El Diálogo que todos deberíamos escuchar

Recibí con gusto la invitación para ver el documental El Diálogo entre Graciela Fernández Meijide y Héctor Ricardo Leis, dirigido por Carolina Azzi y Pablo Racioppi. Fue una experiencia emocionante y conmocionante para mí. Si bien conocía por sus escritos el pensamiento de ambos protagonistas, hay que darle el respeto que merece al impacto audiovisual de una historia bien contada. Los silencios, las emociones, las miradas cómplices, ese mueca justa de Leis para generar una carcajada algo culposa por el tema tratado y la claridad de Fernández Meijide para hacernos revivir con ella aquel sufrimiento por un hijo arrancado de su hogar en plena madrugada.

No soy crítico de cine y por lo tanto sólo me limitaré a recomendar que vean este valioso testimonio porque, más allá de contar en primera persona la violencia política de los años 70`, también dispara una serie de reflexiones y nos interpela como sociedad en nuestra relación con la verdad, la conciencia, la hipocresía y la impostación.

Una de las frases que más me impactó del documental fue cuando Leis pide, casi suplica, a los “sobrevivientes” (como prefiere llamar a los protagonistas de aquellos años) que simplemente cuenten lo que saben. Transmitir lo sucedido fue un proceso por el que tímidamente pasamos (en el período de Alfonsín), desdeñamos (durante el gobierno de Menem) y reescribimos (durante el kirchnerismo) y este vaivén teñido de mentiras nos colocó en la triste situación de no haber podido aportar el marco de verdad, justicia y reconciliación necesarios para crecer como sociedad. Más aún, el esfuerzo de haber juzgado a las juntas militares junto con la Conadep y su informe Nunca Más han sido celosamente sepultados, reescritos u olvidados por el kirchnerismo gobernante con la triste complicidad de algunos organismos de derechos humanos.

Los gobiernos de Néstor y Cristina se han caracterizado por postergar, si no soslayar, la investigación de la verdad. Esto, claro está, no sucedió solamente en el área de los derechos humanos. Vale una pequeña anécdota personal para ilustrarlo. Hace unos años pasaba unas vacaciones con mi familia en Mar de las Pampas. Siendo marzo el mes elegido y estando en un balneario tranquilo tuve la oportunidad de divisar cerca de la orilla del mar al publicista ultra K Fernando Braga Menéndez. En tono amistoso y como animal político que soy, me acerqué para comentarle que lo conocía y tal vez motivar alguna charla que me devolviera la realidad que las vacaciones y el descanso pretenden ocultar. Parece que a él le sucedía lo mismo y entonces hubo diálogo. En un breve repaso del contexto político de aquel momento, recuerdo que cuando llegamos al tema del Indec y las falsas cifras de inflación, Braga Menéndez fue todo lo auténtico que suele ser en público. Según él, el gobierno hacía bien en falsear las estadísticas porque de esta manera evitaba el pago extra de deuda pública que actualizaba por CER (coeficiente de estabilización de referencia). Un pequeño ejemplo del kirchnerismo y su relación con la verdad.

Haber escuchado a Graciela Fernández Meijide oponerse a la utilización de la simbólica cifra de 30.000 desaparecidos esgrimiendo que eso es una falta de respeto para las víctimas me parece de un gran coraje. Graciela explica que su trabajo durante aquellos años de militancia en organismos de derechos humanos implicaba la documentación precisa de los desaparecidos. Cualquier generalización (aunque tenga la misión de establecer un símbolo y que a su vez facilite el encasillamiento bajo el concepto de genocidio) es sentida como una afrenta a tamaño trabajo de investigación y documentación, pero fundamentalmente al derecho de las víctimas. Que Héctor Leis critique el accionar no sólo de la cúpula de Montoneros sino que también cuestione aquel supuesto romanticismo de sus militantes y haga hincapié en la fascinación por la violencia de aquellos jóvenes es también valiente y disruptivo.

Hay algo que de todos modos inquieta. Si bien sé que tanto Graciela como Héctor han tenido inconvenientes y recibido críticas de parte de supuestos defensores de los derechos humanos por sus dichos y escritos, también creo que de alguna manera han podido sortear esas críticas, o al menos hacerlas menos agresivas, por haber sido ellos mismos “víctimas” de aquellos años. Cualquier otro que no hubiera padecido la pérdida de un hijo a manos de la dictadura militar (caso Graciela) o que no haya sido oficial de Montoneros (como Héctor) se las vería mucho más complicadas para dar estos testimonios que fracturan el relato que construyó a fuerza de repetición y constancia el kirchnerismo. La grieta, en este caso del relato, es valiosa porque nos acerca a la verdad. Sería bueno que sólo sea el puntapié inicial para que todos los protagonistas de la violencia política de los 70` hablen y cuenten lo que saben sin especulaciones.

