La pregunta de Martín Sabbattela: “¿Qué tiene de malo que se paguen ómnibus para un acto con fondos del hospital?”, con la que justificó el desvío de fondos del hospital Posadas para financiar el acto político con el que se inauguró un sector de dicho hospital, me hizo recordar la opinión de Umberto Eco sobre el avance de la tecnología en la vida moderna. Este extraordinario académico, semiólogo y escritor italiano, que sólo usaba el celular para llamar taxis, pocos meses antes de morir y en oportunidad de recibir el diploma honoris causa en Comunicación y Cultura de los Medios de Comunicación de la Universidad de Turín, calificó a las redes sociales como “la invasión de los imbéciles”, puesto que, según él, le dan “derecho a hablar a legiones de idiotas” que antes “sólo lo hacían en un bar, después de un vaso de vino y que, por lo tanto, no dañaban a nadie”.
La relación entre la aparente pregunta del ex candidato a vicegobernador de la provincia de Buenos Aires y ex director de Administración Federal de Servicios de la Comunicación Audiovisual (Afsca), y la opinión de Eco se debe a que la explosión de las redes sociales —“legiones de idiotas”, según este último— fue de tal magnitud en el caso del uso de fondos del derruido hospital Posadas para un acto político que popularizaron el hashtag #TuiteoComoSabbatella. Y digo “aparente” al referirme a la consabida pregunta con la que Sabbatella trató de justificar lo injustificable, porque en honor a la verdad no se trató de una pregunta real, sino de una pobre y lamentable maniobra para escapar a la indagación del periodista sobre un tema de evidente corrupción.
Pero que le salió mal. “¿Qué tiene de malo que se paguen ómnibus para un acto con fondos del hospital?” es una pregunta retórica que, si bien lleva implícita la respuesta “nada”, no espera ninguna respuesta, porque es en realidad una aseveración. Es decir que lo que Sabbatella quiso decir pero no tuvo el coraje de decir abiertamente fue: “No tiene nada de malo que se paguen ómnibus para un acto con fondos del hospital”. De un hospital, el Posadas, al que le faltan insumos, está lleno de cucarachas, ratas y otras alimañas, no tiene seguridad ni suficientes ascensores, pero sí, en cambio, entre otras muchísimas falencias, una superpoblación de personal administrativo que fue contratado en el último tiempo y que ocupa casi todas las aulas del sector nuevo que fueron pensadas para la investigación y la docencia.
Obviamente, los usuarios de las redes sociales, alejados de las cuestiones lingüísticas, hicieron caso omiso de la pregunta retórica y contestaron al: “¿Qué tiene de malo?” de Sabbatella como si se tratara de una verdadera pregunta. Utilizaron para ello las más diversas e ingeniosas estrategias, como, por ejemplo, ironías que copian en forma de eco la pseudopregunta original: “¿Qué tiene de malo inaugurar una canilla por cadena nacional?”, o contrargumentos más que contundentes, como: “¿Para qué gastaron seiscientos mil pesos en micros si el acto de inauguración era para los del barrio?” o “¿Por qué no se le puede pagar 65 mil pesos a Víctor Heredia, aunque sólo cantó dos canciones y se dice un defensor de los pobres?”. Y, también, mil recomendaciones jocosas sobre qué hacer con Sabbatella, que invito a buscar en las redes.
Lo cierto es las oportunas y creativas intervenciones de los tuiteros me permiten señalar dos curiosidades de todo este lamentable episodio. La primera es el hecho de que las redes sociales hayan estallado precisamente con miles de respuestas a una pregunta que no fue tal; y la segunda, que la teoría de Umberto Eco, para quien las redes sociales le dan “derecho a hablar a legiones de idiotas”, haya quedado cuando menos desdibujada. Porque este estallido ha venido precisamente a demostrar con toda contundencia que la invasión de los imbéciles a la que alude Eco proviene más bien del lado de los políticos que de los propios tuiteros.