En retirada

El Gobierno perdió y lo sabe. Las prolongadas ausencias de la Presidenta durante la crisis económica más severa del kirchnerismo no responden a los designios del azar ni a los avatares de su salud. Cristina Fernández ha elegido la intermitencia. No adherirá su imagen a devaluaciones y ajustes, presentes y futuros. Aparecerá en foros menos numerosos y entusiastas que antaño, donde soltará letanías poco creativas de los demonios culpables de que al Gobierno las cuentas no le cierren. Luego, volverá a la paz bucólica de El Calafate y dejará que el tándem Capitanich-Kicillof explique con argumentos rancios, la enredada situación económica.

El Jefe de Gabinete y el Ministro de Economía fueron, durante las primeras dos semanas de su gestión, un haz de esperanza para la continuidad del kirchnerismo. Por un momento se pensó que la impronta moderada y dialoguista de Capitanich lograría generar un mini-shock de “confianza”, bien que escasea más que el dólar. Lo cierto es que no fue así. El esmalte de poder que pretendía tener el chaqueño, pronto comenzó a descascararse, gracias a las contradicciones en las que se vio empujado a incurrir, y también por la ingenua decisión de dar una conferencia de prensa diaria cuando no se tiene demasiado qué decir. La huelga policial más grande de la historia argentina dejó en evidencia que Capitanich –como Kicillof– sólo tienen jirones de poder. Actualmente, el dueto ejecutivo ha perdido el respeto de gran parte de la sociedad política. Sus intentos por controlar todos los precios resultarían cómicos si no fueran los síntomas de un problema muy serio. Controlar los precios es como arrear gatos; cuando uno se endereza, otros diez se disparan. Poco podrán hacer Capitanich y Kicillof en este sentido. Y de no mediar un recorte del gasto público y/o una pérdida del valor adquisitivo, deberán ponerle la cara a nuevas devaluaciones.

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Política y Justicia

La noticia de la semana no fue la categórica victoria de Sergio Massa en el distrito electoral más importante del país. Tampoco fue la mejoría, respecto de las PASO, de los guarismos del oficialismo, que logró sostener a nivel nacional un para nada desdeñable 33%, a pesar de -o gracias a- la ausencia en la campaña de Cristina Fernández, por su estado de salud. Ni el relanzamiento formal de la candidatura presidencial de Mauricio Macri, ni los contundentes triunfos de Hermes Binner y Julio Cobos en sus sendas provincias fueron tampoco lo más destacado de la semana post-electoral. En lugar de permitirnos rumiar con tranquilidad el nuevo mapa político que se abre hacia el 2015, la vertiginosa realidad argentina nos enfrentó a un nuevo hecho de magnitudes institucionales y políticas.

A horas de haber concurrido a las urnas, la Corte Suprema de Justicia de la Nación declaró la constitucionalidad íntegra de la ley 26.522 de Servicios de Comunicación Audiovisual, sancionada en 2009 y cuestionada fuertemente desde entonces por el Grupo Clarín, destinatario real y preciso de la ley. Por cuatro votos (Lorenzetti, Zaffaroni, Petracchi y Highton de Nolasco) contra tres (Argibay, Maqueda y Fayt), se consideraron constitucionales los artículos de la ley referentes a la protección del derecho de propiedad de Clarín. Fayt votó en disenso sosteniendo, además, que la totalidad de la ley es inconstitucional. En su voto, dice que “una restricción que afecte económicamente a la empresa periodística es una afectación a la libertad de expresión”.

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Cambio de órbita

Luego de muchos años de ser el único centro en torno al cual orbitaban todos los actores políticos –propios y ajenos– Cristina Fernández ha ido perdiendo la exclusividad de los reflectores. La agenda que el oficialismo impulsaba a su antojo, logrando instalar temas, profundos o superficiales, sobre los cuales discurría la atención de los medios, de la ciudadanía y hasta de los referentes de la oposición, está siendo tironeada por otros núcleos políticos.

La nueva estrella del firmamento político es Sergio Massa, actual intendente de Tigre y candidato a diputado nacional. Hacia el tigrense se dirigen en procesión varios dirigentes peronistas, en busca de asegurarse la continuidad en sus cargos, presupuestos y estructuras. Otros, lo miran con deseo pero especulan antes de dar el paso, dada su dependencia al gobierno nacional o –como es el caso de varios intendentes bonaerenses– de la necesidad de mantenerse en buenas relaciones tanto con Cristina como con Scioli, a quienes la necesidad política les hizo olvidar batallas de un pasado reciente.

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