En su reciente charla con estudiantes y jóvenes empresarios argentinos, el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, les pidió que dejaran de lado la añeja discusión sobre la derecha y la izquierda y los instó a “elegir lo que funciona y tomarlo”. Obama sabe perfectamente qué es lo que funciona mejor en el mundo moderno.
No es precisamente la ideología marxista. Pero aún hoy hay sectores que se niegan a reconocer que ese sistema no les encontró solución a los problemas concretos de las sociedades. Y allí permanecen, con mirada desafiante, dentro de sus corazas roídas por la herrumbre.
No se trata de desconocer el aporte histórico del marxismo a la denuncia contra la desigualdad, la injusticia y los privilegios de los más poderosos. Ni su lucha a favor de los derechos de la clase obrera, largamente postergados. Pero la alternativa propuesta, la colectivización de los medios de producción para suprimir la explotación del hombre por el hombre, quedó bien demostrado que fracasó. Su sistema económico de planificación centralizada, es decir, no sujeto a la ley de la oferta y la demanda, también fracasó. La Unión Soviética lo utilizó largamente, fue perdiendo terreno frente al bloque capitalista y finalmente desapareció. Continuar leyendo