El abc de la educación son los modales

Recuerdo una de las tantas conversaciones que mantuve con el gran Leonard Read en su oficina de la Foundation for Economic Education, cuando trabajaba en la tesis para mi primer doctorado, becado por esa benemérita institución, en 1968. Siempre me beneficié enormemente con sus consejos y sus reflexiones.

En la oportunidad a que me refiero destacó la importancia y la necesidad de reiterar conceptos sobre los fundamentos éticos, económicos y jurídicos de la sociedad abierta hasta que se comprendieran y adoptaran. Al fin y al cabo —con humor traía a colación el conocido aforismo— “para novedades, los clásicos”, lo cual desde luego no desmerece las nuevas contribuciones que se acoplan a la línea argumental a favor de la libertad y el respeto recíproco. En esta misma dirección, tengo presente que en la Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas (Eseade), Pascal Salin, entonces en la Universidad de París IV, comenzó una conferencia con una pregunta retórica: “¿Prefieren que sea original o que diga lo que creo que es la verdad?”. En este sentido, ahora en gran medida vuelvo sobre lo que escribí hace años sobre la importancia de los buenos modales.

“El hábito no hace al monje” reza un conocido proverbio, a lo que Jacques Perriaux agregaba “pero lo ayuda mucho”. Las formas no necesariamente definen a la persona, pero ayudan al buen comportamiento y hacen la vida más agradable a los demás. Continuar leyendo

De cómo puede el humor afectar a los políticos

No es muy fácil escribir sobre el tema de esta nota dadas las trifulcas y turbulencias del momento algunas sobre las cuales también hemos escrito, pero de todos modos puede ser saludable un ejercicio de concentración y prestar un instante de atención a este asunto que abre un paréntesis a las preocupaciones cotidianas.

Debemos tener muy presente que nos encontramos ubicados en un universo en el que existen millones de galaxias con altísimas probabilidades de vida inteligente en otros mundos y concientes de nuestra inmensa ignorancia de casi todo. Estas son poderosas razones para no tomarnos demasiado en serio y andar con pies de plomo. 

El sentido del humor es esencialísimo para la vida, no solo por lo dicho sino por respeto a uno mismo que demanda la debida humildad y también por razones de salud ya que reduce el nivel de hormonas vinculadas al stress, mejora la digestión, aumenta el volumen respiratorio, mejora la circulación de la sangre y potencia los factores inmunológicos. Pero el motivo central es que mejora la calidad de vida con alegría y contrarresta los problemas que a todos les circundan.

Se dice que hay dos puntos clave para evitar el stress: primero no preocuparse por nimiedades y segundo, tener en la mira que, bien visto, todo es una nimiedad. Esto está bien como chiste pero el sentido del humor no significa para nada frivolidad, es decir aquel que se toma todo con superficialidad y descarta y desestima los temas graves. Es un irresponsable que resulta incómodo para encarar temas que por su naturaleza requieren análisis prudentes y atentos. Tampoco el sentido del humor alude a lo hiriente y agresivo, ni las referencias a temas que no son susceptibles de risa.

Es de interés el experimento de contar en reuniones sociales las estupideces que uno hace, no solo para liberar tensiones sino para observar la reacción de los demás que en general son de dos tipos. Unos se manifiestan sorprendidos en el sentido de que como puede ser que se comentan determinados errores garrafales. Son los amargos de la reunión, los que miran desde arriba los acontecimientos como si ellos fueran incapaces de una equivocación. Es bueno tenerlos en cuenta para no mantener una conversación seria con ellos. Los hay también que se ríen a sus anchas del tropiezo y relatan acontecimientos similares que les han sucedido a ellos. Con estos puede conjeturarse una conversación fértil.

En cuanto a la humildad de la que, como queda dicho, el humor es una manifestación (y muy especialmente bienhechora si incluye la capacidad de reírse de uno mismo), lo cual no debe ser confundido con la falsa humildad que oculta una gran soberbia. “La humildad, siempre que no sea ostentosa” ha sentenciado bien Borges.

Cultivar el sentido del humor no significa que se sea alegremente optimista, más aun el pesimista del presente es en verdad un optimista del futuro porque ve posibilidades de mejorar en un contexto en el que atribuye potencialidades de excelencia para lograr metas. El optimista del presente, en cambio, es un pesimista del futuro porque estima que no es posible mejorar y, por ende, se conforma con lo que sucede. Se puede ser realista y al mismo tiempo tener muy buen sentido del humor.

