Malvinas: un nuevo camino

Eduardo Amadeo

Si hay algo que caracterizó a la no política exterior del kirchnerismo, fue la constante pérdida de oportunidades para mejorar la relación con todos los países del mundo, ignorando la cantidad enorme de eventos que —cotidianamente— permiten ampliar diálogos y negociaciones. La diplomacia, como la política, es una suerte de archivo en el que se van depositando activos que en algún momento cobran valor para beneficio de ambas partes (o de quien sepa utilizarlos mejor). Desde pequeños gestos hasta grandes negociaciones, la buena diplomacia consolida relaciones, muestra confiabilidad, exhibe profesionalismo. Y ello incluye desde las relaciones con las grandes potencias hasta el país más pequeño (cuyo voto puede ser decisivo en el momento menos pensado).

Si esta forma de operar es corriente con países amigos, es vital con quienes tenemos conflictos latentes, como es el caso del Reino Unido —en la medida en que el objetivo sea solucionar, en lugar de confrontar.

Cuando Susana Malcorra afirmó que la esencia de la nueva política exterior argentina será tan simple como “hablar con todos”, planteó un nuevo paradigma que ordenó el funcionamiento de la Cancillería en ese sentido y obligó a encontrar oportunidades de interacción en la cotidianeidad.

El Reino Unido no es sólo Malvinas. Mas aún, la solución de Malvinas estará más cerca cuantos más asuntos de diverso tipo entren en la agenda.

Argentina se sienta en el G20 con el Reino Unido, que es a su vez miembro de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), donde nosotros queremos entrar; mientras interactuamos en el difícil campo de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Londres es un centro financiero esencial y hay muchas empresas británicas que tienen tecnología de punta en cuya explotación hay ventajas mutuas. La lucha común contra el narcotráfico y sus relaciones con el crimen organizado a través de la inteligencia es un campo que puede permitir éxitos compartidos.

Si Argentina es un socio muy estimado por la NASA, ¿por qué no puede haber un diálogo similar con el sistema científico inglés? Más aún, una Argentina que vuelva a ser respetada en la región y en los espacios multilaterales tiene infinitas oportunidades de intercambio con el Reino Unido.

La Antártida puede ser un espacio de confrontación o de cooperación, pero sin duda es un espacio de interacción de mutuo interés.

Con respecto a Malvinas, el camino es tan amplio como nuestra imaginación lo construya. La decisión de abrir hospitales argentinos a los malvinenses es una forma brillante de acercamiento. Los habitantes de las islas registraban porcentajes inusualmente altos de cánceres digestivos por las malas condiciones de alimentación, que requieren tratamientos que pueden hacerse en nuestro país en lugar de ir hasta Londres. Lo mismo con la posibilidad de compartir tecnologías sobre la cría de ovinos, en lo que el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) tiene rica y reconocida experiencia. Igualmente sobre los vuelos, que es una manera inteligente de abrir puertas al diálogo.

Ninguna de estas decisiones asegura un éxito rápido en el tema Malvinas, pero sí muestra un estilo de hacer política exterior más inteligente y con mayor visión estratégica. Indica, por ejemplo, equilibrio entre la diplomacia y las necesidades políticas coyunturales, abandono del insulto como eje de la comunicación, preferencia por agendas complejas.

Como sucedió con la extensión de nuestra plataforma continental, el trabajo profesional nos hace respetables. Y eso es el inicio del éxito.