El Papa y la pobreza

Los congresistas norteamericanos invitaron a almorzar al papa Francisco. Su Santidad prefirió irse a comer con un grupo de desamparados en una institución caritativa de la Iglesia. Quería estar con los “excluidos”.

Fue una selección predecible. La Iglesia Católica valora extraordinariamente la relación con los pobres y, de alguna manera, ensalza la pobreza, la austeridad y castiga el consumismo. Lo dijo San Basilio y lo suele repetir el Papa: “El dinero es el estiércol del demonio”.

Así es desde que Jesús, que había nacido en una cueva, comenzó a predicar y eligió a sus apóstoles, una docena de personas de muy escasos recursos, algunos de ellos pescadores.

Cuando la Iglesia creció y se asentó, esta impronta se mantuvo durante varios siglos en la veneración de los eremitas que se apartaban del mundo y se refugiaban en el desierto para agradar a Dios mediante una vida de privaciones y soledad. Simeón alcanzó la santidad por pasar muchos años encaramado en una columna a la que fue agregándole altura hasta alcanzar los 15 peligrosos metros.

A mi juicio, la Iglesia insiste en un discurso contradictorio enquistado en sus orígenes al servicio de muchedumbres de pobres y enfermos, situación que tiene una escasa relación con el mundo contemporáneo. Continuar leyendo

Siete advertencias finales sobre la nueva política cubana de Obama

Éste es uno de esos raros casos en los que conviene comenzar por el final. Estos papeles están dedicados a contar rápidamente cómo han sido las relaciones entre Estados Unidos y Cuba desde 1959 a la fecha, con el objeto de poder analizar la nueva política cubana anunciada por el presidente Barack Obama y el general Raúl Castro en diciembre de 2014.

Ese recorrido me precipita a formular siete advertencias. No son recomendaciones ni conclusiones. Son observaciones que se desprenden naturalmente de la propia historia que relataré en breve.

Consignémoslas:

La primera advertencia es que el gobierno de los hermanos Castro mantiene en el 2015 exactamente la misma visión de Estados Unidos que tenía cuando los guerrilleros llegaron al poder en enero de 1959.

Para ellos, el enorme y poderoso vecino y sus supuestas prácticas depredadoras en el terreno económico están en la raíz de los problemas fundamentales de la humanidad. Como leen poco y observan mal, continúan creyendo que las calamidades del Tercer Mundo se deben a la mala voluntad de las naciones desarrolladas, y muy especialmente de Estados Unidos, con sus perversos términos de intercambio y su explotación inclemente de los recursos de las naciones pobres.

La segunda, consecuencia de la primera, es que ese régimen, absolutamente coherente con sus creencias, continuará tratando de afectar negativamente a Estados Unidos en todas las instancias que se presente.

Ayer se colocó bajo el paraguas soviético. En la etapa postsoviética echó las bases del Foro de Sao Paulo y, más tarde, del circuito conocido como Socialismo del Siglo XXI, extendido a los países de la llamada ALBA. Hoy se alía firmemente con Irán, y ya se apunta al bando chino-ruso en esta nueva y peligrosa Guerra Fría que está gestando. Para los Castro, el antiamericanismo es una cruzada moral a la que no van a renunciar nunca.

La tercera es que no existe en la dictadura cubana la menor intención de comenzar un proceso de liberalización que permita el pluralismo político o las libertades, tal y como se conocen entre las naciones más desarrolladas del planeta.

Los demócratas de la oposición se toleran mientras sus movimientos y comunicaciones estén regulados y vigilados por la policía política. El régimen domina perfectamente las técnicas de control social. Al margen de la policía convencional, para mantener a raya a la oposición cuenta con al menos 60,000 oficiales de contrainteligencia adscritos al Minint, y otras decenas de miles de colaboradores. Para ellos la represión no es un comportamiento oscuro y vergonzante, sino una labor constante y patriótica.

La cuarta es que el sistema económico que está erigiendo Raúl Castro no ha sido concebido para que florezca la sociedad civil, ésa que un día, mágicamente, derrocará la dictadura, sino es un modelo de Capitalismo Militar de Estado (CME) cuya columna vertebral es el ejército y el Ministerio del Interior, instituciones que controlan la mayor parte del aparato productivo del país.

Dentro de ese esquema, como se deduce de las palabras del economista oficial Juan Triana Cordoví, el Estado (en realidad, el sector militar) se reserva el manejo y explotación de las 2.500 empresas medianas y grandes del país, dejando a los cuentapropistas un sinfín de actividades menores para no tener que sostenerlos.

