Ya no se nos parece

El conde Joseph de Maistre, teórico político y filósofo francés del siglo XVIII escribió la famosa frase  “Cada pueblo tiene el gobierno que se merece”; André Malraux, novelista y político también francés pero del siglo XX, la reformuló diciendo que en realidad los pueblos tienen los gobiernos que se les parecen. En cualquier caso, es evidente que hay una sustancial conexión entre la sociedad civil y su clase (aunque no me place llamarla de esta forma) política.

Por fortuna, las sociedades, los gobiernos y las realidades son cambiantes. Es evidente que nuestra realidad ha cambiado para mal en los últimos –por lo menos- 5 años. Si bien el contexto internacional ha influido en esto, está claro que el gobierno lleva la mayor responsabilidad en la decadencia. Para quienes fuimos críticos del kirchnerismo desde su propia sustanciación –por motivos ideológicos, pero también de valores- no parece más que una confirmación de un recorrido inevitable. Bastaba ver su derrotero político en Santa Cruz y, sin escarbar demasiado, quedaba en evidencia su fuerte desapego a la ley y la división de poderes, el exceso de personalismo y la falta de escrúpulos en la acumulación de dinero y poder para lograr sus objetivos. Continuar leyendo

Poderes subyacentes y peligrosos

Doce años de kirchnerismo lograron que, incluso quienes siempre fuimos críticos, estemos anestesiados o, cuando menos, acostumbrados a intervenciones y situaciones propiciadas desde el Poder Ejecutivo Nacional que serían inimaginables para ciudadanos de otras democracias, incluso de América Latina. El caso Nisman desnudó muchos de los infortunios por los que atravesamos durante los últimos años y para los cuales es casi imposible llevar registro. Tuvo que suceder una tragedia humana, política e institucional de enorme envergadura para comprender que muchas cosas se hacen muy mal en la Argentina.

Uno de estos puntos, tal vez el más visible, es la falta de seriedad y profesionalismo en la comunicación presidencial. En la cadena nacional del pasado viernes, la Presidente se mostró sorprendida porque algunos integrantes del Poder Judicial (fiscales y abogados) solicitaron mayor mesura en sus dichos sobre la muerte de Alberto Nisman. Conjeturas, hipótesis cruzadas, rumores y demás habladurías estuvieron en boca de Cristina Kirchner desde que se conoció el hecho. Sin dudas que todas ellas van en contra del declarado principio de “dejar actuar a la justicia”. Ser la máxima autoridad en un país presidencialista es lo que aconseja no actuar como un ciudadano más. El cargo tiene una responsabilidad que no le impide expresarse libremente sino que le “pide” hacerlo con prudencia. Esa prudencia que el jefe de gabinete le reclama al senador republicano Marco Rubio.

Contrariamente a lo que Cristina Kirchner piensa, no es el grupo Clarín, y todos los medios “opositores”, quienes devalúan su palabra sino que ella misma es la que lo hace. La imperiosa necesidad del Gobierno de afianzar su propia hipótesis choca de frente con la independencia judicial. Más aún, esa insistencia en la supuesta “relación íntima” entre el experto en informática Diego Lagomarsino y el fiscal realmente devalúa fuertemente la palabra presidencial y deja en clara evidencia la intención de direccionar la investigación hacia un crimen pasional.

La segunda cuestión que suscita gravedad es que la Presidente se declare víctima de su propio servicio de inteligencia. Esta situación es curiosa en un Gobierno que lleva 12 años ininterrumpidos en el poder. Resulta bastante evidente que el haber conducido primero la SIDE y luego la SI por caminos alternativos al de la ley, no haber recurrido nunca al control parlamentario, y usar este servicio para beneficio de la propia facción, traía aparejado el riesgo de que finalmente escape a su control. Cuando se promueven carpetazos, es factible que en algún momento salgan en direcciones no queridas. Pedir que actúen conforme a derecho cuando se los venía utilizando de una forma sinuosa es una tarea difícil, más para aquellos gobiernos/regímenes que están en retirada. Los países de la ex Unión Soviética tienen innumerables y trágicos ejemplos de esta situación durante el período de transición. El misil de alto impacto extraviado hace algunos días por el Ejército Argentino –noticia opacada por el caso Nisman- podría ser también un alarmante ejemplo.

Cuando todas estas circunstancias parecen sacar al gobierno de su eje opta, con cierto éxito, por instalar nuevos temas en agenda. Así sucede con la propuesta de Roberto Carlés para reemplazar a Raúl Zafaroni como miembro de la Corte Suprema. Está claro que un abogado de 33 años, kirchnerista militante está destinado a levantar polvareda, pero el gobierno de Cristina sabe que es un revuelo harto preferible a las sospechas que sobrevuelan sobre su participación en la muerte del fiscal.

Si hay algo que debe reconocérsele al kirchnerismo es que hace honor al pregonado “nunca menos”. En momentos donde muchísimos sectores sociales, políticos y judiciales cuestionan severamente a la procuradora Alejandra Gils Carbó por su notoria sumisión a las órdenes de la Presidente –habría que tener en cuenta qué opositores (hoy indignados) votaron a favor de su designación- propone en la nueva ley de inteligencia dejar bajo responsabilidad de la Procuración las “escuchas legales” o “pinchaduras”. Pretende al mismo tiempo designar un director y un subdirector para la proyectada Agencia Federal de Inteligencia con acuerdo del Senado (donde tiene mayoría) y con una estabilidad de 4 años en el cargo.

