Los niños españoles solían jugar imaginando y diciendo las cosas que transportaban los buques coloniales. “De La Habana ha llegado un barco cargado de: piñas, encajes, azúcar”, qué sé yo. Era un ejercicio lúdico en el que se mezclaban la fantasía y el vocabulario con la pedagogía.
Barack Obama, sin saberlo, revivió el juego. Para el presidente estadounidense su viaje tenía cuatro objetivos declarados: enterrar unilateralmente la Guerra Fría en el Caribe; eliminar oficialmente la estrategia diplomática del containment o aislamiento, al sustituirla por el engagement o acercamiento; reforzar los lazos con la sociedad civil cubana, especialmente con el incipiente sector empresarial privado; y fortalecer a la oposición democrática que busca pacíficamente la evolución del régimen hacia el pluralismo.
Para el régimen cubano la visita era otro paso para finalizar el viejo embargo comercial, permitir la llegada de turistas e inversiones norteamericanas, obtener la promesa de créditos blandos cuando la ley lo permita, y la posibilidad de aliviar la difícil situación económica que plantea el fin de los subsidios venezolanos, calculados en trece mil millones de dólares anuales en el pasado por el economista Carmelo Mesa-Lago.
Raúl Castro no tenía la menor intención de modificar su dictadura comunista. Al fin y al cabo, como lo ha reiterado cien veces el propio Fidel Castro, la habían establecido por convicciones ideológicas y no como respuesta a la hostilidad norteamericana. La secuencia fue a la inversa. Continuar leyendo