El capital en 1867 no publicó más sobre el tema, a pesar de que tenía redactados los otros dos tomos de esa obra tal como nos informa Engels en la introducción al segundo tomo veinte años después de la muerte de Marx y treinta después de la aparición del primer tomo. A pesar de contar con 49 años de edad cuando publicó el primer tomo y a pesar de ser un escritor muy prolífico se abstuvo de publicar sobre el tema central de su tesis de la explotación y sólo publicó dos trabajos adicionales: sobre el programa Gotha y el folleto sobre la comuna de París.
Para ampliar y estudiar los aspectos más relevantes del fracaso marxista, es de gran interés consultar la obra titulada Marx Refuted. A Veredict of History, donde aparecen trabajos de Milton Friedman, Alexander Solzhenitsyn, Vladimir, Bukouvsky, Arthur Koestler, Karl Popper, Anthony Flew, Frederich Hayek y Andrei Sakharov.