Nos dicen que hay que sacrificar la libertad para alcanzar la prosperidad. Mentira. Ese es un falso dilema, generalmente planteado por los autoritarios. La prosperidad es muy conveniente para nuestro bienestar material, pero la libertad es absolutamente necesaria para nuestro bienestar emocional. No hay que elegir.
La libertad tiene que ver con el dolor de vivir enmascarado. Bruce Jenner -por ejemplo-fue un gran deportista y se convirtió en señora. Ahora es feliz. Al menos más feliz que antes. Se despojó de la máscara. En Irán la hubieran ahorcado del extremo de una grúa para que el crimen sirviera de escarmiento, sin tener en cuenta que su único delito era buscar la coherencia interna.
Otro caso: el funcionario equis, para que no le hicieran daño, aplaudía consignas y personajes en los que no creía. Le parecían ridículos, pero tenía que sobrevivir. Hasta que el día en que controló su vejiga, venció sus miedos, se atrevió a decir que no y se transformó en un disidente. Fue muy duro, porque la dictadura era severa, pero por primera vez en su vida se sintió en paz consigo mismo.
Hay mil ejemplos posibles. La libertad es eso: poder tomar decisiones congruentes con nuestras creencias y valores. Elegir las ideas que nos parecen correctas, seleccionar sin imposiciones externas nuestros amigos, nuestros libros, nuestros afectos, nuestros proyectos de vida, nuestras carreras, nuestras preferencias sexuales; creer en ciertos dioses o en ningún dios. También, claro, poder escoger a nuestros gobernantes y oponernos vehementemente a los que nos resultan nefastos. Continuar leyendo