Cuando muchos pronosticaban una dura puja redistributiva para los primeros días de febrero de 2014, cuando arranquen las discusiones paritarias de los docentes -quienes siempre dan el puntapié inicial-, los motines policiales a lo largo y a lo ancho del país anticiparon el conflicto. La irrupción de este nuevo fenómeno social, advertido el año pasado con la asonada de gendarmes y prefectos, no fue percibido por las autoridades nacionales en su intensidad. Por eso jugaron con fuego y apostaron a aislar a José Manuel De la Sota como si el incendio no pudiera expandirse.
Resulta muy difícil comprender la reticencia del kirchnerismo a anticiparse a los problemas y sólo reaccionar cuando el agua les llega al cuello y es un poco tarde. Quizás con un rápido envío de gendarmes a Córdoba el conflicto no se hubiera expandido como reguero de pólvora y el gobernador no hubiera tenido que negociar con la provincia en llamas. Y acá aparece la primera víctima de la mala estrategia del gobierno nacional: Jorge Capitanich, el funcionario que generó otro clima en el oficialismo sucumbe sin resistirse a la mano dura del cristinismo para castigar al gobernador cordobés.