Frente a lo que piensan en Washington y en los sectores cubanos no gubernamentales que apoyan esas reformas económicas, Raúl Castro y sus asesores suponen, acertadamente, que los cuentapropistas serán una fuente de estabilidad del sistema de Capitalismo Militar de Estado, no por afinidad ideológica sino para no perder los pequeños privilegios y ventajas que obtienen.

La quinta es que el régimen de los Castro no tiene el menor interés en propiciar el enriquecimiento de los empresarios extranjeros. Desprecian el ánimo de lucro de los capitalistas, les parece repugnante, aunque muchos de ellos mismos, de alguna manera, lo practiquen discretamente.

Las inversiones del exterior serán bienvenidas sólo y únicamente cuando contribuyan a fortalecer el Capitalismo Militar de Estado que están forjando. Para el gobierno cubano esas inversiones son un mal necesario, como el que se amputa un brazo para salvar la vida.

Si alguien piensa que ese régimen permitirá el surgimiento y crecimiento de un tejido empresarial independiente es porque no se ha tomado el trabajo de estudiar los textos y discursos de los propios personeros del régimen, y ni siquiera de examinar la conducta que exhiben.

Tiene toda la razón el inversor en bienes raíces y notable millonario Stephen Ross cuando, tras regresar de un viaje a Cuba, declaró que no había visto en la Isla la menor oportunidad seria de hacer negocios. En realidad, no la hay, salvo en aquellas actividades en que exista un rédito claro para el gobierno o que sean absolutamente indispensables para la supervivencia del régimen.

Es obvio que la prioridad de los Castro es mantener el poder y no desarrollar un vigoroso tejido empresarial que saque a los cubanos de la miseria. Para explicar esas carencias han desarrollado la coartada de la austeridad revolucionaria y la crítica al consumismo (el gusto por la pacotilla) como una forma heroica y abnegada de afrontar la pobreza.

La sexta advertencia es que, ante este cuadro deprimente de atropellos e insistencia en los disparates de siempre, la renuncia de Washington al containment y su sustitución por el engagement, a lo que se agrega la cancelación del objetivo de tratar de propiciar el cambio de régimen, como dijo Obama en Panamá, es una peligrosa e irresponsable ligereza que perjudicará a Estados Unidos, alentará a sus enemigos, descorazonará a sus aliados y afectará muy negativamente a los cubanos que desean libertades, democracia real y terminar con la miseria.

¿Qué sentido tiene que Estados Unidos –y con él la Iglesia Católica–contribuya al fortalecimiento de un Capitalismo Militar de Estado, enemigo de las libertades, incluidas las económicas, violador de los Derechos Humanos, que perpetúa en el poder una dictadura colectivista que ha destrozado Cuba y hoy contribuye a destruir Venezuela porque no puede enseñar otra cosa que lo que ha hecho durante 56 años?

La séptima advertencia es que nunca la oposición democrática ha sido más frágil ni ha estado más desprotegida, pese al impresionante número de disidentes y al heroísmo que despliegan. Nunca ha estado más sola.

¿Por qué nadie va a tomarla en cuenta si Estados Unidos ha renunciado al cambio de régimen y está dispuesto a aceptar a la dictadura cubana sin exigirle nada a cambio?

Estados Unidos ha renunciado a indicar claramente a La Habana que el verdadero cambio comienza en el momento en que la cúpula de la dictadura acepta que el primer paso es dialogar con la oposición y admitir que las sociedades son plurales y albergan diferentes puntos de vista. ¿Qué argumento tienen ahora los callados y siempre asustados reformistas del régimen para reclamar sotto voce cambios políticos y económicos, si nadie se los exige al gobierno de los Castro?

En suma, ha sido un grave error de Obama separarse de la política seguida por los diez presidentes, demócratas y republicanos, que lo precedieron en la Casa Blanca. Uno no puede decretar que su enemigo súbitamente se ha convertido en su amigo y ha comenzado a pensar como a uno le conviene. Eso es infantil.

No se trata de criticar a Obama por haber ensayado una política nueva. El problema es que es una política mala.

No se puede ignorar la realidad sin abonar por ello un alto precio. Lo triste es que lo pagaremos los cubanos.

El tamaño sí importa

No piense mal. Me refiero al Estado. Este es un debate que sacude al planeta.

