El Gobierno perdió y lo sabe. Las prolongadas ausencias de la Presidenta durante la crisis económica más severa del kirchnerismo no responden a los designios del azar ni a los avatares de su salud. Cristina Fernández ha elegido la intermitencia. No adherirá su imagen a devaluaciones y ajustes, presentes y futuros. Aparecerá en foros menos numerosos y entusiastas que antaño, donde soltará letanías poco creativas de los demonios culpables de que al Gobierno las cuentas no le cierren. Luego, volverá a la paz bucólica de El Calafate y dejará que el tándem Capitanich-Kicillof explique con argumentos rancios, la enredada situación económica.
El Jefe de Gabinete y el Ministro de Economía fueron, durante las primeras dos semanas de su gestión, un haz de esperanza para la continuidad del kirchnerismo. Por un momento se pensó que la impronta moderada y dialoguista de Capitanich lograría generar un mini-shock de “confianza”, bien que escasea más que el dólar. Lo cierto es que no fue así. El esmalte de poder que pretendía tener el chaqueño, pronto comenzó a descascararse, gracias a las contradicciones en las que se vio empujado a incurrir, y también por la ingenua decisión de dar una conferencia de prensa diaria cuando no se tiene demasiado qué decir. La huelga policial más grande de la historia argentina dejó en evidencia que Capitanich –como Kicillof– sólo tienen jirones de poder. Actualmente, el dueto ejecutivo ha perdido el respeto de gran parte de la sociedad política. Sus intentos por controlar todos los precios resultarían cómicos si no fueran los síntomas de un problema muy serio. Controlar los precios es como arrear gatos; cuando uno se endereza, otros diez se disparan. Poco podrán hacer Capitanich y Kicillof en este sentido. Y de no mediar un recorte del gasto público y/o una pérdida del valor adquisitivo, deberán ponerle la cara a nuevas devaluaciones.
La crisis económica nos encuentra en un escenario no exento de problemas sociales. Los saqueos y las huelgas pasadas son el prolegómeno de lo que puede ocurrir si el efecto pobreza se vuelve aún más crítico. No es casual que el Gobierno haya decidido mostrar a centenares de gendarmes para sofocar una no tan numerosa manifestación que reclamaba aumento de planes sociales. El oficialismo tomó nota de que transita una cornisa y de que la hipótesis de conflicto es verosímil.
La política, mientras tanto, se mueve con cautela. El abanico opositor sabe que el kirchnerismo ha perdido completamente las chances de continuar luego de 2015. Los dirigentes se reúnen, pero sin profundizar demasiado acuerdos ni políticas. Falta un largo año y medio. Los opositores saben que el oficialismo está políticamente perdido y lentamente comienzan la batalla por diferenciarse entre ellos y tomar el gobierno el año que viene.
Por su parte, los referentes kirchneristas son los más desorientados, ya que no todos lograrán despegarse, después de tantos años de apoyar ciegamente al modelo. La posibilidad de una renuncia de Cristina Fernández es –afortunadamente– poco probable, aunque en este país las predicciones sean prácticamente imposibles.