La vía china hacia el fracaso

China ha devaluado su moneda varias veces. Es una medida de crisis que tiene aspectos muy negativos. Por ejemplo, la caída del valor de las propiedades chinas. El mayor millonario chino ya perdió once mil millones de dólares en la bolsa a causa de esa prestidigitación. Devaluar es una forma instantánea de destruir capital.

¿Por qué China lo ha hecho? Sus exportaciones han bajado un 8 % en un año y desea repotenciarlas. Es difícil que lo logre de manera sostenida por ese procedimiento. Los países que habían restringido sus importaciones no van a reanudarlas porque sean un poco más baratas. Las redujeron, como sucede con Brasil y los exportadores de petróleo, por el descenso del precio de las materias primas. Carecen de tantos recursos como en el pasado para adquirirlas.

Es una ingenuidad creer que se puede crecer indefinidamente al 10 % anual. Japón, que lo hizo durante 25 años, logró construir una de las sociedades más prósperas de la historia, al extremo de que los futurólogos vaticinaban que el siglo XXI sería japonés, pero desde hace muchos años su economía se estancó. No obstante, en el camino creó unas vastas clases medias y un aparato productivo capaz de generar casi pleno empleo. En medio del enfriamiento de su economía cuenta con un PIB per cápita anual de 37.800 dólares medido en poder adquisitivo. El mismo de Inglaterra. Continuar leyendo

Libertad o prosperidad: el falso dilema

Nos dicen que hay que sacrificar la libertad para alcanzar la prosperidad. Mentira. Ese es un falso dilema, generalmente planteado por los autoritarios. La prosperidad es muy conveniente para nuestro bienestar material, pero la libertad es absolutamente necesaria para nuestro bienestar emocional. No hay que elegir.

La libertad tiene que ver con el dolor de vivir enmascarado. Bruce Jenner -por ejemplo-fue un gran deportista y se convirtió en señora. Ahora es feliz. Al menos más feliz que antes. Se despojó de la máscara. En Irán la hubieran ahorcado del extremo de una grúa para que el crimen sirviera de escarmiento, sin tener en cuenta que su único delito era buscar la coherencia interna.

Otro caso: el funcionario equis, para que no le hicieran daño, aplaudía consignas y personajes en los que no creía. Le parecían ridículos, pero tenía que sobrevivir. Hasta que el día en que controló su vejiga, venció sus miedos, se atrevió a decir que no y se transformó en un disidente. Fue muy duro, porque la dictadura era severa, pero por primera vez en su vida se sintió en paz consigo mismo.

Hay mil ejemplos posibles. La libertad es eso: poder tomar decisiones congruentes con nuestras creencias y valores. Elegir las ideas que nos parecen correctas, seleccionar sin imposiciones externas nuestros amigos, nuestros libros, nuestros afectos, nuestros proyectos de vida, nuestras carreras, nuestras preferencias sexuales; creer en ciertos dioses o en ningún dios. También, claro, poder escoger a nuestros gobernantes y oponernos vehementemente a los que nos resultan nefastos. Continuar leyendo

Democracias liberales contra iliberales

La crisis griega es la expresión de un gravísimo problema planetario. Es verdad que la desataron los socialdemócratas y conservadores con su gasto público desbocado y su corrupción rampante, pero la han agravado los neocomunistas y sus primos neopopulistas, en el poder desde hace pocos meses.

¿Por qué es un asunto que concierne al planeta? Tres ejemplos. Syriza en Grecia, Podemos en España y el chavismo en Venezuela comparten varios elementos que los hermanan: son enemigos de la democracia liberal, partidarios irrestrictos del populismo, y sostienen unas proclamadas simpatías por el comunismo.

Sus dirigentes odian el mercado, la propiedad privada, el comercio internacional sin ataduras y los organismos financieros internacionales como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional o el Banco Central Europeo. Todas estas instituciones, con sus errores y sus aciertos, constituyen la savia de la economía en las naciones más desarrolladas de la Tierra. Continuar leyendo

Epitafio para Lee Kuan Yew

Acaba de morirse a los 91 años. Fue una de las personas más influyentes del planeta en la segunda mitad del siglo XX. Se llamó Lee Kuan Yew y era un abogado chino formado en Londres.

