Aprender del pasado: Lysander Spooner

Alberto Benegas Lynch (h)

Una de las manifestaciones de la cultura, del deseo de cultivarse, consiste en estudiar las contribuciones fértiles que han realizado autores del pasado. Muchas veces se trata de pensadores no muy conocidos para la opinión pública en general pero descubrirlos y escarbar en sus meditaciones alimenta el intelecto.

Este es el caso de Lysander Spooner, un jurista y economista decimonónico estadounidense que escribió sobre muy diversos temas que no sólo son de su época, sino de todo momento.

Uno de sus trabajos se refiere al derecho natural, un concepto frecuentemente mal interpretado, pero que resulta central para contar con mojones o puntos de referencia extramuros del derecho positivo y, por ende, permite juzgar la ley con el criterio de la justicia. Como se ha dicho, igual que las cosas que nos rodean tienen ciertas propiedades, también ocurre con el ser humano. Para que pueda seguir su camino hay que dejarlo en paz, lo cual significa respetar sus decisiones para usar y disponer de lo propio, situación que implica respetar su derecho, que es anterior y superior a la existencia del monopolio de la fuerza que denominamos gobierno.

En ese mismo escrito adhiere a la Declaración de la Independencia, especialmente en cuanto a la facultad de la gente a deponer a gobiernos que abusan de su poder al lesionar los derechos reconocidos por la Constitución norteamericana.

En otro de sus ensayos centra su atención en la idea del derecho de secesión de los estados que conformaron la unión (Estados Unidos). En este sentido elabora sobre la mal llamada guerra civil, mal llamada porque esta se refiere a la lucha armada de dos o más bandos por hacerse del gobierno, mientras que en el caso que nos ocupa se trataba de la intención del sur de separarse de la unión. Si este acontecimiento se analiza con cuidado, se verán las normas liberales del sur frente a las estatistas y proteccionistas del norte. Este es el sentido por el cual Lord Acton le escribe desde Bolonia el 4 de noviembre de 1866 al general Lee, comandante de las fuerzas del sur: “La secesión me llenó de esperanza, no como la destrucción sino como la redención de la democracia […] Lo que se ha perdido en Richmond me entristece mucho más respecto a mi regocijo por lo que se salvó en Waterloo”.

También Spooner escribió un libro titulado The Unconstitutionality of Salvery en el que se detiene a mostrar los fundamentos éticos y jurídicos de tamaño atropello, al tiempo que señala la palmaria contradicción de esta máxima usurpación del más elemental de los derechos con la Constitución de su país, a pesar de opiniones encontradas, incluso por parte de personas bien intencionadas que promovían el abolicionismo. Este libro fue más tarde complementado con A Defense for Fugitive Slaves, ensayo en el que alienta a la fuga de esclavos e incita a la rebelión.

Realmente constituye una de las grandes intrigas de la historia el entender lo inentendible: cómo es que figuras que exponían ideas razonables y encomiables en otras materias podían caer en la repugnante noción de la esclavitud, comenzando por Aristótles. Incluso más, cómo es posible que en el lugar del planeta en donde tuvo lugar el experimento más exitoso de la humanidad se aceptara semejante mancha siniestra, semejante oprobio, semejante insulto a la condición humana.

Resulta muy esclarecedor lo que consigna Spooner de que no sólo es aplicable a la esclavitud propiamente dicha, sino a una forma de esclavitud moderna que se esconde bajo una democracia mal entendida —más bien cleptocracia— en este sentido: “Un hombre no es menos esclavo porque se le permita elegir un nuevo amo por otro período de tiempo”, al decir de nuestro autor.

Tal vez su obra más difundida sea Vices are not Crimes, la que abre diciendo: “Los vicios son aquellos por los que un hombre daña a su persona o a su propiedad. Los crímenes son aquellos actos por los que un hombre daña a otra persona o a su propiedad […] Si el Gobierno declara que un vicio es un crimen y procede a castigarlo, es un intento de falsificar la naturaleza de las cosas”.

Muestra en este último trabajo la contradicción de sostener que cada uno tiene el derecho de buscar su felicidad tal como proclama la Constitución de Estados Unidos y, al mismo tiempo, se le prohíbe adquirir productos que estima que le reportarán satisfacción como es el caso del tabaco, las drogas, el alcohol, el juego, la prostitución, los deportes peligrosos o las dietas perversas. Sostiene que la libertad es un bien supremo y que lo que hace o dice cada uno es de su entera responsabilidad, en la que nada tiene que ver el uso de la fuerza, a menos que se lesionen derechos de terceros.

