Un acuerdo histórico que pone fin a la Guerra Fría

En materia de política internacional, no hay dudas de que el 2014 cierra con una sorpresiva noticia: Estados Unidos y Cuba reanudaron sus relaciones diplomáticas tras medio siglo de enfrenamiento, desterrando así el último resabio de lo que fue la Guerra Fría.

El conflicto comenzó a destrabarse dando un paso clave a lo que podría ser el inicio del levantamiento del bloqueo a la isla, que rige desde la década del ‘60. En forma simultánea, los presidentes Barack Obama y Raúl Castro hicieron el anuncio del histórico acuerdo, que fue posible gracias a la labor de más de un año de parte de la diplomacia y del Papa Francisco, quien no tardó en expresar su alegría al confirmarse la noticia.

El primer gesto que pone en marcha el reinicio de los vínculos diplomáticos fue la liberación en Cuba del estadounidense Alan Gross, preso desde 2009 acusado de espionaje y con una salud en franco deterioro en el último tiempo. En EE.UU., por su parte, tres espías cubanos miembros del grupo de “Los Cinco” también fueron liberados, en una suerte de “canje”. Además, como segundo paso se anunció la apertura de embajadas en ambos países. Asimismo, desde la Casa Blanca no descartan una visita de Obama a La Habana, mientras que en Cuba también podrían anunciar un viaje de Castro a Washington.

El acuerdo no solo cambiará radicalmente las relaciones bilaterales entre ambos países, sino que se traducirá en importantes avances en materia económica, porque permitirá negocios e intercambios que hasta hace poco tiempo parecían impensables y que resultarán de gran alivio para Cuba.

De todas formas, el acuerdo es incipiente y es imposible pensar que se vayan a normalizar las relaciones de la noche a la mañana. Además, aún resta que ambos presidentes mantengan un encuentro personal para debatir áreas más sensibles en las que los dos países mantienen marcadas diferencias.

Como gran avance en el corto plazo, ya se anunció que en abril de 2015 Cuba se sumará por primera vez a la Cumbre de las Américas, que tendrá lugar en Panamá. 

Tras el duro golpe en las elecciones legislativas de noviembre, Obama se inclina hacia la estrategia de resolver el conflicto con Cuba antes de que finalice su mandato presidencial en 2016, y así dejar un importante legado para la historia de su país.

Sin embargo, solo puede hacerlo de manera parcial, ya que necesita del nuevo Congreso -dominado por Republicanos- para aprobar una ley que levante el bloqueo de manera definitiva. Y, aunque desde algunos sectores de la oposición ya expresaron cierta resistencia a aprobar la medida, los pasos para el comienzo de una nueva etapa entre Estados Unidos y América Latina ya están dados.

 

Dos años difíciles y un desafío

Tras la derrota del Partido Demócrata en las elecciones de medio término realizadas el 4 de noviembre, el presidente estadounidense Barack Obama deberá revisar su estrategia de Gobierno para enfrentar los próximos dos años de gestión, que conllevarán la difícil misión de convivir con un Congreso de mayoría opositora. Indudablemente, la baja en la popularidad de Obama y el desinterés de los votantes demócratas se pusieron de manifiesto en las urnas, en las que los republicanos obtuvieron una mayoría histórica en ambas Cámaras y en estados que tradicionalmente habían sido dominio de los demócratas. Los resultados fueron traducidos por muchos analistas como “el fin de la era Obama”.

Este duro golpe para su partido es un aliciente que perfila óptimamente a la demócrata Hillary Clinton de cara al 2016, quien paradójicamente se posicionó como favorita luego del desmoronamiento de su partido en las urnas. Esto se debe a que a los republicanos les resultará difícil responder a las demandas de la sociedad aunque cuenten con dominio en ambas Cámaras.

Como suele suceder en estos casos, las elecciones legislativas no siempre anticipan resultados de las presidenciales, sino que son más bien consecuencia del balance que el votante hace de la gestión del mandatario y su castigo ante ciertas políticas con las que está en desacuerdo. En los próximos dos años, el presidente estadounidense se verá obligado a pactar todas las decisiones ante el nuevo Congreso para evitar lo que podría ser una parálisis legislativa. Con el flamante Capitolio deberá, entre otros asuntos importantes, aprobar un nuevo marco regulatorio que le permita resolver de raíz el problema de la inmigración ilegal.