Transformó su pequeña e imposible isla, Singapur, en un emporio de riqueza y desarrollo que le sirvió de modelo e inspiración a los reformistas chinos tras la muerte de Mao y el fin de ese asesino experimento colectivista que le costó la vida a millones de personas.

Por eso es importante. Lee cambió el destino de Singapur y, sin proponérselo, le trazó el camino a la China continental. Deng Xiaoping, el inconforme sucesor de Mao, no tuvo que devanarse los sesos para averiguar cómo rescatar de la miseria a sus compatriotas. Todo lo que hizo, fundamentalmente, fue inspirarse en la exitosa experiencia de Lee. Continuar leyendo

La gran lección de Hong Kong

En Tiananmen, en el corazón de Pekín, hace 25 años unos cuantos millares de jóvenes chinos lucharon valientemente por instaurar la libertad en el país y fueron aplastados.

Nunca se supo si representaban al conjunto de la sociedad china. Tal vez, no lo sé, eran demasiado educados y urbanos para pretender que sus valores y urgencias políticas fueran las de la mayoría de “los chinos”. En todo caso, fue una emocionante aventura que se saldó brutalmente con miles de muchachos aniquilados.

Hoy es otra cosa. Quienes ocupan las calles y plazas en Hong Kong se resisten a perder la libertad. Ya la han conocido. No quieren que se la arranquen. Han vivido sin miedo. No padecieron la pesadilla del maoísmo ni la malsana estupidez del colectivismo. Se asocian libremente. Leen y opinan lo que les place. Toman sus propias decisiones. Se asoman a Internet y a los canales de radio y televisión internacionales sin interferencia del gobierno. Se han acostumbrado a la protección de un Estado de Derecho, a jueces justos que persiguen la escasa corrupción de los funcionarios públicos, y al sabor y al olor de la libertad. No quieren perder ese inmenso capital.

No es aventurado suponer que esos siete millones de habitantes no desean ser gobernados dictatorialmente por los apparatchiks del Partido Comunista. En 1997, cuando Londres le entregó la llave de Hong Kong a China, el acuerdo es que habría un país, pero dos sistemas. Hong Kong seguiría siendo una democracia liberal.

Las protestas de Hong Kong son más peligrosas que las de la Plaza de Tiananmen, aun cuando ocurran muy lejos de Pekín, en un remoto confín de China. En Tiananmenn, pudieron ser aplastadas de un puñetazo sin pagar por ello un precio económico grave.

Hong Kong, en cambio, aunque es una excrecencia geológica de poco más de mil kilómetros cuadrados, con apenas el 0.5 de la población de China   –siete millones frente a 1300–, canaliza el 11% del comercio del país, cuenta con reservas por cuatro billones de dólares (trillones en inglés), posee un per cápita cuatro veces mayor que el de sus conciudadanos, y la pobreza ha sido casi totalmente erradicada. Entrar a saco en Hong Kong sería destruir la vitrina económica de China y una demostración de la peor irracionalidad e inmoralidad posibles.

El éxito económico de Hong Kong es uno de los milagros sociales más importantes de la historia contemporánea. Más aún: el cambio del modelo económico de China continental no se debió tanto al fracaso del disparate marxista-leninista, fenómeno inevitable que ha sucedido siempre, como al éxito de hongkoneses, taiwaneses y singapurenses, tres enclaves chinos que demostraron cómo la economía de mercado, el comercio libre y la propiedad privada podían terminar con la pobreza y desarrollar a un país en el curso de 20 o 30 años, pese a carecer de riquezas naturales y vivir amenazados por un gigante hostil poseedor de un ejército formidable.

Mao, como fundador cruel de la colmena colectivista, murió sin dar su brazo a torcer, sin importarle las decenas de millones de personas que fusiló o mató de hambre con sus necios inventos falsamente desarrollistas, pero sus sucesores tuvieron el sentido común de imitar, aunque fuera parcialmente, a los chinos exitosos del planeta.

Lo interesante del caso de Hong Kong, es que su notable desarrollo se debe a la gloriosa terquedad liberal de un escocés, Sir John Cowperthwaite, discípulo de su remoto paisano Adam Smith, quien decidió nadar contra la corriente estatista intervencionista, imperante en el mundo tras la derrota de nazis y fascistas en 1945, y poner a prueba el libre comercio, la ausencia de subsidios, el gasto público mínimo, el presupuesto equilibrado y las regulaciones limitadas.

