Las elecciones generales de octubre, en las cuales tendremos la posibilidad de elegir un presidente por los próximos 4 años, presentan innumerable cantidad de imponderables por develar pero una certeza: ni Cristina Fernández ni Máximo Kirchner van a ocupar el sillón de Rivadavia luego del 10 de diciembre. Esta verdad de Perogrullo es la que más preocupa a la Presidente. Saber que después de 12 años nadie de su familia va a estar en el poder la inquieta. Su hijo ha logrado conformar y consolidar -con todos los medios disponibles a su favor, claro está- un conglomerado de poder económico (negocios familiares) y político (La Cámpora) de relevancia endogámica. Ese inmenso dominio no le ha dado -por motivos que no pretendo aquí analizar- la posibilidad de ser una opción electoral viable para su facción. La presidente sabe que hay varios frentes de tormenta que se avecinan y, emprendedora como es, va a tratar de ponerles coto. En el frente judicial, a diferencia de lo que ocurrió con el menemismo -donde los hechos de corrupción se debían investigar sobre situaciones pasadas y fortunas presentes- el kirchnerismo tiene sociedades que perduran en el tiempo y que pueden ser tanto su sostén como su derrumbe. Continuar leyendo