De haber permitido un lógico proceso de investigación, brindando la  oportunidad para que todos los protagonistas de aquellos años puedan contar con libertad (aunque sea desde la cárcel si así correspondiera) su versión de lo sucedido, tal vez hoy la reconstrucción de aquellos tristes acontecimientos hubiera sido más fructífera y muchos familiares podrían saber finalmente qué fue de aquellos hijos desaparecidos o conocer el paradero de tantos nietos que aún no se encontraron. Cuando muchos de los protagonistas de la violencia se dieron cuenta de que la única oportunidad que tenían de defenderse era mediante el silencio, ese fue el preciso momento en que creamos un abismo entre nosotros y la verdad histórica.

Sin dudas, las interpretaciones, responsabilidades y culpabilidades penales son bien diferentes según los actores políticos. Sin embargo eso debía ser el final del camino y no el principio. Haber puesto en el banquillo de los condenados a todos aquellos que eran para el kirchnerismo estorbos del relato trastocó las cosas y nos alejó de la verdad. Incluso Héctor Leis sostiene que el proceso de venganza (más que justicia) sobre quienes perpetraron aquellos crímenes nos impidió realizar una reconstrucción sincera y completa de aquel tormentoso pasado.

Sin dudas, uno de los logros que el kirchnerismo ha tenido fue permear sobre toda la sociedad y en la cultura política en particular ese miedo a la verdad. Aquello de barrer bajo la alfombra o bien no levantar la colcha por miedo a lo que se pueda encontrar. Esto abarca tanto el recuerdo de los años de mayor violencia política del país durante el siglo XX como la intervención del Indec, la masiva intromisión sobre los medios audiovisuales, la colonización de la agencia oficial Télam por parte de bloggeros K o las trabas al acceso a la información pública.

Esta turbia relación con la verdad también se impone al interior del kirchnerismo. Los funcionarios y dirigentes del oficialismo más permeables a transmitir el relato que baja la presidente Cristina Kirchner son los más beneficiados en el círculo áulico kirchnerista. Por el contrario, aquellos que suelen intentar un acercamiento a la verdad sin salirse del oficialismo son vistos con mayor desconfianza por la cúpula del poder y los guardianes del relato.

Aunque provenga desde mi agnosticismo, vale la pena repasar finalmente aquella frase de Jesús citada en el Evangelio según San Juan: “La verdad os hará libres”. Creo que en ese sentido, ha sido una década perdida. Nos hemos alejado de la verdad en pos de sostener un relato y para esto ha influido mucho la frustración que Néstor y Cristina sintieron por no tener el pasado glorioso que el presente en la máxima esfera del poder y el relato les pedían sostener.

Un frente rupturista pero frágil

El Frente Amplio UNEN (FAUNEN) hizo su anunciada y preparada irrupción al escenario político la pasada semana y, si bien no cambió la fotografía actual, modificó el panorama a futuro al tiempo que focalizó la agenda sobre su lanzamiento, lo cual no es poco en un espacio simbólico que tiempo atrás solía monopolizar el gobierno. Lo llamativo es que siendo una noticia positiva para el mercado electoral y político argentino también aparece con un destino muy probable de desmembramiento o, al menos, de reestructuración. Lejos de la chicana política fogoneada y difundida desde todos los medios de comunicación comprados o cooptados (y financiados) por el kirchnerismo que señalan las deficiencias de origen de esta coalición y hacen una maliciosa comparación con la fallida Alianza, lo que se descuenta es que la discusión acerca de la incorporación o no del PRO de Mauricio Macri va a generar una tensión que difícilmente puedan tolerar y mucho menos resolver sin que esto les produzca bajas entre sus filas.

Si bien la explicación de tal tensión pasará por la discusión acerca de cuál es el límite para la conformación de esta coalición, en realidad se trata fundamentalmente de quienes tengan o no una vocación real de poder. En este sentido, y a contramano de los puristas del espacio, las figuras más prominentes son más proclives al acuerdo aunque por ahora no hayan exteriorizado esta preferencia. Ernesto Sanz, Oscar Aguad, Julio Cobos, entre otros importantes dirigentes, tienen decidida la incorporación del PRO a la coalición y esperarán el momento oportuno para hacerlo. En ellos podríamos decir que prima, en términos de Max Webber, la ética de la responsabilidad. Más reacios son los dirigentes más ideologizados, y de menor peso político del espacio, como Pino Solanas, Victoria Donda, Héctor Tumini y Margarita Stolbizer. Ellos se inclinan más por reafirmar sus convicciones (ética de la convicción), aunque esto les implique no poder acceder al control del ejecutivo. Tal vez, gobernar no sea algo que les quite el sueño mientras puedan mantener desde el Poder Legislativo cierto grado de influencia (menor por cierto) o al menos de expresión. Con dudas hay dirigentes de menor relevancia como Ricardo Alfonsín y también hay un presidenciable como Hermes Binner.

