Por: Carlos Mira
Lo único que le faltaba a la Argentina era desarrollar una “tesis” a favor de la corrupción. Y ese vacío pretendió ser llenado por el periodista militante Hernán Brienza, quien intentó defender desde una postura pseudo-filosófica que tomó el formato de una columna de opinión en el diario kirchneirsta “Tiempo Argentino”.
Allí, escribió que “la corrupción –aunque se crea lo contrario- democratiza de forma espeluznante a la política”. Brienza se declara “brutalmente honesto” por decir lo que dice y continúa: “La corrupción está íntimamente ligada al financiamiento de la política. Quién no tiene recursos, no puede hacer política; ni acá ni en Estados Unidos”.
“Una campaña presidencial cuesta decenas de millones de dólares, los afiches, los spots televisivos, las entrevistas pagas, los actos, las movilizaciones, todo eso cuesta un dineral. Ir a un programa de gran audiencia para que un periodista haga preguntas condescendientes cuesta entre 150 mil y 250 mil pesos. ¿Quién dispone de ese dineral para ser entrevistado? Y lo peor es que esa operatoria está legitimada por el televidente. Si un ciudadano no ve en la televisión a su candidato, no lo conoce, no lo seduce, por lo tanto no lo vota. Para existir en política es necesario estar en los medios. La televisión lo sabe, por eso cobra derecho por silla calentada por el culo de un político”, dijo Brienza hablando de un arte que él debe de ser el primero en cultivar.
El insólito argumento central es que el robo le permite a quienes no tienen ese dinero presentarse a la política para defender “los intereses del pueblo”; del mismo pueblo, claro está, al que primeramente robó.
Dice Brienza: “Sin la corrupción pueden llegar a las funciones públicas (solo) aquéllos que cuentan de antemano con recursos para hacer sus campañas políticas. No hay que ser ingenuos. Sólo son decentes los que pueden ‘darse el lujo’ de ser decentes. Sin el financiamiento espurio sólo podrían hacer política los ricos, los poderosos, los mercenarios, los que cuentan con recursos o donaciones de empresas privadas u ONG de Estados Unidos.
No sabemos por qué, existiendo más de 190 países registrados en la ONU, el señor Brienza se refiere solo a los Estados Unidos, pero es más que seguro que se debe a la anticuada monserga de suponer que los Estados Unidos están interesados en influir en la Argentina. Brienza debería mirar lo que ocurrió en Venezuela, en donde no hizo falta ninguna intervención norteamericana para sumir a ese pueblo en el caos, en la miseria y en la muerte. Antes bien llegaron justamente a esa instancia por pretender demostrarle al mundo que los “yanquis” estaban equivocados. El socialismo del siglo XXI se encargó de todo: ahora todo el mundo es igual en la ignorancia, la pobreza y la escasez.
Luego agrega Brienza: “Si un diputado o un senador cuenta con un presupuesto, entre sueldos, asesores, viáticos, de 100 mil o 150 mil pesos por mes. ¿De dónde saca el dinero ese diputado para llegar a ser presidente? Está ‘obligado’ a financiar irregularmente su campaña”.
Desde ya que Brienza no cree en la posibilidad de que los diputados generen una propuesta que resulte atractiva y que alguien decida apoyarla desde la honradez y la honestidad.
El camino que Brienza propone no conduce a otro final que no sea admitir que la corrupción es correcta porque ella permite que llegue al poder la “gente del pueblo” (que según su propio argumento debió robarle al pueblo para hacerse rica y llegar a la política)
Ese razonamiento olvida, por ejemplo, que los Kirchner robaron antes que nada para ellos, situación que queda en evidencia solamente por la exponencial multiplicación de su riqueza personal declarada (sin hablar de los miles de millones de dólares que le robaron a los pobres y que los negrearon quién sabe dónde).
Es absolutamente falsa la idea de una casta de pobres robando dineros públicos para financiar su actividad política pero manteniéndose personalmente pobres, porque todo ese emolumento sustraído al pueblo se vuelca de lleno en beneficio, justamente, de defender a los más débiles. No. A los débiles se los roba y luego se los usa, pero esa gente nunca sale de su condición precaria y paupérrima. Al contrario: el arte de la política de este tipo consiste en mantenerlos en esa suerte de medianía necesitada, para que siempre dependan de la concesión de estos nouvelle princes.
Lo de Brienza da vergüenza. No porque describa algo que no es. Sino por querer convertir desde una filosofía vulgar la mugre en virtud, el vicio en nobleza, y el delito en acción popular revolucionaria.
El kirchnerismo se ha caracterizado por ser una especie de maximización de lo gramsciano: le ha cambiado el sentido común medio a la sociedad, al punto tal de que hoy alguien como Brienza pueda decir, muy suelto de cuerpo, en las páginas de un diario, que la corrupción es buena para el pueblo, porque así la gente “como uno” puede llegar al poder e impedir que solo gobiernen los ricos. Pongamos punto final a esta larga noche de una buena vez, por favor.