Platón sostenía en La República que “los guardianes del Estado” debían controlar que la gente no se riera puesto que eso derivaría en desorden (lo mismo sostuvo Calvino). De esta tradición proceden las prohibiciones de mofas a los gobernantes autoritarios en funciones. Nada más contundente para gobernantes que se burlen de ellos, por ejemplo, en nuestra época probablemente lo más filoso haya sido la producción cinematográfica El gran dictador de Charles Chaplin para ridiculizar a la bestia de Hitler. Y más recientemente, los chistes en torno a los discursos de Nicolás Maduro con respecto a “la multiplicación de los penes” o a “los millones y millonas”, Cristina Kirchner que habla de “oficiales y oficialas” o que, en pleno Mundial,  destacó que los equipos de fútbol tienen “once jugadores y un arquero”. Y, en sendas conferencias de prensa, primero en Oregon y luego en Jordania, Obama manifestó que “he visitado 57 estados de mi país, creo que me falta uno” y “quiero ser absolutamente claro, Israel tiene estrechos lazos de amistad con Israel”.

Estos tropiezos -unos más grotescos que otros- ocurren desde tiempo inmemorial, más graves aun si recordamos que había que tomar seriamente el justificativo de los incestos de Calígula “para preservar la pureza de la sangre”. El ridículo es lo que más afecta a los megalómanos porque consideran que están más allá “del llano” y del error; cuando son sorprendidos con “las manos en la masa” robando dineros públicos, se disgustan, cuando son descubiertos en otros delitos, se quejan y buscan subterfugios, pero cuando los ponen en ridículo estallan en rabietas que no pueden absorber ni digerir. Los gobernantes suelen adoptar actitudes de estar haciendo cosas sublimes pero lo que no tienen en cuenta es que “entre lo sublime y lo ridículo hay solo un paso”. 

Muchos han sido los estudios detallados sobre aspectos filosóficos del humor, comenzando por Henri Bergson, pero es relevante subrayar que, de lo conocido, es una característica solo humana puesto que requiere comprensión de lo dicho. La hiena no tiene humor, no se ríe -hace ruidos que se asemejan a la risa- del mismo modo que puede hacerlo un ser humano cuando le hacen cosquillas donde solo existen fenómenos musculares y nerviosos. Por otra parte, no necesariamente se sigue la risa del humor, sin embargo, a la inversa, cada vez que hay risa está presente el humor.

En otro orden de cosas, como parte de la educación familiar, no es pertinente reírse delante de los hijos de temas que tienen gracia pero están cargados de contravalores ya que la educación, precisamente consiste en la trasmisión de valores. Asimismo, chanzas que intercalan lenguaje soez, contribuyen al deterioro de valores básicos. No es que los que se abstienen de recurrir a improperios y equivalentes carezcan de imaginación, sino que no lo hacen para evitar que todo se convierta en una cloaca.

El sentido del humor entonces refleja un aspecto sustancial de la personalidad, en realidad, por las razones apuntadas, se hace muy difícil que transcurra la vida sin el valiosísimo ingrediente del humor  y, además, de muchos chistes contestatarios al status quo surgen ideas novedosas y de gran utilidad para sustituir lo vigente por otras perspectivas de gran calado. En no pocas ocasiones la fina ironía ha permitido poner al descubierto grandes verdades. En otros casos, la comedia ha desentrañado aspectos ocultos que era necesario develar.

Pocas cosas son más cómicas -tragicómicas- que observar funcionarios gubernamentales con rostros adustos y gestos graves portando gráficos (generalmente mentirosos), pontificando acerca de cómo debe el aparato estatal administrar los bolsillos ajenos, siempre con resultados calamitosos pero adjudicando las culpas a “la especulación”, a “golpes de mercado” y otras gansadas que, según ellos, oscurecen el panorama a pesar de la supuesta sapiencia de los burócratas.

De todos modos, somos mortales y la vida es corta y hay que contribuir en lo que se pueda para mejorarla en cuanto expandir los espacios de libertad para que cada uno se encamine hacia su proyecto. Respecto al final de los días, Woody Allen en un arranque de humor negro escribió: “Me gustaría morir como mi padre que se quedó dormido y no como los otros que iban gritando en el automóvil”.

En lo que fue la primera vez que dictaba clase en la universidad, después de desarrollar una tesis del autor que mencionaba a continuación, quise decir que la elucubración pertenecía a “Hans Sennholz, que es un alemán…” pero dije “Hans Sennholz, que es un animal…”, con lo que quedé un tanto estupefacto, estado que inmediatamente se intensificó a raíz de las sonoras carcajadas de mis incipientes alumnos.

Cierro este apunte sobre el humor con cuatro chistes (y no tan chistes) de economistas y uno de política:

“La economía es el único ejemplo en el que pueden obtenerse premios Nobel por decir cosas opuestas entre si” (y a veces en el mismo acto, como fue el caso de Hayek y Myrdal).

“Un economista es quien se hace rico explicando porqué otros son pobres”.

“¿Porqué Dios creó a los economistas? Porque de esa manera los pronosticadores de meteorología no quedan tan mal parados”.

“¿Qué tienen que hacer esos hombres con trajes grises en este desfile militar? Son economistas, no saben el daño de que son capaces”.

“Los políticos en funciones son como los pañales, tienen que cambiarse y por los mismos motivos”.