Siguiendo con quienes firmemente se oponen al acuerdo con el PRO, incluso aquellos que como Stolbizer reconocen la valía de la fuerza de Mauricio Macri, a la cual reconocen como un partido moderno y democrático, el argumento principal que esgrimen es que el FAUNEN conforma una fuerza de centro-izquierda progresista muy distinta a lo que es el PRO, espacio de centro-derecha liberal-conservadora (valga la contradicción). Según este sector, con una valiosa dosis de sinceridad, no puede haber con el partido que gobierna la Ciudad ninguna coincidencia en cuanto al diagnóstico ni en cuanto a las políticas a aplicar. Tal vez no se hayan percatado que dentro de su espacio hay también este tipo de diferencias. Para poner solo un ejemplo, es claro que en la actualidad, las posturas que sostiene Elisa Carrió son más cercanas a las de Mauricio Macri que a las de Victoria Donda. Desde el sector del FAUnen que es permeable a la incorporación de Macri, el principal argumento pasa por poder conformar una coalición de poder que sea realmente una alternativa al peronismo.

Una buena figura utilizó el escritor Jorge Asis para describir el natural ensamblaje que representaría la unión de estos dos sectores. Según “el turco”, la UCR (miembro estructural del FAUNEN) es un esqueleto sin candidato mientras que Mauricio Macri es un candidato sin esqueleto. En este contexto da la sensación que cualquier oposición que desde dentro o fuera de ambos sectores se haga por evitar la convergencia está destinada a fracasar; más aún cuando Macri decidió “desperonizar” al PRO por más que les pese a dirigentes como Diego Santilli y Cristian Ritondo.

El viejo sueño europeísta de Néstor Kirchner donde dos fuerzas, una de centro izquierda y otra de centro derecha, se disputan y alternan en el poder es hoy una quimera. Siguiendo la tipología de partidos políticos creada por el politólogo italiano Giovanni Sartori, quizá la más adecuada para analizar el sistema de partidos imperante en la mayoría de los países de América Latina, podemos colocar nuestro sistema dentro de lo que él llamó “de partido predominante”, donde este es sin dudas el peronismo. Con dos candidatos fuertes en ese espacio como Daniel Scioli y Sergio Massa, más el kirchnerismo residual que definirá a futuro el candidato sobre el que finalmente se incline, conforman al menos el 50% de votantes. Teniendo en cuenta esta situación, hay dos análisis, ambos equivocados, que han hecho algunos dirigentes políticos. Margarita Stolbizer ha dicho que el FAUNEN compite desde la centro-izquierda contra la opción del PRO, que es centro derecha; olvidándose tan solo al peronismo. Por su parte, el precandidato del Frente para la Victoria, cuya obsecuencia es inversamente proporcional a sus posibilidades de triunfo, léase Sergio Urribarri, retomó la idea bipartidista de Kirchner antes mencionada pero ubicando al Frente para la Victoria como la fuerza de centro izquierda y a FAUNEN como la de centro-derecha, por lo cual ni vale la pena tomar seriamente esta afirmación.

Es probable también, aunque sea una estrategia ciertamente arriesgada, que ambos sectores acuerden, exteriorizando la decisión o no, apoyar a quien entre en la segunda vuelta. Esta opción puede dejarlos sin nada en unos comicios que, a priori, aparecen con una gran atomización electoral. Por lo tanto, y si la política entra dentro de aquellos campos donde la racionalidad impera, el acuerdo FAUNEN-Pro es un hecho que sólo requiere formalización.

El relato nunca para

Hay que reconocer que el kirchnerismo es muy hábil para sorprender con iniciativas políticas que suelen ponerlo a la vanguardia en la construcción de la agenda; sin embargo, a la hora de las excusas, es altamente previsible. El uso de argumentos falaces y chicanas políticas es un elemento fundamental de su discurso. El paro nacional del pasado jueves ha hecho que sus dirigentes ensayen un compendio de pretextos, justificaciones y evasivas para explicar y desvirtuar la medida de fuerza. Repasemos algunas de ellas:

