Pueden entrar a Wikipedia y escribir “proceso de destrucción creativa”. Allí podrán leer sobre la dinámica innovadora que describe Joseph Schumpeter y que permite a la humanidad gozar de mejor calidad de vida gracias a la introducción de nuevos bienes y de nuevos métodos de producción o comercialización. Pero incluso pueden omitir el artículo y simplemente pensar en Wikipedia, un servicio que destruyó la producción y la comercialización de voluminosas enciclopedias. Atrás quedó el negocio de editar, publicar y vender tomos de Espasa-Calpe o Larousse. Estos fueron reemplazados por un bien superior, algo que satisface más a las personas y a menor costo para ellas. De pronto, el contenido enciclopédico del mundo estuvo disponible para muchísimas más personas a un precio monumentalmente menor. ¿Hubo gente que perdió en el proceso? Pues, claro, como siempre. Los que vendían enciclopedia puerta a puerta debieron buscar otros empleos (cosa que es mucho menos difícil en mercados laborales más flexibles, pero mejor no entrar en eso aquí).
Vamos con otro ejemplo para quien no tenga ganas de aprender sobre Schumpeter ni de pensar en Wikipedia. ¿A dónde se han ido todos los videoclubes? Hasta hace algunos años la gente los llenaba durante los fines de semana. ¿Qué pasó con ellos? Pues pasó Netflix. De pronto, ver una cantidad mayor de películas fue posible a un precio muchísimo menor y con bajísimo costo de transacción (ya no hay que ir hasta el establecimiento dos veces: alquiler y devolución, sino sólo abrir la computadora). Los locales de los videoclubes pasaron a destinarse a otros fines, los empleados buscaron trabajo en otros sitios y —esto es muy importante— los empresarios del sector reorientaron su capital hacia nuevos rubros que sí satisfacen al consumidor, lo que genera, entre otras cosas, nuevos empleos. Mientras tanto, la gente mejoró su calidad de vida gracias a Netflix.
Vamos a Uber ahora. Uber va a llegar hoy, mañana o pasado. Denlo por hecho. Uber va a reemplazar al tradicional servicio de taxis, porque actualmente este resulta poco eficiente en términos de costo y beneficio.
Los beneficios de Uber son muchos, entre ellos: el pasajero puede ver la ruta antes de empezar y saber el precio de antemano. Evita las avivadas de algunos taxistas, que “pasean” a extranjeros tanto como a argentinos que no conocen la ciudad. Además, uno sigue por gps al chofer antes y después del servicio y cuenta con todos sus datos, lo que es muy útil en caso de olvidar algo en el auto o de sufrir un problema. El usuario no precisa efectivo, algo muy bueno para los pasajeros y también más seguro para el chofer, muchas veces agredido para robarle la recaudación. Elimina un monopolio y permite la competencia entre choferes, lo que se traduce en mejor atención, dado que ahora tendrán un verdadero incentivo para obtener una opinión favorable del viajero (por este elemento, en términos generales, uno recibe mejor trato en un almacén que en una municipalidad). Le da un poder de mercado al pasajero, que hoy es sólo un usuario desprovisto de fuerza para premiar al que hace bien su trabajo y esquivar al que lo hace mal. Además, cualquiera puede trabajar de chofer, lo que permite una salida laboral rápida para mucha gente y elimina las costosísimas patentes de corso que implican las chapas de taxi, que sirven para achicar la oferta del servicio (lo que obviamente se traduce en aumento del precio) y que favorecen más a los empresarios de taxis que a los choferes. Uber cuenta con modelos de autos más modernos y en mejor estado. El servicio es facturable, lo cual genera un beneficio para el Estado, dado que podrá recaudar de manera más eficiente.
Pero los sindicatos se oponen. Obviamente. ¿Dónde se ha visto un monopolio entregar su privilegio sin dar pelea? Rebatir los absurdos argumentos del monopolio es innecesario. Basta recordar que en muchos casos se han opuesto, entre otras cosas, al botón de pánico (para evitar que se los pueda localizar por gps) o al pago con tarjeta (para evitar el pago de impuestos). Los sindicatos quieren pescar en un barril, tener un mercado cautivo. Esa es la función de todo sindicato: controlar el tamaño y la composición de la oferta laboral para que el precio pagado por los consumidores sea mayor que el que se pagaría si la oferta fuese libre. Si los vendedores de enciclopedia o los dueños de videoclubes no pudieron evitar Wikipedia y Netflix, es porque no tenían el poder de un grupo de presión fuerte, como los sindicatos de taxis.
Pero tranquilos, ni el más fuerte sindicato puede parar el progreso. A lo sumo, pueden ralentizarlo un poco. Uber llegará, más tarde o más temprano. Nadie puede detener a la gente cuando percibe que algo mejor para sus vidas y a menor costo está disponible.
¿Uber tiene la vaca atada? Para nada. Ya han surgido competidores (Lyft, por ejemplo) que seguirán abonado al círculo virtuoso de la competencia, en el que más oferta se traduce en menores precios y mejor atención.
¿Uber es el futuro? Para nada. También se equivocan los que piensen que es algo muy futurista. Es apenas el presente. Las mujeres embarazadas de hoy llevan bebés que no podrán ganarse la vida manejando automóviles de un lado a otro, dado que en muy poco tiempo estos serán guiados de manera autónoma por nuestros teléfonos. ¿Parece ciencia ficción? Piensen qué dirían si hace treinta años alguien les hubiera dicho que un aparato que entra en un bolsillo les permitiría rastrear un taxi, intercambiar textos a tiempo real con cualquier persona del mundo, filmar videos o recibir su correspondencia, ¡además de reemplazar a los voluminosos teléfonos fijos de entonces!
Ni Uber, ni nada está al margen del “proceso de destrucción creadora” que se mencionó al principio. Nuevos bienes y nuestros servicios nos esperan en el futuro. Ellos reemplazarán los bienes y los servicios actuales, mejorarán nuestras vidas (siempre está la opción de no usarlos para el que considere que no hay beneficio). Los trabajos del futuro no se han creado todavía. Por eso es tan importante que el sector educativo —otro monopolio que sigue arraigado a sus privilegios— tome nota del inevitable futuro. Pero mejor tampoco entran en este tema aquí.
Pretender detener Wikipedia, Netflix o Uber (como podría ser Spotify, MercadoLibre, PedidosYa!, OpenEnglish, etcétera) es pretender detener un proceso vasto y virtuoso de gente poniendo capital y trabajo para obtener ganancias a través de mejorar la vida de otra gente. Claro que habrá monopolios, gobiernos, sindicatos, cárteles y empresarios prebendarios que lo intentarán, pero, a la larga, serán vencidos por la gente que busca vivir mejor en cada pequeño aspecto de su vida.