No es una novedad que el Gobierno de Cambiemos viene lidiando con varios frentes de tormenta. Sin embargo, a diferencia de las dos grandes crisis que recuerda la historia política y económica argentina desde el retorno de la democracia, la hiperinflación de 1989 y el derrumbe económico y social de 2001-2002, convivimos con una situación muy precaria que no todos alcanzan a dilucidar en su real magnitud. Al no partir de un estallido social o de un derrumbe político, cuesta que el ciudadano promedio tome dimensión de los enormes problemas políticos, económicos e institucionales que el kirchnerismo ha venido construyendo (y barriendo bajo la alfombra) durante sus años de Gobierno.
La discusión en ambientes intelectuales, políticos y periodísticos entre shock o gradualismo probablemente posea un buen análisis de las condiciones existentes en el país, pero carece de una adecuada observación acerca del humor y las percepciones sociales. En ese sentido, es bueno preguntarse: ¿son políticamente viables las estrategias de shock bajo estas condiciones? Claramente fue el camino elegido —y el único posible— en los inicios del menemismo y la realidad también se lo impuso a Eduardo Duhalde, ante una economía insostenible. ¿Pero es posible utilizar ahora una estrategia similar? Continuar leyendo