Los hispanos “ya son parte de la vida estadounidense”, tal como afirmó el propio Obama, algo que se hace tangible teniendo en cuenta que ahora un total de 30 latinos formarán parte en la flamante Cámara de Representantes. Sin embargo, el país del Norte está habitado actualmente por unos 11 millones de indocumentados. “Cada día que demoramos, nuestro país y nuestra economía sufren”, afirma el presidente en su sitio Web, en el que invita a los ciudadanos a apoyar una medida para reparar “el roto sistema de inmigración” actual. Aunque justifica que la decisión final para una reforma depende del Congreso, quienes hace 500 días tienen pendiente de votación un proyecto sobre inmigración ya aprobado por el Senado.

Desde la Casa Blanca y en solitario, Obama ya anunció su nuevo paquete de medidas inmigratorias para 2015, que apuntan a permitirles habitar temporalmente el territorio a aquellos indocumentados que demuestren una residencia de al menos 5 años en el país. Por su parte, quienes cuenten con antecedentes penales, serán deportados. Del mismo modo, informó que aumentará el presupuesto destinado al control de las fronteras. Sin embargo, los republicanos demostraron de manera inmediata su descontento ante estas iniciativas y aseguraron que no permitirán su avance, por lo que se presume un inminente bloqueo de su parte.

Si bien los resultados de las legislativas no son definitorios aún para 2016, la imagen de Obama se encuentra en un momento de suma debilidad, que deberá superar para poder negociar diferentes asuntos con ambas Cámaras en la última parte de su mandato. ¿Qué pasará con la postergada reforma inmigratoria? Ese será su desafío.

Crimea también es un problema argentino

Dilma Rousseff sabe muy bien lo que cuesta que Washington “ponga en agenda” a la región, a pesar que el mecanismo bilateral entre Estados Unidos y Brasil prevea cuatro reuniones presidenciales y treinta dialogos sectoriales por año. Tal vez sea la mandataria que más esfuerzos ha hecho ante los organismos internacionales en esa dirección. Los sucesos en Crimea, en ese sentido, nos alejan aún más de la agenda de Washington. Tanto a la región como a nuestro país.  La inesperada decisión del presidente ruso Vladimir Putin concentra la preocupación estadounidense. Y en los próximos meses, los máximos niveles de decisión multilateral actuarán en consecuencia. Ahí estará el foco de la atención mundial.

Algunos aspectos que hay que entender del caso Crimea resultan muy interesantes. En Crimea, el 90 por ciento de la población son rusos o de origen de familiares rusos. La mayor parte de sus habitantes fueron miembros de las fuerzas armadas rusas. Y, en igual sentido, también son jubilados.

 América Latina y la Argentina tendrán que esperar una vez más. 

Nuestro país necesita ser escuchado en Washington por temas vitales como  el juicio en los tribunales de Nueva York realizado por los “holdouts”, la relación con el FMI (a la luz, por ejemplo del nuevo IPC del INDeC), y de la maraña que hay que desmontar de juicios en el CIADI, si la negociación con el Club de París que comenzará este año, lograra algunos avances notables.

La reapertura del crédito internacional para la Argentina, público y privado y a tasas razonables, subyace en ese frente externo complejo. No debería ser una preocupación actual del oficialismo sino de todos los argentinos: las autoridades que habitarán en la Casa Rosada a partir de diciembre de 2015 darán cuenta de esta coyuntura. Crimea no es un problema lejano. Crimea es también un problema nuestro. La Unión Europea se apresta a aplicar las sanciones más duras que jamás haya dispuesto desde el final de la denominada guerra fría. Se prohibirán transacciones comerciales y se congelarán cuentas de dirigentes rusos y ucranianos. Y Rusia tiene suspendida hasta aquí su participación en el G8 cuando ocurra la cumbre en junio próximo.

Estados Unidos desconfía de Putin cuando dice que no va a anexar otra región fronteriza rica. Aunque Putin lo prometa una y otra vez, Washington no le cree. En ese sentido hay un doble discurso en ciertos países europeos: no se le cree a los rusos que votaron en Crimea, pero sí le creen a los ingleses que votaron un referéndum similar en las Malvinas, que son argentinas. Poniendo al descubierto la incoherencia de algunas potencias occidentales que en la búsqueda del beneficio propio no vacilan en hipócritamente tener una interpretacion distinta para un mismo tema. Crimea no está lejos entonces de la Argentina. O bien, está tan cerca como nuestras islas Malvinas