Los aplazos y el pensamiento mágico

El renovado debate sobre si un niño puede recibir bajas calificaciones durante su vida escolar permite analizar interesantes aristas del presente y conocer un poco más acerca de cómo razona esta sociedad contemporánea.

El controvertido tema de los aplazos puede ser abordado desde una perspectiva eminentemente educativa, con una mirada sesgada hacia lo pedagógico y hasta deteniéndose en aspectos psicológicos de la infancia.

Tal vez este polémico asunto sirva, al menos, de trampolín para comprender por qué la gente analiza su realidad con ese prisma decidiendo de un modo incoherente, con las consiguientes consecuencias nefastas.

Desde un punto de vista normativo, se puede decidir casi cualquier cosa. Hace algún tiempo, cuando se eliminaron las notas bajas, los argumentos se centraron en destacar el impacto perjudicial que estas producían en la autoestima de los niños y las irreversibles repercusiones en su futuro. Todo tipo de ardides se aplicaron bajo ese esquema. Se reemplazó el régimen vigente por uno con letras, más acotado en escalas, para que las diferencias entre los puntajes asignados fueran menos perceptibles. El sistema numérico fue duramente criticado por su crueldad y se optó entonces por quitar la chance de que un alumno obtuviera notas de 0 a 3, iniciando la serie de posibilidades recién desde 4 en adelante. Continuar leyendo

La manía de legislar

Prevalece en esta era una visión que afirma que las leyes pueden resolver cualquier problema. Esta falacia se ha instalado, no sólo en la política, sino también en buena parte de la sociedad que las demanda. Parece que jamás se han comprendido, con claridad, la naturaleza y la esencia de las normas.

Muchos dirigentes políticos depositan abundantes energías en imaginar novedosas reglamentaciones que modifiquen la calidad de vida de todos, sin entender que las conductas no se transforman artificialmente. Ellos adhieren a esta necia postura de suponer que una ley todo lo puede.

En estos países, pululan a diario intentos de legislar sobre cualquier asunto. Ninguna jurisdicción logra escaparse de este molde general y caen, irremediablemente, en este eterno juego. Esta actitud obsesiva de los legisladores no distingue partidos. Todos creen en la omnipotencia del Estado, que impone reglas haciendo que la gente se someta a ellas sin más.

Es la ley la que debe interpretar a la sociedad, ajustándose a sus valores y no al revés. En estas comunidades, los legisladores suponen que pueden establecer reglas importadas, incompatibles con la idiosincrasia local y así producir genuinos cambios de hábitos, que permitan vivir en una sociedad desarrollada, gracias a su gigante creatividad e interesantes normas. Continuar leyendo

El costo de oportunidad de la dilación

El interminable debate en torno al dilema sobre si la gestión de las reformas debe abordarse con políticas de shock o con una dinámica más gradual omite el análisis de aspectos profundos, demasiado relevantes. Los defensores de las estrategias más frontales sostienen que generar transformaciones implica encararlas con contundencia. Saben que no se lograrán triunfos de la noche a la mañana y que la implementación puede hacerse secuencialmente, pero siempre transitando un sendero definido.

En algunas ocasiones se confunden los términos y se intenta hacer creer que un esquema como el descrito es invariablemente abrupto y desordenado. La tarea consiste en gestar puntos de inflexión, modificar los sistemas de incentivos, de premios y castigos, orientándolos con mayor inteligencia y una eficiencia superior. Los resultados jamás aparecerán mágicamente, pero una categórica mutación de las reglas de juego puede ser vital para alterar el rumbo de los acontecimientos y esperar palpables mejoras en un plazo razonable.

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La inseguridad, esa prioridad postergada

No existe encuesta de opinión en la que este tema no ocupe el podio. En la inmensa mayoría de ellas, la inseguridad lidera el ranking de las preocupaciones cívicas. Sin embargo, su abordaje siempre queda pospuesto.