El tamaño del Estado, por supuesto, importa mucho, pero lo realmente vital es la calidad (como en lo otro, lector malpensado). Lo esencial es cómo, en qué, por qué y quiénes se gastan los recursos que se les entregan, y no a cuánto ascienden.

El argumento supuestamente objetivo para recomendar o condenar un modelo u otro de Estado, suele establecerse contrastando su gasto público con el PIB o valor de toda la riqueza creada por el país a lo largo de un año.

Los defensores del gasto público alto generalmente se acogen al ejemplo escandinavo. El estado finlandés consume un 53.7 del PIB, el danés el 55.9, el sueco el 51.4 y el noruego el 56.8. Y no cabe la menor duda de que esa zona es quizás la más rica y mejor administrada del planeta. La más apacible, civilizada y equitativa.

En cambio, los partidarios del gasto público reducido le imputan la extraordinaria vitalidad de Suiza a que sólo dedica al Estado el 33.7%. Pero más impresionante aún son Hong Kong, un 21. 2, Estados Unidos, un 17, y Singapur un reducido 15.4. (Todos estos datos, son oficiales y los tomo del CIA World Factbook porque adapta las cifras a los precios de consumo o PPP).

Naturalmente, a los efectos de alcanzar prosperidad colectiva es muy importante la proporción de riqueza que se le entrega al Estado por medio de los impuestos para dedicarla a los gastos comunes, pero mucho más trascendente que ese dato objetivo son la calidad de las instituciones y las reglas, los valores que prevalecen en el grupo y el comportamiento de los servidores públicos, o sea, el capital intangible del Estado.

En general, los países desarrollados, y entre ellos los escandinavos, aparecen entre los más honorables (Transparencia Internacional), los mejor educados (Índice de Desarrollo Humano), y los que poseen un clima más hospitalario para hacer negocio (Doing Business Index del Banco Mundial).

Pero eso también puede afirmarse de Suiza, Hong Kong, Estados Unidos y Singapur. Entre uno y otro grupo hay grandes diferencias en la proporción del gasto público, pero notables similitudes en la forma en que crean la riqueza y abordan el servicio al Estado.

Aunque sea incómodo, hay que admitirlo: las sociedades que cuentan con los valores, conocimientos y creencias adecuados generan de manera espontánea funcionarios dotados de actitudes positivas, Estados eficientes y administradores comprometidos con el bienestar general que proponen y ejecutan mejores medidas de gobierno.

Esto es vital entenderlo, aunque conduzca a cierta melancólica conclusión: los políticos y servidores públicos no son mejores o peores que el conjunto de la sociedad de donde surgen. Si entre ellos abundan los bribones o, por el contrario, las personas voluntaria y conscientemente subordinadas a la ley que actúan decentemente, es porque ésas son las raíces generales de la tribu a la que pertenecen.

Hago esta observación porque escuché en España, recientemente, a tenor de los escándalos que sacuden al país, que todos los dirigentes de los partidos políticos, sindicatos y empresarios, a la izquierda y a la derecha, son “chorizos” (delincuentes).

No es así. El asunto tal vez es más grave. Desgraciadamente, aunque en el país hay mucha gente honorable, un alto porcentaje de la sociedad española ignora la ley y trata de violar las reglas, como también sucede en Italia, en Grecia y en otras cien naciones. De esos polvos provienen estos lodos. Es un problema del conjunto de la sociedad, no de unos pocos individuos.

Me temo que en casi toda América Latina es aún peor. El capitalismo que existe es el del compadreo y el pago de “comisiones”. Muchos políticos, electos o designados, roban a manos llenas. Los votantes son estómagos agradecidos. Los enchufados que cobran y apenas trabajan son legión. Hay países en los que la burocracia pone trabas sólo para provocar coimas. El robo, el peculado y la malversación son la norma y a la mayor parte de la sociedad no parece importarle. ¿Para qué seguir?

Esta observación nos lleva de la mano a formular una especie de triste regla general: es contraproducente, incluso suicida, entregarles una parte sustancial del trabajo de la sociedad a Estados en los que predominen la irresponsabilidad, el clientelismo, la imprevisión, el nepotismo, los gastos caprichosos, las personas mal formadas, ladronas, mentirosas, poco rigurosas y carentes de un verdadero espíritu de servicio.

Baltasar Gracián lo hubiera formulado de esta manera: si el Estado es malo, es preferible que sea pequeño. Si es bueno, en cambio, podemos discutir el monto apropiado de los impuestos. Una persona responsable no le entrega una navaja a un mono borracho.