  1. “Barrionuevo es el líder de la oposición, de la izquierda y del Frente Renovador”: la Presidente ha elegido al sindicalista gastronómico Luis Barrionuevo (quien arrastra pésima imagen pública) para desdibujar una serie de reclamos con los que coinciden incluso los integrantes de la CGT, por ahora oficialista, que conduce el metalúrgico Antonio Caló. Aprovechó para ello la fulgurante reaparición del gastronómico de la mano de un Hugo Moyano que recobró fuerza a través de la inestimable colaboración de Roberto Fernández (secretario general de la UTA) y de Omar Maturana (secretario general de La Fraternidad). No tuvo en cuenta que Sergio Massa ha dado evidentes muestras de querer mantener alejado de su espacio a Barrionuevo, justamente por su mala imagen. Analizar si el gastronómico es también el líder de la izquierda, como dijo Jorge Capitanich, no vale el esfuerzo intelectual.
  2. “El paro de transporte no les permitió asistir al trabajo a quienes quisieron hacerlo; fue un paro extorsivo y un apriete”: la primera parte de la afirmación es una verdad de Perogrullo que está presente como posibilidad en todas y cada una de las medidas de fuerza que se tomen. Es difícil de justificar para cualquier gobierno democrático el intento de impedir que los trabajadores de medios de transporte no puedan adherirse a un paro general. En tal caso, lo que deberían preguntarse es por qué algunos gremios habitualmente cercanos al gobierno se plegaron y lograron darle al paro una masividad inusitada.
  3. “Los piquetes impidieron el paso de quienes quisieron ir a su trabajo; intentaron sitiar las ciudades”: tanto la ciudad de Buenos Aires como sus accesos están habituados a los piquetes y de alguna manera sus habitantes se han acostumbrado a sortear estos obstáculos. Además vale recordar que el kirchnerismo ha tolerado y, en algunos casos, fomentado el piqueterismo como forma de protesta. De hecho varias de las agrupaciones políticas que a fines de los 90` adoptaron esa metodología son hoy parte del movimiento kirchnerista Unidos y Organizados.
  4. “El mensajero es más importante que el mensaje”: la respuesta del kirchnerismo ante una protesta o crítica es siempre cuestionar al mensajero sin analizar el mensaje. Lo que hoy se intenta criticando a los impulsores de esta medida (Moyano, Barrionuevo, la Sociedad Rural, etc.) es un comportamiento habitual en el kirchnerismo. El intento de descalificación se repite así las críticas provengan del FMI (aunque luego se envíe al ministro de Economía a negociar allí), la Sociedad Interamericana de Prensa, los organismos internacionales, la “corpo” nacional (Clarín, La Nación, Perfil, etc.) o internacional (O´Globo, Wall Street Journal, El País, etc.) y cualquiera que ose formular algún reparo a sus políticas. Lo mismo sucedió con las marchas y cacerolazos que coparon las plazas del país en varias ocasiones durante los últimos dos años.
  5. Es un paro político”: Es obvio que todo reclamo tiene componentes de distinta índole, incluyendo la motivación política, pero lo llamativo de este contundente 10-A es que las principales figuras de la oposición se han manifestado en contra del mismo o bien han puesto reparos a algunos de los mecanismos que lo potenciaron (ausencia de servicios de emergencia en transporte y piquetes). Además no hubo coordinación total de lo que se conoce como movimiento obrero sino que hubo una confluencia de reclamos hacia el gobierno nacional.
  6. Se intenta la desestabilización y provocar la renuncia de la presidente: Nuevamente la versión destituyente en primera plana en las voces del oficialismo. Sucede con bastante asiduidad desde el año 2008 cuando las protestas del campo marcaron un primer cimbronazo para un gobierno no acostumbrado por aquellos años a recibir críticas. Salvo contadas excepciones hay una manifiesta voluntad de todo el arco político y de la dirigencia en general de que este gobierno finalice su mandato en diciembre de 2015.
  7. El daño a la economía del país hecho por una pelea política es enorme”: esto es cierto técnicamente (calculado por algunos informes se perdieron alrededor de U$D 1.000 millones), pero no menos cierto es que la economía también se ve dañada con todos los feriados que el gobierno nacional ha agregado al calendario durante el transcurso de su mandato, algunos de ellos sin razón que lo amerite. En tal caso, si la presidente quisiera, podría eliminar del calendario alguno de estos para recuperar el día perdido con esta huelga.

La única respuesta que ofreció el gobierno a la protesta fue criticarla y anticipar que no va a atender ninguna de sus demandas; y en una suerte de resumen de este pensamiento, el jefe de Gabinete sostuvo que lo que hubo en realidad fue un “gran piquete nacional con paro de transporte”.

Vale recordarle al gobierno que todos los sectores criticados y denostados fueron los aliados de ayer y quien le dio poder a estos, de manera irregular o no, fue el kirchnerismo que además, en forma simultánea, ha combatido y ninguneado de manera salvaje a los partidos políticos opositores hasta ponerlos al borde de la disgregación.

Si hay algo que siempre obsesionó al fallecido ex presidente Néstor Kirchner fue el control de la calle. En pos de lograr esto fue que fomentó, benefició y cobijó a sindicalistas y piqueteros. Seguramente tiene bastante asidero aquello de que la política es el arte de lo posible, y ese ha sido el derrotero del kirchnerismo en el poder; tal vez lo que no estaba entre sus planes era tener que enfrentarse con las consecuencias de esos actos.

