La ley de la vergüenza

Andrea Estrada

“Tener justicia alivia el alma”, dice Isabel Brito de Yaconis, la mamá de Lucila Yaconis. Y estas palabras no hacen más que llenarme de vergüenza ajena, de impotencia e indignación, porque vienen a demostrar no sólo que su alma no ha encontrado el mínimo alivio que se merece, ya que el asesinato de su hija sigue impune, sino, y lo que es más aterrador, que el asesino está suelto, entre nosotros, presto a atacar a otra víctima.

Lucila era una adolescente de tan sólo 16 años, que hace precisamente 13 años, el 21 de abril de 2003, fue atacada por “un asesino agazapado en la oscuridad”, en las vías del ferrocarril Mitre, en el barrio de Núñez, cuando volvía de la escuela, alrededor de las 7 de la tarde. En aquel atardecer de otoño, amparado por la incipiente penumbra, la bestia arrastraba impunemente a la joven por el terraplén con la intención de violarla y, ante la resistencia de Lucila, no dudaba en asfixiarla con sus propias manos. El empleado de una fábrica había escuchado gritos, se había asomado y había golpeado las manos, pero el violador lo había disuadido con la certeza de que estaba todo bien, que estaba con su novia.

La mamá de Lucila —como ella quiere que la llamen— viene trabajando incansablemente desde hace 13 años junto con un grupo de madres que también han perdido a sus hijos y que le presentó Juan Carr en el peor momento de su vida, es decir, aquella tarde de otoño cuando llegó y encontró a más de cien personas agolpadas en el frente de su casa y a una psiquiatra que le daba la terrible noticia. Con estas mujeres, la mamá de Lucila formó la Asociación Madres del Dolor, no para permanecer anclada en ese sufrimiento inmenso que las hermana, sino para encontrar el alivio que solamente la justicia puede brindarle a su alma herida.

Pero resulta que de todas las Madres del Dolor (Viviam Perrone, Silvia Irigaray, Elvira Torres, Marta Canillas, Nora Iglesias y Elsa Gómez), Isabel es la única que todavía no sabe quién mató a su hija, a pesar de que existe el perfil genético del violador, que quedó en las prendas de la joven, una prueba más que contundente para atraparlo. De hecho, en 2007 se pensó que se trataba de José Humberto Giardino, que había violado y asesinado a Andrea Fabiana Mugrabi en 1988 y a la adolescente Mara Torales en 2002. Pero resultó que no había sido él, porque el perfil genético finalmente no coincidió.

Es esa desesperación por no poder verle la cara al asesino de Lucila lo que ha llevado a su mamá a luchar desde el año 2004 por la implementación de una ley para que exista un banco de datos genéticos de violadores. Porque si algo tiene claro la mamá de Lucila, es que esta es la clave para encontrar a los delincuentes sexuales de cientos de casos como el de su hija, que todavía permanecen impunes.

En 2011, la ley para la creación de un banco genético de delitos sobre la integridad sexual entró en el Congreso y en 2013 fue aprobada por unanimidad, aunque sólo para los violadores con condena firme. Un gran adelanto que implicó muchísimo esfuerzo de todas las Madres del Dolor y que fue votada en pleno escándalo por la muerte de Ángeles Rawson, asesinada por el portero de su casa, Jorge Mangieri, quien quiso violarla y, como no pudo hacerlo, terminó asesinándola. Este no es un dato menor, porque viene a explicar por qué la ley 26879 resultó en realidad una tomadura de pelo, una burla imperdonable, una mascarada acomodaticia para acallar los clamores por el asesinato de aquella otra joven. Porque, en realidad, la ley nunca fue reglamentada, tal como les informó en los últimos días a las Madres del Dolor el actual ministro de Justicia Germán Garavano. Y no sólo eso, como ya han pasado dos años desde su aprobación, la ley ha dejado de tener vigencia, es decir, hay que empezar de cero, hay que empezar la lucha nuevamente.

Y no es únicamente esto lo que me indigna y me rebela de una manera insoportable, es que, además, no puedo creer que existan algunas opiniones que consideran que esta ley estigmatiza al delincuente sexual frente al resto de los delincuentes de los pabellones carcelarios. Pero, por suerte, a la mamá de Lucila nada la amilana, nada la asombra, nada la detiene. La mamá de Lucila está dispuesta a todo. Como el primer día.