Hace tiempo que el Mercado Común del Sur no es una fuente de buenas noticias para los países que lo conforman. Tanto en Paraguay como en Uruguay, la mayoría de los dirigentes plantean severas críticas a las decisiones que se toman en el bloque mientras que miran con interés los movimientos de la Alianza del Pacífico. Peleas, trabas, compensaciones, desavenencias, restricciones y negociaciones que no llegan a buen puerto son una constante en este Mercosur que no le hace honor al Tratado de Asunción que le dio inicio aquel 26 de marzo de 1991, al menos en el párrafo que establece “la libre circulación de bienes, servicios y factores productivos entre países”. Un sector industrial brasileño fuerte y subvencionado que se resiste a abandonar privilegios y un gobierno argentino que profesa vagas y desordenadas ideas proteccionistas no son elementos auspiciosos para un bloque que debe reformularse o caerá indefectiblemente en el estante de los cascarones vacíos.
En mis épocas de estudiante había un debate en el ámbito de las relaciones internacionales que oponía la regionalización a la globalización. Como suele suceder, la realidad le ha pasado por encima a estas categorías, al menos en su versión excluyente, y hoy ambos fenómenos se han mostrado complementarios. De un lado -con un vigoroso y sostenido crecimiento- quedaron aquellos países que más han aprovechado la apertura y especialización de la economía mundial superando vetustas esquematizaciones que primaban en las discusiones del siglo XIX y XX; y del otro, gobiernos que entendieron este proceso como peligroso para la economía nacional (versión altruista) o bien se vieron invadidos por el temor a perder poder en manos de sociedades cada vez más y mejor comunicadas.
El mundo de la política agonal en nuestros países está en ebullición. Brasil está por enfrentarse a una segunda vuelta que puede hacer que el candidato Aécio Neves del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) termine con 12 años de gobierno del Partido de los Trabajadores (PT). Cualquiera sea el resultado, está claro que los electores ya le han dado la espalda a cualquier tipo de alianza que implique congeniar con las políticas impulsadas por el gobierno argentino. La relación de cercanía que, al menos hasta ahora, habían mantenido los presidentes del PT (Lula y Dilma) y del kirchnerismo (Néstor y Cristina) se ha resquebrajado. Ese Mercosur restrictivo y anquilosado ya no goza del favor de los brasileños. La mayoría de ellos no ven a la Argentina, y al gobierno de Cristina Kirchner en particular, como un aliado en quien confiar. Tanto es así que, debido a la campaña electoral en curso, Dilma Rousseff eludió de manera evidente cualquier posibilidad de encuentro con la presidente argentina en el marco de la 69º Asamblea General de las Naciones Unidas. Es tal el rechazo que genera entre los brasileños todo lo que provenga del gobierno argentino que me animaría a sostener que si el candidato del PSDB pretende asegurar su victoria (bastante probable por cierto) en las elecciones que se celebrarán el próximo 26 de octubre debería usar como parte de su campaña las declaraciones de Luiz Inácio Lula da Silva en las cuales elogia a Cristina Kirchner por su posición frente a los fondos buitre.
Por su parte, en Uruguay se van a enfrentar el 26 del corriente el oficialista Frente Amplio, de la mano del ex presidente Tabaré Vázquez, con el tradicional Partido Nacional, representado por el hijo de un ex presidente, el diputado Luis Alberto Lacalle Pou. No solo los candidatos del país hermano tienen una visión diferente al gobierno de Cristina Kirchner respecto a lo que quieren para el Mercosur (con un candidato oficialista que enfrentó fuertemente a Néstor Kirchner cuando ambos eran presidentes), sino que también el actual presidente José “Pepe” Mujica, refiriéndose a los acuerdos en los cuales Uruguay desea participar, instó a “lograr la mayor diversificación de mercados” posible. Evidentemente, y en línea con los países de la Alianza Pacífico, la república oriental pretende ir en la búsqueda de propiciar el acceso a nuevos mercados y no de restringirlos.
En Paraguay, el gobierno de Horacio Cartes no es el aliado que el kirchnerismo esperaba encontrar en el destituido presidente Fernando Lugo. La Venezuela bolivariana de Nicolás Maduro, incorporada el año pasado al bloque subregional a fuerza de las agresivas gestiones del fallecido ex presidente Hugo Chávez, no hizo más que terminar de desvirtuar un bloque que había ya extraviado sus objetivos fundacionales.
Al margen de todos los inconvenientes, los nuevos aires que aparecen en los gobiernos de la región con las elecciones de este año y el próximo pueden relanzar el Mercosur y permitir que los países miembros finalmente tengan en este acuerdo un trampolín hacia los mercados mundiales y no un corset empobrecedor, molesto para las sociedades que lo conforman al tiempo que elegante tribuna para agrandar el ego de algunos gobernantes. En definitiva, la versión de un Mercosur de declaraciones rimbombantes, opíparas cenas y enfervorizados discursos ideológicos parece haber llegado a su fin, por más que a nuestra Presidente y quienes miran al comercio exterior más como una amenaza que como una posibilidad ello les resulte sumamente molesto.