Más aún, ironiza con el tema al apuntar que ningún mortal es perfecto y que, por tanto, todos incurrimos en actos inconvenientes para nosotros mismos. Si se fuera consistente con penar el vicio, “habría que encerrar en la cárcel a todos sin que haya nadie que pueda cerrar con llave las celdas, puesto que todos incurrimos en actos que están lejos de la perfección”. Sugiere que se debe ser mucho más humilde y dejar la arrogancia de lado y no meter bajo ningún concepto al monopolio de la violencia en estos menesteres y centrar la atención en la protección de derechos.

Simultáneamente con sus tareas profesionales de la abogacía y los escritos de libros, ensayos y artículos, Spooner fue un prominente empresario. Fundó la empresa American Letter Mail Company, que compitió nada menos que con el monopolio estatal del correo. Mientras la empresa funcionaba muy exitosamente, mantuvo una batalla legal con el Gobierno, que insistía en que el correo era de exclusividad gubernamental. A pesar de la gran difusión que tuvo la presentación de Spooner bajo el título The Unconstitutionality of the Laws of Congress Prohibiting Private Mails (sostenía que la sección octava del artículo primero de la Constitución al referirse a que “el Congreso tendrá el poder de establecer el correo” no significa que se arrogue el monopolio de dicha área), finalmente perdió la batalla en los tribunales y tuvo que cerrar su empresa, después de probar que en la segunda mitad del siglo XIX enviar un litro de petróleo a los confines de la Tierra era más barato que enviar una carta cruzando la calle de una ciudad estadounidense por medio de la empresa estatal. Dicho sea al pasar, como indica William Wooldrige en su Uncle Sam, the Monopoly Man, la empresa estatal de correos de Estados Unidos arroja cuantiosos déficits desde su creación, en 1789.

Por último, escribió el libro A New System of Paper Currency, en el que resulta admirablemente sorprendente su descripción de las ventajas de un sistema monetario desregulado y descentralizado, pero, visto desde la actualidad, con ciertas deficiencias en cuanto a su visión del sistema bancario, pero sin imaginar en esa instancia que se establecería una banca central a principios del siglo siguiente.

Es interesante descubrir testimonios de escritores de otras épocas que se han esforzado por mejorar las marcas de otras contribuciones. Estamos formados de las influencias de otros que han dejado su valiosa impronta. Como reza el dicho “todos caminan pero pocos dejan huellas” y, por nuestra parte, debemos digerir, tamizar y elaborar lo que leemos para no ser eco sino voz.

La teoría de filosofía política de Spooner es para tratar en otra ocasión, por lo extensos que resultarían los comentarios, tesis desarrollada principalmente en Taxation, sin entrar en los modernos tratamientos de las externalidades, los bienes públicos, los free-riders, el dilema del prisionero y la asimetría de la información. De todos modos, llama la atención que, por ejemplo, Murray Rothbard, en su multivolumen de la historia del pensamiento económico, no mencione a Lysander Spooner, pero en esto consisten los incesantes y fluctuantes vericuetos del proceso evolutivo del conocimiento (aunque Rothbard se refirió a ese intelectual en su ensayo titulado The Spooner-Tucker Doctrine: An Economist View). En 1971, la Universidad de Michigan reunió sus trabajos más destacados en The Selected Works of Lysander Spooner: Economic Writings, que luego fueron debatidos en diversos seminarios en distintas casas de estudio, además de estadounidenses, en universidades inglesas y alemanas.

Mentes como la del autor que ahora hemos comentado contribuyen a abrir terrenos fértiles en los que se invita a pensar, lo cual para nada significa coincidir en todo con lo mucho que escribió. Más aún, hay varios aspectos para disentir en el fondo y en la forma, y otros trabajos que resultan oscuros y contradictorios, tal como señala, por ejemplo, Colin Williams en su Contra Spooner, pero el prestarle la debida atención despeja y ensancha el intelecto y contribuye a barrer telarañas mentales.

En estas épocas, las obras que incluyen denuncias de los desaguisados de los aparatos estatales deben ser leídas con prioridad para salir del marasmo, pues allí —aunque no se suscriba todo en bloque, como ocurre siempre con los no fanáticos— se encuentran defensas provechosas de las autonomías individuales.

Fernando Savater resume el asunto (en el prólogo al libro de H. L. Mencken titulado Prontuario de la estupidez humana) cuando concluye que Mencken “es enemigo de prejuicios, de supersticiones, de militarismos y de todas las instituciones que coaccionan a los hombres… para su bien”.

Todo proviene de los procesos educativos o deseducativos. Independientemente de las fluctuaciones en las ideas de Bertrand Russell, en su libro sobre el poder sostiene con razón: “La educación autoritaria, podemos añadir, produce el tipo de esclavo tanto como el tipo despótico, desde el momento en que inculca el sentimiento de que la única relación posible entre dos seres humanos que cooperan es aquella en la cual uno de ellos da órdenes y el otro obedece”.