El conde Joseph de Maistre, teórico político y filósofo francés del siglo XVIII escribió la famosa frase “Cada pueblo tiene el gobierno que se merece”; André Malraux, novelista y político también francés pero del siglo XX, la reformuló diciendo que en realidad los pueblos tienen los gobiernos que se les parecen. En cualquier caso, es evidente que hay una sustancial conexión entre la sociedad civil y su clase (aunque no me place llamarla de esta forma) política.
Por fortuna, las sociedades, los gobiernos y las realidades son cambiantes. Es evidente que nuestra realidad ha cambiado para mal en los últimos –por lo menos- 5 años. Si bien el contexto internacional ha influido en esto, está claro que el gobierno lleva la mayor responsabilidad en la decadencia. Para quienes fuimos críticos del kirchnerismo desde su propia sustanciación –por motivos ideológicos, pero también de valores- no parece más que una confirmación de un recorrido inevitable. Bastaba ver su derrotero político en Santa Cruz y, sin escarbar demasiado, quedaba en evidencia su fuerte desapego a la ley y la división de poderes, el exceso de personalismo y la falta de escrúpulos en la acumulación de dinero y poder para lograr sus objetivos.
Ese tiempo ya pasó. Está claro que muchos no quisieron o no pudieron verlo. Muchos de los que fueron parte central del gobierno kirchnerista son hoy parte de la oposición. Será difícil distinguir quiénes notaron tardíamente las características salientes del matrimonio Kirchner – quiénes no vieron a tiempo esa real malicia para conducirse en la vida y en la política- de quienes simplemente fueron apartados de la cocina del poder y ahora pretenden ejecutar su “venganza”. Lo cierto es que este parece ser el momento de un masivo despertar. La seguridad ciudadana se fue debilitando junto con nuestra moneda e ingresos pero hoy preocupan más otras cosas y eso parece ser saludable.
Los mecanismos de defensa y contragolpe que antes eran efectivos en la batalla política y mediática ya no le funcionan al kirchnerismo. Cada acción u omisión de la Presidente y de sus principales voceros es ahora analizada y cuestionada con mayor intensidad y por mayor cantidad de personas. Los mensajes despectivos e insultantes hacia los disidentes -una palabra más apropiada que “oposición” en lo que a este tipo de regímenes políticos se refiere- ya no son tomados con liviandad. Las amenazas veladas -y no tanto- para críticos de diversos ámbitos ya no causan gracia. Lamentablemente tuvo que morirse Alberto Nisman para comprender la importancia de la separación de poderes, lo fundamental que es asegurar la libertad de prensa y de empresa (ambas son fundamentales en una democracia republicana), lo irrestricto que debe ser el respeto a la ley (lo cual incluye no manipularla), lo fundamental que es la transparencia en el manejo de los recursos del Estado, lo nocivo de no tener una comunicación coherente, prudente pero asertiva, del Poder Ejecutivo hacia adentro y hacia afuera del país, lo perjudicial que es tener en los principales estamentos del Estado a militantes sin ninguna formación profesional más que la del “chupamedismo”, lo importantes que son las estadísticas confiables; en fin, un sinnúmero de elementos barridos bajo la alfombra de un irregular crecimiento económico.
Hay que reconocer que desde la muerte del fiscal Nisman todos aquellos vicios que el kirchnerismo ya presentaba desde sus inicios se fueron acrecentando. No hubo un mensaje pacificador, un pésame reparador, un apoyo a la investigación judicial que tal vez pudieran reencauzar la relación -ya deteriorada- del gobierno con la sociedad. Por el contrario, no hubo más que manipulaciones, acusaciones, agresiones a diestra y siniestra, elucubraciones varias y desaciertos por doquier.
Bajo estas circunstancias, en este contexto y retomando la frase de Malraux, da la sensación de que este gobierno ya no se parece tanto al pueblo que gobierna. Es probable que, entre los candidatos de la oposición, haya sido Mauricio Macri quien mejor definió esta situación, titulando en un comunicado “Los argentinos somos mejores que esto”. Si esto es efectivamente así (algunas encuestan ya marcan la imagen presidencial en su peor momento desde el conflicto con el campo, llegando a una desaprobación de más del 70%) y las próximas elecciones constituyen el punto final del kirchnerismo en el poder, la monumental tarea que aún queda pendiente para todos aquellos que no revisten en el oficialismo es trabajar en una agenda de minimización del daño que todavía puede causar el oficialismo en el poder.
Es natural que, en tiempos electorales y con la posibilidad concreta de suceder a un gobierno que ya lleva 12 años gobernando, haya en los candidatos un legítimo derecho y ambición por capitalizar en su propio favor el descontento generalizado, sin embargo, no deberían perder de vista lo difícil que puede resultar gobernar sobre tierra arrasada.