Finalmente la “arquitecta egipcia” –recordemos que la Presidente especuló con ser la reencarnación de un gran arquitecto egipcio allá por agosto del 2012 al anunciar un polo audiovisual en la Isla de Marchi- logró terminar su “pirámide”, o por lo menos ya la inauguró. A diferencia de las que subsisten en el país de Oriente Próximo, sobre el Centro Cultural Néstor Kirchner no habrá teorías fantasiosas acerca de su construcción ni subyacerán tragedias y maleficios sobre quienes ingresen a la misma, pero sí habrá dudas y especulaciones sobre el costo de su realización. De los 926 millones de pesos presupuestados cuando comenzó la remodelación del ex Palacio de Correos y Telégrafos a los 2469 millones actuales se hablará durante un tiempo. Pero tal vez lo que más debería alarmarnos por su valor simbólico es la inconveniencia de llamar con el nombre de su fallecido esposo a una obra que pagamos todos los argentinos con nuestros impuestos.
Como si no fueran suficientes las calles, clubes, parques, aeropuertos y demás lugares públicos que ya cuentan con su nombre, se decidió ponerle Néstor Kirchner a esta monumental obra. Enraizado en la tradición del primer peronismo pero con ejemplos también en los totalitarismos del siglo XX, no es una práctica demasiado conducente para una democracia moderna como tampoco es demasiado alentadora la manera en que terminaron tanto esas experiencias como los monumentos que las veneraban. Sin embargo, es evidente que para algunos gobernantes lo más estimulante de conocer la historia es la ambición de poder modificar el resultado de un proceso que es el mismo. La elección del nombre de Kirchner por parte de dirigentes locales que quieren congraciarse con el gobierno central tiene un valor negativo pero cuando es realizado por la propia esposa y sucesora en el cargo es aún peor; es tal vez la mayor y mejor muestra de que el kirchnerismo considera al Estado como patrimonio propio.
La necesidad de que la Argentina cuente con un edificio de semejante envergadura y cuya finalización (aún está en obra más allá de que la Presidente, como usualmente hace, lo haya inaugurado el pasado jueves) y puesta en funcionamiento pleno demandará mucho más de lo hasta ahora gastado es una discusión que no se agotará con algunas pocas intervenciones pero al menos parece que, en un contexto de alta inflación, economía estancada y 30% de pobreza, resulta difícil ver este centro cultural como algo prioritario.
Con una programación aún acotada, lo que sí funciona desde el primer día es la denominada Experiencia Néstor Kirchner. Esta muestra permanente, situada en el segundo piso, está pensada como un homenaje (otro más) al ex presidente. Según Rodolfo Pagliere, uno de los diseñadores del proyecto, el espíritu que acompaña la muestra invita a “ver la idea de Néstor que cada uno trae… y que uno dialogue con la idea de Néstor, atravesada a la vez por el texto en la pared”. Así es como se podrá escuchar la vida de Kirchner relatada por quienes lo conocieron y a través de imágenes de su vida.
Por si alguna duda quedaba acerca de la partidización del centro cultural. el ministro de Planificación Julio de Vido sostuvo en la conferencia de prensa que brindó en el lugar que “la música clásica estaba destinada a la élite a la que pertenecen los columnistas de los diarios opositores”. Lo hizo para presentar a la estrella de la obra, el auditorio denominado Ballena Azul (por su formato y color), una de las salas sinfónicas más grandes del mundo y que será la nueva sede de la Orquesta Sinfónica Nacional. Con esta explicación pretendió generar un contrapunto con el porteño Teatro Colón. Por si teníamos poco con las divisiones y enfrentamientos que nos cruzan actualmente, desde el fútbol a la política, el ministro decidió aportarle la cuota cultural; porque la cuerda –para el kirchnerismo- nunca está lo suficientemente tensa.