Maltratar al soberano

Seguramente al momento en que usted esté leyendo estas líneas los distintos gremios docentes habrán aceptado la “oferta superadora” que el gobierno bonaerense les llevó en la voz de su jefe de gabinete Alberto Pérez. Sin embargo, sería bueno hurgar en las razones de un conflicto que dejó a más de 3 millones de niños bonaerenses sin clases por más de 15 días.

El kirchnerismo atravesó la huelga docente en la provincia de Buenos Aires cual chico que barrena despreocupado las olas durante las vacaciones familiares. No quiso intervenir de manera directa para ninguno de los bandos en pugna esperando quizás el desgaste en ambos sectores. Usó ese 6% del PBI que invierte en educación a partir de 2010 como su caballito de batalla para dejar a resguardo su vocación por fortalecer la educación pública sin ejercer un rol activo en la solución de esta situación particular. Apostó, de alguna manera, a resignificar el slogan de la ciudad del pecado; “lo que pasa en Buenos Aires, queda en Buenos Aires”. No es algo que debiera sorprender ya que ese es el modo en que actúa el kirchnerismo. Bien lo sabemos los porteños que hace años pagamos caro el darle la espalda en las elecciones locales. También lo saben los cordobeses que debieron esperar demasiado tiempo para recibir la ayuda de Gendarmería durante la huelga policial que tuvo a la provincia acechada por una ola de saqueos. Lo entienden los santafecinos que comprenden, a partir de las palabras del diputado de La Cámpora Andrés Larroque, que son gobernados por el narco-socialismo.

Si nos atenemos a los exámenes internacionales, la fuerte inversión realizada en educación no se reflejada en la calidad de la misma. ¿De qué sirven esos 6 puntos del PBI si la mayoría de los chicos en la provincia más populosa del país ni siquiera pueden comenzar sus clases en tiempo y forma? Si bien no es el primer año que esto sucede, el gobierno nacional debería tener en cuenta que en esta ocasión, el fondo del conflicto está en el proceso inflacionario que por tanto tiempo negó y que, cual olla a presión, explotó a principios de año junto con la devaluación de la moneda. El objetivo de máxima del kirchnerismo -poner un techo no declarado de 25% a las paritarias- es ahora a todas luces utópico.

Desde el sciolismo han insistido en que el conflicto y la intransigencia de los dirigentes sindicales durante la negociación son motorizados por Sergio Massa. Está claro que culpar a viva voz al kirchnerismo implicaría una ruptura que el gobernador no está dispuesto a afrontar en este momento pero no hay que ser un observador demasiado entrenado para ver que los cuatro sindicatos que encabezaron la protesta son kirchneristas (Ctera, UDA, Sadop y Suteba). Eso no es todo; Pablo Ferreyra, legislador porteño electo por una lista ligada al kirchnerismo, se ha mostrado al lado de Roberto Baradel durante el conflicto. El propio jefe de Suteba estuvo en el programa de difusión kirchnerista 678. Es cierto también que dirigentes de distintos frentes de izquierda integran los distintos consejos directivos de los gremios docentes por lo cual dificultan aún más la negociación. Los acontecimientos políticos nunca son unicausales.

La cadena nacional que ofreció Cristina Fernández el pasado jueves fue para justificar el anuncio de recortes hecho por Kicillof y De Vido en la mañana pero, con Scioli sentado a su lado, no hubo ninguna mención al conflicto docente. Resultó extraño sobre todo si recordamos que el 1º de marzo, con motivo de la apertura de las sesiones ordinarias frente a la Asamblea Legislativa, la presidente tomó 10 minutos de su alocución para referirse al tema. Les mojó la oreja mencionando lo largas de sus vacaciones e Incluso se animó a poner en cuestión el tema del presentismo, algo que irrita tanto a las bases como a los dirigentes del sector. De todos modos, en el sosegado clima de Olivos, seguramente Scioli aprovechó para pedir ayuda a la presidente y destrabar así el conflicto. Inmediatamente después, el mandatario provincial decidió enviar con una nueva oferta a su jefe de gabinete. Fue con la misión de hacer una propuesta que no puedan rechazar.

El conflicto le va a permitir al gobernador sacar conclusiones políticas. Quizás no todos sus funcionarios están aptos para el discurso de mesura y tolerancia que él quiere transmitir bajo cualquier circunstancia. Seguramente están contados los días de Nora de Lucía al frente de la Dirección de Cultura y Educación de la provincia. La mención de un sueldo posible de $44.000 no fue una buena estrategia cuando la mayoría de los docentes bonaerenses están a años luz de un ingreso así.