Probablemente esto tenga que ver con la percepción que tiene la política acerca de la escasa chance de lograr triunfos en el corto plazo y su natural inclinación hacia aquellos tópicos en los que puede torcer el rumbo con celeridad, siempre dentro del mandato del poderoso de turno. Temáticas como la educación, la seguridad y otras tantas similares, que ameritan enormes esfuerzos y cuyos resultados positivos no se consiguen con rapidez, por exitosas que sean las decisiones tomadas, no entusiasman a la clase dirigente. Prefieren ocuparse de aquello que genera impactos más inmediatos, como la economía o el reconocimiento de nuevos derechos.

Nadie desconoce el complejo entramado del problema de la inseguridad. Tiene múltiples aristas, sus causas no son fáciles de enfrentar y las soluciones de fondo demandan tiempo y paciencia. Pero justamente por eso hay que arrancar ahora, porque modificar esta inercia llevará décadas. El solo hecho de detener la escalada justifica invertirle ingenio y dedicación. No es que no se haga algo al respecto. Brotan, con alguna frecuencia, propuestas interesantes, debates apasionados y hasta medidas concretas, pero siempre son aisladas, divorciadas del conjunto, por lo que se torna difícil ser optimistas con la eficacia de ese tipo de determinaciones. Continuar leyendo

El otro lado de los despidos estatales

La desvinculación de empleados estatales siempre enciende polémicas. Las esperables posturas antagónicas están repletas de trillados planteos, la mayoría de ellos falaces y plagados de una fragilidad argumental evidente.

El Estado no produce nada, ninguna riqueza. Se financia con el dinero de los que sí la generan, les quita a ellos una porción importante de su esfuerzo para solventar las aventuras y los experimentos de los gobiernos de turno, esos que casi siempre involucran ineficientes procesos y peores resultados.

La remuneración del individuo despedido no sale del aire. Se obtiene sólo con la previa acción coercitiva del Estado, que exprime, vía impuestos o cualquier ardid equivalente, a miles de individuos, en contra de su voluntad. No existe magia, ni panfleto que lo explique. El dinero no se multiplica espontáneamente. Eso ocurre cuando los individuos crean bienes y servicios que la sociedad valora al punto de estar dispuesta a pagar por ellos. Si esta lógica elemental no se entiende, la discusión tiene muy poco sentido.

Cuando una persona se queda sin su retribución, todo parece una mala noticia. Claro que el involucrado está en problemas, molesto con la decisión, pero el análisis no puede agotarse enfocándose solo en su percepción. Continuar leyendo

El deber de explicar

Los que gobiernan no están allí de casualidad. Han llegado a ocupar esas posiciones porque un número considerable de individuos los ha respaldado en las urnas, le ha asignado la difícil labor de administrar la cosa pública.

No han alcanzado esos puestos contra su propia voluntad. De hecho, se han postulado para ocuparlos sin que nadie los obligue a ello. Han conseguido ese espacio al ser electos o indirectamente cuando fueron convocados por los que realmente contaron con el apoyo de la gente.

Sólo tienen que asumir que desde el instante que empiezan a ejercer su función dejan de trabajar para ellos mismos. Podrán imprimirle su impronta a la tarea cotidiana, pero jamás deben olvidar que no les toca gestionar lo propio sino lo ajeno. Es por eso, precisamente, que cada decisión significativa debe ser suficientemente justificada y convenientemente explicada. No es un mero gesto del funcionario de turno hacerlo, tampoco es solamente una cuestión de educación o sentido común. Es una obligación moral, un verdadero deber.

Desde hace bastante tiempo, la inmensa mayoría de los líderes han preferido continuar con el equivocado esquema vigente, apelando a la mezquindad a la hora de informar sobre el contexto de sus decisiones. Continuar leyendo

