Todos sabemos que una jura es una ceremonia ritual en la que determinadas personas se comprometen a cumplir ciertos actos futuros —particulares o institucionales— ante otra persona cuya jerarquía está autorizada por una institución. El que toma la jura lo hace con una fórmula estereotipada, y el que jura extiende la mano derecha y pronuncia la frase: “Sí, juro”.
No hay entonces que ser lingüista para conocer la descripción de un juramento, aunque varios aspectos hayan estado ausentes en la ceremonia de la jura de los diputados nacionales ayer en el Congreso de la Nación. Y no me refiero solamente a la desubicada informalidad del diputado Axel Kicillof, que pasó a jurar con sus hijos, uno de los cuales quería hablar por el micrófono, o a la de la diputada Victoria Donda, que sostuvo en brazos a su hermoso bebé mientras pronunciaba su juramento.
Tampoco me refiero a las diferencias en el texto de la toma del juramento, que debe ser precisamente una fórmula, es decir, algo fijo e igual para todos. Porque es lógico que se haya modificado para que los diputados puedan elegir entre jurar “por Dios y la patria y estos santos Evangelios”, o hacerlo sólo “por la patria” o, incluso, por “nadie”, como fue el caso de un diputado, cuyo juramento fue dudoso hasta para él mismo, porque titubeó una vez terminada la jura y entonces no supo si retirarse o quedarse, momento preciso en el que una voz anónima aprovechó para acotar: “Estás salvado, nadie te va a demandar”.
También podríamos justificar el texto mismo del juramento que, aunque arcaico, con formas difíciles de pronunciar para nosotros como el “juráis” y el pronombre “os”, como en “os lo demande”, resultan acordes con estructuras fosilizadas de la lengua mantenidas a lo largo de la tradición.
E incluso, si fuera necesario, podríamos pasar por alto las distintas versiones de la segunda parte del juramento, esa que se lee (y siempre debe leerse) luego del compromiso explícito del que jura, es decir, luego de la frase: “Sí, juro”. Una de ellas decía: “Si así lo hicierais, Dios os ayude, y si no, él y la patria os lo demanden”, y el otro: “Si así no lo hicierais, la patria os lo demande”. Me pregunto, entonces, ¿por qué en el primero cabe la posibilidad de cumplir o no con el juramento y en el segundo sólo no cumplirlo? Y yendo a la estructura de la lengua, ¿por qué la diferencia entre ambos juramentos, el primero con una opción afirmativa y negativa y el otro sólo con una negativa?
Finalmente, me parece que tampoco invalida el juramento el tiempo verbal “hicierais” en pasado, en lugar de “hiciereis”, en futuro, puesto que se trata de un acto que todavía no ha sucedido y sobre el que los que juran deberán rendir cuentas.
Lo que definitivamente sí invalida el juramento y lo convierte en un acto nulo y sin valor, casi en una caricatura, es lo que hicieron los diputados ayer en el Congreso, que no pudieron circunscribirse a la fórmula exigida por la ocasión. Entonces juraron “fielmente” por Néstor y Cristina Kirchner, por los militantes, por la gloriosa CGT, por el general Perón, por Evita, por la justicia social, por sus padres desaparecidos o por “los que no aflojaron, no aflojan ni nunca van a aflojar”.
Los diputados parecieron olvidar que una jura es una ceremonia emotiva pero formal en la cual el simplísimo “Sí, juro” vale como juramento. Hasta los chicos lo saben, y por eso para refrendar el valor de la palabra, en lugar de estirar la mano, se hacen cruces sobre los labios o, en caso de mentir, cruzan los dedos detrás de la espalda.
Pero los diputados no son chicos y, entonces, con sus agregados no sólo invalidaron el juramento, sino que agraviaron la grandeza de la ceremonia.