La ruptura entre Daniel Scioli y el kirchnerismo es inevitable. Lo que ahora se juega es la imagen pública del conflicto. Ninguno de los dos sectores quiere aparecer como el que traiciona. Cristina pretende una decorosa salida recluyéndose en tropa propia y el gobernador quiere fortalecer la idea de continuidad con cambios. Estimo que a esta altura todo el entorno de Scioli se habrá dado cuenta de la imposibilidad de conseguir el apoyo de la presidente a su candidatura.

La intervención de la justicia sobre cuestiones que son básicamente políticas resulta siempre confusa y también lo fue en este caso. La obligación de levantar la huelga que dos jueces pretendieron imponerles a los docentes atentó contra un derecho constitucional. Lo que sí debería revisarse es la diferencia en la estabilidad de los cargos que hay entre un establecimiento público y uno privado, lo que genera sin dudas una distorsión en el desempeño docente.

Es difícil cerrar estas líneas sin una reflexión que incorpore un componente moral. Después de todo, pese a lo que dicen los docentes, los días perdidos por esos millones de chicos no se recuperan. No todos tenemos el mismo proyecto educativo y tampoco acordamos en cuál es la mejor forma de llevarlo adelante pero sí coincidimos en que la educación es uno de los pilares fundamentales para la inserción social del individuo y para el desarrollo del país en el concierto mundial.

El Papa no hace milagros

Cristina profesa hacia Francisco el fervor de los conversos. Si bien es cierto que era Néstor Kirchner el ateo militante y anticlerical, también es cierto que la relación de la presidente con el cardenal Bergoglio fue siempre tirante. La intromisión, prudente pero también honesta y punzante, del entonces cardenal en asuntos terrenales nunca fue del agrado de la pareja presidencial, convencidos de que asimilar críticas o sugerencias es un signo de debilidad. Sin embargo, la condición de católica tímidamente practicante y su firme posición antiabortista le dieron ahora a Cristina Fernández un resquicio por donde asentar la relación con el Pontífice.

La presidente debería agradecer que Francisco haya puesto la otra mejilla para recibir, en esta ocasión, una caricia. Ahora sí tiene en el Papa argentino un oyente receptivo que le brinda un trato casi familiar. Fue así que el pasado lunes la recibió en su residencia de Santa Marta para compartir un prolongado almuerzo. La calidez y confianza que ahora entablaron en la relación supera sin dudas la evidente búsqueda de conveniencia y necesidad de Cristina.

Atrás quedó el lobby impulsado por ciertos sectores del gobierno, que incluía al embajador argentino ante el Vaticano Juan Pablo Cafiero, para evitar que el cardenal Jorge Bergoglio sea elegido para reemplazar al renunciante Joseph Ratzinger. La orden que baja ahora, por el contrario, es callar a los críticos y darles vuelo a los dirigentes más cercanos a la Iglesia, como por ejemplo al presidente de la Cámara de Diputados Julián Domínguez. No vaya a ser cosa que los acechantes rivales políticos se queden con los beneficios de la atención de un Papa inmensamente popular en Argentina (93% de imagen positiva) y en el mundo (el hombre más influyente según la revista Fortune) que además ha producido una verdadera revolución en el Vaticano.

Francisco perdonó al kirchnerismo por todas las operaciones en contra y Cristina intenta pararse en aquellos aspectos que la acercan a las posturas del Papa, como son su origen peronista y el antiliberalismo expresado en la Doctrina Social de la Iglesia, al cual obviamente Francisco adscribe. La presidente además aprovecha el genuino interés que tiene el Santo Padre por el destino del país y, más que nada, por evitar el conflicto social. Lo que sucede en Venezuela preocupa en el Vaticano y sería inaceptable para él que algo similar ocurra en el país que lo vio nacer.

Las charlas con Francisco son un verdadero bálsamo para Cristina. Este tercer encuentro fue acordado de manera directa por los mismos protagonistas. Estas amables reuniones ahora también incluyen charlas sobre situaciones personales de la primera mandataria. Es casi un confesor para una persona poco afecta a pedir perdón. Coinciden en el interés por las cuestiones internacionales. A la presidente los temas domésticos la aburren y la irritan a la vez. En algún punto considera injusto tener que afrontar zozobras económicas después de la “década ganada”. En Francisco encuentra la posibilidad de mejorar su imagen internacional a través de él y sabe que está también frente a una persona con cabal conocimiento de lo que sucede en el país sin que esto represente ahora una amenaza. Considera que puede usar algo del prestigio ganado en el corto período de papado de Francisco para tener mejor receptividad en los actores internacionales a quienes ha maltratado frecuentemente desde el atril y desde la caja.

