Todos sabemos que una jura es una ceremonia ritual en la que determinadas personas se comprometen a cumplir ciertos actos futuros —particulares o institucionales— ante otra persona cuya jerarquía está autorizada por una institución. El que toma la jura lo hace con una fórmula estereotipada, y el que jura extiende la mano derecha y pronuncia la frase: “Sí, juro”.
No hay entonces que ser lingüista para conocer la descripción de un juramento, aunque varios aspectos hayan estado ausentes en la ceremonia de la jura de los diputados nacionales ayer en el Congreso de la Nación. Y no me refiero solamente a la desubicada informalidad del diputado Axel Kicillof, que pasó a jurar con sus hijos, uno de los cuales quería hablar por el micrófono, o a la de la diputada Victoria Donda, que sostuvo en brazos a su hermoso bebé mientras pronunciaba su juramento.
Tampoco me refiero a las diferencias en el texto de la toma del juramento, que debe ser precisamente una fórmula, es decir, algo fijo e igual para todos. Porque es lógico que se haya modificado para que los diputados puedan elegir entre jurar “por Dios y la patria y estos santos Evangelios”, o hacerlo sólo “por la patria” o, incluso, por “nadie”, como fue el caso de un diputado, cuyo juramento fue dudoso hasta para él mismo, porque titubeó una vez terminada la jura y entonces no supo si retirarse o quedarse, momento preciso en el que una voz anónima aprovechó para acotar: “Estás salvado, nadie te va a demandar”. Continuar leyendo