Hace varios años Washington decidió luchar contra la corrupción internacional. Declaró, in pectore, la guerra negra. El nombre procede de la literatura, de las novelas negras en las que el protagonista suele ser un detective complejo y angustiado.
No se trata de cooperar con las operaciones policíacas, algo que hacen muchas naciones, sino de iniciar las investigaciones y perseguir activamente a los delincuentes. Por ahora han caído, entre otros, miembros de la directiva de la Federación Internacional de Fútbol (FIFA), altos funcionarios de la ONU, deportistas que se dopaban para ganar las competencias, narcotraficantes encumbrados y banqueros que canalizaban los fondos mal habidos.
El largo brazo de la Justicia norteamericana tiene varias manos muy competentes: el FBI, la Administración para el Control de Drogas (DEA, por sus siglas en inglés), que persigue el tráfico de drogas, los informes de sus diplomáticos, las investigaciones de la fiscalía federal, especialmente la de Nueva York, ciudad por la que suelen transitar las operaciones bancarias de medio planeta. Además, la eficiente labor de una entidad mucho menos conocida, el FinCen, breve sobrenombre del U.S. Treasury’s Financial Crimes Enforcement Network, un gran sabueso de cuello blanco capaz de rastrear el flujo del dinero por el intrincado mundo financiero de nuestros días. Continuar leyendo