A pesar de todo, deberíamos recordar que nada puede hacer Francisco para mejorarle a la Argentina las condiciones de pago hacia el Club de París. Tampoco puede influir sobre el tribunal norteamericano que trabaja sobre el conflicto con los holdouts. La simpatía que manifiesta el presidente Barack Obama (con quien Francisco se reunirá en los próximos días) por el Pontífice no derrama sobre los círculos de poder y los ciudadanos estadounidenses. Esa simpatía tampoco podrá borrar la imagen del canciller Héctor Timerman, alicate en mano, incautando material que trajo un avión militar estadounidense al país para una capacitación a miembros de la Policía Federal, por más que el tiempo haya hecho más difusas algunas heridas. Son los riesgos de una política exterior errante.

Está claro que también otros argentinos recibieron un cálido trato del Papa. Muchos de ellos, sobre todo los políticos, vuelven con el mismo mensaje de Francisco: cuiden a Cristina. Todos ellos se quedan pensando si se les pide que la cuiden de ella misma, de su entorno o de los riesgos externos. En cualquier caso, el mensaje no pasa inadvertido.

Las conclusiones de los encuentros son el momento esperado por la Presidente. Este tipo de reuniones donde la otra parte es discreta le permiten a Cristina ejercer la profesión que parece amar (aparte de la arquitectura): la de editora periodística. No solamente puede relatar la cordialidad del encuentro, que ciertamente fue así, sino que se anima a una libre interpretación del mensaje recibido. Es capaz de relacionarlo con su propio discurso como también pedir que lean a Francisco para entenderlo mejor. Es una suerte de agente de prensa informal, pero con intereses creados.

El Papa no hace milagros y sus tareas son muy variadas e importantes como para ocuparse de los vaivenes de la economía y la política argentinas. Es bastante lo que hace de por sí pero el gobierno debería tener en cuenta que la constancia y la coherencia son elementos fundamentales para recrear la confianza tanto dentro como fuera del país. Después de todo, sería un abuso pedirle a Francisco que también se ocupe de controlar los precios en las góndolas.

¿Le perdimos el miedo a la opo?

Cuando los resultados de la pasada elección parecen haber sepultado el temor que, durante 10 años, tuvieron los ciudadanos de votar alternativas al kirchnerismo, vale la pena reconocer como parte de los éxitos del modelo en materia de comunicación la capacidad del oficialismo para lograr que muchísimos argentinos consideren todo lo hecho por sus antecesores en el poder como nefasto.

Fue realmente exitosa la demonización del pasado que vino haciendo el kirchnerismo desde el inicio de su gestión. La historia argentina en su versión virtuosa sería para ellos sintetizada en unos pocos personajes: Belgrano, Rosas, Irigoyen, Perón, Néstor Kirchner y su continuación, Cristina. Esto deja implícito un segundo mensaje: el kirchnerismo sintetizaría a quienes ellos consideran el mejor radicalismo y el mejor peronismo; sería algo así como la transversalidad concentrada en un matrimonio. Habría que recordar que el “razonamiento” que se impuso, sobre todo durante el primer lustro de los gobiernos kirchneristas, fue que de no acompañar el proyecto iban a volver la inflación descontrolada del radicalismo y la corrupción desbocada del menemismo entre otros flagelos. Paradójicamente, son éstas dos de las cuestiones que actualmente más se critican del gobierno; escupir al cielo, que le dicen.

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Hay que dejar de militar por dos años

Uno de los aspectos que más destaca la presidente Cristina Fernández de Kirchner como favorable de la gestión que comenzó su esposo es la recuperación de la militancia política (en el ámbito del kirchnerismo, por supuesto). Si bien está claro que no es un tema que surja con esta corriente política sino que es de larga data aquí y en el mundo, sí ha habido una revalorización y una resignificación del concepto, sobre todo en el ámbito de la juventud.

Me parece que es momento de cuestionar si realmente es tan valiosa esa militancia. Se han hecho críticas circunstanciales sobre ella sin meterse con el fondo de la cuestión; incluso muchos opositores valoran este cambio dado en el período kirchnerista donde “se ha puesto a la política nuevamente en el centro de la escena”.

Está claro que nadie puede estar en contra de que haya personas que tengan interés por los asuntos públicos y que en base a ese interés desarrollen una militancia que los acerque a una u otra organización política, pero no creo que eso sea lo que el kirchnerismo entiende por militancia. Más allá de la definición que le hayan dado, sí podemos decir que los K han sido eficaces en su organización. Haciendo base en La Cámpora, cuyos líderes tienen altos cargos de gobierno o de parentesco, han logrado filtrar miembros de esta organización en todas las instancias político-institucionales del país. Sin dudas que este posicionamiento es un negocio ampliamente favorable para ambos lados del mostrador. Del lado de los militantes de base, les resultó importante adquirir una identificación a un grupo, algo que siempre es relevante para los jóvenes; y si encima a eso le suman cargos públicos, posibilidad de ascenso económico y desarrollo “profesional” (en el amplio sentido de la palabra), la ecuación es completa. Del lado del jefe político, el vértice del poder (Néstor antes y ahora Cristina), éste logra la fidelidad del fan.