Cowperthwaite, había sido situado en Hong Kong por la diplomacia inglesa para contribuir a administrar ese empobrecido fleco colonial adquirido por las malas en el siglo XIX. Poco a poco fue ascendiendo, hasta que el 17 de abril de 1961 lo nombraron Secretario de Finanzas de Hong Kong. Su lema era terminante: prefería confiar en la mano invisible del mercado que en los dedos torcidos de los burócratas. Erigió, y funcionó estupendamente, el paraíso del laissez-faire.

El Reino Unido, gobernado por Clement Atlee, país entonces embarcado en los errores económicos de un socialismo dirigista que nacionalizó numerosas empresas y se embelesó con los inflacionistas cantos de sirenas del keynesianismo, no le prestó mucha atención a lo que sucedía en ese pintoresco rincón del sudeste de Asia. Bastante tenía con reconstruir la nación tras los bombardeos de los cohetes V-2 y los Stukas alemanes.

Es una lástima que los excomunistas, de Pekín, que ya no son otra cosa que una organización mafiosa de operadores políticos afincados en la policía y el ejército para esquilmar a los trabajadores chinos, no se atrevan a aprender la otra lección de Hong Kong: se puede ser ricos y libres. Ellos lo son y están dispuestos a defender esas conquistas.

La psicopatología de los censores

N. de E.: Reproducimos aquí el discurso brindado por Carlos Alberto Montaner ante la Sociedad Interamericana de Prensa (Miami) el pasado 30 de noviembre y que llevara como subtítulo “Radiografía latinoamericana: la libertad de prensa y la democracia”.

En memoria de Agustín Alles, buen periodista y buen amigo

En foros como éste, generalmente, y es una labor muy útil, se suele hacer una descripción detallada de cuáles son los peligros que acechan a la libertad de prensa, quiénes son sus más encarnizados enemigos y cuáles son las deplorables acciones que realizan.

No obstante, voy a acercarme al fenómeno desde una perspectiva diferente: ¿por qué sucede? Es decir ¿por qué hay gobernantes que requieren del aplauso absoluto de la sociedad?  ¿Por qué hay personas que necesitan silenciar a sus opositores y construir un mundo irreal de apoyos, como aquellas “aldeas Potemkin” que se construían en Crimea para persuadir a la implacable zarina y a quienes visitaban a Rusia de que en el enorme país se vivía una realidad espléndida y próspera? ¿Por qué estos gobernantes dedican enormes recursos a la innoble tarea de edificar sociedades corales que repitan mecánicamente el discurso oficial? Y con el objeto de lograr esa conducta de los asustados ciudadanos, convertidos en súbditos obedientes, ¿están dispuestos a crear estados policíacos dedicados a vigilar y confirmar que todos suscriban las mismas ideas y a castigar a los que se desvíen del guión obligatorio? ¿Por qué el gobierno de Cuba, y en menor escala (todavía) los de Venezuela y Nicaragua, impiden las manifestaciones de los opositores y las enfrentan con actos de repudio orquestadas por la policía política para acallar las voces de protesta, como si la unanimidad fuera un comportamiento normal, cuando sucede exactamente lo contrario?

¿Por qué se presentan los actos de repudio, esos pogromos modernos, como si fueran expresiones espontáneas de la sociedad ofendida por los disidentes, cuando todo el mundo sabe que se trata de manifestaciones de odio organizadas y dirigidas por el grupo dominante para aplastar o silenciar la inconformidad de ciertas personas y, de alguna manera, para ratificar el supuesto apoyo mayoritario que tienen el líder supremo y su gobierno? ¿Por qué hay gobernantes que necesitan tener razón siempre, y, cuando no la tienen, ocultan la realidad, deforman los hechos y convierten la divulgación de la información que los contradice en un delito de lesa patria? ¿Quién puede creer en la neurótica uniformidad de Corea del Norte? ¿No se ha visto, tras la caída de todas las dictaduras, las de derecha e izquierda, que esos regímenes monolíticos, empeñados en mostrar panoramas sociales y políticos uniformes, son pura coreografía dirigida por los comisarios políticos? En definitiva: ¿por qué ocurre este comportamiento anómalo?

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