El kircherismo, al menos en su versión pura y dura, ya no será gobierno a partir de diciembre de este año. No obstante ello queda bastante claro que todavía conserva en sus manos una alta capacidad de daño. Sería importante que los candidatos presidenciales con opciones de triunfo, con la apoyatura de los partidos que representan, y la coordinación de asociaciones (como el Club Político Argentino) puedan consolidar un entendimiento que impida transformar las instituciones en una tierra arrasada donde agentes públicos descarriados, estructuras paralelas al Estado hípercorruptas, lealtades cruzadas y “bombas” activadas por doquier, nos conminen a tener que soportar largos años más de decadencia.

Del relato al grotesco

La muerte del fiscal Alberto Nisman generó un sacudón fenomenal en la -ya no tan joven- democracia argentina. Dolor, tristeza y estupor causó incluso entre ciudadanos que no suelen interesarse por la cosa pública. No es para menos: el fiscal que había hecho durísimas acusaciones contra varios miembros del oficialismo, incluyendo a la propia Presidente, era hallado muerto un día antes de su declaración ante el Congreso de la Nación.

La mandataria, que en ocasiones utilizó la cadena nacional para anunciar obras cloacales en diversos municipios, optó por referirse al tema que tiene conmocionado al país y que tuvo amplia repercusión internacional, sólo a través de su cuenta de Facebook. Con una primera carta abonó la teoría del suicidio (luego ampliada y propalada en detalle por los “periodistas” militantes basándose en un supuesto miedo al fracaso al que se habría visto expuesto Nisman) sin que la fiscal haya terminado siquiera con las pericias más elementales, mientras que con la segunda cambiaría radicalmente su análisis para afirmar que se trató de un asesinato para perjudicar al Gobierno. Si, como bien dice su presentadora, se trata de “la Presidente de todos los argentinos”, debería comprender que el dolor y la desazón que habitan en la sociedad ameritan mayor prudencia.

Quien escribe, dicta o aprueba la primera carta es, teniendo presente sus antecedentes, una auténtica Cristina Fernández de Kirchner. Lo demuestra su intacta capacidad para relacionar el regreso al país del fiscal Nisman con la tapa de Clarín exhibiendo la marcha parisina en repudio a la masacre que tuvo lugar en la sede de la revista Charlie Hebdo.

En la segunda carta, la Presidente señala que la verdadera operación contra el Gobierno no eran las denuncias del fiscal (usado según ella para perjudicarla) sino su posterior muerte; léase que Cristina Kirchner utiliza eufemismos para no verbalizar lo que en privado diría: que le tiraron un muerto. En apenas un par de días la presidente pasó de ser Èmile Durkheim a una auténtica Agatha Christie.

No hay razón en la muerte del fiscal Nisman que pueda exculpar al Gobierno. Dejando de lado la hipótesis más temeraria –que fue asesinado por el propio poder a raíz de su investigación y sus acusaciones-, todas las otras líneas de investigación también dejan mal parado al Ejecutivo nacional. Tanto el suicido como el suicidio inducido se enmarcan en la investigación que el fiscal llevaba adelante. No existe ningún argumento serio que pueda encontrar razones desconexas del caso por el cual había recibido numerosas amenazas de muerte y por el que también había sido objeto de una feroz campaña de desprestigio por parte de los siempre bien predispuestos medios afines al gobierno. En palabras del propio fiscal, “yo puedo salir muerto de esto”, y eso sucedió.

Las declaraciones de circunstancia tampoco ayudaron a la tranquilidad de la población. Uno de los principales acusados, el canciller Héctor Timerman, atinó a exteriorizar un “lo lamento mucho” y “espero que se siga adelante con su trabajo” que, en este caso, consistía en demostrar que el canciller, de origen judío (como aclaró innecesariamente en su primera carta la presidente), fue el encargado de encubrir la responsabilidad iraní en el atentado a la AMIA.

Si, como sugiere en su última misiva la Presidente, se trató de un asesinato perpetrado para perjudicarla a ella: ¿qué debería suceder con los encargados de la seguridad asignada al fiscal (la Policía Federal Argentina, dependiente del gobierno nacional)?; ¿no hay nada que reprocharle al secretario de Seguridad Sergio Berni (quien suele hacer gala de su conexión directa con la Presidente) que en su alocada tarea para minimizar daños para su Jefa no siguió, siquiera mínimamente, los protocolos que hay para casos como este?; ¿nada hay para decir de por qué el ahora enemigo Antonio Horacio Stiles –más conocido como Jaime Stiusso, denunciado hace ya más de una década por el ex ministro Gustavo Béliz- haya permanecido como director de operaciones de la SI (ex SIDE) hasta hace tan solo unas semanas?.

Seguramente tendremos que esperar bastante tiempo para acceder a la verdad en la muerte del fiscal Alberto Nisman, y tal vez nunca llegue, pero mientras tanto, la República sufrirá esta herida en su institucionalidad, su familia tendrá ese inmenso dolor del ser querido para el que no hay justicia, y todos tendremos la sensación de que en momentos críticos para el país, la máxima responsable política de la Argentina optó por un mensaje rocambolesco y guiado por miedos, fantasías (y encuestas) que no ayudaron en nada a la tranquilidad que la nación necesita en tiempos como este.