Militante y fan serían, según el ideario nacional y popular que fogonea el kirchnerismo, dos términos contrapuestos, pero veamos que no es tan así. Tomemos por caso a la adolescente que concurre a ver a Justin Bieber y que se la pasa todo el recital gritando; es muy difícil decirle a esa niña que en ese recital el joven cantante desafinó alguna nota o pifió algún paso, porque mínimamente uno se expone a recibir un insulto (o alarido en este caso). Esto es lo que sucede con el militante político fanatizado, es imposible establecer allí una charla política con matices, un razonamiento conjunto, aunque finalmente no se coincida. En estos militantes está presente lo que bien define Margarita Stolbizer como “épica emocional” construida minuciosamente durante los diez años de régimen kirchnerista.

¿Ha ayudado el aumento de esta militancia política a mejorar la calidad democrática de nuestro país? Creo que no, más bien, todo lo contrario. El nivel de participación política que mejora la calidad de una democracia está dado por el grado de injerencia y control que los gobernados hacen de sus gobernantes; esta militancia, lo que menos hace es controlarlos. Puede idolatrarlos o maltratarlos (como pueden contar algunos dirigentes opositores que gobiernan distritos atacados por el kirchnerismo) pero nunca controlarlos. Sus acciones siempre están encaminadas a darle más opacidad, tapar, encubrir la cosa pública, en lugar de transparentarla.

Es también necesario decir que es difícil para todos, oficialistas y opositores, catalogar a un ciudadano comprometido, informado, analítico e interesado pero que no es militante; cuesta encontrarle un lugar donde “ponerlo” dentro del universo político y por lo tanto es discriminado, cuando en realidad es el único que podría lograr una mejora en la calidad de las instituciones. Es más, creo que “peticionar a las autoridades” es una acción que nuestra Constitución Nacional menciona pensando en este tipo de persona. Lo que quizá más desconcierte de este individuo es que no aspire a un cargo público.

Efectivamente, este sector está interesado en la cosa pública pero sabe que su principal actividad está en el ámbito privado. Al mismo tiempo tiene bastante claro que las decisiones que se toman en el ámbito político influyen directa e indirectamente sobre sus actividades y por eso quiere controlar y participar aunque le resulte difícil encontrar canales para hacerlo. Uno de los canales debería ser tener bien aceitado el acceso a la información pública, cuyos proyectos de ley duermen bajo los aposentos de los legisladores del oficialismo.

Hay un ejemplo cercano en el tiempo y el espacio que muestra de manera contundente esta contraposición entre calidad democrática más desarrollo y la militancia política. En Chile, desde fines de los años ’60, con el ascenso al poder de Salvador Allende en el comienzo de los ’70, su posterior derrocamiento a manos del general Augusto Pinochet y sumando todo su período de gobierno autoritario, se vivieron momentos de alta enfervorización política y activa militancia. Sin embargo, durante ese período, la sociedad chilena, politizada y dividida como nunca, vivió dos décadas de zozobra económica e institucional. Fue necesaria una vuelta de página para que el país comience a desarrollarse. Como afirma el escritor chileno Carlos Franz, “del noventa en adelante, Chile se fue despolitizando. En paralelo a su importante desarrollo económico y democrático, la mayoría se desinteresó de la política. Las ideologías que alineaban al país en bandos irreconciliables se difuminaron y entrecruzaron”.

En una inclinación masoquista que trato de mantener controlada, tiempo atrás miraba el programa de propaganda política oficialista 678 en la TV Pública, y un colega politólogo que es panelista allí decía que lo que más destacaba del proyecto K es que ahora él sabía de qué lado debía estar, ya que hay dos bandos bien diferenciados, uno absolutamente virtuoso y el otro que, por supuesto, tiene todos los defectos del cipayismo extranjerizante. Es entendible que este politólogo, como también me sucede a mí, haga de la política un aspecto central de su vida; lo que no es lógico ni saludable es pretender que para todos sea así y, mucho menos razonable, es poner en una virtual “vereda de enfrente” a quien no acompaña este proyecto.

Necesitamos una década con militancia natural (no forzada) y libertad, y no la militancia invasiva, agresiva y fomentada desde el poder político. Una década donde cada uno haga su trabajo y así colabore con el bien de todos. Una década donde el sector público deje de crecer a base de militantes en detrimento del sector privado, al cual debe dejar de ahogar. Una década, donde crezca el empleo privado, moderno, competitivo y productivo y no el empleo estatal, amateur y parasitario.