Los imprescindibles pilares del cambio

El resultado electoral en Argentina ha ilusionado a muchos. Se abre una enorme ocasión no sólo para el país, sino también para toda la región. Cierta visión simplista ha instalado la insensata idea de que una nueva gestión de Gobierno lo puede resolver todo. Son los mismos que suponen que con un grupo de funcionarios honestos y profesionalmente preparados resulta suficiente para poner en marcha una nación.
Eso es deseable que ocurra, pero la honradez y la idoneidad son sólo una condición que no garantiza casi nada. Es evidente que tantos años de anormalidad ocasionaron cierto acostumbramiento. Es por ello que algunos ciudadanos se conforman solamente con tener gente honorable al frente del país.
Claro que eso es saludable, pero de ningún modo una comunidad logra progresar exclusivamente bajo esas circunstancias. Al desastre económico e institucional que se percibe con absoluta crudeza hay que sumarle ese daño casi invisible, que tiene que ver con demasiados malos hábitos, con tantas incorrectas posturas y con la destrucción de la cultura del trabajo.
Diera la sensación de que esta sociedad espera que otro, un tercero, se ocupe de su prosperidad y su bienestar. Es como si la eterna búsqueda pasara sólo por encontrar a ese líder mesiánico que se encargue de todo.
Esa fantasía no se corresponde con la realidad. En todo caso, los buenos dirigentes contribuyen de un modo decisivo al generar las condiciones esenciales para que ese progreso se produzca, pero siempre de la mano de los indelegables esfuerzos personales y las acciones ciudadanas, que son las verdaderas herramientas para esa evolución positiva. Continuar leyendo

¿Claudicar para ganar?

En política parece inevitable separar el proceso electoral del efectivo ejercicio del poder. Los más pragmáticos sostienen, con bastante evidencia a su favor, que es necesario concentrarse primero en acceder al poder para luego recién soñar con la posibilidad de cambiar la realidad.

Entusiasmados con esas consignas, apelan sin dudar al “vale todo”, convirtiendo al medio en un fin. Así nacen las frecuentes concesiones que derivan en el ocultamiento premeditado de las convicciones más profundas.

Para los que hacen política esto no es realmente grave, ni siquiera es demasiado cuestionable. Para ellos, esas son las inmutables reglas de juego vigentes. Si alguien pretende conquistar el trono, deberá recorrer irremediablemente ese sendero, por despiadado y cruel que parezca.

Alcanzar el poder implica someterse a la voluntad popular y a las demandas de una sociedad que establece sus objetivos propios. Son muchos los ciudadanos que entienden que la política debe resolver sus problemas y pretenden que sus dirigentes se ocupen del tema dándole total prioridad.

No importa si esos programas son justos, razonables o absolutamente inviables. Lo relevante es que serán esos los criterios que definirán los perfiles de los candidatos y sus predecibles alegatos de campaña.

La gente es escéptica y no confía en que la dinámica electoral encamine todo adecuadamente. Pero también sabe, que ante la falta de alternativas, este es el modo menos ineficiente de influir con su opinión ciudadana. Continuar leyendo

Sólo les importa evitar el costo político

Cierta ingenua actitud cívica lleva a creer a muchos que la dirigencia política espera disponer de propuestas viables para tomar las determinaciones necesarias que contribuyan a mejorar la calidad de vida de todos.

Si bien algunos casos aislados corroboran que es una excepción, la inmensa mayoría de los políticos no siguen la dinámica que la gente imagina. Ellos, por naturaleza, sólo intentan sumar votos, usando la demagogia como arma predilecta, para posicionarse de cara a la siguiente elección.

Mucha gente bien intencionada, supone que la clase política no resuelve los problemas porque nadie les acerca proyectos para llevar adelante, o porque no disponen de los conocimientos suficientes para abordar esas obviedades. Continuar leyendo

Oportunismo político con plus

Se ha dicho bastante sobre el reciente acuerdo entre Cuba y EEUU. Si bien muchos analistas prefieren buscar ganadores y perdedores como si se tratara de un juego, vale la pena hacer un abordaje más integral sobre el tema, para no quedarse con el simplismo que propone el corto plazo.

No es un secreto que la política se suele manejar con prioridades de carácter meramente utilitario, y que las mismas intentan siempre sacar provecho de cada situación. No menos cierto es que esas acciones se producen bajo determinadas circunstancias y no en cualquier instante.

Y no es que para uno de los gobiernos se trate de una actitud genuina, desinteresada y humanitaria mientras para los otros no. Ambas naciones, Cuba y EEUU, han actuado, paradójicamente, bajo la misma matriz, tratando de maximizar su rentabilidad política, seleccionando el contenido, el modo y el momento para optimizar resultados internos y externos. Continuar leyendo