La situación en Venezuela es desesperante por estas horas. La escasez de alimentos, medicamentos y otros insumos y servicios básicos se ha multiplicado exponencialmente, al tiempo que las calles de Caracas y otras importantes localidades del país son azotadas por una brutal ola de asesinatos y saqueos.
La crudeza de las cifras y los indicadores económicos y sociales del caos no alcanzan para ilustrar con precisión el padecimiento de los millones de venezolanos que han quedado a merced de los delirios de Nicolás Maduro y la fracasada revolución bolivariana.
Dichas cifras no dejan de parecer inverosímiles e hicieron que Venezuela sea récord a nivel mundial en varios rubros negativos. Por sólo mencionar algunas: más de 700% de inflación proyectada para 2016 y unas 76 muertes violentas por día. En ese contexto, al 87% de los venezolanos no le alcanza el dinero para comprar comida, según una reciente encuesta sobre condiciones de vida de los venezolanos (Encovi).
En el plano político, Maduro sigue empecinado en bloquear la convocatoria al referéndum revocatorio aprobado por la Asamblea Nacional, que controla la oposición. Lo hace con el aval de una Justicia que le sigue siendo adicta. La oposición pidió la consulta el 2 de mayo pasado, al presentar al Consejo Nacional Electoral más de 1.850.000 firmas, a pesar de que el requisito era de 1% del padrón electoral (casi doscientas mil firmas).
El referéndum se presenta como la única alternativa de salida constitucional y pacífica para esta tremenda crisis. De no concretarse, los potenciales escenarios van desde un golpe cívico-militar, con esperable convocatoria a nuevas elecciones, hasta un enfrentamiento entre dos grandes bandos armados, algo semejante a una guerra civil.
Teniendo en cuenta la existencia de milicias armadas que responden fanáticamente a Maduro (recientemente reforzadas) y la actual división de las fuerzas armadas (un sector ya no responde al Gobierno), lamentablemente se trata de escenarios a tener en cuenta.
Quizás la enorme presión popular e internacional que está recayendo sobre el Presidente provoque que termine cediendo ante el referéndum. El gran problema es que Maduro “está loco como una cabra”, como bien definió el ex mandatario uruguayo, José Pepe Mujica, días atrás. Ese insoslayable dato de la realidad impide proyectar con racionalidad y torna absolutamente impredecible el futuro accionar de Maduro.
Para colmo, el contexto regional no ayuda. Brasil, el principal país de la región e históricamente factor de estabilidad para el régimen de Venezuela, atraviesa una de las peores crisis políticas y económicas de su historia. Más que dar ayuda, eso es justamente lo que necesita el débil Gobierno provisional de Michel Temer, de dudosa legitimidad política y directamente nula de cara a la ciudadanía. El resto de los países de la región, incluida la Argentina, no la pasa mucho mejor, aunque más bien por coyunturas económicas desfavorables que por crisis políticas, está claro.
Lo cierto es que Venezuela se derrumba sin remedio en una región que ha quedado muy golpeada tras la ola de populismos corruptos y mediocres, enmascarados en discursos de izquierda, que gobernaron durante la última década.
En ese sentido, las declamaciones abstractas y descoordinadas de algunos presidentes y cancilleres de la región no contribuyen demasiado para resolver la crisis de Venezuela. Porque, aunque parezca insólito, todavía no hay consenso regional sobre la situación en Venezuela. Mandatarios como Evo Morales y Rafael Correa aún apoyan a Maduro.
Tampoco aporta la Organización de Estados Americanos (OEA), entelequia burocrática y disfuncional por donde se la mire. La OEA ha demostrado no tener ningún tipo de herramienta institucional válida para intervenir de manera efectiva en este tipo de crisis, salvo convocar a foros y reuniones que casi siempre terminan en debates infecundos.
Y para qué hablar de otros organismos internacionales, como la Unasur o el Mercosur, a los cuales también pertenece Venezuela, pero que atraviesan en la actualidad procesos de fuertes discusiones y redefiniciones internas.
En definitiva, se trata de una región que asiste atónita y virtualmente paralizada a la debacle venezolana. De mantenerse esta inacción y descoordinación, todo indica que los venezolanos tendrán que resolver su crisis prácticamente en soledad. Ojalá que el pueblo venezolano pueda lograrlo, para así evitar el oscuro abismo de violencia y desamparo al que cada día empuja un poco más Maduro.