Uber no sólo es bueno, también es legal

Nota escrita en colaboración con Garret Edwards

 

Podemos entender que los grupos de presión sindicales desconozcan la naturaleza de Uber. Ven amenazado su poder de mercado gracias a una simple aplicación que beneficia al consumidor y perjudica sus intereses sectoriales. Saben que Uber es mejor que ellos (de otro modo, no tendrían miedo a competir) y quieren destruirlo. Los argumentos los van armando, entonces, a partir de la necesidad que tienen de eliminar al competidor. Es injusto, pero entendible.

Lo que es menos entendible es que el resto de la sociedad —que suponemos que no tiene intereses particulares en este asunto— se esfuerce tan poco en entender la naturaleza contractual del asunto, se equivoque a la hora de analizar qué es y, fundamentalmente, qué no es Uber.

Uber no es una empresa de transporte. Va de nuevo: Uber no es una empresa de transporte. El transportista es el chofer. El que viaja y paga es el pasajero. Se trata de un contrato privado entre ambos. ¿Qué hace Uber entonces? Provee la plataforma tecnológica que permite que estos contratos privados se realicen de manera masiva y cobra por el uso de dicha plataforma.

Juan tiene un auto y se ofrece a llevar a Pedro desde Retiro hasta Vicente López, a cambio de un precio. Eso es un contrato de transporte privado, tan viejo como la existencia de la carreta. Ahora bien, antes de la tecnología, los particulares no tenían la posibilidad de hacer esto de manera masiva, eficiente y lucrativa. Hoy, gracias a Uber (y a otras aplicaciones que compiten con Uber, como Lyft), el contrato de transporte privado puede hacerse a mayor escala. Pero eso no quita que siga siendo un contrato privado entre transportista y pasajero. Uber lo que permite es que ambos se conecten de manera eficiente y masiva, lucrando con esa conexión. Continuar leyendo

Uber llega, aunque no llegue

Pueden entrar a Wikipedia y escribir “proceso de destrucción creativa”. Allí podrán leer sobre la dinámica innovadora que describe Joseph Schumpeter y que permite a la humanidad gozar de mejor calidad de vida gracias a la introducción de nuevos bienes y de nuevos métodos de producción o comercialización. Pero incluso pueden omitir el artículo y simplemente pensar en Wikipedia, un servicio que destruyó la producción y la comercialización de voluminosas enciclopedias. Atrás quedó el negocio de editar, publicar y vender tomos de Espasa-Calpe o Larousse. Estos fueron reemplazados por un bien superior, algo que satisface más a las personas y a menor costo para ellas. De pronto, el contenido enciclopédico del mundo estuvo disponible para muchísimas más personas a un precio monumentalmente menor. ¿Hubo gente que perdió en el proceso? Pues, claro, como siempre. Los que vendían enciclopedia puerta a puerta debieron buscar otros empleos (cosa que es mucho menos difícil en mercados laborales más flexibles, pero mejor no entrar en eso aquí).

Vamos con otro ejemplo para quien no tenga ganas de aprender sobre Schumpeter ni de pensar en Wikipedia. ¿A dónde se han ido todos los videoclubes? Hasta hace algunos años la gente los llenaba durante los fines de semana. ¿Qué pasó con ellos? Pues pasó Netflix. De pronto, ver una cantidad mayor de películas fue posible a un precio muchísimo menor y con bajísimo costo de transacción (ya no hay que ir hasta el establecimiento dos veces: alquiler y devolución, sino sólo abrir la computadora). Los locales de los videoclubes pasaron a destinarse a otros fines, los empleados buscaron trabajo en otros sitios y —esto es muy importante— los empresarios del sector reorientaron su capital hacia nuevos rubros que sí satisfacen al consumidor, lo que genera, entre otras cosas, nuevos empleos. Mientras tanto, la gente mejoró su calidad de vida gracias a Netflix. Continuar leyendo