“Tener justicia alivia el alma”, dice Isabel Brito de Yaconis, la mamá de Lucila Yaconis. Y estas palabras no hacen más que llenarme de vergüenza ajena, de impotencia e indignación, porque vienen a demostrar no sólo que su alma no ha encontrado el mínimo alivio que se merece, ya que el asesinato de su hija sigue impune, sino, y lo que es más aterrador, que el asesino está suelto, entre nosotros, presto a atacar a otra víctima.
Lucila era una adolescente de tan sólo 16 años, que hace precisamente 13 años, el 21 de abril de 2003, fue atacada por “un asesino agazapado en la oscuridad”, en las vías del ferrocarril Mitre, en el barrio de Núñez, cuando volvía de la escuela, alrededor de las 7 de la tarde. En aquel atardecer de otoño, amparado por la incipiente penumbra, la bestia arrastraba impunemente a la joven por el terraplén con la intención de violarla y, ante la resistencia de Lucila, no dudaba en asfixiarla con sus propias manos. El empleado de una fábrica había escuchado gritos, se había asomado y había golpeado las manos, pero el violador lo había disuadido con la certeza de que estaba todo bien, que estaba con su novia.
La mamá de Lucila —como ella quiere que la llamen— viene trabajando incansablemente desde hace 13 años junto con un grupo de madres que también han perdido a sus hijos y que le presentó Juan Carr en el peor momento de su vida, es decir, aquella tarde de otoño cuando llegó y encontró a más de cien personas agolpadas en el frente de su casa y a una psiquiatra que le daba la terrible noticia. Con estas mujeres, la mamá de Lucila formó la Asociación Madres del Dolor, no para permanecer anclada en ese sufrimiento inmenso que las hermana, sino para encontrar el alivio que solamente la justicia puede brindarle a su alma herida. Continuar leyendo